El 13 de abril, EEUU lanzó un ataque de misiles a Siria en respuesta a un supuesto ataque químico usando gas de cloro por parte del gobierno sirio en el pueblo de Duma. ¿Estuvo justificado este ataque? Una manera de resolver esta pregunta apela a la tradición de la “guerra justa” desarrollada por San Agustín y Santo Tomás de Aquino y perfeccionada posteriormente por Vitoria, Suárez, Hugo Grocio y otros pensadores. Los criterios para una guerra justa son estrictos y el ataque con misiles viola varios de ellos. Los criterios son tan estrictos que una autoridad, Charles Journet, dijo que “si la definición de guerra justa proporcionada por Santo Tomás de Aquino (…) se tomara en serio, probablemente se puedan contar con los dedos de una mano el número de guerras real y completamente justas”.
Probablemente el criterio esencial es que la acción de guerra debe corregir algo malo. Las naciones generalmente van a la guerra porque les interesa y entendemos por “interés” un intento de aumentar el poder e influencia propios, pero no es esta la manera en que ve el asunto la tradición de la guerra justa. Aquí lo malo sería el ataque químico, pero esto plantea un problema. ¿Cuál es la evidencia de que hubo ese ataque? Un grupo ruso de expertos no encontró ninguna evidencia de que hubiera tenido lugar algún ataque e incluso si tratáramos su declaración como propaganda y aceptáramos que ha habido un ataque, seguirían haciendo falta evidencias de que lo habrían perpetrado las fuerzas del gobierno sirio. La CIA nos aseguraba esto, pero considerando el historial de esta agencia, difícilmente puede aceptarse su palabra como concluyente. Indudablemente, si se supone que un ataque químico justificaba el lanzamiento de misiles, tendría que haber habido antes una investigación completa para aclarar los hechos del caso.
Supongamos que, al contrario que los hechos, la investigación hubiera establecido la responsabilidad del régimen de Assad en un ataque químico. ¿Sería entonces aceptable el ataque estadounidense con misiles? No, no sería así. Como señala el teólogo anglicano Oliver O’Donovan en The Just War Revisited (Cambridge Univ. Press, 2003), los papas Pío XII y Juan XXIII sostuvieron que, bajo las condiciones modernas, cuando una confrontación entre estados puede escalar fácilmente hasta una guerra nuclear con sus horrores indiscriminados, solo pueden considerarse justas las guerras defensivas: “Pío XII condenaba las ‘guerras agresivas’ (usando ese término en su sentido técnico, refiriéndose a las guerras de reparación o castigo) y Juan XXIII condenaba las guerras de reparación: ‘Es difícil imaginar que una guerra en la era atómica pueda ser un medio apropiado para restaurar derechos violados’”. (O’Donovan rechaza esta opinión, por razones que me parecen poco sólidas). Siria no amenaza de ninguna manera a Estados Unidos, así que desde este punto de vista el supuesto ataque químico no justificaría una respuesta estadounidense.
¿Pero qué pasa si se rechaza esta interpretación de la condición de “corregir algo malo”? Ese caso, lo malo sería que el gobierno sirio lanzó un ataque directo contra civiles, usando un arma química prohibida por la Convención de Armas Químicas. (Repito, ahora estamos suponiendo, algo manifiestamente contrario al hecho: que se habría establecido la culpabilidad del gobierno sirio). ¿Sería entonces justificable la respuesta de los misiles?
No, no lo sería. Corregir algo malo debería ser el motivo real de la intervención. En el caso actual, EEUU quiere bloquear los intentos de Irán y Rusia de ganar influencia en Siria y por tanto quieren impedir una victoria completa del régimen de Assad. Actuar para promover intereses políticos de poder no cumple el criterio de humanitarismo, ni siquiera si se defiende el ataque de los misiles como un gesto humanitario.
Pero supongamos, de nuevo en contra de los hechos, que corregir algo malo fuera el motivo principal de la intervención estadounidense. ¿Bastaría esto para justificar la intervención? De nuevo, no. El ataque no cumpliría otro requisito, el criterio del último recurso. Jean Bethke Elshtain en su Just War Against Terror, (Basic Books, 2003) enuncia el criterio de esta manera: “Correctamente entendido, el último recurso es un recurso a la fuerza armada tomado después de una deliberación en lugar de como una reacción inmediata. El criterio del último recurso no obliga a un gobierno a intentar todo lo demás en la práctica, sino más bien a explorar otras opciones antes de concluir que nada parece apropiado o viable a la vista de la naturaleza de la amenaza”. (La he citado porque no es posible que se la acuse de un sesgo antiintervencionista). Está claro que Estados Unidos no hizo ningún intento de llegar a una resolución pacífica del problema con el gobierno sirio, sino que por contrario actuó como juez, jurado y verdugo.
Hay otro criterio más de guerra justa por el que la acción de Estados Unidos puede ser “puesta en la balanza y considerada deficiente” y esta es la más importante. El ataque armado debe tener una buena perspectiva de evitar el mal contra el que se dirige, sin traer consecuencias peores con ella.
De nuevo es evidente que el ataque de misiles no cumple con el patrón requerido. El ataque abre la puerta a un número indefinido de ataques adicionales. Es una receta para una guerra continua, porque las violaciones de derechos entre las naciones del mundo por desgracia no son algo raro. El uso de un disfraz humanitario para justificar una política exterior agresiva generará, como dijo Charles Beard, “una guerra perpetua para una paz perpetua”.
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