Problemas con las teorías ortodoxas de la oferta y la demanda

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Una de las pocas cosas en las que están de acuerdo los economistas es en que los precios están determinados por la oferta y la demanda. Esto se resume por medio de curvas de oferta y demanda, que describen la relación entre los precios y la cantidad de bienes ofertados y demandados.

Dentro del marco de las curvas de oferta-demanda, un aumento en el precio de un bien se asocia a una caída en la cantidad demandada y un aumento en la cantidad ofertada. Por el contrario, una baja en el precio de un bien se asocia con un aumento en la cantidad demandada y un declive en la cantidad ofertada.

La ley de la oferta se expresa mediante una curva hacia arriba, mientras que la ley de la demanda se presenta mediante una curva hacia abajo.

El precio de equilibrio se establece en el punto en que se cruzan ambas curvas. En ese punto, la cantidad ofertada y la cantidad demandada son iguales al precio de equilibrio al que se dice que el mercado se “liquida”.

Gráficos y realidad

En el marco convencional de oferta-demanda, consumidores y productores en enfrentan a un precio dado, es decir, a un precio concreto, los consumidores demandan y los productores ofertan una cantidad concreta de un bien. La demanda no es una cantidad concreta, como 10 patatas, sino más bien una descripción completa de la cantidad de patatas que el comprador adquiriría a todos y cada uno de los precios que podrían cobrarse. Igualmente, la oferta no es una cantidad concreta, una descripción completa de la cantidad que los vendedores les gustaría vender a todos y cada uno de los precios posibles. A un precio concreto, la gente demanda una cierta cantidad de un bien, mientras que los fabricantes ofrecen una cantidad concreta.

Dentro de este marco, ni los consumidores ni los productores tienen nada que decir en lo que respecta al origen del precio de un bien. El precio sencillamente viene dado. Tanto los consumidores como los productores reaccionan a un precio concreto. Sin embargo, ¿quién ha dado el precio? ¿De dónde ha venido el precio?

La ley de la oferta y la demanda se origina en una construcción imaginaria de los economistas

La ley de la oferta y la demanda presentada por la economía ortodoxa no se origina de los factores de la realidad, sino más bien de la construcción imaginaria de los economistas. Ninguna de las cifras que generan las curvas de oferta y demanda se origina en el mundo real: son puramente imaginarias.

El marco de las curvas de oferta-demanda se basa en los supuestas preferencias y rentas inamovibles de consumidores y los precios inamovibles de otros bienes. Sin embargo, en la realidad, las preferencias de los consumidores no están paralizadas y las demás cosas no permanecen constantes. Así que, evidentemente, no es posible que nadie haya podido observar estas curvas. Según Mises: “Es importante darse cuenta de que no tenemos ningún conocimiento ni experiencia con respecto a las formas de dichas curvas”.[1]

Aun así, los economistas debaten acaloradamente las diversas propiedades de las curvas invisibles y sus implicaciones con respecto a las políticas públicas.

Toda la idea de que el precio de un bien esta sencillamente dado produce la impresión de que el precio es un atributo de un bien, es decir, de que es parte del propio bien. Sin embargo, el precio de un bien en general no existe. Los precios de los bienes se establecen en una transacción particular en un lugar particular y en un momento concreto. Según Ludwig von Mises:

Un precio de mercado es un fenómeno histórico real, la relación cuantitativa a la que en un lugar concreto y en una fecha concreta dos personas intercambiaron cantidades concretas de dos bines concretos. Se refiere a condiciones especiales del acto concreto de intercambio. Esta determinado en último término por los juicios de valor de las personas afectadas. No deriva de la estructura general de precios o de la estructura de los precios de una clase especial de materiales o servicios. Lo que se llama la estructura de precios de una noción abstracta derivada de una multiplicidad de precios concretos individuales. El mercado no genera precios de la tierra o de los motocarros en general no niveles salariales en general, sino precios para un terreno concreto y para un cierto automóvil y niveles salariales para un rendimiento de cierto tipo.[2]

El valor que una persona asigna a bienes es el producto de su mente juzgando los hechos de la realidad. Las personas evalúan la utilidad de un bien como medio para soportar su vida y bienestar. Sobre esto, Carl Menger escribía:

