La mafia en el cine

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Hollywood nos ha traído dos géneros fantásticos, dos formas de hacer cine donde la guerra del bien contra el mal se podría desarrollar por entero. Es el escenario de un mundo complejo e imaginario, pero sobre la base de una realidad pasada o presente. En ese mundo las batallas y las actitudes coherentes pueden surgir de todos lados: de los héroes, de los villanos y sus secuaces fieles, y de los inocentes atrapados en el fuego cruzado. El primer clásico del género, por supuesto, el Salvaje Oeste: perfectamente ejemplificado en la diligencia, en todas las grandes películas de John Wayne y muchos otros (uno de mis favoritos es el menospreciado El cazador de recompensas (The Bountry Hunter), en la que un heroico Henry Fonda interpreta a un pistolero en particular que es contratado por los habitantes de una ciudad para poner orden en el desorden. Como es natural, pasa a ser odiado tanto por los villanos y alguaciles y los delegados, a los que él supera al ofrecer un mejor servicio y, además, a un precio mejor). Por desgracia, el género del Oeste (Western) dejó de existir, tal vez destruido por repeticiones interminables y aburridas, pero posiblemente también por la insistencia obstinada izquierdista en hacer, en westerns más recientes, que los indios eran los buenos y los blancos los malos. En realidad no interesa cual es la verdad que la literatura histórica quiso imponer; el hecho es que esa invención izquierdista -su insistencia en destruir héroes conocidos- simplemente no funcionó. No se molestaron en hacer un examen más detallado de la situación y, por consiguiente, ayudó a destruir el género.

La última innovación del género de Hollywood, estando en la misma categoría que el Salvaje Oeste, son las películas de la mafia: el enfrentamiento entre héroes y villanos, con el telón de fondo de un mundo mítico, pero realista, actualizado a la América del siglo XX. Algunos de los grandes directores tienen valiosas contribuciones a este género. Prizzi’s Honor, de John Huston, protagonizada por Jack Nicholson y la incomparable Kathleen Turner, es magnífica. Sin embargo, el gran clásico, la película de la mafia excelente y definitiva, es El Padrino I y II, en que Francis Ford Coppola hizo una obra de genio, sobre la base de su propia historia cultural y la del novelista Mario Puzo.

Los Padrino fueron la perfección: un mundo épico, lleno de drama y lucha, perfectamente ordenado y escrito de forma memorable, con una fotografía hermosa y melancólica al mismo tiempo, en la que la avaricia luchaba constantemente con la mayor de las virtudes: la lealtad a la familia.

El secreto del éxito de El Padrino y del género de la Mafia en general está en la comprensión y presentación dramática del hecho de que la Mafia, a pesar de llevar una vida fuera de la ley, no es más -al actuar dentro de ciertos códigos- que un mero grupo de empresarios y hombres de negocios cuya actividad consiste en proporcionar algunos bienes de consumo y servicios que se les prohibió inexplicablemente por la cultura puritana del WASP [(White, Anglo-Saxon Protestant – protestante, blanco y anglosajón; norteamericano de orígen norte-europeo miembro de la Iglesia Protestante (que se considera como parte de la clase privilegiada en los Estados Unidos)].

Las imágenes inolvidables de la violencia entre mafiosos representadas en secuencias alternadas con los rituales de la Iglesia no tenía ninguna intención -como quieren dar a entender algunos izquierdistas- de mostrar la hipocresía de los hombres malos. Para estos mafiosos, la mayoría de los católicos italianos, eran en realidad profundamente religiosos; tales actos de violencia retrataban la única manera en la que los católicos italianos podían establecerse en su área de servicio y se enfrentaban a un mundo hostil, dominado totalmente por la insistencia de los puritanos de la WASP en prohibir una serie de productos que eran demandados con entusiasmo por algunos consumidores.

De ahí que la violencia sistemática es cotidiana en la Mafia. La violencia, en las películas de El Padrino, nunca es por placer o como una forma temporal de entretenimiento. El punto es que, como la policía y los tribunales no supervisan ni hacen cumplir los contratos que el Estado considera ilegal, todas las deudas contraídas en el mundo de la mafia se tienen que cumplir sobre la base de la violencia, por el brazo secular. Por ofertar bienes y servicios que fueron prohibidos por el Estado, los mafiosos se privan de utilizar cualquier medio gubernamental para hacer cumplir los contratos. Por lo tanto, todas las deudas pendientes de pago, así como todas las traiciones y las infracciones de contratos no pueden ser resueltas de otro modo que por la violencia. Pero la violencia sólo sirve para reforzar aquellas cosas que son equivalentes a la ley en el mundo de la mafia: los códigos de honor y lealtad, sin los cuales toda acción se volvería violencia aleatoria e insensata.

