Grandes comparaciones internacionales han demostrado desde hace tiempo que la capacidad de los estadounidenses de utilizar matemáticas es inadecuada. Esas conclusiones dividen estudiantes, padres. maestros y administradores en campos que comparten poco más que culpar a otros por los problemas. Sin embargo, no está claro si todos los dedos apuntando indican un deseo real de superar nuestra incapacidad para calcular. De hecho, sistemáticamente usamos mal las cifras para distorsionar la realidad porque queremos engañarnos, haciendo que no sorprenda nuestra ineptitud.
Uno de los números que más evidentemente engañan es la inflación de las calificaciones escolares. Los maestros se han adaptado a los deseos de los alumnos de notas más altas hasta el punto de que la media de la calificación de los estudiantes universitarios de último año ha aumentado en torno a un punto entero desde los aproximadamente 2,2 puntos de 1965. En algunas escuelas, casi todos obtienen ahora sobresalientes y notables y los alumnos destacados han hecho aparecer el problema de cuántos estudiantes “perfectos” compartirán el título. Los estudiantes también han reclamados permitir notas “sobresaliente alto”, que cuenten más.
Los institutos de bachillerato han ido aún más allá. Muchos dan puntos adicionales por cursos para exámenes de ingreso a la universidad. Esto ha creado una competencia entre estudiantes para realizar tantos cursos de este estilo como sea posible, especialmente los que descubren que son realmente más sencillos que los cursos correspondientes de instituto. Sin embargo, estas y otras políticas (por ejemplo, comparaciones dentro del estado manipuladas para demostrar que, como en el lago Woebegone, todos los niños están por encima de la media), han eliminado mucha de la información útil que antes contenían esas evaluaciones.
La inflación de precios es otra forma de satisfacer el ego manipulando números comparativos. La mayoría, si queremos presumir, por ejemplo, de que ganamos más que nuestros padres, suficientes años de inflación pueden conseguírnoslo. Por otro lado, los estadounidenses mayores lo usan para “demostrar” lo mucho mejores que solían ser antes las cosas (por ejemplo: “Recuerdo cuando el pan valía 5 centavos” o “Solo pagué 22.000$ por mi casa”).
Estadísticas y porcentajes están sometidos a los mismos abusos. Las estadísticas se manipulan habitualmente, tratando de que cambios insignificantes parezcan importantes. En lugar de decir que alguna medicina aumenta la probabilidad de sufrir alguna forma de cáncer de 0,00001 a 0,00003, los informes gritan que triplica el riesgo (de casi cero a casi cero). Y “dar el cien por cien” en su momento significaba darlo todo, pero eso se ve ahora eclipsado frecuentemente por afirmaciones de dar el 110%, 150%, 200%, o incluso 1.000%. Estoy seguro al 1.000.000% de que esa hinchada exageración es un engaño.
Manipulamos las tallas de ropa. Los adultos quieren sentirse más delgados, así que lo que hace unos años era una ropa de una talla determinada ahora tiene un tamaño menor. Sin embargo, los padres quieren que sus hijos estén “por encima del percentil”, así que algunas tallas de niños han cambiado para acomodarse a su deseo “lago Woebegone” de que todos tengan niños por encima de la media.
También manipulamos los números para engañarnos en otras áreas. Así que, si fuéramos honrados acerca de nuestra falta de honradez numérica, tal vez deberíamos concluir que, aunque nos gustaría manejar más diestramente las cifras, la mayoría no estamos dispuestos a invertir el tiempo y esfuerzos necesarios. Y, en muchos casos, sencillamente no queremos “hacerlo bien”, porque eso nos obligaría a abandonar autoengaños que buscamos para la realidad que queremos evitar o negar.
En lo que respecta a los autoengaños numéricos de los estadounidenses, los engaños del gobierno son peores. Son peores porque los dedos del gobierno invaden un numero de aéreas casi incontable, a menudo afectando a billones de dólares, especialmente porque nuestros “servidores públicos” nos engañan, en lugar de engañarnos nosotros mismos cuando elegimos. Y engañar para crear apoyo político, siguiendo el viejo refrán de que “los números no mienten, pero los mentirosos dan números”, es un camino mucho más seguro para reducir el bienestar general de los ciudadanos que para aumentarlo.
