El 18 de junio, el presidente Trump anunciaba que ordenaba al Pentágono desarrollar una nueva rama del ejército de EEUU, una “Fuerza Espacial” que daría a EEUU el “dominio” en ese ámbito. Sería, dijo (y aquí usaba una frase clásica de la era Jim Crow de la segregación racial) “separada pero igual” que la fuerza aérea de EEUU. Mucho del resto de su anuncio sonaba como si llegara directamente de un episodio de Star Trek. (“Mi administración reclama la herencia de Estados Unidos como la mayor nación operativa del mundo en el espacio. La esencia del carácter estadounidense es explorar nuevos horizontes y dominar nuevas fronteras”). Y como Jean-Luc Picard capitaneando la USS Enterprise, inmediatamente (aunque redundantemente) ordenaba al “Departamento de Defensa y el Pentágono” hacerlo así.
El repentino entusiasmo del presidente parecía llegar de la nada. Incluso los defensores del concepto de Fuerza Espacial se sorprendieron. Su Consejo Espacial, presidido por el vicepresidente Mike Pence y asesorado por un grupo de ejecutivos del sector espacial y de defensa, solo fue informado de la decisión de Trump para proceder con lo que llamaba “el sexto servicio armado” poco antes de que se hiciera el anuncio.
Tampoco fue acogido con entusiasmo universal ni en Washington ni en el ejército de EEUU, por decirlo suavemente. El secretario de defensa, James Mattis, que había escrito una carta al Congreso en julio de 2017 oponiéndose a una versión anterior y menos ambiciosa del plan, tenía pocas alternativas que no fueran aceptar el nuevo, aunque sus reticencias eran evidentes. Sin embargo, su recepción entre republicanos clave fue, en el mejor de los casos, decididamente variopinta. Varios de ellos eran escépticos, como el senador de Texas, John Cornyn, que dijo: “No he escuchado todavía una explicación convincente de porque necesitamos una fuerza separada”.
En el frente cultural, la Fuerza Espacial fue absolutamente ridiculizada en la televisión nocturna. E incluso Fox News dio tiempo en pantalla a críticos como el ex astronauta Scott Kelly, que calificó el movimiento como “político” e indicó que “añadir otra capa de burocracia pública [al ejército] (…) probablemente no sea un buen uso de los dólares de nuestros contribuyentes”. David Cloud y Noah Bierman, de Los Angeles Times, resumían el proceso de toma de decisiones del presidente como un buen ejemplo de “la manera caótica en la que Trump a veces toma decisiones clave, a menudo eludiendo la burocracia tradicional para ofrecer ideas que funcionan bien para conseguir aplausos, pero que no se han pensado”.
Sin embargo, aunque los escépticos tengan dudas, una cosa está clara: A Donald Trump le encanta la idea de ir valientemente a donde ningún presidente ha ido antes, de la misma manera que un niño podría valorar su juguete favorito. Y su interés por esa fuerza se vio evidentemente agudizado en parte por su fascinación por un modelo de astronave que mostró Pence en una reunión de la Casa Blanca en marzo de 2018.
Práctico o no, el concepto de Fuerza Espacial atiende las dos mayores necesidades de Trump: alabar su propio ego y aumentar su base política. Reclamar “dominio espacial” a través de una nueva fuerza elegante genera otra gran muestra de firmeza para presidente, por no mencionar una buena distracción de sus problemas terrenales. Usó la expresión por primera vez en un discurso en la Base Aérea Miramar de San Diego el pasado marzo y ya es una parte habitual de sus discursos de campaña, como los gritos de “¡Fuerza Espacial! ¡Fuerza Espacial!” de las masas en sus mítines, que le adoran.
“¡Fuerza Espacial!” puede acabar convirtiéndose en el equivalente retórico futuro del “muro”: una gran idea que apela a la base de Trump pero que sería enormemente poco práctica y enormemente cara de implantar. E igual que ese “grande, gordo, bello” muro sigue siendo un símbolo de una política de inmigración más grande cuyo impacto continúa siendo devastador, la reclamación de una Fuerza Espacial podría abrir la puerta a ideas verdaderamente peligrosas, como colocar armas el espacio exterior, algo que un oficial del Pentágono sugería recientemente que sería “relativamente sencillo”.
