El Plan Marshall no fue el éxito que pensáis

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Al día de hoy, el Plan Marshall, ese enorme programa público de ayuda y redistribución de riqueza en el extranjero, sigue siendo considerado como un modelo de buena planificación pública y de beneficios de la redistribución por la fuerza del dinero de los contribuyentes.

En la política estadounidense, esta opinión ha llegado casi al nivel de una verdad evangélica. Por ejemplo, aunque los programas sociales nacionales se encuentran a menudo con la burla de los conservadores estadunidenses, el Plan Marshall, que se basa en los mismos fundamentos ideológicos que los estados de bienestar estadounidenses, recibe una aprobación casi universal por parte de la derecha y la izquierda estadounidenses.

Así que no es sorprendente que políticos y expertos continúen invocando el Plan Marshall para impulsar más programas actuales basados en la idea de que si los gobiernos distribuyen riqueza, se producirá naturalmente prosperidad.

Por ejemplo, el pasado martes en Europa, el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, invocaba el plan Marshall para impulsar más programas de gasto de la UE en África, pensados para atraer riqueza allí a través de acuerdos bienintencionados entre los regímenes europeos y los contratistas africanos. Por supuesto, muchas de esas empresas probablemente sean de propiedad europea. Y el plan recuerda al plan Marshall. ¡Así que seguro que es un éxito!

No es coincidencia que Tajani hiciera estos comentarios en el 71ºaniversario del discurso del secretario de estado George Marshall el 5 de junio de 1947 presentando lo que se convertiría en el Plan Marshall. Presentaba el plan para inundar Europa con cheques públicos sociales y así ayudar a esta a superar el hecho de que mucho del capital del continente había sido destruido en la Segunda Guerra Mundial.

El dinero gastado supuso un total de más de 100.000 millones de dólares, en dólares actuales. Y dado que la economía estadounidense no era más que una pequeña fracción de lo que es actualmente, fue una suma enorme.

La justificación de la idea no era nueva. En 1947 era habitual afirmar que el gasto público del New Deal y la Segunda Guerra Mundial habían acabado con la pobreza de la Gran Depresión. Por supuesto, esa no fue la realidad. Como ha demostrado el historiador económico Robert Higgs, el New Deal empeoró la Depresión. Tampoco la Segunda Guerra Mundial acabó con la depresión. Pero en ese momento era un error común.

Así que, si redistribuir la riqueza funcionó tan bien para acabar con la pobreza en la década de 1930, ¿por qué no hacerlo de nuevo en la Europa de posguerra?

Además, era una estrategia política ganadora para el presidente Truman. Como señalaba Charles Mee en su libro The Marshall Plan:

[Truman necesitaba] un gran programa que le permitiera recuperar la iniciativa, algo lo suficientemente grande como para permitirle agrupar a todas las facciones tradicionales del Partido Demócrata y también algunos republicanos de la tercera vía y, al mismo tiempo, algo que obstaculizara la falange republicana.

Así que el gobierno de EEUU puso a funcionar los dólares del contribuyente tanto para los regímenes extranjeros como para las grandes empresas estadounidenses que podían así reforzar su influencia política en regímenes extranjeros para conseguir parte de ese dinero.

Pero aquí está problema. No hay ninguna evidencia real de que esto haya funcionado.

Como señala Thomas Woods en esta clase sobre ayuda exterior, es fácil ver por qué el plan Marshall tiene la reputación que tiene. Después de todo, el plan Marshall fue implantado a finales de los 40 y en ese momento las economías de Europa occidental se recuperaron enormemente.

Pero este es un caso de mera correlación que desgraciadamente es insuficiente para demostrar causa.

Después de todo, como señala además Woods:

  • “Gran Bretaña recibió el doble de ayuda que Alemania Occidental, pero el crecimiento económico en Gran Bretaña fue muy por detrás del de los alemanes”.
  • “Francia, Alemania [Occidental] e Italia empezaron sus recuperaciones económicas antes de empezar a recibir la ayuda del Plan Marshall”.
  • “Austria y Grecia recibieron un montón de ayuda del Plan Marshall, por cabeza, y aun así su recuperación económica solo se produjo cuando dicha ayuda estaba desapareciendo”.

