Estados Unidos entra en guerra

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[Great Wars and Great Leaders: A Libertarian Rebuttal (2010)]

Con el estallido de la guerra en Europa, empezaron las hostilidades en el norte del Atlántico que acabaron proporcionando el contexto (o más bien, el pretexto) para la participación de Estados Unidos. Inmediatamente se pusieron sobre la mesa las cuestiones de los derechos de neutrales y beligerantes.

En 1909, una conferencia internacional había producido la Declaración de Londres, un enunciado de derecho internacional aplicable a la guerra marítima. Como no fue ratificada por todos los firmantes, la declaración nunca entró en vigor. Sin embargo, una vez se inició la guerra Estados Unidos inquirió si los beligerantes estaban dispuestos a seguir sus estipulaciones. Las Potencias Centrales estuvieron de acuerdo, siempre que la Entente hiciera lo mismo. Los británicos estuvieron de acuerdo, con ciertas modificaciones, que en la práctica negaban la declaración.[1] Las “modificaciones” británicas incluían añadir un gran número de cosas previamente “libres” a la lista del contrabando “condicional” y cambiar el estatus de las materias primas clave (sobre todo, la comida) a contrabando “absoluto”, supuestamente porque podía ser usada por el ejército alemán.

La interpretación tradicional del derecho natural sobre esto fue expuesta una década y media antes por el primer ministro británico, Lord Salisbury:

Los alimentos con un destino hostil pueden considerarse contrabando de guerra solo si son suministros para las fuerzas enemigas. No basta con que sean capaces de usarse de esa manera: debe demostrarse que este era realmente su destino en el momento de la incautación.[2]

También había sido la postura histórica del gobierno de EEUU. Pero en 1914 los británicos reclamaron el derecho a capturar comida así como otros productos que previamente eran “contrabando condicional” destinado no solo a los puesto hostiles, sino también a los neutrales, bajo la pretensión de que podían acabar llegando a Alemania y por tanto al ejército alemán. En realidad, el objetivo era, como admitía abiertamente Churchill, Primer Lord del Almirantazgo, “hacer pasar hambre a la población (hombres, mujeres y niños, jóvenes y viejos, heridos y sanos) para que se rindieran”.[3]

Gran Bretaña asumía así el “control prácticamente completo sobre todo el comercio neutral”, en “abierto incumplimiento del derecho internacional”.[4] Los abogados del Departamento de Estado prepararon una fuerte protesta, pero esta no se envió nunca. Por el contrario, el coronel House y Spring-Rice, el embajador británico, se reunieron y llegaron a una solución alternativa. Negando que la nueva nota fuera siquiera una “protesta formal”, Estados Unidos solicitaba educadamente que Londres reconsiderara su política. Los británicos expresaban su aprecio por el punto de vista estadounidense y resolvieron tranquilamente continuar con sus incumplimientos.[5]

En noviembre de 1914, el Almirantazgo británico anunciaba, supuestamente en respuesta al descubrimiento de un barco alemán descargando minas en la costa inglesa, que a partir de entonces todo el Mar del Norte era un “área militar” o zona bélica, que sería minada y en la que los barcos neutrales actuarían “bajo su propio riesgo”. La acción británica iba en abierta contravención del derecho internacional (incluyendo la Declaración de París, de 1856, que había firmado Gran Bretaña), entre otras razones porque incumplía flagrantemente con los criterios para un bloqueo legal.[6]

La acción británica significaba que el comercio estadounidense con Alemania había terminado en la práctica, así que Estados Unidos se convertía en el arsenal de la Entente. Ligado ahora por lazos financieros, además de sentimentales, con Inglaterra, buena parte de las grandes empresas de Estados Unidos trabajaron de una forma u otra por la causa aliada. La casa de J.P. Morgan, que se presentó voluntaria como coordinadora de los suministros a Gran Bretaña, consultaba periódicamente con la administración Wilson sus operaciones financieras con la Entente. El Wall Street Journal y otros órganos de la élite empresarial eran ruidosamente pro-británicos a cada paso, hasta que acabaron siendo admitidos en la fraternidad europea.[7]

