[Este artículo está extraído de la gran monografía de Gregory Bresiger, The Revolution of 1935: The Secret History of Social Security, publicada en la serie Essays in Political Economy del Instituto Mises]
Hace casi 70 años se produjo una segunda revolución americana. El 14 de agosto de 1935, después de muy poco debate entre el público y en el Congreso, el presidente Franklin Delano Roosevelt sancionó la Ley de Seguridad Social. Muchos de sus aliados quedaron decepcionados porque querían más de lo que proporcionaba la ley; FDR les aseguro que quedaba mucho por venir.[1]
Al sancionar la ley, dijo que la Seguridad Social “representa una piedra angular en una estructura que se está construyendo, pero no está en modo alguno completa”.[2] En medio de la Gran Depresión, y con la mayoría de sus iniciativas del New Deal fracasando en restaurar la economía, FDR esperaba que el gobierno federal, a través de programas como la Seguridad Social, atemperaría y controlaría el ciclo económico. La seguridad social, decía FDR, “allanaría los picos y valles de la deflación y la inflación”.[3]
La Seguridad Social era representativa de los esquemas de planificación nacional, algunos de los cuales se habían probado durante la Primera Guerra Mundial y habían recuperado popularidad entre los intelectuales después del crash de 1929. Muchos intelectuales creían que el gobierno podía lanzar una guerra contra la pobreza y, utilizando las técnicas de la planificación bélica tan populares entre los progresistas durante la Primera Guerra Mundial, gestionar el ciclo económico.[4]
La Seguridad Social era un dispositivo keynesiano que pretendía asegurar que el poder adquisitivo permaneciera fuerte en tiempos de alto desempleo. Cuando digo keynesiano, me refiero a un tipo de pensamiento anterior en varios siglos a John Maynard Keynes, pero que este popularizaría con sus escritos en las décadas de 1920 y 1930. Keynes lo había redescubierto en sus lecturas del filósofo Bernard Mandeville,[5] cuya “Fábula de las abejas” era considerado un ejemplo de cómo el gasto en déficit podría reiniciar una economía.[6]
Esta filosofía sostenía que, mediante el uso de políticas fiscales y monetarias, un gobierno podría inyectar inflación en una economía débil y así obrar milagros. Keynes, con toda su brillantez, fue sencillamente otro miembro de esta escuela inflacionista que se remontaba siglos.[7] Y aunque Keynes parece haber tenido poca influencia directa cuando conoció a FDR, sí influyó en muchos de los asesores económicos clave del presidente.[8] Estos últimos, a su vez, ayudaron a cambiar el pensamiento económico de FDR, así que el pensamiento de Keynes se convirtió en influyente en la década de 1930. Uno de los padres fundadores de la Seguridad Social ha dicho que la contribución de Keynes no fue apreciada,[9] pero la filosofía de Keynes ayudó a justificar un masivo estado del bienestar.
A lo largo de los años le siguieron multitud de programas adicionales debido al triunfo inicial de la Ley de Seguridad Social. Uno de los amigos de FDR en los periódicos llamó a la ley “un logro monumental”,[10] aunque se quejaba de que las cantidades de las prestaciones eran “miserablemente inadecuadas”.[11]
Este nuevo programa ayudó a producir un cambio esencial en la cultura y el gobierno estadounidenses: el gobierno federal que había impulsado la Seguridad Social asumió muchos nuevos poderes y cambió radicalmente nuestra economía.[12]
Lo más importante de todo es que la Seguridad Social transformó la cultura estadounidense de maneras que no podían haber esperado los autores de la ley de la seguridad social original: el programa fundacional de seguro[13] social, entre otras cosas, desanimaba el ahorro, expandía el alcance del estado dentro de la familia y redistribuía renta de maneras que nadie imaginó (muy a menudo de los trabajadores pobres y la clase media baja a la clase media alta, tendiendo esta última a tener más influencia política, ejercitada a través de organizaciones como la AARP). También creó una enorme burocracia sin precedentes en tiempo de paz, una burocracia que frecuentemente (y silenciosamente) impulsaba a una mayor expansión del programa bajo la justificación de atender a la gente. Muchos de los líderes del programa se convirtieron secretamente en políticos, a pesar de su estatus de funcionarios civiles ostensiblemente apolíticos.[14]
El programa tuvo otro efecto profundo en la cultura estadounidense: creó la institución de la jubilación en masa. La Seguridad Social junto con otros programas modernos del estado del bienestar, estimularon el concepto de los años de oro en los que las personas dejarían de trabajar. Algunas de las personas más capaces y sabias de nuestra sociedad vegetarían: harían menos cosas, escribirían menos cartas y, lo que es más importante, trabajarían menos. Algunos médicos llaman a esto “la teoría de la desconexión”.[15]
El programa estaba pensado para estimular la inactividad senil mediante una cláusula que permitiría a los receptores ganar solo lo que un defensor de la Seguridad Social llamaba “la paga”.[16] Ganar más que la paga significaría una multa para cualquiera que recibiera Seguridad Social. Esta idea se añadió a la propuesta original por parte de los sindicatos, que hasta la década de 1930 habían sido altamente suspicaces acerca de medidas del estado del bienestar como el seguro social.[17] FDR y sus aliados estuvieron dispuestos a aceptar la idea de sanción, dado que tenían pocas expectativas de que la economía se recuperara completamente: creían que el trabajo tenía que racionarse.
