Más coacción no creará un mundo mejor

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A la hora de seguir los acontecimientos de las noticias diarias tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, es fácil perderse en los detalles y no dar un paso atrás y recordar cuáles son los problemas realmente importantes. Bajo la preocupación por una posible guerra nuclear en Corea, los ataques terroristas reales en Oriente Medio y los realizados aparentemente por “lobos solitarios” en otros países, las amenazas de guerras comerciales y las tendencias polarizadoras horas en la política en muchos lugares, el problema subyacente real es y sigue siendo cómo debería vivir junta la gente.

Está claro que la gente no está viviendo tan armoniosa, pacífica y prósperamente como podría y muchos de nosotros creemos que debería. La cuestión es por qué. Los sibaritas dirán que la vida, la política y la sociedad local y global son complejas. Simplemente es así y tenemos que limitarnos a “salir del paso” cada día de la mejor manera posible. Los soñadores de diversos tipos señalarán el racismo, la lucha de clases, las guerras de géneros, la única religión verdadera o el propósito ideológico trascendente. Bastaría con que se impusiera su rama de salvación para que desaparecieran todos los problemas del mundo.

Todas estas concepciones de las soluciones a nuestros problemas comparten algo en común. Invariablemente implican que alguien en la sociedad impone su visión y voluntad al resto de la humanidad. Esto es bastante evidente cuando nos fijamos en el fanático religioso o ideológico. Hace que el mundo siga mi fe o mi utopía política o mi ideal de una sociedad con “justicia social” y entonces la paz y la felicidad reinarán acabando con todos los conflictos que dividen la humanidad.

Elementos de coacción en propuestas para crear un mundo mejor

Sin embargo, escuchad con más cuidado a esas personas y veréis enseguida el aspecto coactivo de su mensaje. Dirán a la gente cómo vivir, cómo trabajar, cómo interactuar y cuáles deberían ser los “postres” de justicia social a entregar a cada uno en términos de estatus y posición social y económica en la sociedad. Tienen una jerarquía de valores basada en sus propias creencias acerca de los seres humanos y el mundo y, si estuvieran al mando, dispondrían ese mundo para que se ajustara a esa visión.

Esto requiere necesariamente que todos los demás estemos conformes y quedemos dentro de su noción de las relaciones y posiciones adecuadas, justas, correctas y éticas que cada uno de nosotros debería tener en su mundo mejor. Como es altamente improbable que, de repente, todos en el planeta tengan los mismos valores y creencias de lo que es un orden de cosas correcto, justo y bueno en términos del lugar adecuado y correcto de cada uno, necesariamente habrá que coaccionar a algunos, a los que se les tendrá que obligar a través del poder político a vivir como otros piensan que deberían. Las voluntades y los deseos de algunos se impondrían a los de muchos.

Pero no tenemos que pensar en esto solo en términos del fanático religioso, por ejemplo, en Oriente Medio o de los activistas de género y “antirracistas” en el interior, que quieren hacernos vivir, interactuar y pensar como ellos digan. También existe en el ámbito ortodoxo de la política cotidiana donde la “gran visión” puede no desplegarse siempre, pero toma la forma de política fiscal, normas regulatorias y palabrería acerca de “hacer grande América de nuevo” mediante aranceles y otras formas de restricciones comerciales.

Política democrática moderna y políticas coactivas

Los políticos se presentan al cargo diciéndonos que nuestros problemas cotidianos se resolverán en cuanto asuman el cargo. Darán a alguien una subvención, a otro una regulación que limita las oportunidades competitivas de un tercero o alguna norma de uso de los terrenos que impida que otra persona pueda o no pueda usar su propia propiedad o implantarán alguna la distribución de renta o riqueza a través de las normas fiscales que hacen a una persona un poco más rica y a otra algo menos. El repertorio de trucos del moderno estado intervencionista y del bienestar parece a menudo interminable.

Pero estas también requieren medios políticos de coacción, es decir, el uso público de la fuerza para incluir y determinar qué personas pueden jugar al “juego” de la vida en el estadio social y que resultados se permitirá que diversos grupos y personas tengan bajo los que tienen autoridad política, que no solo afirman ser los “árbitros”, sino también los que determinan las jugadas específicas del partido.

Una vez la política entra en todo esto, ya sea de una manera extrema o menos extrema, el poder político se convierte en la cosa más importante y discutible a poseer. Tener control sobre este en te permite influir sobre los resultados. Si, junto a aquellos con los que formes coaliciones políticas, no tenéis el control de las riendas del poder, algún otro la tendrá y lo usará de manera que sirva a sus propósitos ideológicos o materiales, siendo los demás los perdedores.