Estados Unidos rechazó unirse a los neutrales países escandinavos a la hora de objetar al cierre del Mar del Norte y tampoco envió una protesta propia.[8] Sin embargo, cuando en febrero de 1915 Alemania declaró la aguas en torno a las islas británicas como zona de guerra en la que los barcos mercantes enemigos podían ser destruidos, se advirtió a Berlín: si cualquier navío y vida estadounidense se perdía mediante la acción de un submarino alemán, se consideraría que Alemania tendría una “responsabilidad estricta”.[9]

En marzo fue torpedeado un vapor británico, el Falaba, que transportaba munición y pasajeros, ocasionando la muerte de un estadounidense, entre otros. La consiguiente advertencia a Berlín reforzaba la absurda doctrina de Wilson de que Estados Unidos tenía el derecho y el deber de proteger a los estadounidenses que viajaran bajo bandera beligerante. Posteriormente, John Bassett Moore, durante más de 30 años profesor de derecho internacional en Columbia, durante muchos años miembro del Tribunal de La Haya y, después de la guerra, juez en el Tribunal Internacional de Justicia, decía de este y otro principio de Wilson igualmente absurdo:

Lo que contribuyó de la manera más decisiva a la implicación de Estados Unidos en la guerra fue la afirmación de un derecho a proteger a barcos beligerantes sobre los que los estadounidenses consideraban apropiado viajar el y tratamiento de bancos beligerantes armados como pacíficos. Ambas suposiciones eran contrarias a la razón y al derecho establecido y ninguna otra potencia que se declarara neutral las aplicaba.[10]

Wilson había colocado a Estados Unidos con rumbo directo de colisión con Alemania.

El 7 de mayo de 1915 se produjo en incidente más famoso en la Guerra del Atlántico Norte. El transatlántico británico Lusitania fue hundido, perdiéndose 1.195 vidas. Incluyendo a 124 estadounidenses, con mucho el mayor número de víctimas de este país por submarinos alemanes antes de nuestra entrada en guerra.[11] Esto despertó la ira de toda la prensa del litoral oriental y toda la élite social y clase política estadounidenses. Wilson estaba furioso. Se envió una advertencia a Berlín reiterando el principio de “responsabilidad estricta” y concluyendo, ominosamente, que Alemania

No espere que el gobierno de Estados Unidos omita ninguna palabra o acción necesarias para el cumplimiento de su sagrada tarea de preservar los derechos de Estados Unidos y sus ciudadanos y de salvaguardar su libre ejercicio y disfrute.[12]

En este momento los británicos publicaron el Informe Bryce sobre las atrocidades belgas. Una obra de descarada propaganda de la Entente, aunque aprovechaba el nombre del distinguido escritor inglés, el informe subrayaba la verdadera naturaleza del atroz salvaje.[13] Los anglófilos estaban enfurecidos en todas partes. Los dirigentes del Partido Republicano redoblaron la apuesta sobre Wilson, reclamando una acción más firme. La gran mayoría de los estadounidenses, que deseaban devotamente evitar la guerra, no tenía ningún portavoz entre los líderes de los grandes partidos. Estados Unidos estaba empezando a cosechar los beneficios de nuestra “política exterior bipartidista” de origen divino.

En su respuesta a la nota del Departamento de Estado, los alemanes señalaban que la guerra submarina era una represalia por el bloqueo ilegal del hambre, que el Lusitania transportaba munición de guerra, que estaba registrado como crucero auxiliar de la marina británica, que se había dado instrucciones a los barcos mercantes británicos de acometer o disparar a los submarinos alemanes en superficie y que el Lusitania estaba armado.[14]

El secretario de estado de Wilson, William Jennings Bryan, trató de razonar con el presidente: “Alemania tiene derecho a impedir que el contrabando vaya a los Aliados y un barco que transporte contrabando no debería aprovechar a los pasajeros para protegerse de un ataque: sería como poner a mujeres y niños delante de un ejército”. Recordaba a Wilson que un compromiso estadounidense propuesto, por el que Gran Bretaña permitiría que llegara comida a Alemania y los alemanes abandonarían los ataques submarinos a barcos mercantes había sido bien acogido por Alemania, pero rechazado por Inglaterra. Finalmente, Bryan espetó: “¿Por qué debería afectarnos que se ahoguen algunas personas, si no se protesta por matar de hambre a una nación?”[15] En junio, convencido de que la administración buscaba la guerra, Bryan renunció al cargo.[16]