“Se trata de dinero”
La repentina atracción infantil de Trump hacia el concepto una Fuerza Espacial no es el único factor que le impulsa. Como decía en una entrevista en Los Angeles Times el congresista republicano por Alabama, Mike Rogers, un defensor de la Fuerza Espacial cuyo estado incluye Huntsville (alias “Rocket City”), la capital militar espacial del mundo: “Quiero decir, se trata de dinero. Mientras el espacio esté en la cartera de la Fuerza Aérea, esta puede trasladar dinero del espacio a apoyar aviones de combate, bombarderos o cualquier cosa. La Fuerza Aérea está dirigida por pilotos de combate. El espacio siempre perderá”.
Rogers, que recibió cientos de miles de dólares en contribuciones de los contratistas de defensa ha presionado incansablemente a Trump para hacer del espacio un servicio armado separado. Sus aliados en administración incluyen a Pence, entusiasta del espacio desde hace mucho tiempo, y al subsecretario de defensa Patrick Shanahan, antiguo ejecutivo de Boeing, que presidía la división de defensa de misiles de esa empresa. Entre los proyectos que supervisó Shanahan estaba el desastroso sistema Airborne Laser, un láser montado sobre un avión Boeing 747, que se suponía que sería capaz de destruir misiles en vuelo, pero que fracasó completamente, al tiempo que se tragaba 5.000 millones de dólares de fondos del contribuyente.
Una futura Fuerza Espacial podría desperdiciar dinero a una escala que haría parecer calderilla los miles de millones derrochados en ese Airborne Laser. Los costes iniciales de creación a lo largo de los próximos años si han estimado en al menos 8.000 millones de dólares. Pero una vez que el espacio quede completamente establecido como un servicio separado la factura podría aumentar mucho más a lo largo del tiempo. En “Space Force: Spending At Warp Speed”, el grupo de vigilancia Taxpayers for Common Sense sugiere que (en el peor escenario) podría, a largo plazo, costar hasta 190.000 millones de dólares anualmente “crear un nuevo servicio militar y la enorme burocracia de un nuevo departamento”. Incluso para los estándares del Pentágono, es una suma enorme. Entre las preguntas que permanecen están: ¿Habrá suficiente botín? En otras palabras, ¿la financiación de la Fuerza Espacial vendrá a costa de la Fuerza Aérea y los demás servicios o será un abrumador añadido al presupuesto del Pentágono, llevándolo todavía más allá en la estratosfera?
Un complejo dividido
Mientras que Rogers, Shanahan un y otros personajes con relaciones con los contratistas espaciales militares han estado presionando a favor de la Fuerza Espacial, el lobby de la Fuerza Aérea ha estado contraatacando. No es ninguna sorpresa, ya que ese servicio siempre ha querido controlar la financiación militar espacial y teme que un servicio rival competiría y tal vez se apoderaría de algunos de “sus” fondos.
Bryan Bender y Jacqueline Klimas, de Politico, señalan, por ejemplo, que los halcones de defensa en el Congreso Mike Coffman (R-CO) y Steve Knight (R-CA) se han emparejado para liderar un “rebelión” contra la Fuerza Espacial del presidente, “una que algunos observadores creen que muestra las huellas digitales de la Fuerza Aérea y sus contratistas”. Knight, cuyo distrito se encuentra junto a la Base Edwards de la Fuerza Aérea, es citado así: “Es algo en lo que, tío, tengo que estar en desacuerdo con el presidente (…) En esto estoy del lado de la fuerza aérea de EEUU. No hay nadie en el planeta que actúe mejor que ellos”.
Coffman y Knight no están solos. El año pasado, el congresista de Ohio, Mike Turner, un defensor de todas las cosas nucleares (cuyo distrito en el área de Dayton incluye Wright Patterson, la base aérea nacional más grande de la Fuerza Aérea), lideraba un intento de bloquear legislación patrocinada por Rogers para crear un Cuerpo Espacial, una versión más modesta de la idea de Fuerza Espacial, que habría estado incluida la Fuerza Aérea, igual que los marines siguen oficialmente dentro de la Armada.