Por tanto, el valor no es algo propio de los bienes, ni propiedad de estos, ni algo independiente que existe por sí mismo. Es un juicio que hacen los hombres que economizan acerca de la importancia de los bienes a su disposición para el mantenimiento de sus vidas y bienestar. Por tanto, el valor no existe fuera de la conciencia de los hombres. Por tanto también, es muy erróneo calificar como “valor” a un bien que tiene valor para las personas que economizan o que los economistas hablen de “valores” como cosas reales independientes y que objetivicen el valor de esta manera.[3]

Igualmente, Mises escribía:

Sería absurdo considerar un precio concreto como si fuera un objeto es la de sí mismo. Un precio expresa la posición que atribuyen los hombres que actúan a una cosa bajo el estado actual de sus intentos por eliminar la incomodidad.[4]

Cómo se determinan los precios

Contrariamente a la opinión ortodoxa, los precios no están dados: alguien los establece. Este alguien es un productor. Siempre que un productor establece un precio para su producto, le interesa conseguir un precio en el que la cantidad de lo que se produce pueda ser vendida con un beneficio.

Al establecer este precio, el productor/empresario, tendrá que considerar cuánto dinero es probable que los consumidores gasten en el producto, los precios de los diversos productos en competencia y el coste de producción.

Los productores establecen el precio. Sin embargo, los consumidores, al comprar o abstenerse de comprar, son los que toma finalmente la decisión con respecto a si el precio establecido lleva a un beneficio.

Los productores a este respecto están a total merced de los consumidores. Si, a un precio establecido, un productor no puede conseguir un retorno positivo de su inversión porque no hay gente suficiente dispuesta a comprar su producto, el productor se verá obligado a rebajar el precio para estimular las ventas. Evidentemente, al ajustar el precio del bien, el empresario debe asimismo ajustar sus costes para conseguir un beneficio.

Un productor conseguirá un beneficio cuando, al precio establecido de un bien, la compra de los consumidores genere ingresos que excedan el coste más el interés. El beneficio es una indicación de que tanto productores como consumidores han mejorado su bienestar.

Al invertir una cantidad determinada dinero, los productores han conseguido una cantidad mayor de dinero. Esto, a su vez, les permite conseguir una cantidad mayor de bienes y servicios, lo que a su vez promueve sus vidas y bienestar. Igualmente, los consumidores, intercambiando su dinero por bienes que están en su lista de máximas prioridades, han aumentado sus niveles de vida.

De hecho, el establecimiento de precios nunca es mecánico y automático. Corresponde al productor/empresario evaluar si aumentar los precios es una buena o mala idea; después de todo, lo que les importa es obtener un beneficio.

Cuando un bien genera un beneficio a un precio concreto, es una señal para los empresarios de que los consumidores están dispuestos a apoyar el producto al precio establecido. Así que los precios son un factor importante a la hora de establecer cómo emplean sus recursos los productores.

Observemos, por tanto, que lo que determina la cantidad de bienes ofertados no es un hipotético plan de demanda, sino la evaluación de un productor con respecto a si, en un lugar y tiempo determinados, los consumidores aprobarán los bienes ofertados. Tiene que ser tan preciso como sea posible a la hora de establecer el precio adecuado que le permita vender su oferta con un beneficio.

Problemas adicionales del marco oferta-demanda

En el marco oferta-demanda, el coste de producción es un factor importante a la hora de determinar los precios de los bienes. En el marco de oferta-demanda, un aumento en el coste de producción desplazará la curva de oferta a la izquierda. Para una curva concreta de demanda, esto aumentará el precio de un bien.

Sin embargo, ya hemos visto que es la compra o abstención de compra del consumidor es el único factor determinante de los precios de los bienes. A ningún comprador individual le preocupan los costes de producir un bien concreto. El precio que acordará pagar por un bien estará de acuerdo con sus prioridades particulares en un momento concreto. El coste de producción no tiene ninguna relevancia para él.

Además, la teoría del costo de producción entra en problemas cuando trata de explicar los precios de los bienes y servicios que no tienen coste, porque no se producen: bienes que están sencillamente ahí, como el terreno sin usar. Igualmente, la teoría no puede explicar la razón de los altos precios de las pinturas famosas. Sobre esto, Murray Rothbard escribía:

Igualmente, los servicios inmateriales de consumo como los precios de los espectáculos, conciertos, médicos, servidores domésticos, etc. difícilmente pueden ser contabilizados por los costes que conlleva el producto.[5]

Utilizando el marco oferta-demanda para un bien particular, los economistas ortodoxos van más allá e introducen curvas de oferta y demanda para toda la economía. Por ejemplo, sostienen que, si la economía funciona por debajo de lo esperado, lo que hace falta es estimular la demanda por medio de políticas fiscales o monetarias.

