[Publicado originalmente en Procesos de Mercado: Revista Europea de Economía Política, vol. I, nº 2, Otoño de 2004, pp. 121-124]
Una lectura cuidadosa de las citas que nos dejó Hayek tras su muerte explica cuál es, en su opinión, el test definitivo de si alguien es o no un verdadero economista.
Es curioso prestar atención al hecho de que Hayek ya se había referido a este asunto en el Apéndice III de su Teoría pura del capital, que escribió en 1941 y termina con las siguientes palabras: “Me parece más que nunca que es verdad que la comprensión de la doctrina de que ‘la demanda de producto no es demanda de trabajo’ es ‘el mejor test para un economista’”.[1]
Hayek quiere destacar aquí uno de los puntos clave de la teoría del capital: la estructura productiva real es muy compleja y está formada por muchas etapas, de tal manera que un aumento en la demanda de productos de consumo siempre perjudicará el empleo en las etapas más alejadas del consumo (que son precisamente donde se emplea a la mayoría de los trabajadores). O, en otras palabras, los empresarios pueden perfectamente ganar dinero incluso si disminuye su ingreso (o “demanda agregada”), si reducen sus costes al remplazar trabajo por equipos de capital, generando indirectamente una demanda importante de empleo en las etapas de la producción de bienes de capital más alejadas del consumo.[2]
Es más que ilustrativo cómo Hayek, en el selecto grupo de citas sobre teoría económica que nos ha dejado casi cincuenta años después de nuestra explicación, quería referirse, una vez más, a estas ideas claves de la teoría del capital.
Efectivamente, Hayek nos dice ahora que “La inversión se ve más desanimada que estimulada por una alta demanda de bienes de consumo y lo mismo pasa con el empleo porque en una economía que avanza se emplean más trabajadores para el futuro distante que para el presente” (cursivas añadidas). Y también dice que “Al final, es la disminución de la demanda final en precios actuales los que lleva a nuevas inversiones para reducir los costes”. Por tanto, Hayek concluye que “el empleo no está determinado por la demanda agregada”. En resumen, para Hayek, el mejor test para un economista es entender la falacia implícita contenida en las teorías del infraconsumo y en lo que se llama la paradoja del ahorro: “No es la demanda de los consumidores la que consigue la generación de rentas. Es la inversión del exceso de renta sobre los gastos de los consumidores la que mantiene altas las rentas”.
Un gran número de economistas son incapaces de entender estos principios porque adoptan la aproximación macroeconómica agregada, que Hayek considera un grave error y que lleva, en su análisis final, a la ingeniería social y el socialismo (“El socialismo se basa en el error científico de la macroeconomía”). La única manera de entender lo que ocurre a nivel “macro” es usando microeconomía: “Solo podemos entender la macrosociedad mediante microeconomía”. Además, incluso los monetaristas de la Escuela de Chicago son víctimas de este error: “Incluso se dice que Milton Friedman dijo una vez: ‘Ahora todos somos keynesianos’”. La aproximación basada en el modelo de equilibrio y macroeconomía es errónea porque “una ciencia que empieza con la presunción de que posee información que no puede obtener, no es una ciencia”. Lo mismo puede decirse de la economía del bienestar, que, para Hayek, es “la base científica espuria de las políticas socialistas”.
El test del economista se amplia para incluir la comprensión del papel esencial del cálculo económico y la estimación de los costes de oportunidad que son posibles por los precios de mercado en el orden extendido de la cooperación social. De hecho, “antes de que se comprendieran los costes de oportunidad (es decir, las alternativas perdidas) no había una ciencia económica adecuada”. La idea esencial nunca fue entendida por los economistas clásicos y todavía hoy sigue “oculta por el compromiso marshalliano” o, como que se expresa mejor por parte de Hayek en otra cita: “por el largo dominio del insípido compromiso marshalliano”.
Además, para Hayek “la economía es la ciencia que puede demostrar que el racionalismo está equivocado, porque el conocimiento racional de los hechos no basta” y eso nos permite concluir que “los destructores de la civilización occidental fueron algunos de los grandes pensadores racionalistas del siglo XIX: Bentham, Mill, Russell y Keynes”. Así, “Los seductores poderosos ya no son Marx y Engels, Proudhon o Lenin, sino Keynes, Tinbergen, Galbraith y Myrdal, Leontieff y Dworkin, etc., etc. Para mí, son los enemigos de la gran sociedad extendida”. Todos comparten, en mayor o menor medida, la idea de que sin la existencia de un mercado los hombres sabrían tanto como ahora dentro de un sistema de mercado, lo que es el error fundamental de aquellos que, como Oskar Lange, afirman la posibilidad de un cálculo económico eficaz en una economía socialista.
En resumen, para Hayek, “Los locos son los que creen que saben más de lo que saben, es decir, los racionalistas”.
En una ocasión, Ludwig von Mises escribía que “lo que distingue a la Escuela Austriaca y le proporcionará fama inmortal es precisamente el hecho de que creó una teoría de la acción económica y no del equilibrio económico o la no-acción”.[3] Hayek, a su vez, toma la idea de Mises hasta un nivel general y escribe, en una de sus tarjetas, que:
El principal logro de la Escuela Austriaca es que ha ayudado decididamente a aclarar las diferencias que deben existir inevitablemente entre la ciencia que trata fenómenos relativamente sencillos [macroeconomía, modelo de equilibrio] y la ciencia de los fenómenos altamente complejos [el verdadero proceso de mercado].
Y tal vez hoy el mejor test para un economista sea su comprensión completa de esta diferencia esencial.
El artículo original se encuentra aquí.
[1] F.A. Hayek, The Pure Theory of Capital, Londres: Routledge, 1976, p. 439. [Teoría pura del capital]
[2] Huerta de Soto, J. (2006). Money, Bank Credit and Economic Cycles, Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2006, pp. 265-395. [Dinero, crédito bancario y ciclos económicos].
[3] Mises, L. von, Notes and Recollections, South Holland, IL: Libertarian Press, 1978, p. 36.