Murray Rothbard: Enemigo del estado

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[Extraído de “Tres tesoros nacionales: Hazlitt, Hutt y Rothbard“]

Ludwig von Mises fue el mejor economista y defensor de la libertad del siglo XX. En erudición y pasión por la libertad, su verdadero heredero es Murray N. Rothbard.

Rothbard nació en Nueva York en 1926. Se doctoró en la Universidad de Columbia y estudió durante más de diez años con Mises en la Universidad de Nueva York. Sin embargo, su grado estuvo retrasado durante años y estuvo a punto de no recibirlo debido a una intervención sin precedentes de un miembro de la facultad.

La tesis de Rothbard (The Panic of 1819) mostraba cómo del Banco de los Estados Unidos, el antecesor de la Reserva Federal, causó la primera de presión estadounidense. Este ofendido profesor, Arthur Burns, posteriormente presidente de la Reserva Federal con Nixon, se horrorizó por la postura de Rothbard en contra del banco central y a favor del patrón oro.

Rothbard acabó consiguiendo su doctorado y empezó a escribir para la libertaria Volker Fund en Nueva York. Como su gran maestro Mises, las opiniones de Rothbard le impidieron conseguir un puesto de enseñante en una gran universidad estadounidense. Finalmente fue contratado por el politécnico de Brooklyn, una escuela de ingeniería sin grados en economía, en el que su departamento estaba lleno de keynesianos y marxistas.

Trabajó allí, en una oficina oscura y sucia en el sótano, hasta 1986, cuando (gracias al empresario de libre mercado S.J. Hall) se le ofreció una cátedra distinguida de economía en la Universidad de Nevada, Las Vegas.

Pero esta falta de una base académica de prestigio no impidió a Rothbard, igual que pasó con Hazlitt, Hutt o Mises, llegar a una amplia audiencia de intelectuales, estudiantes y público en general. Rothbard es el autor de cientos de artículos innovadores de investigación y de 16 libros, incluyendo El hombre la economía y el estado (1962), America’s Great Depression (1963), Poder y mercado (1970), Por una nueva libertad (1973), Conceived in Liberty (1976), La ética de la libertad (1982) y El misterio de la banca (1983).

En America’s Great Depression, una historia revisionista acreditada de esa debacle económica, Rothbard usa la teoría austriaca del ciclo económico para demostrar que la inflación de la Reserva Federal creó el auge de los años veinte y el declive de los años treinta. Los continuos ataques al mercado por parte de Hoover y FDR (en forma de leyes de cierres de fábricas, impuestos, intervención agrícola, controles de precios y demás) impidieron una liquidación de las malas inversiones realizadas durante el auge y prolongaron y profundizaron la depresión. Este libro también contiene la explicación más clara y convincente de la teoría austriaca del ciclo económico para los estudiantes. Tanto The Panic of 1819 como America’s Great Depression usan herramientas teóricas tomadas de la gran tradición de la economía austriaca, incluyendo la teoría del desarrollo de las instituciones monetarias de Carl Menger, la teoría del capital y la teoría de la preferencia temporal del interés de Eugen von Böhm-Bawerk y la metodología y la teoría del ciclo económico de Mises. Rothbard resolvía varios problemas teóricos en cada uno y los entremezclaba para crear un modelo praxeológico formal. Tuvo éxito no solo a la hora de explicar las fluctuaciones cíclicas causadas por la intervención del banco central, sino también al crear el alegato a favor del patrón moneda de oro, sin banco central, con una reserva 100% y laissez faire.

Después de la magistral integración de Rothbard, los economistas ya no podían desdeñar las recesiones y depresiones como una parte “inevitable” de la economía de mercado. Por el contrario, está claro que las causa la inflación del banco central y la correspondiente distorsión de los tipos de interés, las malas inversiones de capital, el robo del ahorro y los aumentos de precio que conlleva. El gobierno, del que el banco central es solo un brazo, es el origen real de los ciclos económicos.

Aunque sigue practicándose casi universalmente dentro de la organización industrial y la teoría de precios neoclásicas, Rothbard refuta la falacia de independizar los precios de monopolio de los precios competitivos. La distinción entre los dos solo existe en el mundo de los modelos de precios neoclásicos, en el que los empresarios cargan precios cada vez más altos en la porción inelástica de la curva de demanda de los consumidores. Pero estos modelos estáticos no tienen nada que ver con el proceso dinámico del mercado. Rothbard demostraba que una economía libre tiene solo un tipo de precio: el precio del mercado libre, destruyendo así toda la justificación neoclásica y keynesiana de las políticas antitrust.

Los monopolios existen, demuestra Rothbard, pero solo cuando el gobierno erige una barrera de entrada en el mercado concediendo alguna empresa o sector un privilegio especial. Los monopolios reales incluidos son los admitidos, como correos, los algo ocultos como las empresas de energía eléctrica y, el peor de todos, el menos cuestionado, la Reserva Federal.