En muchos casos, especialmente cuando es posible formar “sindicatos” y evitar que sean destruidos por el terror gubernamental, estos “sindicatos” se organizan para mediar y arbitrar los conflictos, reduciendo la violencia al mínimo. Así como el gobierno, en visión lockeana, sólo debe proteger los derechos de propiedad y las reglas de común acuerdo, lo mismo pasa con la “delincuencia organizada”, cuando funciona correctamente. Excepto por el hecho de que, estando en la ilegalidad, opera en un ambiente lleno de incertidumbres, dificultades y peligros.

Es interesante observar las diferentes actitudes que nuestra cultura tiene con respecto a los dos tipos de delitos, organizados y no organizados. El crimen organizado es esencialmente anarco-capitalista, un sector productivo que tiene dificultades para gobernar; excepto cuando intenta monopolizar y perjudicar a los competidores, el crimen organizado es productivo y no agresivo. El crimen no organizado, o “crimen de la calle”, por el contrario, es aleatorio, irracional, violentamente agresivo contra los inocentes y no tiene ninguna característica social redimible. Sin embargo, nuestra cultura odia y maldice a la mafia y el crimen organizado al mismo tiempo que justifica e incluso defiende con pasión, la violencia caótica y aleatoria en las calles marginales, que es “anárquica” en el peor sentido del término. En cierto modo, la violencia callejera encarna el ideal del anarquismo de izquierda: se trata de ataques a los derechos de la persona y sus bienes, y al conjunto de leyes que codifican estos derechos.

Una gran escena de El Padrino encarna la diferencia entre el anarquismo de izquierda y de derecha. Al principio de la película, un ex-miembro prófugo de la familia Corleone se postra humildemente ante el Padrino (Marlon Brando). Un desgraciado había violado y maltratado a su hija. Había ido a la policía y los tribunales, pero el ladrón fue puesto en libertad (presuntamente por astutos miembros de los derechos humanos y por un débil sistema judicial). Este padre atormentado ahora va en busca de Don Corleone, para pedir justicia.

Brando le reprende suavemente: “¿Por qué no viniste a mí antes? ¿por qué buscaste al Estado?“. La inferencia es clara: el Estado no tiene nada que ver con justicia e igualdad; para obtener justicia, debes acudir a La Familia. Luego Brando suaviza el tono: “¿Qué quieres que haga?”. El padre le susurra algo al oído de El Padrino. “No, no, eso es mucho”, reacciona Brando. “Recuerde que su hija está aún con vida. Nos vamos a encargar del desgraciado de manera correcta.”. Así que no sólo vemos la noción anarco-capitalista de la justicia siendo defendida, sino que también queda claro que la mafia tiene sus códigos escrupulosamente basados ​​en la teoría de la justicia proporcional. En un mundo que abandonó por completo la idea de que el castigo debe ser proporcional al delito, es alentador ver que la Mafia pone en práctica este ideal.

Y he aquí, después de 15 años de dominio de la familia Corleone, surge una película de mucho éxito: Uno de los nuestros (Goodfellas), de Martin Scorsese. Esa película repugnante y odiosa, de gran éxito entre la crítica izquierdista (incluyendo elogios entusiastas de la revista marxista In These Times), está tan alejada de la filosofía de El Padrino en estilo, contenido, guión, dirección y filosofía general, que parece de otro género.

En lugar de emprendedores buenos contra malos, todos trabajando y planificando coherentemente y en gran escala, Uno de los nuestros está poblado exclusivamente por psicóticos marginales, que apenas se diferencian de los delincuentes callejeros pobres y desorganizados. La violencia es aleatoria, gratuita, irracional y psicótica; todo el mundo, desde el protagonista Henry Hill (Ray Liotta) hasta los extras, son aburridamente desagradables; no hay ningún miembro de esa banda de “mafiosos” o “gángsters” con el que algún espectador se pueda identificar. Todos los críticos hablan del gángster enloquecido Tommy (Joe Pesci), pero no dicen que todos los demás miembros de la banda, incluyendo al líder Jimmy Conway (Robert De Niro), son casi tan completamente perturbados como el personaje de Pesci.