El abuso de los números en política
Los ejemplos de abuso político de los números son abundantes. Así que consideraremos solo unos pocos ejemplos.
Una de las representaciones falsas más comunes de los costes del gasto público es ignorar lo que los economistas llaman la carga excesiva de impuestos. Además de los recursos tomados de los ciudadanos para financiar el gasto, las cuñas fiscales entre lo que pagan los compradores y lo que reciben los vendedores destruyen el comercio productivo y las ganancias que crea este. Un impuesto del 20% destruiría aquellos comercios que generaran menos de 1,20$ de valor por dólar gastado; aumentarlo al 30% destruiría además los comercios que generaran entre 1,20$ y 1,30$ de valor por dólar gastado. En 2006, Martin Feldstein estimaba la carga excesiva en 76 centavos por dólar de ingresos fiscales adicionales. Esta estimación (que no es la más alta propuesta) significa que un dólar más de gasto público costaría la sociedad 1,76$. Es decir, todo dólar de gasto público adicional tendría que generar más de 1,76$ en beneficios para que se pueda al menos concebir una mejora en el bienestar general de los estadounidenses. Pero nunca he visto una evaluación oficial de un proyecto público que incluyera esos costes.
Otro enorme engaño se refiere a los fondos públicos de garantía. Por ejemplo, los más de dos billones de dólares en el fondo de garantía de la Seguridad Social apoyan las afirmaciones de que los graves problemas de solvencia son lo suficientemente pequeños y lejanos en el tiempo como para no ocuparse ahora de ellos. Pero las “contribuciones” excesivas ya han sido tomadas prestadas por el Tesoro y el dinero gastado, dejando un fondo de garantía de pagarés de un bolsillo del gobierno a otro, no respaldados por ningún activo real.
Imaginemos ahorrar para una compra poniendo 100$ en un bote de galletas cada semana. Pero cada semana, tomáis de nuevo el dinero del bote, reemplazándolo con un pagaré de vosotros a vosotros mismos. La única manera en que vuestro fondo pueda financiar la compra pretendida es hacer vuestros propios pagarés buenos para otras fuentes de renta. ¿Cómo puede el tesoro redimir su bote de galletas de promesas vacías? Enormes aumentos futuros de impuestos.
La ausencia de un fondo “real” de garantía significa que el día del juicio final no será cuando se agoten los fondos de garantía, sino cuando el Tesoro deba transferir los recursos al programa. Y esto ha estado pasando durante años, lo que genera un deterioro grave para el futuro.
Los pasivos no financiados de 14 o 15 dígitos en los programas de la Seguridad Social y Medicare (y muchos más a nivel federal, estatal y local), que empequeñecen la deuda federal oficial, también son ignorados casi universalmente. Hay una excepción en la letra pequeña de las declaraciones de la Seguridad Social. La mía ultima decía que “La ley que rige el volumen de las prestaciones puede cambiar porque, para 2034, los impuestos al trabajo recaudados serán bastantes como para pagar solo el 79% de las prestaciones esperadas aproximadamente”. En otras palabras, el coste real debe incluir el hecho de que muchos billones de dólares de promesas serán sencillamente denegados en el futuro.
Otra área de abuso de los números por el gobierno es cómo usa el análisis de coste beneficio. Ha pasado de ser una técnica para organizar y aclarar nuestros juicios sobre proyectos a ser una manera sistemática de representar erróneamente la realidad en la dirección política deseada. Las cargas excesivas se ignoran, como se ha explicado antes. Pero a eso se añaden cada vez más efectos multiplicadores de los que el gobierno gasta dinero, pero suponiendo que el aumento el dinero no tiene un efecto similar en la dirección opuesta. La doble contabilidad de beneficios es endémica. Por ejemplo, contando empleos creados y renta generada como si fueran beneficios independientes, cuando en realidad son dos maneras distintas de contar dos veces la misma cosa. De hecho, los empleos realmente representan las cargas soportadas para recibir la renta: costes, no beneficios adicionales. Los costes y las fechas de ejecución son infraestimados de manera masiva de forma rutinaria, exagerando los beneficios (que no empiezan más que después de lo prometido) e infravalorando los costes (el tren bala de California ofrece un excelente ejemplo actual).