El bloqueo inglés suponía un pesado peaje y en febrero de 1916 Alemania que los barcos mercantes enemigos, salvo los transatlánticos de pasajeros, se considerarían cruceros auxiliares a los que se podía atacar sin previo aviso. El Departamento de Estados contestó con una declaración de que, en ausencia de “evidencias concluyentes de propósito agresivo” en cada caso individual, los barcos mercantes beligerantes armados disfrutaban de todas las inmunidades de los navíos pacíficos.[17] Wilson rechazaba todas las llamadas del Congreso de al menos lanzar una advertencia a los estadounidenses que viajaran en barcos mercantes armados de que lo hacían bajo su propia responsabilidad. Durante la guerra civil de México, había recomendado a los estadounidenses que no viajaran a México.[18] Pero ahora Wilson se oponía con terquedad.

La atención se dirigió de nuevo a la guerra marítima cuando un barco francés de pasajeros, el Sussex, sin mostrar bandera ni pabellones, fue hundido por un submarino alemán y varios estadounidenses quedaron heridos. Una dura protesta estadounidense logro la llamada promesa del Sussex de un gobierno alemán ansioso por evitar una ruptura de relaciones: Alemania dejaría de atacar sin previo aviso a barcos mercantes enemigos encontrados en la zona de guerra. Sin embargo, esto se condicionaba explícitamente a la presunción de que “el gobierno de Estados Unidos ahora reclamará e insistirá ante el gobierno británico para que en adelante observe las normas del derecho internacional”. A su vez, Washington informaba con rudeza a los alemanes que su responsabilidad era “absoluta”, en modo alguno condicionada al comportamiento de ninguna otra potencia.[19] Como comentaban Borchard y Lage:

El persistente rechazo del presidente Wilson a ver que había una relación entre las irregularidades inglesas y la guerra de los submarinos alemanes probablemente fuera la clave de la implicación estadounidense. La postura adoptada era evidentemente insostenible, pues es una obligación de la neutralidad mantener el equilibrio y no favorecer a ningún bando.[20]

Pero, en realidad, los líderes de Estados Unidos eran cualquier cosa menos neutrales.

La anglofilia no llega a empezar a describir a nuestro embajador en Londres, Walter Hines Page, quien, en su abyecta ansia de agradar a sus anfitriones, mostraba todas las cualidades de un buen perro de caza. Posteriormente, Edward Grey escribía de Page: “Desde el primer momento consideró que Estados Unidos podía entrar pronto en guerra en el bando de los Aliados si se presentaba correctamente la justificación y el presidente realizaba una gran apelación”.

“El consejo y las sugestiones de Page fueron de gran valor para advertirnos cuándo teníamos que tener cuidado o para animarnos cuando podíamos mostrarnos firmes con seguridad”. Grey recordaba en particular un incidente, cuando Washington negó el derecho de la Royal Navy a detener los envíos estadounidenses a puertos neutrales. Page se dirigió a él con el mensaje: “’Me han indicado’, dijo, ‘que le lea este mensaje’. Lo leyó y le escuché. Luego añadió: ‘Ya he leído el mensaje, pero no estoy de acuerdo con él: consideremos cómo debería responderse’”. Por supuesto, Grey consideraba la conducta de Page como “el tipo más elevado de patriotismo”.[21]

La actitud de Page no era excepcional entre sus superiores en Washington. En sus memorias, el sucesor de Bryan como Secretario de Estado, Robert Lansing, describía cómo, después del episodio del Lusitania, Gran Bretaña “continuó con su política de endurecimiento del bloqueo y de cerrar cualquier posible canal por el que los artículos pudieran llegar a Alemania”, cometiendo violaciones cada vez más flagrantes de nuestros derechos neutrales. En respuesta a las notas del Departamento de Estado cuestionando estas políticas, los británicos nunca dieron la más mínima satisfacción. Sabían que no la necesitaban. Pues, como confesaba Lansing:

Al tratar con el gobierno británico siempre tenía en mente la convicción de que acabaríamos siendo un aliado de Gran Bretaña y que, por tanto, nuestras polémicas no llegarían a un punto en el que la correspondencia diplomática diera paso a la acción.