Cuando Tommy mata a sus amigos o compañeros de trabajo sin sentido, Jimmy y los otros pronto se disponen, no sin cierta satisfacción, a encubrir el crimen. Todos estos matones estúpidos son bandidos con preferencias temporales extremadamente altas -es decir, que están totalmente enfocados sólo al presente, siendo que el máximo futuro que llegan a visualizar tiene una extensión de no más de diez minutos. Compare esto con el imperio metódicamente planificado y construido en El Padrino. En Uno de los nuestros, después de ejecutar un robo multimillonario en el aeropuerto Kennedy de Nueva York, Jimmy Conway mata a todos sus amigos con el fin de quedarse con el dinero. Este tipo de comportamiento, al igual que la violencia impetuosa de Tommy, haría que cualquier mafia auténtica, en pocas semanas, se arruinara. Una actuación digna de un criminal de calle, junto con una codicia a corto plazo y pasión por la extravagancia garantizan una expectativa de vida mucho más corta dentro de cualquier organización mafiosa digna de su estatus.

Como no hay tipos buenos dentro de Uno de los nuestros, al espectador no le importa lo que le suceda a cualquiera de ellos; de hecho, se pasa gran parte de la película con la esperanza de que todo el mundo reciba su merecido tan pronto como sea posible, para que se enciendan las luces. El resto de la película es tan detestable como el tema central: la dirección, como en todas las películas de Scorsese, es nerviosa, espasmódica, cercana a la catalepsia; la fotografía, en contraste con el agudo y épico tono melancólico de El Padrino, es claro, amplio y abierto, en completo desacuerdo con el tema. El guión es de poca profundidad y sin sentido. Los grandes actores como Robert De Niro en la película se desperdician. Y así, el tan glorificado Don de la película, Paul Cicero (Paul Sorvino), es un jefe sombrío, tranquilo y lento. Pero también es superfluo y su papel, inútil. Por lo tanto, no representa amenaza alguna.

Compare la forma en que El Padrino y Uno de los nuestros lidian con un tema común: el intento de cada jefe para mantenerse alejados del tráfico de drogas y de la destrucción causada cuando tal tentación no se controla. En El Padrino, un líder de la mafia de la vieja escuela con claridad y elocuencia rechaza el tráfico de drogas, porque es inmoral en relación con otros bienes y servicios más respetables, como juegos y bebidas. “Dejad las drogas para los animales -los negros- porque no tienen alma,” insta a un mafioso. (Vale, nunca dije que a los mafiosos se les instruyera respeto). Aquí hay un tema potente y dramático: cómo mantener el antiguo código moral de la mafia contra la tentación de ganar mucho dinero a explorar un campo tecnológicamente innovador.

Por otro lado, ¿cómo Uno de los Nuestros maneja este conflicto? Don Cicerón simplemente ordena a su pandilla que se mantenga alejada de las drogas, debido a estrictas penas federales que se aplicaban. Y mientras que en El Padrino todos son conscientes de que cualquier desobediencia a Don implicará un castigo inmediato, Conway, Hill y los otros gángsteres desobedecen a Don Cicerón y no les pasa nada. ¿Qué clase de Don es éste?

Los críticos admiran y excusan claramente a los marginales anarco-izquierdistas de Uno de los nuestros de una manera que nunca pudieron admirar a los mafiosos de El Padrino, a pesar del respeto universal a la brillantez técnica de éste. El hecho es que el sistema corrupto y los valores nihilistas de la izquierda vanguardista se relacionan con el sistema de valores de los perturbados de Uno de los nuestros. “La vida real es así”, dicen los críticos satisfechos con el mundo alegre de Uno de los nuestros. “El Padrino, por el contrario, idealiza la vida (por lo tanto, la adopción de un enfoque equivocado).”

Vale la pena señalar que estos perturbados no representan la verdadera mafia, que nunca fueron “admitidos” para las familias de la mafia. Son una multitud parasitaria, una gentuza cuando se comparan con la magnificencia del mundo épico de la mafia. De hecho, el único acto de violencia que tiene sentido en toda la película, el que es con razón y que es perfectamente comprensible, es cuando el demente Tommy recibe su merecido a manos de la mafia auténtica. Advertido de que por fin haría realidad su sueño de ser “admitido” en una familia mafiosa, el monstruoso Tommy no se da cuenta que se trataba de una emboscada, y recibe su justa recompensa. Bang, bang!

El verdadero Don, la Corte Suprema de El Padrino, no iba a tolerar tal comportamiento por tanto tiempo.


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