Turner, que vota con la administración Trump el 94% de las veces, se ha burlado ahora de la idea de la Fuerza Espacial y reclama el apoyo de la secretaria de la Fuerza Aérea, Heather Wilson, así como del secretario de defensa Mattis. Está por ver si la oposición dentro del ejército continuará en un estilo subrepticio ahora que el presidente ha puesto su sello de aprobación sobre la fuerza (e incluso si Mattis durará mucho). La reclamación de Turner es sin embargo coherente con esa carta de 2017 de Mattis al Congreso y la postura inicial de Wilson, que se expresaba en julio de 2017 de esta manera:
El Pentágono es bastante complicado. Esto lo haría más complejo, añadiría más cajas al organigrama de la organización y costaría más dinero (…) No necesito otro jefe de personal ni otros seis subjefes de personal.
Personajes claves del sector han opinado igualmente en contra de la fuerza, incluyendo a Eric Fanning, presidente y CEO de la Aerospace Industries Association, el mayor grupo comercial de defensa y aeroespacial de EEUU. Se quejaba como de costumbre:
¿Va a hacer esto que vayamos más aprisa o va a ralentizarnos más? Y, en segundo lugar, ¿quién va a pagar esto? (…) El sector aeroespacial y de defensa construye cosas. No nos va a beneficiar que el dinero vaya a crear nuevos cuarteles, nuevas organizaciones.
Ahora que Trump ha subido la apuesta, la batalla política entre la Fuerza Aérea, sus impulsores y los defensores de la Fuerza Espacial indudablemente se intensificará, aunque sea en buena parte detrás del telón. Este mes, la secretaria la Fuerza Aérea Wilson cambio de marcha, apoyando públicamente el movimiento de la administración, dejando así espacio para maniobras y retrasos burocráticos al señalar que “tiene que hacerse de la manera correcta”. Según un memorando interno de la Fuerza Aérea filtrado a la publicación Defense One, la visión de Wilson de “la manera correcta” incluye mantener tantas funciones militares espaciales en la Fuerza Aérea como sea posible para reducir el tamaño y la influencia de la fuerza propuesta.
Entretanto, Wilson acaba de presentar un plan que reclama un aumento en 2030 en el número de escuadrones (compuestos por aviones de todo tipo, incluyendo aviones de vigilancia y repostaje, cazas y bombarderos) de casi el 25%. El experto en presupuesto del Center for Strategic and International Studies, Todd Harrison, estima que los costes operativos adicionales para esa flota expandida, incluyendo personal adicional, totalizarían aproximadamente 18.000 millones de dólares anuales. En ausencia de otro enorme aumento en el presupuesto del Pentágono, ese gasto indudablemente competiría por los recursos con la nueva Fuerza Espacial.
La lucha por esa fuerza plantea también un dilema a algunos contratistas importantes. Tomemos Lockheed Martin. Su avión de combate, el F-35, considerado el sistema de armamento más caro de la historia, absorbería más de 400.000 millones de dólares en investigación, desarrollo y fondos de compra a mediados de la década de 2030. Es el mayor programa de Lockheed y un elemento central en el presupuesto de la Fuerza Aérea. Sin embargo, la empresa está también enormemente implicada en el desarrollo de satélites militares y programas de misiles de defensa, dos áreas que podrían conseguir mucho más dinero en la época de la Fuerza Espacial si una nueva burocracia decidida se incluye en el ejército y lo defiende.
Por supuesto, los ejecutivos de Lockheed Martin están completamente a favor de más gasto en programas espaciales militares, salvo que la financiación venga a costa del F-35. La solución a ese embrollo supuestamente sería un gasto radicalmente superior del Pentágono. Y contad con una cosa: la empresa y sus cohortes estarán cabildeando muy en serio precisamente por eso en la carrera de las elecciones presidenciales de 2020. Mientras ocurre esto, la administración Trump y el Congreso ya han aumentado el gasto del Pentágono y relacionados hasta una cifra casi récord de 716.000 millones de dólares.
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