Los defensores de la Seguridad Social convencieron a decenas de millones de estadounidenses de que sus años dorados significarían abandonar la parte más dura de sus vidas. Esto liberaría millones de empleos, una consideración importante en medio de la Gran Depresión. Eso se debía a que las políticas de recuperación de FDR, que incluían la Seguridad Social como un dispositivo contracíclico, no restauraron una economía próspera,[18] como concedía una historiadora de FDR: “Los Estados Unidos que presidía Roosevelt en 1940 estaban en su undécimo año de depresión. Ningún declive en la historia estadounidense había sido tan profundo, tan duradero, de tan largo alcance”.[19]
FDR, considerado como el primer gran político estadounidense que apoyó un sistema de seguridad social, en realidad hizo campaña en 1932 a favor de un gobierno limitado. Criticaba duramente los enormes déficits de Herbert Hoover y sus intentos de estimular negocios quebrados con ayuda federal, algunos de los cuales seguían las mismas ideas que el New Deal.[20] Más aún, en la campaña FDR prometió reducir, no expandir, el tamaño del gobierno federal: “Durante tres largos años he recorrido este país diciendo que el gobierno (el gobierno federal, estatal y local) cuesta demasiado. No dejaré de decirlo”.[21] El programa del Partido Demócrata de 1932 reclamaba un presupuesto equilibrado, moneda fuerte y una reducción del 25% en el gasto federal.
FDR no dio ninguna indicación de que pretendiera una expansión masiva del gobierno federal. Posteriormente, FDR diría que las circunstancias habían cambiado. Sus defensores argumentarían que la Gran Depresión y la popularidad de las propuestas más radicales de seguro social, como las defendidas por Huey Long, Upton Sinclair y Frances Townsend,[22] le llevaron a apoyar este programa “moderado” llamado Seguridad Social.
Aun así, incluso antes de asumir el cargo, FDR estaba secretamente comprometido con un programa de seguro social[23] como parte de un programa de medidas contracíclicas, que creía que resolverían los problemas del ciclo económico. Estas iniciativas fueron un fracaso si se miden las cifras de desempleo y los índices económicos tradicionales.[24] No restauraron la prosperidad, como dijeron los asesores a FDR tras seis años del New Deal.[25]
La Seguridad Social era una parte clave del pensamiento económico de FDR. Fue una revolución que trasladó la responsabilidad del mantenimiento de las rentas del sector privado al público, de la familia al estado y de las organizaciones voluntarias a las burocracias públicas. Y fue una revolución llevada a cabo por grupos de élite de trabajadores sociales, socialdemócratas y otros que creían que podía importarse paso a paso a Estados Unidos el socialismo democrático europeo.[26] Creían en un “nuevo liberalismo” que iba en contra de la filosofía jeffersoniana tradicional de Estados Unidos.