En 1956, Rothbard realizó el primer avance formidable campo de la utilidad del bienestar desde la revolución marginal de la década de 1870 con su artículo “Hacia una reconstrucción de la economía de la utilidad y del bienestar”. Partiendo de la obra de Menger, demostraba que la utilidad es algo que solo podemos conocer observando las preferencias individuales reveladas a través de la acción humana. La utilidad, un concepto estrictamente ordinal y subjetivo, no puede agregarse y por tanto no puede haber una utilidad total. Esta idea elimina los fundamentos de la mayoría de la teoría moderna de la utilidad y el bienestar social, que, aunque lo oculte, normalmente se basa en comparaciones interpersonales de utilidad subjetiva.

Los avances de Rothbard no solo afectan a la teoría pura de la utilidad y el bienestar, sino también a las políticas tan a menudo justificadas por los modelos neoclásicos de bienestar: redistribución de la riqueza, impuestos progresivos y planificación estatal. Cuando las personas son libres de comerciar y demostrar sus preferencias subjetivas sin interferencia del gobierno, cada parte espera beneficiarse del intercambio, pues, si no, no intercambiarían desde el principio. Así que Rothbard deduce que los mercados libres maximizan la utilidad y el bienestar, mientras que la intervención pública, por el mismo hecho de que está obligando a la gente a comportarse de maneras en las que no lo haría, no puede sino disminuir la utilidad y el bienestar.

Fueron estos fundamentos los que permitieron a Rothbard integrar una teoría rigurosa de los derechos de propiedad con una teoría científica de la economía. Hoy, otros dentro de la Escuela de Chicago están tratando de hacer lo mismo mediante estudios de derecho, ética y medios para la optimización de la utilidad. Pero hasta que no acepten la teoría de la utilidad y el bienestar como la enseña Rothbard y basen su análisis en la lógica pura de la acción no tendrán éxito.

En su gran obra El hombre, la economía y el estado, Rothbard proporciona una defensa rigurosa de la ciencia económica. Es un tratado que cubre toda la materia y es la última de esas grandes obras. En él, clara y lógicamente, Rothbard deduce toda la economía a partir de sus primeros principios. Es un tour-de-force sin igual en la economía moderna.

En su Poder y mercado (originalmente parte de El hombre, la economía y el estado), desarrolló una crítica completa de la coacción del gobierno. Desarrolla tres útiles categorías de intervención: autista, binaria y triangular. La intervención autista impide que una persona ejercite control sobre su propia persona o propiedad, como pasa con el homicidio o las infracciones de la libre expresión. La intervención binaria obliga a un intercambio entre dos partes, como en un asalto en una carretera o los impuestos de la renta. Finalmente está la triangular, en la que el gobierno obliga a dos personas a realizar un intercambio o a no hacerlo, como en el control de rentas o los salarios mínimos. Indica cuidadosamente los malos aspectos de toda posible intervención en la economía, refuta las objeciones morales contra el mercado y desarrolla la primera y única crítica praxeológica de todos los tipos de impuestos, demostrando que los impuestos no son nunca neutrales.

Rothbard también abrió un nuevo campo al atacar las estadísticas del gobierno. Como al gobierno le falta el conocimiento generado por el mercado, debe recoger millones de estadísticas para planificar la economía, lo que, por supuesto, es incapaz de hacer en último término. Entre las estadísticas menos favoritas de Rothbard está el “déficit comercial”, que solo se considera un problema porque el gobierno mantiene las cifras. Gracias a Dios, ha señalado, no se mantienen estadísticas comerciales sobre Manhattan y Brooklyn. “En otro caso oiríamos gritar a los políticos de Brooklyn sobre el peligroso déficit comercial con Manhattan”.

Otra estadística que le disgusta es el PIB. La cifra cuenta los pagos sociales y todo el resto de gasto público como “productividad”. Su propia alternativa, el RPP o Remanente del Producto Privado (para los productores) muestra un retrato más claro al restar el gasto público de la economía. También ha creado (con el profesor Joseph Salerno) una alternativa austriaca a las estadísticas de oferta monetaria de la Reserva Federal, que se crearon sin ninguna consideración por la coherencia teórica. No solo es un economista brillante, sino también un maestro de la historia política narrativa, como demuestra su historia colonial de Estados Unidos en cuatro tomos, Conceived in Liberty, y un gran filósofo en la tradición individualista, como demuestra en La ética de la libertad. Su proyecto actual es una enorme historia del pensamiento económico desde una perspectiva austriaca que va desde los griegos antiguos hasta la actualidad. A juzgar por los capítulos hasta el momento, será el mayor estudio de este tipo nunca escrito.

Rothbard es un escritor con una energía singular, cuyas palabras relucen en la página. Como Mises, ha inspirado a millones con su visión de la sociedad libre. En el mundo académico, donde la devoción por los principios es tan popular como Washington, ha llevado la antorcha del misesianismo puro.