Una vez unidos a los británicos “posiblemente queramos adoptar algunas de las políticas y prácticas que habían adoptado los británicos”, pues entonces nosotros también buscaríamos “destruir la moral del pueblo alemán mediante aislamiento económico, lo que le causaría no disponer de los productos de primera necesidad”. Con un asombroso candor, Lansing descubría que el intercambio de notas con Gran Bretaña, que llevaba durando años, había sido una farsa:

Todo se limitaba a verborrea. Se hacía con un propósito deliberado. Aseguraba la continuidad de las polémicas y dejaba los problemas sin resolver, lo que era necesario para para dejar a este país libre para actuar e incluso actuar ilegalmente cuando entrara en guerra.[22]

También estaba claro que el coronel House no era neutral. Rompiendo con todas las prácticas estadounidenses previas, así como con el derecho natural. House mantenía que era el carácter del gobierno extranjero el que debía decidir a qué beligerante debían favorecer los “neutrales” Estados Unidos. Cuando en septiembre de 1914 el embajador austriaco se quejó a House por la intención británica de matar de hambre a los pueblos de Centroeuropa (“Alemania se enfrenta a una hambruna si la guerra continúa”), este informó de forma engreída de la entrevista a Wilson: “Olvidó añadir que Inglaterra no está ejerciendo su poder de una forma objetable, pues está controlada por una democracia”.[23]

En su presidente, Page, Lansing y House encontraban un hombre cuyo corazón latía al unísono con los suyos. Wilson confió a su secretario privado su creencia profunda: “Inglaterra está luchando en nuestra lucha y puedes entender bien que, en el actual estado de cosas en el mundo, no voy a poner obstáculos en su camino. (…) No llevaré a cabo ninguna acción para perjudicar a Inglaterra cuando está luchando por su supervivencia y la supervivencia del mundo”.[24]

Entretanto, el coronel House había descubierto un medio para aprovechar la inminente entrada en guerra de Estados Unidos: llevando más allá la causa de la democracia y “devolver al mundo al camino correcto”. El autor de Philip Dru: Administrator revelaba su punto de vista al presidente, que “sabía que Dios le había elegido para hacer grandes cosas”.[25] La prueba de fuego sería dura, pero “no importa los sacrificios que tengamos que hacer, el fin los justificará”. Después de esta batalla final contra las fuerzas de la reacción, Estados Unidos se uniría con otras democracias para mantener la paz en el mundo y la libertad en mar y tierra para siempre. Para Wilson, House hablaba con palabras aduladoras: “Este es el papel para el que creo que estás destinado en esta tragedia mundial y es el papel más noble que se le ha dado nunca al hijo de un hombre. Este país te seguirá en este camino, sin que importe el coste”.[26]

Como habían planeado y esperado los líderes británicos, los alemanes pasaban hambre. El 31 de enero de 1917, Alemania anunciaba que al día siguiente iniciaría una guerra submarina sin restricciones. Wilson estaba sorprendido, pero es difícil entender por qué. Esto es lo que los alemanes habían estado amenazando durante años si no se hacía nada para acabar con el bloqueo ilegal inglés.

Estados Unidos rompió las relaciones diplomáticas con Berlín. El presidente decidió que los barcos mercantes estadounidenses iban a ser armados y defendidos por marineros estadounidenses, colocando así munición y otro contrabando con rumbo a Gran Bretaña bajo la protección de la Armada de EEUU. Cuando 11 senadores, encabezados por Robert La Follette, obstruyeron la propuesta de autorización, un furioso Wilson los denunció: “Un pequeño grupo de hombres tozudos, que no representan a ninguna opinión más allá de la suya, han dejado al gran gobierno de Estados Unidos indefenso y ridiculizado”. Sin embargo, Wilson dudaba en actuar, muy consciente de que los senadores que le desafiaban representaban a mucha más gente que a solo ellos mismos.

