La propiedad privada como requisito indispensable

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Si el capitalismo no existiera, sería necesario inventarlo y su descubrimiento sería considerado con razón como uno de los grandes triunfos de la mente humana. Pero como «capitalismo» es sólo un nombre para «libertad en la esfera económica», la tesis puede enunciarse de una manera más amplia como sigue: «El deseo de libertad del hombre no puede ser extinguido permanentemente».

Bajo un completo y universal totalitarismo (en el que no quedara ninguna área libre, de la cual el régimen totalitario pudiera adueñarse de los frutos de descubrimientos e invenciones anteriores o contemporáneos o en el cual ya su planificación no pudiera continuar su parasitismo sobre conocimientos de precio y costos en los mercados libres capitalistas), el mundo a la larga, no sólo dejaría de progresar, sino empezaría a retroceder tanto en el campo técnico como en el económico y moral de igual manera que retrocedió y permaneció estancado por siglos después del derrumbamiento de la civilización romana.

Una economía centralmente dirigida no puede resolver el problema del cálculo económico y sin propiedad privada, mercados libres y libertad de selección de los consumidores, ninguna solución organizada de dicho problema es posible. Si la dirección de la vida económica proviene toda de una organización central, la solución del problema de las cantidades exactas que deben producirse de los miles de diferentes artículos y de las cantidades exactas de bienes de capital, materias primas, transportes, etc., que se necesitan para producir ese volumen óptimo de bienes en la producción correcta y la solución al problema de la coordinación y sincronización de toda esta diversidad de producción, se vuelve imposible.

Ninguna persona o mesa directiva está capacitada para saber qué está sucediendo en todos los lugares al mismo tiempo. No puede determinar cuáles son los verdaderos costos. No tiene cómo medir el grado de desperdicio. No tiene ningún método real de averiguar cuán ineficiente es una fábrica o planta y mucho menos cuán ineficiente es el sistema en general. No tiene cómo averiguar cuáles serían las mercaderías que a los consumidores les gustaría sí fueran producidas y estuvieran disponibles a su verdadero costo.

El sistema se quebranta

De modo que el sistema conduce al desperdicio, al paro, y a la quiebra en un sinnúmero de puntos. Y algunos de estos se hacen aparentes aun a las personas menos observadoras. Por ejemplo, en el verano del 61, un grupo de periodistas norteamericanos hicieron un viaje supervisado de 8,000 millas a través de la Unión Soviética. A su regreso relataron haber visitado fincas colectivas donde diecisiete hombres hacían el trabajo que podían haber hecho dos; contaron de haber visto cantidades de edificios sin terminar por falta del «clavo proverbial»; de haber viajado a través de una tierra escasa de carreteras.

Ese mismo año, el Primer Ministro, Khrushchev se quejó que desde el primero de enero habían muchos millones de metros cuadrados de fábricas disponibles que no podían utilizarse porque la maquinaria requerida no estaba disponible; mientras que al mismo tiempo en otras partes del país había el equivalente de cientos de millones de dólares de maquinaria que permanecía inactiva porque las fábricas y las minas para las cuales dicha maquinaria habla sido diseñada, aún no estaban listas.

Más o menos por esa misma época, G. I. Voronov, miembro del Presidium de Partido Comunista, dijo: «¿Quién no sabe que la economía nacional sufre grandes dificultades con el aprovisionamiento de metales, que el aprovisionamiento de tubería es inadecuado, que no se produce en cantidad suficiente la maquinaria y los fertilizantes requeridos para el campo; que cientos de miles de vehículos motorizados permanecen inactivos por falta de llantas y que hay una escasez muy grande en la producción de papel?»[1]

En 1964, el periódico Izvestia se quejaba de que la pequeña población de Lide, cerca de la frontera polaca, había sido inundada con miles y miles de zapatos y después con caramelos, productos de las fábricas del Estado. La queja de los pequeños tenderos de la localidad que alegaban que no les sería posible vender esa cantidad de mercaderías, fue desechada so pretexto de que los programas de producción de las fábricas tenían que llenarse de cualquier modo.

