Mencken: Una retrospectiva

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[Articulo de Newsweek del 20 de febrero de 1956 y reimpreso en Business Tides: The Newsweek Era of Henry Hazlitt]

H.L. Mencken, que murió el 29 de enero, fue el mayor crítico literario estadounidense de su generación, su estilista más importante, su iconoclasta más eminente, el principal azote de la tradición refinada y una gran fuerza liberadora.

Le dedico este artículo con la esperanza de corregir una incomprensión persistente acerca de sus ideas económicas y políticas. La opinión general, reflejada en la mayoría de los obituarios, es que Mencken empezó siendo un archirrebelde y un machacador de ídolos, pero que, cuando llegó el New Deal, no pudo mantenerse al día de su “progresismo” y sus “nuevas ideas”, así que la procesión le sobrepasó, dejándole como un simple “conservador”.

Quienes sostienen esta opinión nunca han entendido ni la naturaleza real del New Deal, ni la filosofía real de Mencken. Esa filosofía no cambió nunca. Mencken fue ante todo y sobre todo un libertario. Esto explica su guerra constante contra la censura y las prohibiciones y la mayoría de sus ataques a la “democracia”, en la medida en que esta palabra se usaba para deducir un derecho de la mayoría a eliminar o perseguir a una minoría inconformista.

Puedo hablar de esas opiniones con cierta confianza, no solo porque he devorado toda su obra al ir apareciendo, sino debido a una experiencia personal cercana. Cuando Mencken me nombró en 1933 para sustituirle como editor en The American Mercury, pensaba que yo entendía su filosofía y él la mía lo suficientemente bien como para garantizar a sus lectores que en la revista “habría pocos cambios en los objetivos y principios básicos”.

En sus opiniones políticas y económicas, Mencken desde el principio no fue ni “radical”, ni “conservador”, sino libertario. Defendió la libertad y la dignidad del individuo. Por tanto, siempre consideró absurdo el socialismo. Le gustaba decir que nunca había conocido un socialista que no estuviera también chalado en otros asuntos. Uno de sus primeros libros, Men vs. the Man, publicado en 1910, era un debate contra un socialista. Su famoso ataque contra “este profesor Dr. Thorstein B. Veblen, gran Cabeza Pensante de los radicales de salón, Sócrates de la intelectual Greenwich Village, estrella principal [al menos transitoriamente] de los ateneos estadounidenses” aparecía, es importante recordarlo, en 1919, en la primera serie de los Prejuicios y al inicio de la gran moda de Mencken.

Veblen siguió siendo el favorito de los izquierdistas intelectuales estadounidenses durante al menos veinte años más. Cuando el New Deal estaba en lo más alto de su poder y prestigio, estaba de moda decir que Mencken se había “equivocado” con Veblen, porque no había podido entenderle. Ahora que se está desvaneciendo rápidamente la exorbitante reputación de Veblen, tal vez sea permisible señalar que lo sólido que había en su celebrado Teoría de la clase ociosa ya lo había dicho Aristóteles en unos breves párrafos y que los ataques de Veblen al “sistema de precios” venían de un hombre que no entendía ni remotamente ese sistema, ni el papel que desempeña en estimular, dirigir, signar y equilibrar la producción.

Mencken no era un economista técnico. No poseía las herramientas intelectuales especializadas necesarias para diseccionar todas las falacias de Veblen. De hecho, su propio ensayo se publicó un par de años antes de “The Engineers and the Price System”, de Veblen. Pero Mencken tenía un olfato casi infalible. Podía detectar normalmente la pretenciosidad y las tonterías a la primera. Es verdad que su ensayo empieza con un ataque principalmente contra el “el estilo increíblemente oscuro y maloliente” del profesor. Pero cuando llega a sus ideas, las vitupera de forma irreparable y concluye: “De principio a fin, encontraréis la misma tortura tediosa de simples hechos, la misma incansable acumulación de una teoría delgada y prolija, la misma grandilocuencia flatulenta, el mismo estrabismo intelectual”.

En resumen, Mencken sabía desde el principio que las ideas de Veblen eran “sencillamente socialismo aguado”. Valoraba demasiado la libertad humana como para que se perdiera a manos de la creciente manía académica por el colectivismo. Como Herbert Spencer, creía que “todo socialismo implica esclavitud”. Presentó su voto particular.


El artículo original se encuentra aquí.

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