Aproximación a la empresa desde la economía austriaca y los costes de transacción

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[Publicado originalmente en Libertarian Papers 1, 39 (2009)]

Mientras la teoría de los costes de transacción de la empresa iba tomando forma en la década de 1970, estaba apareciendo otro movimiento importante en la economía: una recuperación de la tradición “austriaca” en teoría económica, asociada con economistas como Ludwig von Mises y F. A. Hayek (1973; Dolan, 1976; Spadaro, 1978). Como ha señalado Oliver Williamson, la economía austriaca está entre las diversas fuentes de la economía de los costes de transacción. En particular, Williamson cita frecuentemente a Hayek (por ejemplo, Williamson, 1985, p. 8; 1991, p. 162), especialmente el énfasis de Hayek en la adaptación como problema clave de la organización económica (Hayek, 1945). Siguiendo a Williamson, una referencia a “El uso del conocimiento en la sociedad” de Hayek (Hayek, 1945) se ha convertido en casi obligatoria en las explicaciones de la organización económica (por ejemplo, Ricketts, 1987, p. 59; Milgrom y Roberts, 1992, p. 56; Douma y Schreuder 1991, p. 9). Sin embargo, hay muchas otras posibles relaciones entre la economía austriaca y la de los costes de transacción que no han sido exploradas ni explotadas con detalle.

Este artículo argumenta que ideas característicamente austriacas acerca de la propiedad, el emprendimiento, el cálculo económico, el conocimiento tácito y la estructura temporal del capital tienen implicaciones importantes para las teorías de la organización económica y la economía de los costes de transacción en particular. Sin embargo, los economistas austriacos no han dedicado demasiada atención a la teoría de la empresa, prefiriendo centrarse en la teoría del ciclo económico, la economía del estado del bienestar, la economía política, los sistemas económicos comparativos y otras áreas. Hasta hace poco la teoría de la empresa era un área casi completamente olvidada de la economía austriaca, pero a lo largo de la última década ha aparecido una pequeña literatura austriaca sobre la empresa.[1] Aunque estas obras cubren una amplia variedad de asuntos teóricos y aplicados, sus autores comparten la opinión de que las ideas austriacas tienen algo que ofrecer a los estudiosos de la organización de la empresa.

La Escuela Austriaca de economía

La Escuela Austriaca nació con la publicación de Grundsätze der Volkwirtschaftslehre (Menger, 1871), del profesor vienés Carl Menger en 1871, haciendo de la Escuela Austriaca una de las tres grandes tradiciones “marginalistas” (junto con las aproximaciones de William Stanley Jevons y Léon Walras). Menger ofrecía una explicación propia del proceso de precios, la estructura del capital y las causas de las fluctuaciones económicas, junto con un énfasis en la explicación de las instituciones que difería sustancialmente de las aproximaciones de Marshall, Walras y Keynes que iban a dominar la profesión económica. Como Jevons y Walras, Menger destacaba los deseos de carácter subjetivo del consumidor como fuente de valor económico (frente a la visión clásica de que los costes de producción determinaban el valor). Sin embargo, al contrario que la aproximación neoclásica, la aproximación de Menger a la economía era causal y realista, tratando de explicar los precios e instituciones del mundo real en términos de valores objetivos, planes y acciones de los participantes del mercado.

La Escuela Austriaca se hizo prominente a finales del XIX y principios del XX en Europa y Estados Unidos bajo la influencia de Menger, Eugen von Böhm-Bawerk, Frank A. Fetter, Herbert J. Davenport, Philip Wicksteed, Mises, Lionel Robbins y Hayek, pero cayó en el olvido a finales de la década de 1930. Contribuciones importantes a la tradición austriaca fueron añadidas posteriormente por Mises (1949), Rothbard (1956, 1962, 1963a, 1963b), Kirzner (1966, 1973) y Lachmann (1956), pero, al menos públicamente, la tradición austriaca estaba dormida. Cuando se otorgó a Hayek el premio Nobel de economía en 1974, el interés por la escuela austriaca se reavivó de forma repentina e inesperada. Ya en ese año se estaba produciendo un “renacimiento austriaco”, liderado por alumnos y seguidores de Rothbard y Kirzner (Dolan, 1976; Vaughn 1994; Salerno, 2002). Desde entonces, la Escuela Austriaca moderna se ha convertido en una tradición “heterodoxa” importante dentro del entorno de la economía contemporánea, poseyendo ahora mismo sus propias revistas académicas, sociedades profesionales, programas de grado y organizaciones patrocinadoras.