Ejemplos como los expuestos pueden citarse año con año, mes con mes, hasta esta fecha. Son todos el resultado de una planificación centralizada.

Los resultados más trágicos han sido en la agricultura. El ejemplo más sobresaliente fue cuando cundió el hambre en 1921-22. Cuando como consecuencia directa de la colectivización, los controles y la requisición forzi-voluntaria de todas las cosechas de granos y de ganado, millones de campesinos y de habitantes de la ciudad murieron de enfermedades y de hambre. Las revueltas resultantes obligaron a Lenín a adoptar la «Nueva Política Económica». Pero una vez más en 1928, la «planificación» y requisición forzi-voluntaria de los «excedentes» de los campesinos condujo a la ola de hambre de 1932-33, cuando muchos otros millones murieron de hambre y de las enfermedades que resultan de la misma. Idénticas condiciones en distintos grados de gravedad han subsistido hasta el presente. En 1963, Rusia experimentó nuevamente un rotundo fracaso en su producción agrícola. Y en 1965, esta nación agraria cuya principal preocupación en los días de los Zares, era cómo disponer de su excedente de granos, se vio obligada nuevamente a comprar millones de toneladas de granos a las naciones occidentales capitalistas.

Problemas en la industria

La desorganización industrial ha sido menos espectacular, o mejor camuflageada, por lo menos si hacemos a un lado la fase inicial que transcurrió entre 1918 y 1921. Pero a pesar de las extravagantes pretensiones de un «crecimiento económico» sin paralelo, los problemas rusos de producción industrial han sido crónicos. Como la producción de las fábricas está calculada por peso o por cuota según los planificadores, una fábrica de tejidos de punto que recibió órdenes de producir 80,000 gorras y suéteres, produjo solamente gorras porque eran más pequeñas y fáciles de producir. Una fábrica con órdenes de producir pantallas, las fabricó todas color naranja porque el limitarse a un color era más rápido y menos molesto. Debido a que miden la producción por tonelaje, unos fabricantes de maquinaria utilizaron planchas de 8, cuando les hubiera bastado con planchas de 4. En una fábrica productora de arañas de luces, en la cual los obreros obtenían una bonificación con base en el tonelaje producido, las arañas fueron haciéndose cada vez mas y más pesadas, hasta que terminaron derrumbando los cielos rasos.

El sistema se caracteriza por las órdenes contradictorias y los cerros de papelería. En 1964, un diputado del Supremo Soviet citó el ejemplo de una fábrica en Izhora, que recibió no menos de 70 diferentes instrucciones oficiales provenientes de nueve comités estatales, cuatro consejos económicos y dos comités de planificación, todos los cuales estaban autorizados a impartir órdenes a la planta.

Los planos para la planta de producción de acero de Novo-Lipetsk llenó 91 volúmenes que comprendían 70,000 páginas, en que especificaban hasta el preciso lugar en que debería ir cada clavo, cada lámpara y cada lavamanos.

No obstante, en 1964, en la mayor de las repúblicas soviéticas, hubo de suspenderse las entregas de 257 fábricas porque sus productos no hallaban compradores. Como consecuencia de una mayor exigencia por parte de los consumidores y su incrementada tendencia a quejarse, mercadería por valor de tres billones de dólares se acumuló en los inventarios invendibles del Soviet[2]

