El Estado es considerado casi universalmente como una institución de servicio público. Algunos teóricos veneran al Estado como la apoteosis de la sociedad; otros lo consideran como una amigable, aunque algunas veces ineficiente, organización para el logro de fines sociales; pero casi todos lo consideran como un medio necesario para lograr los objetivos de la humanidad, un medio a ser contrapuesto al “sector privado” y que usualmente gana en esta competencia por recursos. Con el surgimiento de la democracia, la identificación del Estado con la sociedad se ha redoblado, hasta el punto que es común escuchar la expresión de sentimientos que virtualmente violan todos los principios de la razón y el sentido común, tales como “nosotros somos el gobierno”. El útil término colectivo “Nosotros” ha permitido que un camuflaje ideológico haya sido extendido sobre la realidad de la vida política. Si “nosotros somos el gobierno”, entonces todo lo que un gobierno le haga a un individuo no es sólo justo y no-tiránico, sino también voluntario de parte del individuo involucrado. Si el gobierno ha incurrido en una enorme deuda pública la cual debe ser pagada gravando a un grupo en beneficio del otro, la realidad de la carga es oscurecida al decir que “nos lo debemos a nosotros mismos”; si el gobierno recluta a un hombre, o lo encierra en prisión por sus opiniones disidentes, entonces “se lo hizo a sí mismo”, y por lo tanto, nada grave ha sucedido. De acuerdo a este razonamiento, cualquier judío asesinado por el gobierno Nazi no fue realmente asesinado, sino que debe haber “cometido suicidio”, ya que los judíos eran el gobierno (el cual fue democráticamente electo) y, en consecuencia, cualquier cosa que el gobierno les haya hecho fue voluntario de su parte. Uno pensaría que no es necesario elaborar sobre este punto, y sin embargo la gran mayoría de la población cree en esta falacia en menor o mayor grado.
Debemos entonces enfatizar que “nosotros” no somos el gobierno, el gobierno no somos “nosotros”. El gobierno no representa en ningún sentido preciso, a la mayoría del pueblo.1 Pero aún si lo hiciera, aún si el 70% de la población decidiera asesinar al restante 30%, eso sería de todas formas asesinato y no suicidio voluntario de parte de la minoría masacrada.2 A ninguna metáfora organicista ni calmante irrelevante de que “todos somos parte del otro” debe permitírsele oscurecer este hecho básico.
Si, entonces, el Estado no somos “nosotros”, si no es la familia humana juntándose para decidir sobre sus problemas comunes; si no es una reunión de una logia o “Country Club”; ¿qué es el Estado? Brevemente, el Estado es aquella organización en la sociedad que intenta mantener un monopolio sobre el uso de la fuerza y la violencia en una determinada área territorial; en particular, el Estado es la única organización que obtiene sus ingresos, no a través de contribuciones voluntarias o el pago por servicios prestados, sino a través de la coerción. Mientras que otros individuos o instituciones obtienen sus ingresos por medio de la producción de bienes y servicios y por la venta voluntaria y pacífica de dichos bienes y servicios a otros individuos, el Estado obtiene su renta mediante el uso de la compulsión, es decir, la amenaza de la cárcel y la bayoneta.3 Luego de usar la fuerza y la violencia para obtener sus ingresos, pasa a regular las demás acciones sus súbditos individuales. Uno pensaría que la simple observación de todos los Estados a lo largo de la historia y sobre todo el globo terráqueo, sería suficiente prueba de esta afirmación; pero el aura de mito ha envuelto por mucho tiempo las actividades del Estado, que cierta elaboración es necesaria.
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1.No podemos desarrollar en este capítulo los múltiples problemas y falacias de la “democracia”. Aquí será suficiente con decir que un verdadero agente o “representante” de una persona está siempre sujeto a las órdenes a las órdenes de éste, puede ser despedido en cualquier momento y no puede actuar en contra de los intereses o deseos de su cliente. Claramente, el “representante” en una democracia no puede cumplir con tales funciones fiduciarias, las únicas consonantes con una sociedad libertaria.
2.Los socialdemócratas usualmente argumentan que la democracia -la elección por mayoría de los gobernantes- lógicamente implica que la mayoría debe dejar algunos derechos a la minoría, pues esta puede convertirse algún día en mayoría. Sin contar otros errores, este argumento no es válido cuando la minoría no puede convertirse en mayoría, por ejemplo, cuando es de un origen racial o étnico distinto al de la mayor.
3.Joseph A. Schumpeter Capitalismo, Socialismo y Democracia (NuevaYork: Harper and Bros., 194), p. 198: La fricción o antagonismo entre la esfera privada y la pública fue intensificada por el hecho primordial de que el Estado ha estado viviendo de una renta que estaba siendo producida en la esfera privada con propósitos privados y tenía que ser desviada de estos propósitos por medio de la fuerza política. La teoría que construye los impuestos sobre la analogía de cuotas de un club o de la compra de los servicios, digamos, de un doctor, solo prueba lo alejada de los hábitos del pensamiento científico que está esta parte de las ciencias sociales. Ver también Murray N. Rothbard, “The fallacy of the public sector”, New Individualist Review (Verano de 1961): 3 y ss.