Reseña: “How Economics Professors Can Stop Failing Us”

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[Quarterly Journal of Austrian Economics 21, nº 1 (Primavera de 2018): pp. 79-86] [How Economics Professors Can Stop Failing Us · Steven Payson · Lanham, MD: Lexington Books, 2017 · xiii + 372 páginas]

Steven Payson, el autor de este libro con título provocativo [Cómo pueden dejar de fallarnos los profesores de economía], es una execonomista de carrera del gobierno federal que tiene la temeridad de argumentar que la economía podría ser una ciencia útil si los teóricos académicos ortodoxos sencillamente adoptaran y emplearan el método científico en un intento serio por proporcionar una comprensión del mundo en el que vivimos. Por el contrario argumenta convincentemente, la cultura de los economistas académicos estimula y recompensa un onanismo modelador matemático que no solo es “seminal”, sino que por el contrario elimina prácticamente cualquier contribución a esa comprensión. Payson argumenta que el principal objetivo de esos ejercicios de creación de modelos es lograr su publicación en las que se cree que son las mejores revistas económicas y, a continuación, cosechar citas en la obra publicada de otros economistas académicos.

Como el libro es casi completamente crítico y contiene sugerencias para mejorar solo en el último capítulo, creo que un título más apropiado podría ser Por qué los profesores de economía ortodoxa no contribuyen a un conocimiento útil y unas pocas sugerencias de mejora. Hay mucha rabia e ira expresadas por el autor a lo largo de su argumentación y aún así el libro no es solo una polémica. Si la crítica de Payson es correcta, la pregunta de qué hacer es indudablemente importante. Los creadores de políticas se enfrentan a una serie de problemas mundiales reales y necesitan guías para afrontarlos. Lo que obtienen en su lugar en algunos casos importantes es una sorpresa desconcertada, seguida por excusas y pánico, siendo un buen ejemplo la respuesta de la profesión económica al desplome financiero ahora llamado “La Gran Recesión”. El resultado de esa debacle alimentada por la Reserva Federal fue el más simple derroche keynesiano de dinero en décadas y sin final a la vista cuando escribo esto.

La portada del libro muestra un tablero de ajedrez con un simple “mate del loco”. Parece apropiado, ya que se la opinión principal de Payson es que en los fundadores de la creación ortodoxa de modelos se entiende rápidamente que la mayoría de su actividad es partir de unos pocos supuestos sencillos y luego dedicarse a un ejercicio matemático riguroso para “redescubrirlos”. Otros supuestos igualmente defendibles producirían implicaciones distintas. Se dedica poco esfuerzo a la deducción y defensa rigurosa de los supuestos o a evaluar la fiabilidad de los datos en los que puedan basarse.[1] Milton Friedman argumentaba que lo que importaba era la predictibilidad de un modelo, no el realismo en los supuestos que solo tienen que ser “aproximaciones suficientemente buenas para el propósito correspondiente” (p. 64). Demasiados economistas entendieron que esto significaba que solo importaba la predictibilidad.  Esa aproximación contrasta enormemente con la práctica de las ciencias naturales de usar el método científico para lograr una comprensión del mundo físico objetivo que contribuya a un conocimiento útil, es decir, a una “comprensión de cómo funciona el mundo real” (p. 53). El propósito de Payson es contrarrestar la ortodoxia económica académica señalando que sus ropajes matemáticos no cubren su vacuidad explicativa.

Con la aproximación de las ciencias naturales, Payson se refiere a métodos que pretenen revelar “la causalidad detrás de los fenómenos físicos conocidos y observables” (p. 120). Los científicos naturales sí usan modelos matemáticos para desarrollar su comprensión de las relaciones causales; sin embargo, la matemática es solo una herramienta en esta búsqueda, no un sustitutivo para los resultados. En la cultura de las ciencias naturales, los problemas metodológicos son clave en la investigación pensada para lograr una comprensión de los fenómenos reales. En la cultura económica académica, la metodología es un subcampo especializado y los estudiantes de economía raramente tratan la cuestión de uso del método científico en la investigación (p. 188).