Cuando se acumulan las malas representaciones, los “analistas” que son claramente conscientes de que “nunca volverás a trabajar de nuevo en este pueblo si no das las respuestas que considero correctas” pueden hacer ingeniería inversa de los supuestos necesarios para producir esas respuestas como previsiones. Pero esas previsiones están tan enormemente alejadas de la realidad que prácticamente no proporcionan ninguna guía útil.
La venta fraudulenta del Obamacare y también proporcionó algunos ejemplos de una forma de mostrar detalles incomprensibles para manipular las cifras y crear enormes falsas representaciones.
Los diseñadores del Obamacare usaron su conocimiento de los métodos de la oficina de presupuestos del Congreso para manipular las percepciones públicas. Este es el origen de las obligaciones del programa. Jonathan Gruber decía que “La propuesta se escribió de una manera tortuosa para asegurarnos de que la oficina de presupuestos no considerara las obligaciones como impuestos. Si la oficina calificaba la obligación como un impuesto, la propuesta se acababa. De acuerdo, así que se escribió así” para aprovechar “la estupidez del votante estadounidense”.
La manipulación también se extendió el plazo de implantación del Obamacare, ya que las normas de la oficina de presupuestos especifican que solo hay que estimar los costes de diez años. Eso hacía que la fecha final fuera 2019. Pero el Obamacare no costaba casi nada hasta 2013, lo que permitía presentar seis años de costes como si fueran realmente comparables con el equivalente a diez años de prestaciones. Por eso un coste estimado de la oficina de presupuestos a diez años de 848.000 millones de dólares se convirtió en dos billones una vez se borró el engaño de los cuatro años.
Muchas variedades de impulsores, paternalistas y aspirantes a dictadores han afirmado que su conocimiento superior debería sustituir a las decisiones propias de los individuos, “por su propio bien”. Ejemplos de malos cálculos individuales forman parte de su manual herramientas promocionales “escúchame en vez de hacer eso”. Y la gente del mundo real a veces sí se desvía de la caricatura del “homo economicus” que siempre maximiza el beneficio o la utilidad. Puede ser porque la gente no puede apreciar apropiadamente todos los incentivos que aparecen en un escenario concreto, que sus capacidades de cálculo puedan no ser las apropiadas para la tarea o incluso que a veces prefiramos la autoestima a una renta adicional o el autoengaño a algunos aspectos de la realidad.
Sin embargo, debemos darnos cuenta de que ese comportamiento que puede incluir violaciones del estándar artificial del “homo economicus” no es necesariamente inferior a las alternativas relevantes en el mundo real, en lugar del imaginario. En sus aplicaciones en la práctica, esta siempre implican algún desplazamiento coactivo de las decisiones voluntarias de las personas por los autodenominados expertos, con un conocimiento supuestamente superior. Y quienes quieren que les sigamos no nos conocen, ni conocen nuestras circunstancias relevantes mejor que nosotros, ni se preocupan por nosotros más que nosotros mismos, por muy ruidosamente que proclamen su supuesto altruismo. No están dispuestos a confiar en que sencillamente “educarnos” mejor sería suficiente si dejan en nuestras manos las decisiones de cómo responder. Además, esa buena voluntad no explica buena parte de su comportamiento real aquellos sobre quienes afirman preocuparles tanto, ni el historial de dichos trabajos se muestra inmaculado.
Sin embargo, todavía más ominoso es el abrumador grado en el que el gobierno, supuestamente el medio a utilizar para mejorar nuestro bienestar, se basa habitualmente en múltiples malas representaciones en casi todas las áreas dentro de su alcance brobdingnagiano. Esas mentiras intencionadas ayudan a otros intereses: los suyos, no los nuestros, porque, como ha dicho Thomas Sowell: “Cuando quieres ayudar a la gente, le dices la verdad”. Combinada con la frecuencia con la que se aplican y apoyan políticas públicas mediante la alteración y/o el completo abandono de la verdad, esto justifica una enorme sospecha más que una presunción de eficacia de dichas políticas y de confianza en su promoción, lo que hace que las magnitudes de nuestras limitaciones matemáticas y manías autodesarrolladas resulten insignificantes en comparación.
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