Vemos esto en las guerras comerciales de Trump: ciertos sectores de la economía estadounidense van a ganar a costa de muchos otros consumidores y productores en casa y el interior. O en las normas fiscales que se usan para beneficiar las actividades económicas de algunas personas y los beneficios y rentas netos, desincentivando y cargando financieramente a otras al mismo tiempo. Las regulaciones urbanísticas y de uso de terrenos permiten a algunos dueños de propiedades conseguir pelotazos financieros, mientras que otros se ven restringidos en su uso de lo que poseen honradamente y pueden ver cómo los valores de sus terrenos y propiedades se estancan o disminuyen debido al poder regulatorio del gobierno.

El gobierno coactivo, la fuente del conflicto social

La lista podría continuar indefinidamente. La política se convierte en un campo de batalla por el control. Si tú y tus aliados no tenéis ese control, otro lo tendrá y vuestro destino estará en sus manos. Al mismo tiempo, el gobierno se convierte no solo en la arena en la que grupos de “compinches” de todo tipo luchan por emplear ese gobierno para sus propios fines. Las instituciones del estado también se convierten en una fuente de poder, privilegio y riqueza para los políticos y burócratas que pueblan las salas del gobierno. Los que están el gobierno tienen también sus propios intereses, que van alcanzando al trabajar y servir a aquellos grupos de intereses que quieren comer de la política.

Esta es la naturaleza de la política en todas partes del mundo. A veces es más tiránica y letal, donde decir lo que piensas o criticar a los que están en el poder puede llevarte a arrestos, prisión, tortura y muerte. Y la resistencia puede producir guerras civiles destructivas. En “Occidente”, donde prevalece la “democracia” en su mayor parte, todo parece más civilizado. Los representantes son elegidos para los cargos políticos y todo se hace o se muestra como si se hiciera por los procedimientos a seguir bajo un “estado de derecho”. La gente puede decir lo que piensa en su mayor parte y escribir sobre casi cualquier tema bajo el sol (dentro donde las limitaciones cada vez más grandes de la siempre presente policía de lo “políticamente correcto”).

Pero independientemente de la forma institucional de ser una democracia política o un régimen autoritario, en el mundo moderno todo gira en torno a ganar y usar el poder público para aprovecharse de otros de diversas maneras. ¿Es tan sorprendente que cada vez más la vida cotidiana y la implantación de grandes visiones del mundo dependan de la acción del gobierno, que la sociedad parezca estar cada vez más polarizada y metida en conflictos de grupos?

¿Es esta la única manera en que la gente puede y debe vivir? ¿Es decir, por medio de poder, saqueo, privilegio y posición política? ¿Es el conflicto entre grupos la única manera en la que puede disponerse un sistema social y económico para servir a la humanidad? La respuesta es que no. Hay una mejor manera. Pero requiere pensar acerca del hombre, la sociedad y el gobierno de una manera radicalmente diferente.

Una alternativa humana: Libertad de asociación

Una porción creciente la humanidad, incluido Estados Unidos, parece haber perdido de vista esta forma alternativa de asistencia social. La alternativa empieza concibiendo a los seres humanos como individuos en lugar de como colectivos sociales, raciales o de género. Es la filosofía del individualismo la que declara que todo ser humano tiene derecho su propia vida, su propia libertad y su propiedad adquirida honradamente. Declara que toda persona se posee a sí misma, no es propiedad de ningún colectivo social a quien deba obediencia ni sacrificio si un supuesto bien superior del grupo lo requiere o incluso lo demanda.

También declara que todas las relaciones humanas deberían basarse en el acuerdo voluntario y el consentimiento mutuo. Nadie puede ser forzado u obligado a interactuar con otros contra su voluntad o deseos. La cooperación humana se construye sobre la base del consentimiento pacífico y la decisión personal. Todas las personas pueden tener su propia noción o idea de una buena vida, una jerarquía de ser la ley de valores, una noción que podría producir felicidad humana y vida satisfactoria. Pero no puede imponerla a otros contra su consentimiento, ni tampoco puede cualquier otra persona imponerle una distinta.

Otra manera de expresar esto es que el individuo es un fin en sí mismo. Puede asociarse con otros y aprovechar las cosas que puedan hacer por el como medio para sus propios fines deseados, igual que ellos pueden usarle como medio para sus fines o propósitos alternativos. Pero nadie puede convertirse en medio para el fin de otro sin la libre decisión entre ellos, acordada en términos de intercambio y comercio asociativo.

La posición social y la renta relativa conseguidas y ganadas por cada individuo en esa disposición institucional de la libertad humana refleja lo bien y hasta qué grado cada persona ha prosperado atendiendo los fines de otros como medio para avanzar en sus propios propósitos y sueños.

