La “libertad frente a las necesidades” es una de las nociones de libertad más frecuentemente invocada de nuestro tiempo. Sin embargo, es una falsa libertad que políticos y socialistas ofrecen para atraer a la gente para que acepte políticas que destruyen la verdadera libertad. La libertad frente a las necesidades ha sido sonoramente defendida en este siglo por aquellos a quienes favorece eliminar casi todos los límites al poder público.
Por ejemplo, Sidney y Beatrice Webb, dos de los fundadores del socialismo británico y autores de The Soviet Union: A New Civilization?, afirmaban en 1936: “La libertad personal significa en la práctica el poder de la persona para comprar suficiente alimento, alojamiento y ropa”.[1]
Los Webb no especificaban cuántos millones de personas debería permitirse al gobierno matar en nombre de la “libertad frente a las necesidades”. Pero durante la década más sangrienta de Stalin, afirmaron que para que la planificación económica del gobierno tuviera éxito “debe suspenderse la discusión pública entre la promulgación de la decisión y el logro de la tarea” y que cualquier crítica del plan maestro debería considerarse “un acto de deslealtad o incluso de traición”.[2]
Para que el gobierno sea capaz de liberar a la gente con comida y ropa, debe tener poder para ejecutar a cualquiera que critique el plan económico oficial. Después de visitar Ucrania, los Webb apoyaron la guerra de Stalin contra los kulaks (los campesinos menos empobrecidos), comentando que “debe reconocerse que hay que enfrentarse a la liquidación del individuo capitalista en la agricultura si se quiere obtener el aumento requerido en la producción”.
(La producción se desplomó).
Igualar la libertad a niveles satisfactorios de vida se hizo más común al ir avanzando el siglo XX. “La verdadera libertad significa buenos salarios, pocas horas de trabajo, seguridad en el empleo, buenas casas, oportunidades de ocio y recreo con familia y amigos”, escribía Sir Oswald Mosley, el más famoso defensor británico de la Alemania nazi, en su libro de 1936, Fascism.[3]
James Gregor señalaba en su libro The Ideology of Fascism que el fascismo busca “restricciones que estimulen una mayor libertad efectiva del individuo.[4]
El presidente Franklin Delano Roosevelt señalaba en 1937 que “incluso parte de nuestro propio pueblo puede preguntarse si la democracia puede igualar a la dictadura en dar a esta generación las cosas que quiere del gobierno”.[5]
El profesor de la Universidad de Chicago, Leslie Pape, señalaba en 1941 que “las democracias están dispuestas a admitir las afirmaciones de los estados totalitarios con respecto a grandes logros en la causa de la libertad positiva”.[6]
El historiador británico E.H. Carr, escribiendo en 1951, observaba que, para la época moderna, “la libertad frente a la limitación económica de las necesidades era claramente tan importante como la libertad frente a la limitación política de reyes y tiranos”.[7]
Carr justificaba la multitud de controles económicos en la Gran Bretaña de la posguerra: “El precio de la libertad es la restricción de la libertad. El precio de alguna libertad para todos es la restricción de la mayor libertad de algunos”.[8]
Sin embargo, con este patrón, no hay límite a la cantidad de libertad que el gobierno puede destruir en nombre de crear “mayor libertad para algunos”. El gobierno laborista británico que defendía Carr avanzó en la libertad reclutando forzosamente mano de obra para la minas de carbón y dando poder al Ministro de Trabajo para dirigir trabajadores a cualquier empleo que se considerara de interés nacional, permitiendo a más de 10.000 funcionarios públicos a realizar registros (incluyendo casas particulares) sin autorización, prohibiendo a los restaurantes servir a los clientes comidas que costaran más de 5 chelines (menos de 2$ en 1947) y multando a los granjeros que rechazaran plantar los cultivos concretos que reclamaba el gobierno.[9]
El gobierno también “nacionalizó todos los usos potenciales de la tierra en Reino Unido, solo permitiendo la continuidad de los ya existentes y obligando a solicitar ‘permiso de planificación’ para cualquier otro”, como señalaba el profesor Gideon Kanner.[10]
El gobierno laborista ofrecía libertad a través de la solidaridad de estar en la misma cola de racionamiento: liberación mediante privación. (Un artículo del New York Times de 1998 citaba el racionamiento de comida del gobierno laborista de posguerra, que continuó hasta la década de 1950, como un factor contribuyente al declive a largo plazo de la cocina británica).[11]
Cuanto más prometen dar los políticos, más derecho a tomar se atribuyen. Carr, trabajando en 1945 como presidente del Comité de la UNESCO de los Principios de los Derechos del Hombre, declaraba que “ninguna sociedad puede garantizar el disfrute de dichos derechos [a limosnas públicas] salvo que a su vez tenga derecho a reclamar y dirigir las capacidades productivas de las personas que los disfrutan”.[12]
Así que el precio de las prestaciones públicas es un control político ilimitado sobre las nóminas y la vida laboral de la gente.
