Seguimos sin haber aprendido las lecciones correctas del desastre de 2008

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Las lecciones de historia financiera proporcionadas por los medios de comunicación (tanto mediante comentarios como mediante entrevistas) sobre el Gran Desastre que se produjo hace 10 años dan miedo. Los supuestos maestros de historia niegan (o ignoran) totalmente el hecho clave de que 2008 fue un desastre de carácter monetario. Este clima de negación continúa alimentando un peligro cada vez mayor para el futuro, por no mencionar una pesada carga acumulada durante la década siguiente, si se considera la prosperidad perdida.

En efecto, el club de banqueros centrales y quienes lo respaldan entre las élites políticas han tenido un éxito total, parece, en eliminar a las fuerzas monetarias como conductor principal (o incluso como un factor importante) en el viaje al desastre de 2008. Esto empezó con el presidente George W. Bush nombrando a Ben Bernanke como gobernador de la Fed (desde agosto de 2002) con la clara expectativa de que este catedrático de Princeton resultaría eficaz a la hora de implantar la inflación monetaria que predicaba. Es verdad que Alan Greenspan seguía siendo el jefe, pero para entonces estaba en arenas movedizas, dada la conocida hostilidad del “clan” Bush-Baker, al que molestaba su anterior cooperación cercana con la administración Clinton. Y, antes de eso, se percibía a Greenspan como alguien que tenía alguna responsabilidad en la recesión económica de 1991-1992, que supuso la derrota del anterior Bush. El acuerdo implícito de extensión del mandato de Greenspan en 2003 (dos años) era que “escucharía” al nuevo gobernador de Princeton.

Las expectativas de George W. Bush se cumplieron cuando la Fed de Greenspan/Bernanke a principios de 2003 decidió aplicar la novedosa política de “respirar inflación” al percibir que estaba a un nivel demasiado bajo. El catedrático de Princeton era un fanático del patrón de inflación del 2% y no tenía nada que ver con preocupaciones acerca de que el ritmo de los precios estuviera bajando durante un tiempo debido a la naturaleza del cambio tecnológico y la globalización. El resultado: inflación monetaria en los mercados de activos (crédito e inmobiliario en particular) desarrollada de una forma virulenta (incluyendo su conocido aspecto de una ingeniería financiera desbocada).

Los bancos centrales de Europa y Japón, enfrentados a un dólar débil, iniciaron sus propias políticas de inflación monetaria. Se produjo la notoria adopción de un suelo del 2% (la misma altura que el techo) para la inflación por parte del BCE. Y esto se anunció con mucha ostentación por parte del profesor Otmar Issing (la antigua eminencia gris del Bundesbank) en la primavera de 2003. Entretanto, el Banco de Japón ya estaba aplicando el primer experimento moderno de flexibilización cuantitativa.

Luego, en los dos años que siguieron al inicio del otoño de 2004, la Reserva Federal (Bernanke se convirtió en presidente en febrero de 2006) aumentó constantemente el tipo de los fondos de la Fed en pequeños pasos iguales en 425 puntos básicos (del 1% al 5,25%). No cabe duda de que fue un endurecimiento agudo de la política monetaria y no es sorprendente que en 2006 hubiera muchos comentarios acerca de la gestación de una recesión inmobiliaria y una ralentización económica. Pero la Fed no cedió, dado que la inflación del IPC en los meses de mediados de 2006 se disparó brevemente hasta justo por encima del 4% anualizado antes de detenerse repentinamente y volver de inmediato hacia el objetivo.

Aprendimos de Milton Friedman que la política monetaria funciona con un decalaje largo y variable. Y en la primavera de 2007 se multiplicaban las señales de una retirada del mercado de crédito; luego estalló una primera crisis de falta de liquidez en Europa y en EEUU durante el verano de 2007, evidente tanto en el sistema bancario como en el más amplio sistema de banca en la sombra. Incluso entonces a la Fed de Bernanke le costaría adoptar una política más laxa, confiando por el contrario en una multiplicación de medidas especiales de liquidez para mantener a salvo el sistema bancario.