Woods concluye que “dado todo esto, creo que es cada vez más plausible sugerir que tal vez el Plan Marshall no fuera responsable de la recuperación (…) ¿qué fue responsable de la recuperación? Bueno, el retorno a economías de mercado después de la guerra (…) había enormes controles económicos en tiempo de guerra en todos estos países y con el fin de aquella llegó el fin de estos controles”.

Y con eso llegó la prosperidad económica. Después de todo, el milagro económico alemán se basó en acabar con los controles económicos de la época nazi.

D.W. Mackenzie escribe:

La ayuda del Plan Marshall suponía solo un porcentaje diminuto del PIB alemán. Asimismo, el dinero que Alemania Occidental pagó en indemnizaciones superó la ayuda del Plan Marshall. Alemania Occidental recibió defensa militar de EEUU e Inglaterra, pero pago enormes tarifas por este servicio. El milagro económico alemán empezó con un programa radical de privatización y desregulación a partir de 1948. Este acabó con los controles regulatorios y el complejo sistema fiscal impuesto por Hitler y sus nacionalsocialistas.

En el mejor de los casos, la ayuda exterior tuvo una influencia mínima en la recuperación de Alemania Occidental. Una Alemania libre y no democrática experimentó una fuerte recuperación.

Al mismo tiempo, en Reino Unido, los políticos estaban ocupados tratando de continuar los controles de tiempo de guerra en tiempo de paz. La planificación pública ganó la guerra, se pensaba, así que ¿por qué no continuar con los controles públicos para “ganar la paz”? No es sorprendente que el crecimiento económico alemán empezará pronto a superar el crecimiento británico al continuar sur economía atascada en la planificación pública.

Pero, dado que Reino Unido recibió más ayuda del Plan Marshall que Alemania Occidental, no debería sorprendernos que el gobierno creciera más en Reino Unido. Como señala Woods: “en la manera en que se diseñó el Plan Marshall, por cada dólar que se obtenía, el gobierno del país receptor tenía que aumentar el gasto público en un dólar”.

Es decir, el Plan Marshall ordenaba que los gobiernos crecieran en relación con el PIB del país como condición para recibir ayuda.

Pero en lo que se refiere a la recuperación económica real, eran aplicables a Europa los mismos principios que se aplicaban en Estados Unidos. Donde vemos grandes cantidades de crecimiento económico después de la guerra (en Estados Unidos, por ejemplo), su crecimiento estaba relacionado con grandes disminuciones en el gasto público y la abolición de muchos controles públicos de los años de la guerra.

Alemania no es el único ejemplo. Mackenzie continúa:

Hong Kong se reconstruyó con mínimas interferencias del gobierno.[1] Esto generó un rápido desarrollo económico y un nivel de vida en constante crecimiento para el pueblo de Hong Kong. Este progreso beneficio no solo a los trabajadores altamente cualificados de la renta superiores, sino también a trabajadores no cualificados con bajos salarios.

Japón también experimentó un gran éxito debido a una falta relativa de interferencia del gobierno.[2] Bajos impuestos y altas tasa de ahorro se tradujeron en un fuerte crecimiento económico en el Japón de posguerra. De nuevo, la ayuda y de intervención exteriores fueron demasiado pequeñas como para atribuirles ese éxito. Japón no necesito una intervención masiva para recuperarse.

Aun así, los políticos que hablan en contra del estado de bienestar en el interior cantan sus alabanzas internacionalmente. Por ejemplo, George W. Bush alababa habitualmente los beneficios del Plan Marshall cuando reclamaba cada vez más ayuda exterior para Irak y Afganistán, a quienes Estados Unidos habían bombardeado fuertemente en muchas áreas en aquel tiempo.

