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Probablemente, la pregunta que más me han hecho -con cierta exasperación- en los últimos años ha sido: “¿Por qué no te mantienes fiel a la economía?”
Por diferentes razones, esa pregunta me la han hecho colegas economistas y otros pensadores y activistas de diversas afiliaciones políticas: conservadores, izquierdistas y libertarios que están en desacuerdo conmigo en cuestiones de doctrina política y se incomodan con un economista que está “fuera de su disciplina.”.
Entre los economistas, esta pregunta es un triste reflejo de la hiper-especialización de los intelectuales de nuestro tiempo. Creo que es evidente que poquísimos expertos en economía -incluso los más devotos- se interesaron por la economía por fascinarles las curvas de costo, clases de indiferencia y el resto de la parafernalia de la teoría económica moderna. Casi por unanimidad se interesaron por la economía después de interesarse por los problemas sociales y políticos y dándose cuenta de que los problemas realmente políticos no pueden ser resueltos sin el conocimiento de la economía. Después de todo, si en realidad estuvieran interesados en las ecuaciones y tangentes en gráficas, se habrían convertido en matemáticos y no gastando sus energías en teorías económicas que son, a lo sumo, una aplicación de tercera categoría en matemáticas.
Por desgracia, lo que suele ocurrir con estas personas es que, al aprender la estructura imponente de la teoría económica, se fascinan tanto por las minucias técnicas que pierden de vista los problemas políticos y sociales que en un principio despertaron su interés. Esta fascinación se ve reforzada también por la estructura económica de la propia profesión de economista (y todas las otras profesiones académicas): a saber, que el prestigio, premios y bonificaciones no son recogidos por la reflexión sobre los grandes temas, sino por mirar el corto plazo y convertirse en un experto de un problema técnico menor.
Entre algunos economistas, este síndrome fue llevado tan lejos que desprecian cualquier atención a los problemas políticos y económicos como una impureza degradante y vil, incluso si esta atención es dada por economistas que han dejado su huella en el mundo de conocimientos técnicos. E incluso entre los economistas que en realidad lidian frente a problemas políticos, cualquier consideración dedicada a temas extra-económicos más amplios como los derechos de propiedad, la naturaleza del Estado o la importancia de la justicia es descartada como “metafísica” e inadmisible.
No es casual, sin embargo, que los economistas con un espíritu más amplio y más penetrante del siglo XX -hombres como Ludwig von Mises, Frank H. Caballero y F.A. Hayek- llegaran rápido a la conclusión de que el dominio de la teoría económica pura no era suficiente, y que explorar problemas relacionados y fundamentales de la filosofía, de la teoría política y la historia era vital. En particular, señalaron que era posible y de crucial importancia elaborar una teoría sistemática más amplia, que abarcase la acción humana como un todo y que la economía ocupase un lugar consistente pero alternativo.
En mi caso, el foco principal de mi interés y mi trabajo durante las últimas tres décadas ha sido parte de este enfoque más amplio -el liberalismo, que es la disciplina de la libertad. Porque creo que el liberalismo es de hecho una disciplina, una “ciencia”, si lo prefieren, independiente, aunque poco se ha desarrollado a lo largo del tiempo. El liberalismo es una disciplina nueva y creciente estrechamente relacionada con otras áreas de estudio de la acción humana: la economía, la filosofía, la teoría política, la historia, e incluso -pero también no menos importante- la biología. Todas estas áreas proporcionan variadas maneras en la base, el cuerpo y la aplicación de el libertarismo. Algún día, tal vez, la libertad y los “estudios libertarios” serán reconocidos como una parte independiente, pero relacionado con el currículo académico.
Este ensayo fue presentado en una conferencia sobre la diferenciación humana organizada por el Institute for Humane Studies, en Gstaad, Suiza, en el verano de 1972. Los fundamentos de la razón y la libertad son los hechos ineludibles de la biología humana; en particular el hecho de que cada individuo es una persona única, como ninguna otra en muchos aspectos. Si la diversidad individual no fuera una regla universal, la defensa de la libertad sería muy frágil. Después de todo, si los individuos son intercambiables, como los insectos, ¿por qué alguien se molestaría en aprovechar al máximo cada oportunidad de desarrollar su mente y sus habilidades y su personalidad de manera tan completa como le sea posible? El ensayo identifica el horror primigenio del socialismo igualitario en un intento de eliminar la diversidad entre los individuos y grupos. En resumen, refleja la base del liberalismo en el individualismo y la diversidad individual.
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