El capitalismo y la libertad del mercado

Este sistema político, económico y social tiene diversos nombres: liberalismo (clásico), libre mercado o capitalismo. Todos ellos connotan esta manera concreta y única de vivir, bajo la cual la gente no puede coaccionar u obligar a sus vecinos a atenderles o actuar de ciertas maneras. Hacer que otros vivan y actúen de manera distinta de la actual solo puede intentarse mediante la razón, los argumentos, la persuasión el ejemplo de la vida propia.

Parte de este procedimiento de razonamiento y persuasión son las interacciones de las personas en el mercado. Si quieres que alguien te suministre un bien o proporcione un servicio deseado, como “demandante” de esas cosas solo puedes conseguir que te las proporcionen ofreciendo algo a cambio y negociando los términos bajo los cuales se hará esto. Como explicaba el filósofo moral y economista Adam Smith hace casi 250 años, una persona libre dice a otra: “Si haces esto por mí, yo haré esto por ti”.

Todo intercambio en ese “sistema de libertad natural”, como lo llamaba Adam Smith, coloca el interés propio de cada participante social al servicio de otros como medio institucional para conseguir que otros le sirvan. El interés propio se dirige a la mejora del “bien común”, entendido como las condiciones de los miembros individuales de la sociedad, del lugar de cierto “bien social” colectivo impuesto por la fuerza a todos, independientemente de si comparten esa creencia o los términos en los que insista la persona al mando.

Qué poco se entiende y aprecia completamente por muchas personas que este sistema peculiar de libertad interpersonal ha sido la fuente de innovación, industria e incentivos de lucro para dirigir las mentes de acciones de las personas a tratar de pensar cómo puede mejorarse la condición humana. Nuestros niveles de vida, calidad de vida y oportunidades culturales y entretenimientos de nuestro mundo se deben todos al grado en que este sistema de libertad natural ha sido implantado y se le ha permitido funcionar independiente y libre de la mano ordenadora del gobierno.

Libertad igual para todos, privilegio para ninguno

El ideal de la política social del sistema capitalista de libre mercado es libertad igual para todos y privilegios y favores para ninguno. El gobierno protege la vida, libertad y propiedad adquirida honradamente de cada persona, en lugar de violarlas mediante el uso legitimado de la fuerza para proporcionar beneficios a algunos a costa de otros que sean más desafortunados a la hora de conseguir los medios necesarios para manipular el sistema político para su mejora alternativa.

Iguales derechos individuales ante la ley significa necesariamente que los resultados sociales y materiales de la sociedad no serán iguales. Cada persona que tiene una posición financiera ganada honradamente que refleja el grado en que otros han valorado sus servicios, por los cuales han pagado lo que los servicios de esa persona les ha aparecido apropiado y para los cuales han intercambiado voluntariamente parte de su propia renta y riqueza para obtener lo que dicha persona pudo hacer por ellos.

En esta sociedad libre pueden perseguirse y se persiguen “buenas causas”, juzgadas así por algunos. Pero quienes vean estas como buenas causas deben convencer a otros para que se unan a ellos en sus esfuerzos caritativos y benevolentes voluntarios mediante tiempo, trabajo y dinero para tratar de llevarlos a cabo, incluyendo un alivio de las penalidades y desgracias que hayan recaído sobre otros seres humanos. ¡Cuánto mejor es tanto política como pragmáticamente cuando este mismo aspecto voluntario de la solución de los “problemas sociales” permite la experimentación y la competencia para idear maneras de gestionarlos, en comparación con los medios monopolizados y coactivos del estado del bienestar y la redistribución pública!

La libertad reduce los antagonismos sociales

Al mismo tiempo, este principio de la libre decisión del voluntarismo bajo el capitalismo liberal (clásico) disminuye, si no elimina, los tipos de antagonismos sociales y polarizaciones políticas tan visibles en la sociedad moderna. Nadie está obligado a perseguir o financiar los sueños o deseos de otros. Cada persona selecciona sus propios objetivos y propósitos, con su propia jerarquía elegida de cosas más o menos importantes, que pueden compensarse y pueden pagar costes razonables de acuerdo con lo que se considere que valen.

Cuando se piensa en ello con claridad y coherencia, el capitalismo liberal (clásico) conlleva un grado de paz, armonía y tolerancia respetuosa sobre las decisiones y formas de vida honrada para todos en la sociedad sin comparación con ninguna otra cosa, especialmente cuando se presenta como una alternativa al colectivismo coactivo practicado hoy en todas partes del mundo, aunque sea en distintos grados y formas.

Este es el mundo perdido la libertad que nunca alcanzamos de todo en el pasado, ni siquiera en el apogeo de laissez faire del siglo XIX, cuando, en realidad, las libertades personales y económicas de esa época anterior se mezclaban y combinaban con notables elementos intervención, regulación y otros tipos de corrupción política, incluyendo la esclavitud humana y los defectos en el establecimiento de una completa igualdad ante la ley para todos.

 


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