A lo largo de su historia, la Escuela Austriaca ha desarrollado muchas de sus ideas claves como alternativas a otras perspectivas más dominantes. La aproximación subjetivista y marginalista de Menger se enfrentaba a la teoría clásica del valor y Menger se enzarzó posteriormente en un largo debate con la Escuela Histórica Alemana sobre el ámbito y métodos adecuados de la economía. Mises depuró sus opiniones sobre cálculo monetario durante el debate del cálculo socialista y Hayek desarrollo y extendió la teoría de los ciclos económicos que compartía con Mises a lo largo de varias disputas con Keynes. Igualmente, la literatura austriaca sobre la empresa se enfrenta a aspectos importantes de otras perspectivas más populares sobre organización económica, emprendimiento y gestión estratégica.

Los austriacos como precursores de la economía de costes de transacción

Aunque los austriacos hasta hace poco tuvieron poco que decir acerca de la teoría de la empresa por sí misma, los problemas de la organización económica y su encarnación institucional siempre han ocupado el centro del escenario dentro de la tradición austriaca. Esto incluye, evidentemente, problemas en sistemas comparativos como el debate sobre el cálculo socialista (por ejemplo, Mises 1920, 1936; Hayek, 1935, 1945; Lavoie 1985). De hecho, no es sorprendente que los austriacos tuvieran tantos ingredientes necesarios para una teoría de la empresa y aun así quedara para el no-austriaco Ronald Coase encuadrar y analizar el problema de la existencia, los límites y la organización interna de la empresa.

Tipos de órdenes

Tal vez las distinciones generales más pertinentes a realizar en una explicación de la organización económica son las que hay entre instituciones “pragmáticas” y “orgánicas” (Menger 1883) o los órdenes “planificados” y “espontáneos” (Hayek 1973). Mientras que las instituciones pragmáticas son el resultado de “causas socialmente teleológicas”, las instituciones orgánicas son “el resultado no pretendido de innumerables esfuerzos de sujetos económicos en busca de intereses individuales” (Menger, 1883, p. 158). La explicación de Menger trata principalmente de explicar las diferentes maneras en que aparecen las instituciones, no cómo se conservan, ni sus principios de funcionamiento una vez creadas. La distinción de Hayek (1973) entre órdenes planeados y espontáneos complementa la explicación de Menger a este respecto, porque su distinción se basa en las diferentes normas organizativas que comprenden estos órdenes. Las normas que soportan el orden espontáneo son abstractas, independientes de propósitos y generales, mientras que las normas (u órdenes) que soportan un orden planificado están diseñadas y son específicas por naturaleza. Aunque Hayek tiende a distinguir radicalmente no solo entre órdenes espontáneos y planificados, sino también entre las normas relevantes que los dirigen (nomos y thesis, respectivamente), es difícil establecer distinciones precisas: los órdenes espontáneos pueden ser más o menos generales, los órdenes planificados pueden comprender elementos de órdenes espontáneos, etc. Evidentemente, la distinción general entre órdenes planificados y espontáneos equivale a aquella entre “mercados y jerarquías” (Williamson, 1975) o gobernanza “espontánea” e “intencional” (Williamson, 1991).

El debate del cálculo socialista

Por supuesto, el debate en el periodo de entreguerras sobre la eficiencia económica del socialismo es un gran ejemplo de comparación entre modos “espontáneos” e “intencionales” de gobernanza, aunque a un nivel económico general. Sin embargo, el debate generó numerosas ideas que han sido importantes para desarrollos posteriores en la teoría del organización económica, incluyendo la economía de los costes de transacción, como (1) la idea de que las evaluaciones del bienestar de las instituciones y los resultados no deberían basarse en una “aproximación Nirvana” (Demsetz, 1969); (2) la importancia del cambio para la organización económica; (3) la comprensión de que una organización económica debería ser sensible al conocimiento y la racionalidad que poseen los agentes y (4) una comprensión de la relación principal-agente y de la importancia de los incentivos más en general (ver Foss, 1994). Así, ya es evidente desde la primera andanada de Mises (1920) en el debate que lo que realmente irritaba a los austriacos era el uso de patrones de comparación irreales e inaceptables por parte de sus opositores socialistas. Naturalmente, sobre esos patrones, el capitalismo parecía ineficiente y derrochador. Para los austriacos, los economistas socialistas (incluyendo los defensores del socialismo de mercado) olvidaban el papel de los incentivos (Mises 1936; Hayek 1940); usaban supuestos irreales acerca de las cantidades de conocimiento que podían poseer los agentes (especialmente las autoridades planificadoras) y formulaban sus razonamientos con modelos estáticos que ocultaban todos los problemas económicos importantes. Mises, por otro lado, insistía en que “el problema del cálculo económico es un problema de dinámica económica: no es un problema de estática económica” (1936, p. 121) y Hayek añadía posteriormente que “los problemas económicos aparecen siempre y solo a consecuencia de cambios” (1945, p. 82). En palabras de Salerno (1994, p. 121), Mises “deja muy claro que los precios estáticos imputados matemáticamente a partir de un conocimiento perfecto de los datos económicos no llevarían a una asignación dinámicamente eficiente de los recursos. Esto último solo puede lograrse por los precios empresarialmente calculados que se generan en el proceso histórico del mercado”.