Había informes problemáticos (desde el punto de vista del partido belicista de Washington) como el de William Durant, jefe de General Motors. Durant telefoneó al coronel House, rogándole que abandonara el camino a la guerra: acababa de volver del Oeste y solo había encontrado un hombre partidario de la guerra.[27] Pero la opinión empezaba a cambiar y daba a Wilson el hueco que necesitaba. La inteligencia británica había interceptado un telegrama, enviado por Alfred Zimmermann, de la Oficina de Asuntos Exteriores alemana al gobierno mexicano, y se lo había enviado a Washington. Zimmermann proponía a México una alianza militar en caso de que estallara la guerra entre Estados Unidos y Alemania. A México se le prometía el sudeste de Estados Unidos, incluido Texas. El telegrama fue filtrado a la prensa.

Respaldado por primera vez por el sentimiento popular, Wilson autorizó el armamento de los barcos mercantes estadounidenses. A mediados de marzo, fueron hundidos varios cargueros que entraron en la zona submarina declarada y el presidente solicitó una sesión extraordinaria del Congreso el 2 de abril.

Dado su discurso belicista, Woodrow Wilson puede verse como el anti-Washington. George Washington, en su discurso de despedida, aconsejaba que “nuestra norma principal de conducta con respecto a las demás naciones es que, al extender nuestras relaciones comerciales, tengamos con ellas tan poca relación política como sea posible” (cursivas originales). Wilson era también el anti-John Quincy Adams. Adams, autor de la Doctrina Monroe, declaraba que los Estados Unidos de América “no saldrá al extranjero en busca de monstruos a los que destruir”. Descartando toda esta tradición, Wilson planteaba el punto de vista de que Estados Unidos estaba mezclado en múltiples relaciones políticas con potencias extranjeras y en una perpetua patrulla en busca de monstruos a los que destruir. Nuestro propósito al entrar en guerra era

Luchar por tanto por la paz definitiva en el mundo y por la liberación de sus pueblos, incluido el pueblo alemán: por los derechos de las naciones grandes y pequeñas y el privilegio de lo hombres en todo lugar a elegir su modo de vida y de obediencia. El mundo debe hacerse seguro para la democracia (…) [luchamos] por un dominio universal del derecho por el cual una concertación de pueblos libres traerá la paz y la seguridad a todas las naciones y hará por fin libre al mundo.[28]

Wilson fue respondido en el Senado por Robert La Follette y en la Cámara de Representantes por el líder demócrata Claude Kitchin, en vano.[29] En el Congreso reinaba algo parecido a la histeria, ya que ambas cámaras aprobaron la declaración con amplias mayorías. La clase política y sus socios en la prensa, las universidades y los púlpitos secundaron fervorosamente la entrada en una guerra mundial y el abandono de unos Estados Unidos previos. En cuanto a la población en su conjunto, la aceptó, como ha destacado un historiador, debido al aburrimiento general por la paz, la costumbre de obedecer a sus dirigentes y una idea muy poco realista de las consecuencias de que Estados Unidos tomaran las armas.[30]

En su mensaje belicista, Wilson se refirió tres veces a la necesidad de luchar sin pasión ni deseos de venganza: una idea propia de un profesor universitario de lo que conllevaba entrar en guerra. La realidad sería muy distinta para Estados Unidos.

Este artículo se ha extraído del capítulo “World War I: The Turning Point”, en Great Wars and Great Leaders: A Libertarian Rebuttal (2010). El capítulo es una version muy expandida de un ensayo que apareció originalmente en The Costs of War: America’s Pyrrhic Victories (2001).


El artículo original se encuentra aquí.

[1] Charles Callan Tansill, America Goes to War (Gloucester, Mass.: Peter Smith, 1963 [1938]), pp. 135-162.

[2] Ibíd., p. 148.

[3] Citado en H.C. Peterson, Propaganda for War: The Campaign against American Neutrality, 1914-1917 (Norman, Okla.: University of Oklahoma Press, 1939), p. 83. Como dijo Lord Devlin, las órdenes del Almirantazgo “eran muy claras. Todo alimento destinado a Alemania a través de puertos neutrales tenía que ser incautado y toda comida destinada a Rotterdam se presumía que estaba destinada a Alemania. (…) Los británicos estaban decidido a mantener una política de hambre, fuera o no legal”. Patrick Devlin, Too Proud to Fight: Woodrow Wilson’s Neutrality (Nueva York: Oxford University Press, 1975), pp. 193, 195.