Por el contrario, los estudiantes de grado en la economía ortodoxa solo estudian modelos matemáticos complicados construidos a partir de la base de unos pocos supuestos restrictivos y aprenden a modelarlos-construirlos ellos mismos con vistas a una futura publicación en revistas económicas. La cuestión de la precisión de los supuestos con respecto a la acción humana ordinaria es menos importante que la pregunta de cómo conseguir tantas publicaciones como sea posible en revistas que se cree que están entre las mejor clasificadas entre todas las publicadas. El objetivo final es conseguir citas de otros economistas en sus propias publicaciones, en lugar de mejorar la comprensión de la acción humana que tenga aplicaciones políticas útiles u ofrezca una mejora en el conocimiento de los procesos praxeológicos. [Soy yo el que usa esta palabra, no Payson]. En apoyo de esta afirmación, Payson se refiere al discurso presidencial de David Card en la reunión anual de 2016 de la Western Economic Association International. En él, Card aconsejaba a los miembros de su audiencia a escribir trabajos que pretendieran recibir multitud de citas si querían publicar en las revistas mejor clasificadas (pp. 111-113). Ese mismo año, en la conferencia anual de la Southern Economics Association, el orador principal Andrei Schleifer era presentado como el economista más citado del mundo, como si este fuera su logro principal (p. 178). Además, añade Payson, se considera deseable aprender a hacer esta investigación bajo los profesores que son los faros de la profesión en términos de sus propias citas en las revistas “mejor clasificadas”.

Payson generaliza esta actividad como característica de la investigación académica ortodoxa y al mismo tiempo proporciona ejemplos concretos de presentaciones de conferencias e investigaciones publicadas que se ajustan al estereotipo. En lo que se refiere al propósito de esta actividad, estudiantes y recién doctorados se evalúan para su contratación, permanencia, promoción y avance profesional basándose en lo bien que juegan a esto. El resultado es que una cultura académica que estimula y sostiene la subordinación de los fines de investigación a los medios. La cola matemática agita al perro investigador. Payson llama a esto “discurso de solo literatura” y su resultado es “teoría económica anticientífica”. Sus distintivos son supuestos que, si se modifican ligeramente, generarían resultados distintos en el modelo, una metodología que es “entendida, valorada y genuinamente estudiada por un grupo muy pequeño de otros economistas con amplia experiencia en ese tema tan específico” y concluye que no posee ningún valor explicativo para el mundo real (pp. 51-52).

Aunque podría parecer que las pruebas econométricas corroboran esas conclusiones de los trabajos, argumenta que esto tiene muchos problemas. Supuesto simples e inapropiados como que existen “elasticidades constantes de sustitución entre entradas de factores” o que las posibles características para la población de una variable están distribuidas normalmente son demasiado predominantes. Puede confundirse asociación con causa, incluso en análisis multivariados muy complejos. Se usan a menudo indicadores representativos imprecisos o arbitrarios para variables en el modelo. Se usa “minería de datos” para estrechar los datos hasta lo factible y se confunde a menudo “importancia estadística” con “importancia” (pp. 58-63). Como otros investigadores construyen a partir de estos modelos, se acumula una “literatura teórica” que se considera erróneamente como un crecimiento en el “conocimiento”.

Volviendo a la cuestión de la cuenta de citas como medición de los logros investigadores y vara de medir de la clasificación profesional, Payson argumenta que hay varias razones para el escepticismo. Una es que los grandes descubrimientos en las ciencias naturales son conocidos y sus autores reconocidos en todo el mundo. No pasa lo mismo con los economistas. Otro problema se refiere a la clasificación de las que se consideran como las mejores revistas económicas. Dependiendo de los valores sopesados, la American Economic Review (AER) es primera o diecisiete o tal vez está en un puesto completamente distinto.[2]

Otro problema es la vulnerabilidad del sistema en el que se juega. Los investigadores pueden solicitar citas de colegas, las revistas pueden solicitar citas a investigadores concretos o a artículos previamente publicados en dichas revistas y los investigadores a menudo citan sus propias obras.[3] Además, no hay garantía de que la cita sea especialmente relevante para el artículo en que se cita. Puede ser que el autor se limite a señalar que conoce investigaciones previas sobre el tema o trata de demostrar que su obra se relaciona con investigadores bien clasificados. La cita puede incluso ser devastadoramente crítica.

La conclusión de todo esto es que las citas se han convertido es un sustitutivo de una evaluación seria de la importancia de las publicaciones. Simplifica la toma de decisiones en la contratación, permanencia, promoción y clasificación profesional , porque la evaluación de esas decisiones es difícil, altamente personal y los dedicados a ella pueden sentirse inadecuados para la tarea. Esto es especialmente así si el campo de la publicación es altamente especializado y altamente matemático, incluso si los conceptos económicos relacionados son relativamente sencillos.