Una manera de interpretar esta idea austriaca es que en ausencia de cambio no hay costes de transacción ni información, es decir, en ausencia de los problemas de conocimiento y cálculo que presenta el cambio económico no habría costes de identificación de socios contractuales, redacción y ejecución de contratos, control de la producción, creación de salvaguardas contractuales, juicio de la calidad y otras cosas. En ausencia de costes de transacción, la alternativa entre las transacciones en el mercado por mediación de los precios y las jerarquías firmes resulta indeterminada. Esto indica una relación entre las ideas austriacas en el debate del cálculo y las ideas de Coase de la organización económica, aunque esta relación no fuera reconocida ni por los austriacos ni por Coase, probablemente porque se centraban en instituciones distintas: Cuando Hayek (1945) alababa “la maravilla” del sistema de precios, Coase había establecido ocho años antes que la razón por la que existía las empresas era que el “sistema de telecomunicaciones” de los precios no funciona sin costes. De hecho, algunos comentaristas han visto el análisis de Coase y el de Hayek como enormemente opuestos. Sin embargo, por el contrario, es solo en el tipo de realidad económica dinámica visualizada por los austriacos como el argumento de Coase adquiere toda su fuerza.

Incentivos y derechos de propiedad

Una de las áreas en rápida expansión en la teoría de la organización económica es la teoría principal-agente. Los austriacos han dado varios argumentos que anticipan de forma importante esta teoría. Han señalado los problemas de agencia bajo socialismo como la asignación de riesgos (por ejemplo, Hayek 1940). Bajo el socialismo, señalan, los gestores serán o bien ineficientemente adversos al riesgo o amantes del riesgo, ante preocupaciones por su carrera y la presencia de una institución (las autoridades panificadoras) que podría actuar como institución aseguradora y asumir el riesgo moral de los gestores individuales (Mises 1936, p. 122; Hayek 1940, p. 199). Además, los austriacos han señalado que la organización económica socialista estimularía la búsqueda de rentas (Mises 1936, 1944, 1949).

Una de las virtudes principales de un sistema de mercado organizado sobre la base de la propiedad privada, según creía Mies, es la fuerte mitigación de posibles problemas principal-agente:

En la economía capitalista, el funcionamiento del mercado no se detiene a las puertas de una preocupación de los grandes negocios. (…) Permea todos sus departamentos y ramas. (…) Aúna una completa centralización de toda la preocupación con una autonomía casi completa de las partes, pone de acuerdo la responsabilidad total de la gestión centralizada con un alto grado de interés e incentiva a los gestores subordinados (Mises 1944, p. 47).

Dividir la gran empresa en centros independientes de beneficio es la manera en la que la alta dirección gestiona a los directores subordinados. Anticipándose a Fama (1980), Mises (1944, pp. 42-47) señala las preocupaciones de carrera como fuerzas importantes que mitigan la elusión de responsabilidades del gestor. Es verdad que tanto la teoría del principal-agente como los argumentos austriacos específicos de los incentivos en el debate del cálculo se basan en un razonamiento más general de los derechos de propiedad. Por ejemplo, es esencialmente porque los agentes normalmente no tienen derechos de propiedad sobre los flujos residuales de renta de las acciones productivas por lo que se dedican a lo que puede ser elusiones de responsabilidad de sus tareas.

Aunque el pensamiento austriaco acerca de la función económica de los derechos de propiedad empieza con Menger (por ejemplo, 1871, pp. 97, 100), el pensamiento austriaco más avanzados sobre el asunto está representado por la obra de Mises. Por ejemplo, Mises (1936, p. 182) explica con claridad que los derechos de propiedad son derechos compuestos y argumenta que los derechos bien definidos sobre la renta residual son esenciales para el funcionamiento eficiente de la economía. Una razón esencial por la que el “mercado artificial” de los socialistas de mercado no puede funcionar es precisamente porque las transferencias de bienes entre gestores socialistas no equivalen a la transferencia de bienes en una economía capitalista: Bajo el socialismo no son derechos completos de propiedad los que se transfieren, así que los precios e incentivos son por tanto perversos. Donde tal vez Mises anticipe más explícitamente la evolución moderna, específicamente en el trabajo sobre el mercado para el control corporativo, es donde describe el papel crítico de los mercados de capital para el funcionamiento eficiente de la economía. Los mercados de valores facilitan el tipo más importante de cálculo económico en una economía dinámica a través de “disolver, extender, transformar y limitar las empresas existentes y crear nuevas empresas” (1936, p. 215).[2]