Una vez se iguala libertad con cierto patrón material de vida, la confiscación se convierte en la vía hacia la liberación. Así, cuanto más ávidamente aumenta los impuestos un político, mayor es su aparente amor por la libertad. En el nombre de proveer “libertad frente a la necesidad”, el político consigue un pretexto para destruir las bases de la independencia privada de los ciudadanos. La “libertad frente a la necesidad” se convierte en una licencia para políticos, en lugar de una declaración de derechos de los ciudadanos.
Se supone que quien no tiene ciertas posesiones no es libre… y necesita un rescate político. El presidente Johnson, al justificar la enorme expansión de los programas públicos sociales, declaraba en 1965: “Los negros están atrapados (igual que muchos blancos están atrapados) en una pobreza heredada y sin salida. (…) La pobreza pública y privada se combinan para perjudicar sus capacidades”.[13]
El vicepresidente Hubert Humphrey definía a una persona pobre como “el hombre que por razones más allá de su control no puede cuidar de sí mismo”. Esta perspectiva de la pobreza y la autoayuda se burla de toda la historia estadounidense. Implica que cualquier persona que gane menos de 7.890$ al año (la línea oficial de pobreza para una persona sola) es incapaz de cualquier disciplina o resolución.
Mientras que los defensores de la libertad positiva insisten en que el gobierno debe intervenir para que cada persona “pueda ser todo lo que pueda ser”, los programas sociales públicos son conocidos por recompensar a la gente por hacer lo mínimo por sí misma. El presidente Roosevelt advertía en 1935 que “la dependencia continuada de las ayudas sociales induce a una desintegración espiritual y moral esencialmente destructiva de la fibra nacional”.[14]
El presidente Clinton declaraba en 1996: “Durante décadas, el bienestar ha sido demasiado a menudo una trampa, consignando generación tras generación un ciclo de dependencia. Los hijos del estado social es más probable que abandonen la escuela, quebranten la ley, sean padres adolescentes y críen a sus propios hijos con ayudas sociales”.[15]
Una pleamar ya no levanta todos los botes cuando el gobierno recompensa a la gente por echar a pique sus propios barcos.
La fe en la libertad frente a las necesidades depende de una miopía política que se centra devotamente en solo un lado de la contabilidad de la acción del gobierno. Es medir la libertad de acuerdo con lo mucho que hace el gobierno por el pueblo y sin considerar en absoluto lo que el gobierno hace al pueblo. El gobierno proporciona “libertad” para el receptor de la ayuda social imponiendo servidumbre fiscal sobre el trabajador. En una época de prosperidad sin precedentes, las políticas fiscales del gobierno han convertido la vida del ciudadano medio en una lucha financiera y han asegurado que probablemente se convierta en dependiente del estado en sus últimas décadas.
Algunos estatistas insisten en que los impuestos son irrelevantes para la libertad. Según el sociólogo Robert Goodin:
Si lo que pierde el rico cuando se redistribuye su propiedad se describe como una pérdida de libertad, entonces la ganancia para el pobre debería describirse como una ganancia de libertad. (…) No hay pérdida neta de libertad para la sociedad en su conjunto, diferenciada de los individuos que la componen, cuando hay impuestos redistributivos. Es decir, no hay base en términos de libertad (…) para oponerse a ellos.[16]
¿Qué quiere decir Goodin con “libertad para la sociedad en su conjunto”? Bajo este patrón, la esclavitud no reduciría la libertad de una sociedad, ya que la pérdida de libertad del esclavo sería equivalente a la ganancia de libertad del dueño del esclavo. Tampoco hay ninguna diferencia, en términos de libertad, entre permitir a la gente retener sus ganancias y gastarlas como decidan y que el gobierno confisque su dinero para contratar más reguladores, inspectores e informantes para reprimir mejor a la ciudadanía.