En cierto momento Payson hace una admisión sorprendente: cree que los profesores universitarios de economía deberían realizar investigación y preparar lecciones directamente relevantes para su trabajo de enseñanza y tutela de alumnos. Por el contrario, tienen fuertes incentivos para ahogar esa función al dedicar demasiado tiempo al juego de las publicaciones (pp. 88-89). La cultura del economista académico actual está perjudicando lo que debería ser el propósito principal de la universidad, desde este punto de vista. Consecuencias adicionales serían reducción de tiempo para leer lo que se publica en su campo y multitud de artículos que solo son leídos por unos pocos especialistas, pocos de ellos fuera de la universidad.

Varios problemas éticos de la profesión se tratan brevemente en el libro. Estos incluyen el fracaso de los autores en revelar cuándo pueden tener conflictos de intereses. La American Economic Association (AEA) tiene una “política de revelación” para artículos en sus revistas, pero puede ser difícil entender la declaración de revelación y la política solo sugiere que puede interesar al autor hacer esa divulgación si se garantiza la aceptación. Un problema grave para las revistas de la AEA es que, desde 2011, sus publicaciones pasaron de un proceso de revisión de “doble ciego” a un proceso de “ciego único” para los artículos enviados. La justificación era que las máquinas de búsqueda hacen ahora muy a fácil a los evaluadores identificar autores, si deciden hacerlo. Así que el Comité Ejecutivo eliminó ciegos, santificando así lo que previamente se consideraba comportamiento poco ético (pp. 213-217). Unamos a esto que la AER se reserva el derecho a rechazar trabajos sin revisión y la base para una equidad básica y una integridad científica se ve significativamente debilitada.

Cabría esperar que si la publicación para cita de artículos en revistas que esencialmente contribuyen muy poco o nada a una comprensión de la acción humana en el mundo real es lo que caracteriza la actividad de investigación de la mayoría de los economistas académicos, sería algo advertido y discutido. Y de hecho Payson cita a varios investigadores, sobre todo a Robert Solow, Deirdre McCloskey y Paul Ormerod, que han lo han criticado. El problema es que la discusión pública del problema no ha llevado a nada más que a la discusión pública, mientras que se han llevado a cabo pocas o ninguna acción para cambiar esa cultura.

Payson argumenta que un buen primer paso sería que la profesión adoptara un código de ética profesional que promueva la integridad científica y la objetividad, reproducibilidad y transparencia de la investigación en economía. Señala la existencia de la Iniciativa Berkeley para la Transparencia en las Ciencias Sociales, pero indica que esencialmente todo lo que se ha hecho es discutir las cuestiones de la ética y la integridad científica en la investigación económica, sin llevar a cabo ninguna acción real para tratar de cambiar las prácticas existentes a mejor. Payson fundó la  Association for Integrity and Responsible Leadership in Economics en 2007 en un intento de animar a los economistas , especialmente los de la universidad, a llevar a cabo acciones para cambiar las prácticas existentes que son éticamente sospechosas. A pesar de los muchos trabajos y jornadas de formación sobre el tema de la ética en la economía, en el momento de la publicación del libro seguía sin haber ningún código de ética profesional para economistas en Estados Unidos. Esto puede cambiar. Cuando escribo esto, la AEA, bajo el liderazgo de Alvin Roth, ha enviado a sus miembros un borrador para comentarios de un Código de Conducta Profesional. Reclama “integridad intelectual y profesional” en la investigación, objetividad, declaración de conflictos de intereses, “diálogo civilizado y respetuoso” e igualdad de oportunidades. También asigna a los economistas la responsabilidad colectiva para “desarrollar disposiciones institucionales y un entorno profesional que promueva la libre expresión con respecto a la economía”. Sospecho que prácticamente todo lo que hacen los economistas que no sea evidentemente un caso de simples faltas, como mentir o plagiar, sobreviviría a ese código. Resulta notable la ausencia de alguna declaración relacionada con que los economistas tengan alguna responsabilidad ante el público por lo que hacen.[4]

Payson le gustaría mucho más que se hiciera esto para cambiar la cultura de la economía en la universidad. Por ejemplo, cuando era miembro del consejo de la Society of Government Economists y organizaba sesiones de conferencias, introdujo el requisito de que las propuestas de trabajo incluyeran una declaración que explicara “cómo contribuye el trabajo a una mejor comprensión de la economía” (p. 323). Encontró una oposición considerable y el requisito se eliminó en dos años. Su conclusión: muchos economistas “esencialmente no tienen ninguna justificación ni razón defendible para lo que están haciendo” y les molesta que se les pida que ofrezcan alguna.