Teoría del capital y teoría del ciclo económico

La teoría del capital y del ciclo económico parecen menos relacionadas con la teoría de la organización económica. Sin embargo, suministran el último componente en la serie de conceptos necesarios para hacer un enunciado coherente acera de la organización económica en general y la empresa en particular. El componente relevante es la estructura intertemporal de la producción destacada en la teoría austriaca del capital y el ciclo económico (por ejemplo, Hayek, 1931, 1941; Lachmann, 1956). Para los austriacos, el proceso de producción de la economía representa una serie de etapas de producción en el que cada etapa muestra una relación temporal con el consumo final (Menger, 1871; Hayek, 1931, 1941; Lachmann, 1956). En otras palabras, hay complementariedades importantes entre los procesos de producción. Además, la expansión del crédito induce desajustes en la estructura de producción que tienen que resolverse a lo largo del tiempo (Hayek, 1931), lo que significa que algunos recursos o actividades son específicos entre sí y entre procesos particulares de producción (ver también Lachmann, 1956). Estas relaciones solo pueden entenderse del todo en un marco que destaque la estructura temporal de la producción, como en la teoría austriaca del capital y el ciclo económico (ibíd.): se ven oscurecidas en la visión usual de producción-función de la actividad económica en la que el capital es homogéneo y la producción es eterna. La integración vertical es también mucho más fácil de reflejar y entender en un marco secuencial que en el marco atemporal de la microeconomía neoclásica. Como ha demostrado un trabajo reciente sobre la teoría de la empresa, las nociones de complementariedad y especificidad son necesarias para dar una explicación coherente acerca de la empresa (Hart, 1995; Williamson, 1996).

La economía austriaca y la perspectiva contractual de la empresa

Hay algún debate dentro de la literatura austriaca acerca de la aproximación básica de Coase y su compatibilidad con la perspectiva austriaca. O’Driscoll y Rizzo (1985, p. 124), aunque reconocen la aproximación de Coase como una “excelente conceptualización estática del problema”, argumentan que se necesita un marco más evolucionista para entender cómo responden las empresas al cambio. Algunos economistas austriacos han sugerido que el marco de Coase puede ser demasiado estrecho, demasiado encuadrado en la tradición del equilibrio general como para tratar adecuadamente las preocupaciones austriacas (Boudreaux y Holcombe, 1989; Langlois, 1994). Sin embargo, como ha señalado Foss (1993), hay “dos tradiciones coasianas”. Una tradición, de la rama del riesgo moral o de la teoría de agencia asociada con Alchian y Demsetz (1972), estudia el diseño de los mecanismos ex ante para limitar las elusiones cuando la supervisión es costosa. Aquí el énfasis se da en la monitorización y los incentivos y en una relación (determinada exógenamente) de agencia. Las críticas anteriores pueden aplicarse a esta rama de la literatura moderna, pero no son aplicables a la otra tradición, la rama de la gobernanza o de la especificidad de activos, especialmente en la formulación más heterodoxa de Williamson. El marco de los costes de transacción de Williamson incorpora un comportamiento no maximizador (racionalidad limitada): la verdadera incertidumbre “estructural” o la sorpresa genuina (los contratos completos se consideran no viables, lo que significa que todas las contingencias ex post no pueden contratarse ex ante) y el proceso de adaptación a lo largo del tiempo (las relaciones comerciales se desarrollan a lo largo del tiempo, normalmente conllevando una “transformación fundamental” que cambia los términos del comercio). En resumen, “al menos algunas teorías modernas de la empresa no presuponen en absoluto el universo económico “cerrado” (con todas las entradas y salidas relevantes dadas, la acción humana conceptualizada como maximización, etc.) que [algunos críticos] afirman que está por debajo de la teoría contemporánea de la empresa” (Foss, 1993, p. 274).