¿Cuáles son los resultados prácticos de la “libertad frente a las necesidades” moderna? El economista Edgar Browning, escribiendo en 1993, examinaba el coste marginal de la redistribución, definido como “la relación entre la pérdida agregada de los cuatro quintiles superiores de las familias y la ganancia agregada del quintil inferior de las familias”.[17]
Browning estimaba que el coste marginal para el 80% más rico de las familias de aumentar la renta del 20% más pobre en 1$ era de 7,82$.[18]
Los costes marginales de la redistribución son mucho mayores de lo que podría suponer la gente, debido a la reducción de incentivos para trabajar, tanto entre contribuyentes como receptores. Asimismo, como señalaba Browning, “los tipos fiscales marginales deben aumentar muy abruptamente en relación con la cantidad de renta a distribuir”. Combinando el análisis de Browning con la definición de Goodin, la redistribución confiscatoria destruye casi ocho veces la “libertad” que crea.
Una vez se acepta la “libertad frente a las necesidades” como libertad preeminente, se convierte en una lista de deseos que justifica innumerables incursiones políticas cada más profundas en las vidas de las personas. La profesora de Princeton, Amy Gutmann, en su libro de 1980, Liberal Equality, declaraba: “Los igualitaristas liberales quieren decir que la libertad de elección no tiene mucho sentido sin un derecho a aquellos bienes necesarios para la propia vida”.[19]
El desarrollo de Gutmann del concepto “bienes necesarios” revela cómo el gobierno estaría obligado a controlar prácticamente todo: “Suministrar a los más pobres más bienes de primera necesidad sería insuficiente si su sentido de la autoestima o su mismo deseo de perseguir sus ideas de lo bueno se ven coartados por una baja autoestima”.[20]
Bajo este patrón, la libertad se viola cuando la gente sufre baja autoestima y el gobierno está obligado a intervenir por la fuerza para garantizar que todos piensen bien de sí mismos.
El científico político Alan Wolfe, que se autodescribe como un “liberal del bienestar”, afirmaba en 1995 que “la gente necesita un mínimo de seguridad y mantenimiento de rentas, suscrito por el gobierno, para cumplir el ideal de libertad negativa, que es la autosuficiencia”.[21]
La dependencia del gobierno es la nueva forma mejorada de independencia: la dependencia del gobierno no cuenta, porque el gobierno es más amigo tuyo que tú mismo. Pero cuanto más depende la gente del gobierno, más susceptible es al abuso político y burocrático. La libertad frente a las necesidades solo es concebible mientras a la gente solo se le permita necesitar lo que el gobierno piense que debería tener.
La libertad frente a las necesidades supuestamente deriva de que el gobierno tome lo que posee una persona, de forma que pueda devolverle lo que crea que merece. El estado del bienestar es, o una manera de obligar a la gente a financiar sus propias prestaciones a través de recaudadores político-burocráticos, o una manera de obligar a algunas personas a trabajar para beneficio de otras. En el primer caso, el gobierno sacrifica la libertad personal en un fraude que significa que el gobierno debe gravarle para subvencionarle; en el segundo, el gobierno sacrifica la libertad personal para “liberar” a otros, a menudo los que deciden no trabajar. Si alguien paga los impuestos que financian las prestaciones públicas que recibe, es menos libre de lo que habría sido en caso contrario.
Algunos defensores de la “libertad frente a las necesidades” deducen que el gobierno es un gran benefactor cuando promete a los ciudadanos “tres comidas calientes y un catre” (el antiguo lema de reclutamiento de los marines). Pero la libertad de comercio para una panza llena es un negocio peor hoy que nunca. Como observaba el economista F.A. Hayek: “Como resultado del crecimiento de los mercados libres, la recompensa al trabajo manual durante los últimos ciento cincuenta años ha experimentado un aumento desconocido en cualquier periodo anterior de la historia”.[22]
El trabajador medio en los países industrializados puede comprar los productos de primera necesidad con menos horas de trabajo que nunca antes. Comparando los salarios y precios actuales con los de 1800, el economista Julian Simon descubría que el trabajador medio estadounidense hoy necesita trabajar para ganar una fanega de trigo menos de una décima parte de su tiempo del que necesitaba hace dos siglos.[23]
Mientras que el precio real de la comida se ha desplomado (a pesar de las políticas agrícolas del gobierno), el “precio real” de la servidumbre política no ha disminuido.
Es comprensible que algunas personas bienintencionadas supongan que la “libertad frente a las necesidades” es la libertad más importante. Es difícil para mucha gente concebir disfrutar de algo (mucho menos de su libertad) si falta alimento, ropa o alojamiento. Sin embargo, la libertad no es una garantía de prosperidad para cada ciudadano; el hecho de que algunas personas tengan magros ingresos no demuestra que estén encadenados. Es un error fundamental confundir la libertad con las cosas que los individuos libres pueden lograr o producir y así sacrificar la realidad de la libertad en un engañoso cortocircuito al botín de la libertad. La libertad no se mide por cuánto posee una persona, sino por las restricciones y grilletes bajo los que vive.