Por supuesto, pocos argumentarían que el historial de posguerra en Irak y Afganistán sea algo de lo que se pueda presumir hoy. Y, de hecho, la ayuda exterior en general (de la cual el Plan Marshall es su progenitor moderno) no tiene una historia de éxito.

Pero ese fracaso no está ni siquiera cerca de destruir el mito del Plan Marshall, que resiste.

Sin embargo, hay otro componente del Plan Marshall y ese es, como señala hoy Hal Brands, la necesidad de “el uso hábil de las herramientas económicas para obtener ganancias geopolíticas”. Es decir, el Plan Marshall debería verse menos como una herramienta de política económica y más como una herramienta de estrategia exterior y geopolítica.

Así que, a este respecto, la idea del Plan Marshall era realmente comprar la lealtad de gobiernos extranjeros y llevar a cabo un plan de relaciones públicas en las poblaciones extranjeras. Pero esto también tiene un problema. Dado que el Plan Marshall no mejoraba realmente la economía europea y dado que el plan requería un saqueo adicional del contribuyente estadounidense, ¿por qué no implantar un plan para ayudar realmente tanto a crear buena voluntad como a mejorar el crecimiento económico al mismo tiempo?

Por supuesto, esto podría haberse logrado con la adopción de un libre comercio unilateral por parte de los estadounidenses. Aunque es verdad que el Plan Marshall era parte una estrategia para aumentar el comercio entre los estados europeos y el comercio en general, las herramientas usadas fueron las mismas que vemos hoy: acuerdos dirigidos de comercio, controlados por los estados y construidos a partir de un edificio de burocracia internacional. Necesariamente, planes como estos siempre implican planificación centralizada en el grado en que los planificadores públicos eligen ganadores y perdedores al diseñar los acuerdos comerciales.

Sin embargo, el libre comercio unilateral ofrecía (y todavía ofrece) una verdadera solución de laissez faire. Fijaos además en cómo el mundo de posguerra ofrecía una excelente oportunidad a este respecto. Las economías japonesa y europea se habían visto temporalmente destruidas por la guerra. Al mismo tiempo, EEUU estaba en una posición excelente para ofrecer (a través de los mercados) tanto capital como consumidores estadounidenses al planeta. Ante un acceso libre y abierto a los mercados estadounidenses y con las empresas estadounidenses dispuestas a invertir capital en el exterior, EEUU tenía la posibilidad de crear lazos culturales y económicos mayores con sus antiguos enemigos y sus aliados tanto en Europa como en Asia. EEUU no hubiera necesitado ni siquiera pedir reciprocidad a estos regímenes extranjeros. Abrir los mercados estadounidenses a estos regímenes extranjeros habría tenido sentido tanto geopolítica como económicamente. Habría ofrecido a los consumidores estadounidenses acceso a bienes más baratos, creando asimismo nuevas oportunidades comerciales para empresarios extranjeros. No hubiera sido necesario ningún plan de redistribución. Todo lo que hacía falta era que el régimen de EEUU adoptara un comercio real, libre y abierto.

En términos políticos, esto podría incluso haber sido algo que se podía haber vendido más fácilmente de lo habitual. La mayoría de las economías extranjeras industrializadas habían sido destruidas en la guerra y Estados Unidos estaba en disposición de dominar la economía global. ¿Era realmente necesario seguir protegiendo los mercados estadounidenses? La respuesta es siempre no, por supuesto, pero el alegato podría haber tenido posiblemente más fuerza en ese momento que nunca antes.

Por desgracia, no es eso lo que ocurrió. Dirigidos por una mala economía y una mala ideología, EEUU sencillamente no estuvo dispuesto a adoptar un verdadero mercado libre ni economías libres de ningún tipo. El camino elegido era uno que permitía a los gobiernos la posibilidad de continuar controlando y dirigiendo los mercados y de decidir quién consigue qué y cuándo. Siempre ha sido muy difícil que los gobiernos renuncien a esto.


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] Ver Rabushka, Alvin. 1979. Hong Kong, a Study in Economic Freedom. University of Chicago Press.

[2] Henderson, David. 1993. The Fortune Encyclopedia of Economics.