Dicho de otra manera, se pueda adoptar una perspectiva esencialmente coasiana sin abandonar la visión misesiana del emprendedor como alguien que toma decisiones innovadoras soportando la incertidumbre.[3]

El cálculo económico y los límites para la empresa

Una aproximación para desarrollar una aproximación característicamente “austriaca” a la empresa es empezar por la aproximación contractual básica y la explananda coasiana de la existencia, límites y organización interna de la empresa y añadir los conceptos de emprendimiento, cálculo económico, la estructura temporal de la producción y otros elementos de la tradición austriaca. Por ejemplo, los límites del tamaño de la empresa pueden entenderse como un caso especial de los argumentos ofrecidos por Mises (1920) y Hayek (1937, 1945) acerca de la imposibilidad de una planificación económica racional bajo el socialismo (Klein, 1996). Kirzner (1992, p. 162) adopta esta aproximación al interpretar los costes de la organización interna en términos de problema del conocimiento de Hayek:

En un mercado libre, cualquier ventaja que pueda derivarse de la “planificación centralizada” (…) se obtiene a costa de un mayor problema del conocimiento. Podemos esperar que las empresas se expandan espontáneamente hasta el momento en el que las ventajas adicionales de la planificación “centralizada” lleguen a compensar las dificultades crecientes de conocimiento que derivan de la información dispersa.

¿Qué es exactamente lo que genera este problema de conocimiento? La literatura ortodoxa sobre la empresa se centra sobre todo en los costes del intercambiado en el mercado y mucho menos en los costes de gobernar el intercambio interno. Las nuevas investigaciones todavía tienen que producir una explicación completamente satisfactoria de los límites del tamaño de la empresa (William­son, 1985, capítulo 6). Las explicaciones contractuales existentes se basan en los problemas de la autoridad y la responsabilidad (Arrow, 1974); las distorsiones de los incentivos causados por los derechos residuales de propiedad (Grossman y Hart, 1986; Holmström y Tirole, 1989; Hart y Moore, 1990) y los costes de tratar de reproducir características de gobernanza del mercado dentro de la empresa (William­son, 1985, capítulo 6). Rothbard (1962, pp. 544-550) ofrece una explicación para los límites verticales de la empresa basada en la afirmación de Mises de que el cálculo económico bajo el socialismo es imposible. Rothbard argumenta que la necesidad del cálculo monetario en términos de precios reales no solo explica los fracasos de la planificación centralizada por el socialismo, sino que además coloca un límite superior sobre el tamaño de la empresa.

La explicación de Rothbard empieza con el reconocimiento de que la postura de Mises sobre el cálculo económico socialista, como se ha señalado antes, no se refiere al socialismo de por sí, sino al papel de los precios de los bienes de capital. Los empresarios asignan recursos basándose en sus expectativas acerca de los precios futuros y en la información contenida en los precios presentes. Para obtener ganancias, necesitan información acerca de todos los precios, no solo los precios de los bienes de consumo, sino de los precios de los factores de producción. Sin mercados para los bienes de capital, estos bienes no pueden tener precio y por tanto los empresarios no pueden hacer juicios acerca de la escasez relativa de estos factores. Así que, en cualquier entorno (socialista o no) en el que un factor de producción no tenga un precio de mercado, un usuario potencial de ese factor será incapaz de tomar decisiones racionales acerca de su uso. Expresada de esta manera, la afirmación de Mises es que sencillamente la asignación eficiente de recursos en una economía de mercado requiere mercados de activos que funcionen correctamente. Para tener esos mercados, los factores de producción deben ser de propiedad privada.

La contribución de Rothbard es la generalización del análisis de Mises de este problema bajo el socialismo al contexto de la integración vertical y el tamaño de la organización. Rothbard escribe en El hombre, la economía y el estado que, hasta cierto punto, el tamaño de la empresa está determinado por los costes, como dice el modelo del libro de texto. Sin embargo, “los límites últimos recaen sobre tamaño relativo de la empresa por la necesidad de que existan mercados para todos los factores, para hacer posible a la empresa calcular sus pérdidas y ganancias” (Rothbard, 1962, p. 536). Este argumento depende de la noción de “costes implícitos”. El valor de mercado de los costes de oportunidad para los servicios de factor (lo que Rothbard llama “estimaciones de rentas implícitas”) pueden determinarse solo si hay mercados externos para dichos factores (pp. 542-544). Por ejemplo, si un empresario se contrata a sí mismo para dirigir el negocio, el coste de oportunidad de su trabajo debe incluirse en los costes de la empresa. Sin embargo, sin un mercado real para los servicios directivos del empresario, este no puede conocer su coste de oportunidad y por tanto sus balances serán menos precisos de los que habrían sido si pudiera medir su coste de oportunidad.