Medidas correctivas

Tales condiciones han conducido a medidas correctivas desesperadas. Durante los dos últimos años, no solamente desde Rusia, sino desde los demás países satélites comunistas nos llegan informes de programas de descentralización masiva, de coqueteos con los mecanismos del mercado o con un sistema más flexible de precios basados sobre los «costos de producción efectiva» y aún hasta sobre la base de la «oferta y la demanda». Lo más sorprendente para nosotros es enterarnos que ya no se habla con menoscabo de las «utilidades». El eminente economista ruso, Liberman, ha llegado hasta a proponer que se haga de las utilidades la prueba de la efectividad económica. «Entre más altas son las utilidades», ha dicho, «es mayor el incentivo» a producir con calidad y eficiencia. Y es igualmente o aún más milagroso que se esté descartando la idea marxista de que el interés represente una mera explotación, y que, en un esfuerzo por producir y consumir de acuerdo con los verdaderos costos, se está cobrando interés (fijado convencionalmente a razón de 5%). Dicho interés se está cargando no solamente por el uso que hacen los almacenes y fábricas del dinero del gobierno, sino también sobre el capital empleado en la construcción de las fábricas.

Superficialmente todo esto aparece como un cambio revolucionario (o «contrarrevolucionario»); naturalmente abrigo la esperanza de que el mundo comunista esté a punto de redescubrir y adoptar un completo capitalismo. Pero consideraciones de peso nos previenen en contra de tener esperanzas muy altas, al menos durante el futuro inmediato.

La «Nueva Política Económica»

Primero hay que tomar en consideración el desenvolvimiento histórico. No es ésta la primera vez en que los comunistas rusos han sesgado hacia el capitalismo. En 1921 cuando la muerte por hambre masiva amenazaba a Rusia y estalló una revolución, Lenín se vio obligado a retroceder y a adoptar su «Nueva Política Económica» que permitía a los campesinos vender sus excedentes en el mercado e hizo otras concesiones a la empresa privada y originó un retorno general a una economía basada en dinero y parcialmente en el intercambio. Verdaderamente la «Nueva Política Económica» fue en realidad mucho más capitalista que muchas de las reformas recientes. Duró hasta 1927. Fue entonces cuando una economía rígidamente planificada fue reimpuesta, la cual ha perdurado por cerca de cuarenta años. Pero aun durante el curso de dicho período, antes de los últimos cambios dramáticos, hubo violentos cambios de dirección en la política. Khrushchev anunció reorganizaciones mayores no menos de seis veces durante diez años, fluctuando entre la descentralización y de nuevo hacia la centralización, en un vano esfuerzo por encontrar la balanza mágica.

Pero falló, como la presente imitación rusa del mecanismo del mercado está llamada a fracasar, porque la base del capitalismo es la propiedad privada de los medios de producción. Sin propiedad privada, tales conceptos como el de «mercado libre», «libertad de salarios», «libertad de precios», carecen de significado y las «utilidades» tienen forzosamente que ser artificiales. Si yo soy un comisario ruso a cargo de una fábrica de automóviles y no soy el dueño del dinero que pago, y usted es el comisario a cargo de una fábrica de acero y no es el dueño del acero que usted vende, ni tampoco se beneficia con el dinero que recibe en cambio, entonces a ambos nos sale sobrando el precio al que se realice el negocio, el cual sólo tiene interés desde el punto de vista contable. Como comisario a cargo de una fábrica de automóviles, yo desearé que el precio de los coches que yo vendo sea lo más bajo, a fin de que el récord de mis «utilidades» luzca bien y que la bonificación que se me asigne sea alta. Como comisario a cargo de la venta del acero, usted naturalmente quiere que el precio de venta del acero se fije alto y que el precio de sus costos sea bajo, por la misma razón. Pero con todos los medios de producción en manos del Estado, ¿cómo es posible que la competencia no sea otra que artificial y que los precios resultantes no sean también artificiales en tales «mercados»?

En realidad, el sistema de «precios» en la U.S.S.R. ha sido siempre caótico. Los fundamentos en que se basan los planificadores para fijar los precios aparecen como arbitrarios y casuales. Algunos expertos occidentales nos han dicho que había no menos de cinco diferentes niveles de precio o sistemas de fijar precios en la Unión Soviética. Mientras otros fijan el número en nueve. Pero sí los planificadores soviéticos se ven obligados a fijar precios sobre bases puramente arbitrarias, no pueden saber cuáles son las verdaderas «ganancias» o pérdidas de ningún negocio. Donde no hay propiedad privada de los medios de producción, no puede existir un verdadero cálculo económico.

