[Reseña de La ética de la libertad, obra clave anarcocapitalista]
El crecimiento del sector público es uno de los mayores peligros a los que se enfrentan las sociedades de todo el planeta. Las crisis financieras causadas por los Bancos Centrales (controlados por los Estados) se traducen siempre en un aumento del poder de los políticos, así como en actitudes liberticidas que agotan el poco margen de actuación de que disfrutan empresas y ciudadanos.
En este contexto, obras como La ética de la libertad (The Ethics of Liberty, 1982), de Murray N. Rothbard (1926-1995), son indispensables para conocer los peligros inherentes al incremento del poder político y enfrentarse al pensamiento único que éste quiere insertar en el imaginario colectivo, con el único objetivo de seguir expoliando a la ciudadanía.
Unión Editorial ha publicado la segunda edición (2009) de esta obra clave del pensamiento liberal anarcocapitalista, que expone los fundamentos racionales de una ética ideal en una sociedad libertaria. Es una obra radical y de carácter revolucionario, que expone un modelo social completamente distinto al nuestro y que la mayoría de los autores liberales rechaza por extremista y utópico. Incluso entre las filas de la Escuela austriaca (a la que pertenece Rothbard, como discípulo aventajado de Ludwig von Mises) encuentra oposición, especialmente entre los defensores del Gobierno Limitado, como por ejemplo Friedrich A. Hayek.
Rothbard sostiene que la economía puede contribuir a la defensa de la libertad individual, pero que no es capaz poner en pie por sí sola una filosofía política digna de tal nombre. Para emitir juicios políticos se requieren juicios de valor, por lo que la filosofía política ha de ser necesariamente ética; así las cosas, “es preciso implantar un sistema ético positivo para poder defender con sólidos argumentos la causa de la libertad”.
Nuestro autor pone como referente el derecho natural (iusnaturalismo), que es concebir la ley no como una expresión de la voluntad humana, sino como algo propio de la naturaleza misma, y ataca las concepciones positivistas. Su visión tiene muchos puntos en común con la de los escolásticos de la Escuela de Salamanca; ahora bien, huye del concepto de Dios y asegura que la mente humana es capaz por sí sola de llegar a la naturaleza común, que las personas son portadoras de derechos sobre bienes o servicios sin darle un componente trascendental. Es aquí donde se puede rastrear su vinculación con la célebre racionalista Ayn Rand. Rothbard, como Rand, rechazaba el socialismo, el altruismo y la religión.
La clave de la teoría ética de Rothbard está en el derecho de propiedad, “el derecho que la persona tiene a poseerse a sí misma y [a] disponer de su ser y [de] todo aquello en que imprime el sello de su acción”. Sobre esta base analiza problemas éticos fundamentales, como los derechos de los niños, los sobornos, la teoría del contrato como transferencia de títulos de propiedad, los delitos y las penas, etc. No huye de la concreción, más bien todo lo contrario, y pone muchos ejemplos particulares para calibrar sus hipótesis.
En lo relacionado con la libertad de expresión, Rothbard señala que no es más que una extensión del derecho de propiedad, y niega de forma taxativa que se trate de un derecho absoluto:
Lo que las personas tienen no es “derecho a la libre expresión”, sino el derecho de alquilar un local y dirigirse a la gente que cruza sus puertas. No tienen “derecho a la libertad de prensa”, sino a escribir o publicar un folleto y venderlo a quienes quieran libremente comprarlo (o a regalárselo a quienes quieran voluntariamente aceptarlo). Así, pues, lo que tienen, en cada uno de estos casos, es derecho de propiedad, incluido el derecho de libre contrato y transferencia, que es parte constitutiva [del derecho de propiedad]. No hay “derechos de libre expresión” o libertad de prensa extras, más allá de los derechos de propiedad que una persona puede tener en cada caso concreto.
Para Rothbard, la norma básica de toda sociedad libertaria es ésta: “Nadie tiene derecho a agredir (sic) la propiedad justa o legítima de otro”; el agredido tiene derecho a defenderse con todos los medios a su alcance, incluidos los violentos. Desde su punto de vista, el derecho a la vida es una extensión del derecho de propiedad. En todos los casos, es necesario determinar si la propiedad de alguien es legítima (justa) a la hora de saber si alguien está cometiendo un delito o ejerciendo su derecho a la legítima defensa.
Particular interés la crítica rothbardiana del Estado como “enemigo innato de la libertad y, por tanto, de la ley genuina”. En este punto, Rothbard analiza algunas teorías liberales alternativas: concretamente, las de Isaiah Berlin, Hayek y Robert Nozick. Finalmente, concluye que la solución no está en el Estado Mínimo defendido por numerosos liberales, sino en la organización de la convivencia sobre unas bases libertarias totalmente nuevas que partan del rechazo de toda justificación ética del Estado como poder coactivo y monopolista. Las funciones del Estado se podrían dividir en dos categorías: las que hay que eliminar y las que hay que privatizar.
El Estado es una organización criminal coactiva que se apoya en la institución de un sistema de impuestos-latrocinios (sic) de amplia escala y se mantiene impune porque se las ingenia para conseguir el respaldo de la mayoría (no de cada uno de los ciudadanos), al asegurarse su colaboración y la alianza de un grupo de intelectuales que crean opinión y a los que recompensa con una participación en (…) su poder y (…) su botín.
Los impuestos son un “robo a gran escala” porque atentan contra el derecho de propiedad de los individuos y su finalidad es mantener a una “casta de parásitos” que viven a costa de los gobernados. Son un “robo a gran escala”… y a mano armada, dado que el Estado detenta el monopolio de la violencia (a través de las fuerzas de seguridad y el aparato judicial), lo que le permite someter a la ciudadanía. Rothbard exhibe un anarquismo tan radical, que se opone a los conceptos de Gobierno Limitado y Estado Mínimo defendidos por muchos de sus compañeros austriacos y coquetea con ideas de la izquierda más extrema.
Para justificar su enfoque, Rothbard describe la democracia como una especie de ilusión que usan los poderes públicos para que los ciudadanos se crean que eligen a sus gobernantes y denuncia las ficciones en que, a su entender, se basan los sistemas democráticos para conformar unas mayorías que, para más inri, casi nunca lo son.
Quien se acerque a esta obra sin haber tenido contactos previos con el mundo liberal encontrará afirmaciones que a buen seguro chocarán con conceptos básicos de su pensamiento. En cambio, los ya resabiados disfrutarán enormemente de estas páginas, y aunque no suscriban por completo todos los postulados de Rothbard, darán con abundante munición para la lucha contra los liberticidas que pretenden reinstaurar las sociedades de esclavos.