El mismo problema afecta a una empresa que posea múltiples etapas de producción. Una gran empresa integrada está organizada normalmente por centros de ganancia semiautónomos, cada uno especializado en un producto final o intermedio concreto. La dirección central de la empresa usará rentas implícitas de las unidades de negocio, reflejadas en las partidas de pérdidas y ganancias de las divisiones, para asignar capital físico y financiero a estas. Para calcular las pérdidas y ganancias de las divisiones, la empresa necesita un precio de transferencia que tenga sentido económicamente para todos los bienes y servicios transferidos internamente. Si hay un mercado externo para el componente, la empresa puede usar el precio de mercado como precio de transferencia. Sin embargo, sin un precio de mercado, el precio de transferencia debe estimarse, ya sea sobre la base del coste más un margen o negociando entre las divisiones que compran y venden: esos precios estimados de transferencia contienen menos información que los precios reales del mercado.

El uso de bienes intermedios intercambiados internamente para los cuales no hay disponible referencia externa de mercado introducirá distorsiones que reducen la eficiencia organizativa. Esto nos da el elemento que falta en las teorías contemporáneas de la organización económica, un límite superior: la empresa está limitada por la necesidad de mercados externos para todos los bienes intercambiados internamente. En otras palabras, ninguna empresa puede hacerse tan grande que sea al tiempo el productor y usuario único de un producto intermedio, pues entonces no habrá disponibles precios de transferencia basados en el mercado y la empresa será incapaz de calcular las pérdidas y ganancias de las divisiones y por tanto incapaz de asignar correctamente los recursos entre estas.[4] Por supuesto, la organización interna evitaría el problema del atasco al que se enfrentaría la empresa si solo hubiera un único suministrador externo y cabe suponer que este beneficio podría compensar el aumento en la “incalculabilidad” (Rothbard, 1962, p. 548).

Como Kirzner (1992), Rothbard consideraba su contribución como coherente con el marco básico coasiano. En una explicación posterior de este argumento (Rothbard, 1976, p. 76), dice que su propio tratamiento de los límites de la empresa:

Sirve para extender el notable análisis del profesor Coase sobre los determinantes del tamaño de la firma en el mercado o el grado relativo de planificación corporativa dentro de la firma frente al uso del intercambio y el mecanismo del precio. Coase señalaba que hay disminuciones de beneficios de aumentos de costes para cada una de estas dos alternativas, generando, como decía él, una “cantidad óptima de planificación” en el sistema del mercado libre. Nuestra tesis añade que los costes de la planificación corporativa interna se convierten en prohibitivos tan pronto como empiezan a desaparecer los mercados de bienes de capital, de forma que el óptimo del mercado libre siempre se quedará muy lejos no solo de la empresa única en todo el mercado mundial, sino también de cualquier desaparición de los mercados concretos y por tanto el cálculo económico en ese producto o recurso (Rothbard, 1976, p. 76).

La “planificación centralizada” dentro de la empresa, por tanto, solo es posible cuando la empresa existe dentro de un entorno más grande de mercado. Paradójicamente, la única razón por la que pudieron existir la Unión Soviética y las naciones comunistas de Europa Oriental fue porque nunca consiguieron establecer completamente el socialismo en todo el mundo, así que podían usar los precios del mercado mundial para establecer precios implícitos para los bienes que compraban y vendían internamente (Rothbard, 1991, pp. 73-74).

Emprendimiento y teoría austriaca del capital

La íntima relación entre el concepto misesiano del emprendimiento como acción bajo incertidumbre y la propiedad y control de los recursos sugiere un enlace entre el emprendimiento y las actividades mundanas de establecer y mantener una empresa. Foss y Klein (2005) y Foss, Foss, Klein y Klein (2007) ofrecen una teoría empresarial de la organización económica que combina el concepto de Knight-Mises del emprendimiento como “juicio” y la aproximación austriaca de la heterogeneidad del capital. En la formulación de Knight, el emprendimiento representa un juicio bajo una “verdadera” incertidumbre que no puede evaluarse en términos de su producto marginal y que, por tanto, no puede pagar un salario (Knight 1921, p. 311). En otras palabras, no hay mercado para el juicio en el que se basan los emprendedores y por tanto ejercer juicio requiere que la persona con este emprenda una empresa. Como dice Mises (1949, p. 585):

El emprendedor real es un especulador, un hombre dispuesto a utilizar su opinión acerca de la estructura futura del mercado para operaciones de negocio que prometen ganancias. Esta comprensión anticipada concreta de las condiciones del futuro incierto desafía cualquier norma y sistematización.

Por supuesto, los que toman las decisiones juiciosas pueden contratar a consultores, pronosticadores, expertos técnicos y otras personas. Sin embargo, al hacerlo están ejercitando su propio juicio emprendedor. Así que el juicio implica propiedad de activos, pues la toma juiciosa de decisiones es en último término una toma de decisiones acerca del empleo de recursos. Así que el papel del emprendedor es disponer u organizar los bienes de capital que posee. Como dice Lachmann (1956, p. 16): “Vivimos en un mundo de cambios inesperados, por tanto, las combinaciones de capital (…) serán siempre cambiantes, se disolverán y reformarán. Es en esta actividad donde encontramos la función real del emprendedor”.