Costos de producción escurridizos

No es una solución el decir que los precios pueden «basarse en los costos exactos de producción». Esto significa pasar por alto el hecho de que los costos de producción son a la vez precios los precios de las materias primas, los salarios de los trabajadores, etc. También pasa por alto que precisamente las diferencias entre precios y costos de producción son las que en un mercado libre, están constantemente cambiando e imprimiendo nuevas orientaciones a la balanza de producción, entre los miles de diferentes bienes y servicios. En la industria, en las que los precios están arriba de los costos marginales de producción, habrá un incentivo mayor para aumentar la producción y habrá al mismo tiempo los medios para hacerlo. En las industrias en las que los precios son menores que los costos marginales, la producción tendrá que restringirse. En todas partes el aprovisionamiento tenderá a ajustarse a la demanda.

Pero bajo un sistema en el que sólo se es libre a medias, es decir un sistema en que cada fábrica quedará libre para decidir cuánto ha de producir de cada cosa, pero en la cual los precios básicos, salarios, alquileres y el tipo de interés del capital está fijado o adivinado por el único y último dueño y productor de los medios de producción o sea el Estado la descentralización pronto podría convertirse en más caótica que la centralización. Si los productos acabados M.N.O.P. etc. se hacen en materias primas A.B.C.D. etc., en varias combinaciones y proporciones, ¿cómo pueden los productores individuales de las materias primas saber cuánto de cada cosa deben producir y a qué ritmo, a menos que ellos sepan cuánto los productores de los artículos acabados tienen la intención de producir de dichos artículos, cuánta materia prima van a necesitar y exactamente cuándo la van a necesitar? ¿Y cómo puede el productor individual del material A o del producto terminado M saber cuánto ha de producir de cada cosa, a menos que sepa cuánto de dicha materia prima o del producto terminado, otros de sus competidores tienen la intención de producir, así como saber aproximadamente cuánto es lo que los consumidores habrán de requerir y exigir? En un sistema comunista centralizado o descentralizado siempre habrá una producción desbalanceada que no encaja con la demanda, habrán faltantes y excedentes, duplicaciones, lapsos de espera, ineficiencia y un desperdicio espantoso.

La propiedad privada es la llave

Solamente cuando los medios de producción son propiedad privada puede solucionarse el problema de producción. Solamente con propiedad privada de los medios de producción, con libertad de selección por parte del consumidor y libertad de selección por parte del productor es que mercados libres tienen sentido y pueden funcionar. Con un sistema de precios privados y un sistema de ganancias privado, es como las acciones y decisiones de los particulares determinan los precios, y los precios engendran nuevas acciones y decisiones, y es así como se resuelve el problema de una eficiente, balanceada, coordinada y sincronizada producción de los bienes y servicios que el consumidor realmente anhela.

Sin embargo, es precisamente eso, o sea la propiedad privada de los medios de producción, lo que los gobiernos comunistas no pueden consentir. Están conscientes de esto y por eso es que todas las esperanzas de que los comunistas rusos y sus satélites estén a punto de reconvertirse al capitalismo, son prematuras. Hace apenas pocos meses que el dirigente soviético Kosygin dijo a Lord Thompson, publicista británico de una cadena de periódicos, «Nunca hemos rechazado el enorme papel que juegan las utilidades como mecanismo en la vida económica… (pero) nuestro principio básico es inviolable. No podemos permitir medios de producción en manos de particulares» [3].