El NBER data ahora el inicio de la recesión de EEUU en el cuarto trimestre de 2007. Pero al final de ese año el tipo de los fondos de la FED apenas había bajado 100 puntos básicos desde su máximo anterior. La Fed continuó con recortes pequeños y constantes de los tipos oficiales durante los primeros meses de 2008. Esto es más probable que signifique que las condiciones monetarias generales se endurecieron, dada la simultaneidad de la ralentización del ciclo económico y la retirada del mercado del crédito. De hecho, a finales de la primavera e inicios del verano de 2008 la Fed indicaba que los tipos podían aumentarse en respuesta al “efecto inflacionista” de la burbuja del mercado del petróleo de ese momento. E incluso en otoño de 2008, en medio del pánico financiero, cuando la Fed de Bernanke finalmente permitió que se desplomaran los tipos a corto plazo, impidió que llegaran a cero, al empezar a pagar intereses sobre las reservas.

En resumen, hubo dos elementos distintivos en los errores de política monetaria del periodo 2003-2008. Primero, hubo una intensa inflación monetaria (y después una fuerte marcha atrás) que era tan rígida como para estar completamente fuera de lugar con respecto al desarrollo del ciclo económico. Estos fallos de política monetaria parece que permanecieron ocultos a las críticas ortodoxas y el proceso político. Hubo algunas excepciones, incluyendo como su ataque del senador Bunning cuando votaba en contra de la renovación del nombramiento de Bernanke como presidente de la Fed a propuesta del presidente de EEUU en 2009: “Usted es la definición de riesgo moral”.

Por el contrario, el presidente Bernanke, para muchos, se convirtió en el héroe que intervino “valerosamente” para salvar el sistema (de hecho el título de su autobiografía es “La valentía para actuar”). Y obtuvo una licencia del proceso político para un experimento monetario todavía más radical que el del ciclo anterior. Sorprendentemente, diez años después del Gran Desastre, el BCE y el Banco de Japón siguen atascados en modo de emergencia (con tipos negativos de interés y flexibilización cuantitativa), mientras que la Reserva Federal apenas ha disminuido su enorme base monetaria (que en ningún caso se ha alejado del sistema monetario pagando intereses a un tipo de mercado) y su tipo oficial de interés sigue siendo negativo en términos reales.

La duración sin precedentes, sin ni siquiera pausas intermitentes o inversiones, de la inflación monetaria (todavía camuflada en el mercado de bienes y servicios por la globalización y el cambio tecnológico) es muy probable que tenga consecuencias graves y funestas: el grado tendrán estas será una consecuencia directa del fracaso de la sociedad, y en particular del fracaso del sistema político, para enfrentarse a los errores monetarios que llevaron al Gran Desastre. Ahora tenemos la paradójica situación en la que los arquitectos monetarios del desastre, incluyendo los leales a Bernanke y los parásitos señalados por el presidente Trump para el Consejo de la Fed están disfrutando de un veranillo de San Martín de falta de arrepentimiento y adulación. Un ejemplo: la CNBC emitiendo el 12 de setiembre una discusión llena de sonrisas y risas a tres bandas en Brookings entre los señores Bernanke, Geithner y Paulson, moderada por un interlocutor hasta hoy innombrado.

Detrás de todo esto se encuentra el continuo rugido del mercado al alza en valores en EEUU y, por supuesto, el “auge” en la economía de EEUU, que es en realidad un giro importante del ciclo de crecimiento desde que a mediados de 2016 y se potenció mediante el “toque Yellen” y su acompañamiento internacional en ese momento. La lección de todo esto: la incapacidad aprender probablemente incluya un desastre potencialmente mayor la próxima vez. El grado y naturaleza de ese desastre aparecerán con decalajes largos y variables después de fechas clave del proceso de inflación monetaria. No obstante, los perspicaces pueden ya advertir en este momento su traducción en las maldiciones del capitalismo monopolista y el estancamiento de los salarios reales en el ciclo económico actual.


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