La teoría austriaca del capital proporciona una base única para una teoría empresarial de la organización económica. La teoría neoclásica de la producción, con su noción de capital como un fondo de valor permanente y homogéneo, en lugar de unas existencias discretas de bienes heterogéneos de capital, ayuda poco aquí. Las aproximaciones a la empresa de los costes de transacción, basadas en recursos y derechos de propiedad, sí incorporan nociones de activos heterogéneos, pero tienden a invocar las peculiaridades necesarias de una manera ad hoc para racionalizar problemas concretos de intercambio: para la economía de los costes de transacción, la especificidad de activos, para las teorías de las capacidades, el conocimiento tácito y así sucesivamente. La aproximación austriaca, que empieza con los conceptos de bienes de orden superior e inferior de Menger (1871) y que se extiende a través de la noción de producción indirecta de Böhm-Bawerk (1889), la teoría de las múltiples especificidades de Lachmann (1956) y la formulación de la estructura de capital en términos de planes emprendedores de Kirzner (1966) ofrece una base sólida para una teoría de la acción emprendedora basada en juicios.

Una manera de hacer operativa la noción austriaca de la heterogeneidad es incorporar la idea de Barzel (1997) de que los bienes de capital se distinguen por sus atributos. Los atributos son características, funciones o usos posibles de activos percibidos por un emprendedor. Los activos son heterogéneos en la media de que tienen diferentes atributos valorados y diferentes niveles de estos. Los atributos también pueden variar a lo largo del tiempo, incluso para un activo concreto. Dada la incertidumbre knightiana, los atributos no existen objetiva, sino subjetivamente, son las mentes de los emprendedores en busca de beneficios las que ponen en uso estos activos en las diversas líneas de producción. Consecuentemente, los atributos se manifiestan en las decisiones de producción y se aprecian solo ex post, después de que se materializan las pérdidas y ganancias.

Los emprendedores que buscan crear o descubrir nuevos atributos de los activos de capital querrán títulos de propiedad para los activos relevantes, tanto por razones especulativas como por razones de economización en costes de transacción. Estos argumentos dejan un espacio al emprendimiento que va más allá de desarrollar una combinación superior de activos de capital con atributos “dados”, adquiriendo los activos relevantes y asignándolos a la producción para un mercado: el emprendimiento puede ser también asunto de experimentación con activos de capital en un intento de descubrir nuevos atributos valiosos.

Esa actividad experimental puede tener lugar en el contexto de probar nuevas combinaciones a través de la adquisición o fusión con otras empresas o en forma de probar nuevas combinaciones de activos ya bajo el control del emprendedor. El éxito del emprendedor en la experimentación con activos depende de este modo no solo de su capacidad de anticipar condiciones de mercado y precios futuros, sino también de los costes internos y externos de transacción, el control del emprendedor sobre los activos relevantes, cuál es el beneficio esperado que podemos conseguir de la actividad experimental y así sucesivamente. Además, estos últimos factores son determinantes claves de la organización económica en las teorías modernas de la empresa, lo que sugiere que puede haber complementariedades fructíferas entre la teoría de la organización económica y las teorías austriacas de la heterogeneidad del capital y el emprendimiento.

Foss, Foss, Klein y Klein (2007) muestran cómo esta aproximación proporciona nuevas ideas sobre la aparición, límites y organización interna de la empresa. Las empresas no solo existen para economizar costes de transacción, sino también como medio para el ejercicio del juicio emprendedor y como un mecanismo de bajo coste para los emprendedores para experimentar con diversas combinaciones de bienes heterogéneos de capital. Los cambios en los límites de la empresa pueden igualmente entenderse como el resultado de procesos de experimentación emprendedora. Y la organización interna puede interpretarse como los medios por los que el emprendedor delega derechos concretos de decisión a subordinados, que ejercitan una forma de juicio “derivado” por su parte (Foss, Foss y Klein, 2007).