[4] Edwin Borchard y William Pooter Lage, Neutrality for the United States (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1937), p. 61.

[5] Borchard y Lage, Neutrality, pp. 62-72. El embajador de EEUU en Londres, Walter Hines Page, ya estaba mostrando sus preferencias. En octubre envió un telegrama al Departamento de Estado denunciando cualquier protesta estadounidense contra la interferencia británica con los derechos de los neutrales. “Esta no es una guerra en el sentido que hasta ahora se ha usado la palabra. En un enfrentamiento mundial de sistemas de gobierno, una lucha por el exterminio de la civilización inglesa o de la autocracia militar prusiana. Los precedentes no tienen ningún valor”.

[6] Ver  Ralph Raico, “The Politics of Hunger: A Review”, en Review of Austrian Economics, vol. 3 (1989), p. 254 y las fuentes citadas. El artículo está incluido en el presente libro.

[7] Tansill, America Goes to War, pp. 132-133: “El Wall Street Journal nunca tuvo problemas de ‘neutralidad editorial’ y al ir progresando la guerra no perdió la oportunidad de condenar a las potencias centrales con términos desmesurados”.

[8] Ibíd., pp. 177-178.

[9] Robert M. La Follete, senador progresista de Wisconsin, exponía mordazmente el doble patrón de Wilson en un discurso en el pleno del Senado dos días después de la declaración de guerra de Wilson. Está reimpreso en la colección esencial Murray Polner y Thomas E. Woods, Jr., eds., We Who Dared to Say No to War: American Antiwar Writing from 1812 to Now (Nuva York: Basic Books, 2008), pp. 123-132.

[10] H.C. Peterson, Propaganda for War: The Campaign against American Neutrality, 1914-1917 (Norman, Okla.: University of Oklahoma Press, 1939), p. 112. Cf. Borchard y Lage, Neutrality, p. 136 (cursivas originales): “no había reconocimiento precedente ni legal para que un neutral protegiera un barco beligerante frente al ataque de su enemigo porque resultara llevar a bordo ciudadanos estadounidenses. La jurisdicción exclusiva del país de la bandera del barco, a la que están sometidas todas las personas a bordo, es una norma legal indiscutible”.

[11] Sobre la posible implicación de Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazgo, en la génesis del desastre, ver “Rethinking Churchill”, en este mismo libro.

[12] Thomas G. Paterson, ed., Major Problems in American Foreign Policy. Documents and Essays, vol. 2, Since 1914, 2ª ed. (Lexington, Mass.: D. C. Heath, 1978), pp. 30-32.

[13] Sobre el fraude del Informe Bryce, ver Read, Atrocity Propaganda, pp. 201-208; Peterson, Propaganda for War, pp. 51-70 y Knightley, The First Casualty, pp. 83-84, 107.

[14] Tansill, America Goes to War, p. 323. El capitán alemán del submarino que hundió el Lusitania señalaba posteriormente que los capitanes de los barcos mercantes británicos ya habían sido condecorados o recibido recompensas por acometer o tratar de acometer submarinos en superficie; ver también Peterson, Propaganda for War, p. 114.

[15] William Jennings Bryan y Mary Baird Bryan, The Memoirs of William Jennings Bryan (Philadelphia: John C. Winston, 1925), pp. 397-399; Tansill, America Goes to War, pp. 258-259.

[16] En mi opinión, la postura contraria a la guerra de Bryan y su dimisión por principios compensa con mucho sus opiniones sobre la evolución, a pesar del intento de demolición de H.L. Mencken en un conocido ensayo.

[17] Edwin Borchard y William Pooter Lage, Neutrality for the United States (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1937), pp. 122-124. John Bassett Moore fue mordaz en su denuncia de la nueva doctrina de Wilson de que un barco mercante armado disfrutara de los mismos derechos que uno sin armas. Citando precedentes que se remontaban la juez del Tribunal Supremo John Marshall, Moore decía que: “Por la postura realmente adoptada, Estados Unidos se comprometía, al tiempo que profesaba su neutralidad, a mantener una postura beligerante”. Alex Mathews Arnett, Claude Kitchin and the Wilson War Policies (Nueva York: Russell and Russell, 1971 [1937]), pp. 157-158.