Payson desea una investigación económica que promueva un trabajo que tengan beneficios sociales tangibles. Sus sugerencias de mejora se dirigen a ese fin. Primero, dejar de financiar investigaciones que resulten ser onanismo matemático. La gente con poder y autoridad en las instituciones públicas y no públicas deberían dejar de financiar esas investigaciones. Segundo, las facultades deberían tener la iniciativa de dejar de contar las citas para las decisiones contratar, mantener y promover. Tercero, introducir cursos obligatorios de “ética profesional, integridad científica y liderazgo responsable” para programas de concesión de grado en economía (p. 335). Finalmente. Argumenta que es responsabilidad de los economistas preeminentes tomar la iniciativa para limpiar los establos. No les importa tratar abiertamente problemas importantes fuera de la profesión: deberían hacer lo mismo dentro de ella.

A la hora de evaluar los principales argumentos en el libro, hay un defecto evidente que la mayoría de los economistas de la tradición de la Escuela Austriaca verán de inmediato. Payson reconoce que existe una seria discusión de las diferencias ontológicas, epistemológicas y, por tanto, metodológicas entre el programa de investigación de las ciencias naturales y el de la economía (p. 189). Decide no tratarlo, al tiempo que mantiene que sigue siendo posible dirigir la investigación económica ortodoxa hacia el descubrimiento de la causalidad real. Sospecho que la razón reside en su creencia en que Paul Samuelson, “uno de los mayores economistas que hayan existido nunca” y cuyos Fundamentos del análisis económico se convirtieron en la Biblia de la economía ortodoxa, “hizo mucho más bien que mal” (p. 120). Bueno, si funcionalidad no es causalidad y no hay leyes en economía que puedan expresarse como relaciones cuantitativas constantes, ¿qué sentido tiene lo que hacen los economistas ortodoxos? ¿Cómo van a descubrir relaciones causales cuando su metodología principal es epistemológicamente inapropiada para la tarea? Su crítica de la cultura de la economía académica ortodoxa y la preocupación por el onanismo matemático, en lugar de por buscar y entender las relaciones causales de la acción humana, es convincente y actual. Pero un automóvil es tan bueno como lo es su motor y el de la economía que deriva de Samuelson está gripado. Reemplazar los mapas en el navegador GPS del salpicadero no mejorará la situación.

Para acabar, es justo preguntarse si es probable que este libro tenga algún efecto sobre las prácticas que critica. Lo dudo. Los economistas son conscientes de la mentira del coste hundido, sin embargo, con respecto a aquellos que pueblan los que se consideran en general los lugares superiores de la profesión, una conversión a los objetivos que aconseja Payson tendría graves consecuencias para ellos. Significaría que tendrían de renegar de la mayoría del trabajo de sus vidas y actuar para transformar drásticamente la economía académica. No contengáis la respiración.


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] Se dice que Truman Capote señaló una vez que algunas personas son escritores y otros mecanógrafos. Los que tienen poca consideración por la fiabilidad de los datos usan o la realidad de los supuestos en los que se basan puede considerarse que entran en la segunda categoría.

[2] Como joven empleado de inteligencia en la Oficina del Subjefe de Personal de Inteligencia en el Cuartel General del Ejército de Estados Unidos en Europa, a principios de la década de 1970, fui testigo para un equipo de trabajo de Washington cuya tarea era calificar nuestra productividad. Finalmente se decidió que esto lo haría el número de páginas de los informes de inteligencia. Las tareas concretas iban a calificarse por el tiempo dedicado a ellas. Sí, era así de simple.

[3] Hace años, revisé una serie de artículos que incluían uno de un futuro premio Nobel. Treinta y tres de los setenta y cinco artículos que citaba (el 44%) en su bibliografía eran suyos.

[4] Hasta ahora (junio de 2018), no ha habido ninguna adopción de ningún código de conducta profesional por la AEA. En su lugar, se creó en enero de 2018 un Comité Ad Hoc de Ambiente Profesional en Economía para evaluar las propuestas de un Comité Ad Hoc Para Considerar un Código de Conducta Profesional “con un enfoque particular en los problemas a los que se enfrentan mujeres y grupos minoritarios”. El resultado: la creación en abril de 2018 de un nuevo comité permanente sobre igualdad, diversidad y conducta profesional. Está encargado de evaluar e implantar las recomendaciones del Comité Ad Hoc de Ambiente Profesional en Economía.