Casi todos, tanto críticos como admiradores de FDR, están de acuerdo en que la Seguridad Social fue un punto de inflexión en nuestra historia. Fue realmente un “logro monumental”, aunque pareciera modesto en ese momento. Pero FDR dijo de la legislación que, si hubiera sido la única ley aprobada en la temporada del Congreso de 1935-36, ya este habría logrado mucho.[27] La Seguridad Social era muy importante para aquellos (como FDR) que desdeñaban la tradición individualista, porque era la pieza central de una revolución que significaba que el “gran gobierno, el gobierno moderno” había llegado para quedarse.[28]
Cuando la Seguridad Social sobrevivió (y, en sus primeros años, no se sabía si lo haría y requirió todas las habilidades políticas, judiciales y legislativas que pudieron recabar FDR y sus aliados), los estadounidenses aceptaron implícitamente la parte más esencial de una nueva política social. Ahora Washington, no las personas, no los gobiernos estatales o locales, tendría un gran poder sobre la planificación de la jubilación de los ciudadanos individuales, el seguro de desempleo y las prestaciones sociales. Cuando FDR sancionó la Ley de Seguridad Social, Estados Unidos, por primera vez en su historia, tendría “una gran burocracia permanente del bienestar social”.[29]
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Aunque el sistema de Seguridad Social inicialmente cubría a una parte relativamente pequeña de los trabajadores, FDR aseguró a sus aliados que se expandiría: “No veo ninguna razón por la que no deban estar cubiertos todos en Estados Unidos”, dijo en privado FDR a Francis Perkins. “De la cuna a la tumba: de la cuna a la tumba tendrían que estar en un sistema de seguro social”. Ver Arthur Schlesinger, Jr., The Coming of the New Deal, p. 308 (Houghton Mifflin Company, Boston, 1959).
[2] Ver Policymaking for Social Security, de Martha Derthick, p. 5 (Villard Books, Nueva York, 1991).
[3] The Public Papers and Addresses of Franklin D. Roosevelt, Samuel Rosenman, ed., Vol. IV, pp. 324-325 (Random House, Nueva York).
[4] Algunos socialistas decían que FDR se estaba moviendo hacia la planificación centralizada y el nacionalismo económico. Stuart Chase decía: “La planificación nacional y el nacionalismo económico deben ir juntos o no. El presidente Roosevelt ha aceptado la filosofía general de la planificación”. Añadía que la nación podía buscar confiadamente la autarquía. Ver también los comentarios de George Soule, en Walter Lippmann The Good Society, p. 91 (Grosset & Dunlap, Nueva York, 1936): “No tiene sentido decir que haya alguna imposibilidad física en hacer para fines pacíficos el tipo de cosas que hicimos para fines bélicos”.
[5] The General Theory of Employment, Interest, and Money, Vol. VII, de The Collected Writings of John Maynard Keynes, p. 378 (St. Martin’s Press, Royal Economic Society, Londres).
[6] Ibíd.
[7] Para más sobre esto, ver Ludwig von Mises, Human Action, [La acción humana] p. 466 (FEE, Irvington-on-Hudson, N.Y.,1966), 4ª ed. rev., donde explica la visión inflacionista de la historia: “Una doctrina muy popular sostiene que la rebaja progresiva del poder adquisitivo de la unidad monetaria ha desempeñado un papel decisivo en la evolución histórica”.
[8] Ver The Keynesian Episode: A Reassessment, de W.H. Hutt, pp. 269-70 (Liberty Press, Indianapolis, 1979).
[9] Madam Secretary: Frances Perkins, de George Martin, p. 346 (Houghton Mifflin, Boston, 1976).
[10] Half Way with Roosevelt, de Ernest K. Lindley, p. 218 (Viking Press, New York, 1937).
[11] Ibíd., p. 219.
[12] Revisando los logros de FDR, Doris Kearns Goodwin escribe: “El gobierno ya no se volvería a ver como un mero observador y un árbitro ocasional, que interviene solo en momentos de crisis. Por el contrario, el gobierno asumiría responsabilidad para un crecimiento continuo y la justicia la distribución de la riqueza”. No Ordinary Time; Franklin and Eleanor Roosevelt: The Home Front in World War II, p. 625 (Simon & Schuster, Nueva York, 1994).
[13] Explicaré este término en una sección posterior.
[14] El mejor ejemplo es uno de los administradores de la Seguridad Social, Wilbur Cohen. Con los republicanos de nuevo en el poder en 1953, el supuestamente apartidista Cohen en secreto “escribía discursos y suministraba información” a los demócratas. Un biógrafo amistoso dice: “No fue la primera vez en que la administración apartidista de la Seguridad Social cayó en la política partidista”. Ver Mr. Social Security: The Life of Wilbur Cohen, de Edward Berkowitz, p. 41 (University Press of Kansas, Lawrence, 1995).
