La retirada del Congreso de Paul Ryan señala el fin de uno de los republicanos más prominentes de su generación. Incluso antes de adoptar el papel de Presidente de la Cámara, Ryan se había convertido, en palabras de Mitt Romney, en el “líder intelectual” del Partido Republicano después de Bush. Por desgracia, la historia de Ryan sólo puede verse como una tragedia. En todo caso, es un buen hombre, pero alguien que ha acabado traicionando casi todas las causas que afirmaba que le importaban.
La leyenda de Paul Ryan empieza cuando era un estudiante universitario de economía y ciencias políticas. Como les gusta recordar a sus enemigos, estuvo inspirado por las obras de Ayn Rand. Puede incluso haber conocido los trabajos de Hayek y Mises. Acabó como becario en Washington después de atraer la atención de Jack Kemp, que se convertiría en su mentor y le inspiró a adoptar el papel de un conservador reformista cuando entró en el Congreso en 1998.
Paul Ryan se postuló para el cargo en un momento en que el gobierno federal tenía superávits presupuestarios. Ganó en su distrito de Wisconsin con los valores sencillos del Medio Oeste: prometiendo apuntalar la seguridad social, simplificar el código fiscal y reducir la burocracia federal.
Todo esto desapareció hacia la mitad del segundo mandato de Ryan. Tras el 11-S, Paul Ryan se convirtió en un voto seguro para la acción militar y la expansión del estado de guerra.
Cinco años de superávits presupuestarios dieron pronto paso a nuevos déficits. En 2003, el congreso liderado por los republicanos aprobó el presupuesto con el mayor déficit de la historia de EEUU. Hay que reconocer que Ryan votaba en contra de muchas de las propuestas de asignación cuando llegaban a la Cámara. El problema es que Ryan apoyaba explícitamente las políticas que hacían inevitables estos presupuestos siempre crecientes. Incluso su mayor logro legislativo de Rayn, la propuesta de recorte fiscal de 2017, se vio afectado por seguirle un presupuesto enorme con aumentos desmesurados en gasto militar.
El problema con la economía del conservadurismo de Reagan-Kemp es que sencillamente ignoraba la realidad de que, en el mejor de los casos, un gasto militar desmesurado es siempre una rémora para la economía privada productiva mayor que cualquier otro programa público. De hecho, en la práctica, como señala frecuentemente Robert Higgs, suele ser mucho peor. Aparte de la pérdida de vidas inocentes que deriva de la guerra y las escaladas futuras que se pueden producir por las represalias, están las diversas maneras en que los programas que pretenden una “defensa nacional” erosionan las libertades civiles de los ciudadanos en el interior.
Por supuesto, ser un seguidor voluntario de la fracasada política exterior de la administración Bush no es lo que promocionó a Paul Ryan a la futura Presidencia de la Cámara. No, se convirtió en un líder republicano debido a su trabajo como presidente del comité del Presupuesto y a una reputación de ser un estudioso político serio. Por desgracia, eso tampoco se sostiene ante ningún análisis serio.
La parte más impresionante del famoso presupuesto de la “vía la prosperidad” de Paul Ryan es que consiguió que Paul Krugman y Bob Murphy estuvieran completamente acuerdo: no era una propuesta política seria.
Como señalaba Murphy en su momento en Mises.org, el presupuesto de Ryan se basaba totalmente en una ilusión y en malos trucos contables. Por ejemplo, su presupuesto solo realizaba recortes menores a corto plazo, retrasaba las reformas más impopulares políticamente hasta un futuro lejano (donde probablemente fueran anuladas) y aun así solo conseguían equilibrar el flujo de caja del gobierno federal en 2030 (con lo que tampoco se ocupaba el problema real de los pasivos no financiados). Lo único que lo salvaba era cómo se veía en comparación con los planes que llegaron de la administración Obama en ese momento, pero, como bromeaba Murphy: “eso es como decir que Darth Vader es un buen tipo comparado con el emperador”.
Por supuesto, toda la idea de que Ryan era el hombre para reformar los derechos sociales nunca tuvo mucho peso, dado su propio historial legislativo. Después de todo, estuvo entre aquellos que apoyaron la expansión del Medicare en 2003, que añadió billones a los pasivos no financiados de Medicare.
Por desgracia para Ryan, la naturaleza inane de su presupuesto no le protegió de los cáusticos ataques de la izquierda. Es sabido que los demócratas le retrataban tirando por barrancos a ancianitas porque se atrevió a sugerir cambios en las prestaciones futuras de Medicare. De hecho, tal vez la mayor contribución de Paul Ryan al discurso político moderno es demostrar la imposibilidad de que Washington al menos discuta razonablemente dar pequeños pasos hacia la solución de una situación fiscal que parece inevitablemente destinada a la quiebra.
Y esa es una lección que no debería olvidarse. En lugar de desperdiciar capital en reformas sin mordiente, la mejor aproximación para el avance de los conservadores fiscales es identificar maneras para que los estadounidenses eludan estos desastres inevitables. Igual que la mejor manera de “arreglar la Fed” es dar alternativas a los estadounidenses y la mejor manera de “arreglar la educación pública” es permitir a padres y niños quedar fuera de su alcance, la mejor manera de gestionar futuras prestaciones es ser honrado acerca de su inevitable insolvencia y animar a los estadounidenses a prepararse para un futuro en el que no estén.
En resumen, la experiencia de Paul Ryan en Washington es un gran ejemplo de las debilidades propias del tipo de “conservadurismo reformador” que se defiende a menudo en las páginas de revistas conservadoras “respetables”. La idea de que pasivos no financiados de más de 100 billones de dólares puedan gestionarse con prestaciones condicionadas y haciendo pequeños ajustes en la idoneidad no resulta convincente sobre el papel y eso antes de tener en cuenta la típica paralización partidista. Especialmente cuando esos mismos “intelectuales” continúan haciendo redoblar los tambores a favor de un ejército cada vez más activo y caro.
Creo que Paul Ryan fue al Congreso queriendo hacer mejor este país. Por desgracia, lo deja con sus huellas digitales en todas las políticas que lo han cargado con billones de dólares en nueva deuda, miles de soldados muertos, un mundo más peligroso y el hogar de uno de los estados de vigilancia más temibles del mundo. Ojalá vuelva a Wisconsin y encuentre trabajo fuera de la política. El país no necesita que siga teniendo influencia en Washington.
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