[18] De hecho, durante el conflicto mexicano Wilson había prohibido directamente el envío de armas a México. Todavía en agosto de 1913 declaraba: “Voy a seguir la práctica habitual de las naciones en este asunto de la neutralidad prohibiendo la exportación de armas o municiones de guerra de cualquier tipo de Estados Unidos a cualquier parte de la República de México”. Tansill, America Goes to War, p. 64.

[19] Ibíd., pp. 511-515.

[20] Borchard y Lage, Neutrality, p. 168.

[21] Edward Grey, (Vizconde Grey de Fallodon), Twenty-Five Years. 1892-1916 (Nueva York: Frederick A. Stokes, 1925), pp. 101-102, 108-111.

[22] Robert Lansing, War Memoirs (Indianápolis: Bobbs–Merrill, 1935), pp. 127-128.

[23] Charles Seymour, ed., The Intimate Papers of Colonel House (Boston: Houghton Mifflin, 1926), vol. 1, p. 323.

[24] Joseph P. Tumulty, Woodrow Wilson as I Know Him (Nueva York: Doubleday, Page, 1921), p. 231. Pruebas como esta de que nuestros líderes habían mentido sin vergüenza en sus declaraciones de neutralidad se publicaron en las décadas de 1920 y 1930. Esto explica la pasión del movimiento antibelicista antes de la Segunda Guerra Mundial mucho mejor que las imaginarias “simpatías nazis” o el “antisemitismo” invocado hoy por escritores intervencionistas ignorantes. Como escribe Susan A. Brewer en Why America Fights: Patriotism and War Propaganda from the Philippines to Iraq (Nueva York: Oxford University Press 2009), p. 280, “El Comité de Información Pública presentaba la guerra como una noble cruzada librada para la democracia contra los demonizados alemanes. Ese retrato era anulado por los objetivos bélicos incumplidos en el exterior, el abuso de las libertades civiles en el interior y las revelaciones de propaganda de falsas atrocidades. En los años que siguieron los estadounidenses expresaron su desconfianza ante la propagando el gobierno y la intervención militar en lo que consideraban las guerras de otros pueblos”. Esto ayuda a explicar la aparición de vez en cuando de obras desmentidoras de revisionismo popular por autores enfurecidos por los hechos que descubrían, como C. Hartley Grattan, Why We Fought (Indianápolis: Bobbs–Merrill, 1969 [1929]); Walter Millis, Road to War: America 1914-1917 (Boston: Houghton Mifflin, 1935) y posteriormente Charles L. Mee, Jr., The End of Order: Versailles 1919 (Nueva York: E. P. Dutton, 1980); and la inestimable The Politics of War: The Story of Two Wars which Altered Forever the Political Life of the American Republic (1890-1920) (Nueva York: Harper and Row, 1979), de Walter Karp.

[25] Walter A. McDougall, Promised Land, Crusader State: The American Encounter with the World since 1776 (Boston/Nueva York: Houghton Mifflin, 1997),p. 127.

[26] Seymour, The Intimate Papers of Colonel House, vol. 1, p. 470; vol. 2, p. 92.

[27] Seymour, The Intimate Papers of Colonel House, vol. 2, p. 448.

[28] The Papers of Woodrow Wilson, 24 de enero-6 de abril de 1917, Arthur S. Link, ed. (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1983), vol. 41, pp. 525-527.

[29] Ver Robert M. La Follette, “Speech on the Declaration of War against Germany”, en Arthur A. Ekirch, Jr., ed., Voices in Dissent: An Anthology of Individualist Thought in the United States (Nueva York: Citadel Press, 1964), pp. 211-222 y Arnett, Claude Kitchin, pp. 227-235.

[30] Otis L. Graham, Jr., The Great Campaigns: Reform and War in America, 1900-1928 (Malabar, Fla.: Robert E. Krieger, 1987), p. 89.

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