[15] Ver Dare to Be 100, de Walter M. Bortz, III, p. 52 (Random House, Nueva York, 1997).
[16] Barbara Armstrong, directora ejecutiva del comité de seguridad económica que escribía acerca del plan de seguridad social, decía que la jubilación significaría “que has dejado de trabajar por la paga”. Ver The History of Retirement: The Meaning and Functioning of an American Institution, 1885-1978, de William Graebner, p. 185 (Yale University Press, New Haven, Conn., 1980).
[17] “La tradición antiestatista estadounidense”, escribían un par de historiadores, “produjo un movimiento sindical que, en principio, aunque a menudo no en la práctica, rechazaba acudir al gobierno para mejorar la posición del trabajador”. Ver It Didn’t Happen Here: Why Socialism Failed in the United States, de Gary Marks y Seymour Martin Lipset, p. 31 (W.W. Norton & Company, Nueva York, 2000).
[18] En 1938, en medio de una recesión, estaba claro para muchos de los asesores de FDR que el New Deal estaba fracasando. Uno de sus consejeros políticos, el vicepresidente John Nance Garner, decía: “No creo que el Jefe tenga ningún programa concreto para resolver esto. No espero mucho del programa de gasto. No puedes estar gastando eternamente. Algún día tendrás que pagar las facturas”. Ver Jim Farley’s Story: The Roosevelt Years, p. 138 (McGraw Hill, Nueva York, 1948). Roosevelt también se quejaba cuando el secretario de comercio, Dan Roper, le contaba que la economía estaba cayendo en una recesión. “Dan, tienes que dejar de hacer estas declaraciones propias de Hoover todo el tiempo”. Ibíd., p. 101.
[19] La historiadora es Doris Kearns Goodwin y su conclusión era que FDR había fracasado en invertir la depresión, igual que Hoover. Ver No Ordinary Time, p. 42 (Simon & Schuster, New York, 1994). Y
[20] Ver FDR, Architect of an Era, de Rexford Tugwell, p. 71 (Macmillan, Nueva York, 1967).
[21] The Roosevelt Myth, de John T. Flynn, p. 37 (Devon-Adair Company, Nueva York, 1961).
[22] Social Security: The First Half Century, Gerald Nash, ed., pp. 35-36 (University of New Mexico Press, Albuquerque, 1988).
[23] Social Security in the United States, de Paul Douglas, p. 15 (McGraw Hill, Nueva York, 1936).
[24] En 1937, después de cinco años del New Deal, empezó otra recesión. Dos historiadores han escrito: “La recesión resultante empezó en agosto de 1937 y continuó a lo largo del invierno y la primavera de 1938. No puede calificarse sino como catastrófica”. Ver FDR’s Fireside Chats, Russell D. Buhite y David W. Levy, eds., p. 111 (Penguin Books, Nueva York, 1992).
[25] FDR reconocía a Farley que había problemas, per culpaba a una conspiración contra él: “Sé que la situación actual es el resultado de un esfuerzo concertado de las grandes empresas y la riqueza concentrada para rebajar el mercado y crear una situación desfavorable para mí”. Ver Jim Farley’s Story, p. 101.
[26] “La enorme expansión de las funciones y gastos de ayuda pública que empezaron en la década de 1930 se impuso a una larga tradición de desdén completamente incongruente con el poder político y económico asumido por el sector del bienestar público”. Ver The Professional Altruist: The Emergence of Social Work as a Career, 1880-1930, de Roy Lubove, p. 54 (Atheneum, Nueva York, 1969).
[27] Ver The New Deal: A Documentary History, de William E. Leuchtenburg, p. 80 (Harper & Row, Nueva York, 1968).
[28] Frances Perkins dijo que el “gobierno moderno” estaba allí para quedarse cuando vio el programa electoral del Partido Republicano en 1944, que aceptaba muchas de las iniciativas del estado del bienestar de FDR. Los republicanos estaban en el proceso de convertirse en un “partido yo también”. Ver Frances Perkins: A Member of the Cabinet, de Bill Severin, p. 223 (Hawthorn Books, Nueva York, 1976).
[29] Goodwin, p. 625.