Afirman que, para una determinada curva de oferta, esto empujaría a la curva de la demanda hacia la derecha, aumentando así la producción total. Observemos que marco oferta-demanda proporciona la justificación para la interferencia en los negocios del gobierno y el banco central.

Sin embargo, este marco no dice nada sobre cómo genera más producción el aumento en la demanda. Además, guarda silencio con respecto a la financiación requerida para aumentar la producción. Asimismo, hemos visto que, en realidad, son los productores los que inician la introducción de nuevos productos. Son ellos los que ponen en marcha aumentos en bienes y servicios y no los consumidores como tales.

Los productores presentan nuevos productos, por decirlo así, a consumidores que, a su vez, comprando o absteniéndose de comprar, determinan el destino de esos productos. Por tanto, no existe una demanda autónoma que de alguna manera dispare la oferta.

Los gráficos de oferta-demanda también proporcionan justificación para diversas teorías monopolísticas imaginarias, que a su vez proporcionan la justificación para la destrucción por el gobierno de empresas de éxito. Por ejemplo, se dice que una empresa que fuerza el precio por encima del nivel competitivo de precios se dedica a actividades monopolísticas y por tanto debe ser llamada al orden.

Incluso si aceptáramos esto, esta manera de pensar como válida, no hay manera de establecer si el precio de un bien está por encima del supuesto nivel competitivo de precios (precio de monopolio). ¿Bajo qué criterio puede decidirse qué es un precio competitivo?

Sobre esto, Rothbard escribía:

No hay manera de definir “precio de monopolio”, porque tampoco hay manera de definir el “precio competitivo” al cual debe referirse el anterior.[6]

En el marco oferta-demanda para la economía, los economistas emplean la cantidad de producción y su precio medio. Sin embargo, no pueden establecerse ni el precio medio ni la producción total.

No es posible establecer un precio medio de 10$/camisa y 50$/litro de vino. Igualmente, no es posible sumar diez camisas y un litro de vino para establecer la producción total. Así que todo el marco gráfico de la oferta y la demanda para la economía se basa en premisas equivocas.

Es más, todo el problema del llamado equilibrio es equívoco en la manera en que lo presenta el marco oferta-demanda. El equilibrio, en el contexto de un comportamiento consciente e intencionado, no tiene nada que ver con el cruce de las curvas de oferta y demanda.

El equilibrio se establece cuando se cumplen los fines de una persona. Cuando un ofertante tiene éxito al vender su oferta a un precio que genera beneficio, se dice que ha alcanzado el equilibrio. Igualmente, los consumidores que compraron lo ofertado lo han hecho para cumplir con sus objetivos.

Por tanto, las políticas del gobierno y el banco central dirigidas a mover las curvas imaginarias hacia un supuesto equilibrio, en realidad impiden que tanto consumidores como productores alcancen sus objetivos y por tanto impiden el logro del verdadero equilibrio.

Conclusión

A pesar de su gran atractivo debido a su simplicidad, el gráfico de oferta-demanda tal y como lo emplea la economía ortodoxa es una herramienta alejada de los hechos de la realidad.

La economía del mundo real es demasiado más compleja como para expresarse de forma fiel mediante gráficos sencillos, que no tienen en cuenta la incertidumbre, la especulación empresarial y el cambio incesante de la economía de mercado.

Este marco no es en modo alguno inocuo, porque los que toman las decisiones en el gobierno y el banco central hacen uso de esta herramienta a la hora de crear diversas políticas. Por eso se ven continuamente sorprendidos cuando la economía real reacciona de una manera distinta de la que parecería predecir su análisis gráfico.


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] Ludwig von Mises, Human Action chapter 16(2), “Valuation and Appraisement”, p 333. [La acción humana].

[2] Ibíd.

[3] Carl Menger, Principles of Economics (Nueva York, Londres: New York University Press), p 120-121. [Principios de economía política].

[4] Mises, ibíd.

[5] Murray N. Rothbard, Economic Thought Before Adam Smith: An Austrian Perspective on the History of Economic Thought, vol.1 (Edward Elgar), p 452.

[6] Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State, (Nash Publishing), p 607. [El hombre, la economía y el estado]