A lo largo de la historia, los políticos han usado la propiedad de otras personas para comprarse poder. Ese es el logro principal del estado de bienestar. El peligro para la libertad de los desembolsos del gobierno estaba claro para algunos escritores políticos hace cientos de años. El escritor francés Etienne de la Boétie, en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria señalaba sobre la antigua Roma: “Los tiranos distribuirían generosidad, una fanega de trigo, un galón de vino (…) y entonces todos gritarían desvergonzadamente, ‘¡Larga vida al rey!’ Los tontos no se darían cuenta de que estaban solamente recuperando una parte de su propiedad y que su gobernante no podría haberles dado lo que recibían sin que antes no lo hubiera tomado de ellos”.[24]
La “libertad frente a las necesidades” no es posible salvo que se permita al gobierno controlar todas las cosas que quiere la gente. Los estadounidenses deben tener cuidado con las definiciones de libertad con caballos de Troya: definiciones que, una vez aceptadas, permiten a los burócratas apropiarse de la vida de todos. Los desembolsos del gobierno introducen poder político hasta los aspectos más recónditos de la vida de una persona. Y cuando la fruta está madura, los políticos toman el mando donde previamente prodigaban sus regalos.
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Citado en Fritz Machlup, “Liberalism and the Choice of Freedoms”, en Roads to Freedom: Essays in Honour of Friedrich A. von Hayek, Erich Streissler, ed. (Londres: Routledge & K. Paul, 1969), p. 126.
[2] Sidney y Beatrice Webb, Soviet Communism: A New Civilization?, vol. 2 (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1936), pp. 1038-1039.
[3] Citado en Dorothy Fosdick, What is Liberty? A Study in Political Theory (Nueva York: Harper and Brothers, 1939), p. 28.
[4] James Gregor, The Ideology of Fascism (Nueva York: Free Press, 1969), p. 212.
[5] The Public Papers and Addresses of Franklin D. Roosevelt, 1937 (Nueva York: Macmillan, 1941), p. 361.
[6] Leslie M. Pape, “Some Notes on Democratic Freedom”, Ethics, Abril de 1941, p. 26.
[7] Edward Hallett Carr, The New Society (Londres: Macmillan, 1951), p. 107.
[8] Ibíd., p. 108.
[9] John Jewkes, The New Ordeal by Planning (Nueva York: St. Martin’s, 1968; basado en su libro de 1948), p. 213.
[10] Gideon Kanner, “Tennis Anyone?”, California Political Review, Marzo-Abril 1998, p. 17.
[11] William Grimes, “History Explains Disparity Between English and French Cuisine”, New York Times, 9 de mayo de 1998.
[12] Citado en F.A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, vol. 2, The Mirage of Social Justice (Chicago: University of Chicago Press, 1976), p. 184. [Derecho, legislación y libertad]
[13] Citado en Marvin Gettleman y David Mermelstein, eds., The Great Society Reader (Nueva York: Random House, 1967), p. 256.
[14] Citado en “The Welfare Bill: Excerpts from Debate in the Senate on the Welfare Measure”, New York Times, 2 de agosto de 1996.
[15] “Radio Address of the President”, Oficina de la Secretaría de Prensa de la Casa Blanca, 7 de diciembre de 1996.
[16] “Total Tax Collections to Reach $2.667 Trillion in 1998, Tax Foundation Says”, Tax Notes Today, 11 de junio de 1998.
[17] Robert Goodin, Reasons for Welfare (Princeton: Princeton University Press, 1988), p. 313.
[18] Edgar Browning, “The Marginal Cost of Redistribution”, Public Finance Quarterly, Enero de 1993, p. 3.
[19] Amy Gutmann, Liberal Equality (Cambridge: Cambridge University Press, 1980), p. 8.
[20] Ibíd., p. 123.
[21] Alan Wolfe, Reseña de Passions and Constraint: On the Theory of Liberal Democracy, de Stephen Holmes, New Republic, 1 de mayo de 1995.
[22] Friedrich Hayek, Law, Legislation and Liberty, vol. 1, Rules and Order (Chicago: University of Chicago Press, 1973), p. 24. [Derecho, legislación y libertad]
[23] Julian Simon, “What the Starvation Lobby Eschews”, Wall Street Journal, 18 de noviembre de 1996.
[24] Etienne de la Boétie, The Discourse of Voluntary Servitude, Murray Rothbard, ed. (Nueva York: Free Life Editions, 1975), p. 70. [Discurso sobre la servidumbre voluntaria].