Witt (1998, 1999) ofrece otra aproximación a la combinación de un concepto austriaco del emprendimiento con la teoría la empresa. Los emprendedores necesitan factores complementarios de producción, argumenta, que se coordinan dentro de la empresa. Para que la empresa tenga éxito, el emprendedor debe establecer un marco tácito y compartido de objetivos, al que Casson (2000) llama un “modelo mental” de la realidad, que gobierna las relaciones entre los miembros del equipo emprendedor. Como señala Langlois (1998), a menudo es más sencillo (menos costoso) para las personas confiar en una persona concreta, el líder, en lugar de en una serie abstracta de normas complejas que dirija las operaciones de la empresa. Así que el ejercicio apropiado de la autoridad carismática facilita la coordinación dentro de las organizaciones (Witt, 2003). Esta aproximación combina ideas de economía, psicología y sociología y se basa en buena medida en Max Weber. Los líderes se coordinan a través de comunicaciones eficaces, no solo de información explícita, sino también de conocimiento tácito: planes, normas, puntos de vista y similares. El emprendedor de éxito domina la comunicación de dichos modelos.

Aquí, como en Coase (1937), la relación del empleo es esencial para la teoría de la empresa. La tarea principal del emprendedor es coordinar los recursos humanos que constituye la empresa. Por el contrario, Foss, Foss, Klein y Klein (2007) se centran en los activos enajenables, como en Knight (1921). Definen la empresa como el emprendedor más los recursos enajenables que posee y por tanto controla el emprendedor. Cada aproximación tiene pros y contras. La aproximación cognitiva explica la dinámica entre los miembros del equipo, pero no necesariamente sus relaciones contractuales. ¿Debe el líder carismático poseer necesariamente capital físico o puede ser un empleado o un contratado independiente? Formular un plan de negocio, comunicar una cultura corporativa y cosas similares son claramente dimensiones importantes del liderazgo empresarial. ¿Pero son atributos del gestor de éxito o del emprendedor de éxito? Incluso si las habilidades de gestión de alto nivel fuera las mismas que las del emprendimiento, no está claro por qué el liderazgo carismático debería considerarse como más “emprendedor” que otras actividades gestoras comparativamente mundanas como estructurar incentivos, delimitar el oportunismo, administrar recompensas y otras. Por otro lado, la aproximación del juicio no se generaliza fácilmente desde la empresa de una persona a la empresa multipersonal.

Conclusión

La economía de los costes de transacción, aunque firmemente arraigada en la tradición económica neoclásica, siempre ha recurrido a un amplio rango de recursos en derecho, teoría de la organización, sociología económica, ciencia política e historia, así como en una serie diversa de economistas que incluyen las tradiciones conductista, institucional “antigua” y otras “heterodoxas”. La Escuela Austriaca, aunque haya proporcionado alguna influencia directa, sobre todo a través de Hayek, no ha tenido tanta influencia como se podría imaginar, dada la rica herencia de los austriacos en las áreas de los derechos de propiedad, conocimiento, incentivos e instituciones. Este ensayo destaca algunos posibles puentes entre las literaturas austriaca y nueva institucional y señala la emergente literatura austriaca sobre la teoría de la empresa. Esperamos que esta sea un área de crecimiento en los próximos años.

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El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] Los ejemplos incluyen a  Langlois (1992, 1995, 2002), Minkler (1993a, 1993b), Foss (1994, 1997, 1999, 2001), Klein (1996, 1999, 2008), Young, Smith y Grimm (1996), Lewin (1998), Dulbecco y Garrouste (1999), Ionnanides (1999), Witt (1999), Yu (1999), Sautet (2000), Foss y Foss (2002a, 2000b), Lewin y Phelan (2000), Foss y Christensen (2001), Klein y Klein (2001), Foss y Klein (2002), Foss, Foss, Klein y Klein (2002), Adelstein (2005), Ng (2005), Foss, Foss y Klein (2007), Pongracic (2009) y Walsh (2009).

[2] Ver también Klein (1999).

[3] Foss y Foss (2000) argumentan, de forma más generalizada, que las teorías contractual y basada en el conocimiento de la empresa son esencialmente complementarias, no rivales. Para más sobre la teoría misesiana del emprendedor, ver Foss, Foss, Klein y Klein (2007), Klein (2008) y Salerno (2008).

[4] Advirtamos que, en general, Rothbard está haciendo una afirmación solo acerca del límite superior de la empresa, no sobre el coste incremental de expandir las actividades de la empresa (mientras haya disponibles referencias externas del mercado). Sin embargo, tan pronto como la empresa se expanda hasta el punto en el que al menos haya desaparecido un mercado externo aparecerá el problema del cálculo. Las dificultades empeoran al ir desapareciendo cada vez más mercados externos como “islas de un caos incalculable aumentadas hasta la proporción de masas y continentes. Al ir aumentando el área de incalculabilidad, los grados de irracionalidad, malas asignaciones, pérdidas, empobrecimiento, etc., se van haciendo mayores” (Rothbard, 1962, p. 548).

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