Los dirigentes comunistas no pueden permitir la propiedad privada de los medios de producción no solamente porque esto significaría prescindir del principio básico de su sistema, sino porque significaría la restauración de la libertad individual y el fin de su poder despótico. Por eso es que me veo obligado a confesar que la esperanza de que algún día un idealista Peter Udlanov[4], encontrándose milagrosamente en el pináculo del poder, voluntariamente dispusiera restaurar la libertad de propiedad, es un sueño que únicamente puede suceder en novela. Pero creo que no es completamente inútil esperar que con un mayor entendimiento de la economía entre su propia gente, pueda llegar el momento en que los dictadores comunistas se vean forzados a tomar dicha determinación en una forma más violenta que la que obligó a Lenín, cuando el motín de Kronstadt, que aunque fue suprimido, lo hizo adoptar la Nueva Política Económica.

No obstante, cualquier intento de descentralizar la planificación, pero reteniendo la propiedad centralizada o el control, está condenada al fracaso. Como señaló recientemente un escritor:

Si el Estado es dueño o controla la mayoría de los recursos económicos, permitir la autonomía en los encargados de su utilización es invitar al caos. Los planificadores soviéticos se hallan atrapados en un serio dilema. Encontrar que su economía se ha vuelto demasiado compleja y diversificada para poder controlarla minuciosamente desde arriba; sin embargo, no pueden propiamente lograr la tremenda productividad de una economía descentralizada sin abandonar la propiedad o el control de recursos de la nación[5].

Planificación socialista y barbas masculinas

¿Dónde empieza y dónde concluye la planificación socialista? Una vez que el Estado planifica la producción, esto es, decide lo que se va a producir, cómo se va a producir y dónde se va a producir, se ve inevitablemente compelido a planificar en mayor o menor grado, el consumo y el trabajo de la población, a decidir qué van a consumir y dónde van a trabajar los miembros de la comunidad. Mas, como tales decisiones están íntimamente ligadas a las decisiones generales que integran la vida individual, el Estado –es decir, el dictador, el gobierno o el comité estatal de planificación– tiene una irresistible tendencia a sustituir las libres decisiones de los individuos por los ideales, los criterios o los caprichos personales de los funcionarios planificadores.

Una muestra casi humorística de esa tendencia es la que nos ha brindado recientemente el Estado socialista de Rumania. El gobierno rumano ha resuelto someter a licencia administrativa el derecho al uso de la barba. Considera, en efecto, que las barbas de estudiantes, artistas e intelectuales son un síntoma de decadencia occidental, incompatibles con los principios del Estado socialista. Quien aspire a obtener esa licencia tiene que acreditar ante la autoridad competente que está comprendido dentro de las causas que legitiman la tenencia de una barba personal. Entre ellas figuran, por ejemplo, la posesión de una cicatriz visible en la mejilla o el carácter de actor profesional del solicitante. Si la autoridad aprueba la solicitud, el interesado deberá llevar siempre consigo la licencia de uso de la barba, al igual que el conductor de automóviles ha de llevar el permiso de conducción.

El Time, que comenta las expresadas medidas en edición de 10 de febrero de 1967, recuerda al respecto el hecho obvio de que Marx y Lenin –como hoy Fidel Castro– usaron barbas significativas. Cabe imaginar si la inclusión o exclusión de las barbas puede abrir nuevas divisiones y sectas ideológicas en la desconcertante teoría de la planificación socialista.

«Los dirigentes comunistas no pueden permitir la propiedad privada de los medios de producción no solamente porque esto significaría prescindir del principio básico de su sistema, sino porque significaría la restauración de la libertad individual y el fin de su poder despótico».

Notas

[1]Ver al New York Times de Octubre 29 de 1961.

[2]Para este y otros ejemplos ver Times, Febrero 12, de 1965.

[3]New York Herald-Tribune , septiembre 27, de 1965.

[4]Peter Uldanov, personaje de la novela Times Will Run Back de Henry Hazlitt, quien ejecuta la prodigiosa tarea de elaborar una teoría económica (reinventar el capitalismo) años después de haber desaparecido del mundo socialista todos los libros de historia y política económica del pasado.

[5]G. William Trivoli in National Review, Marzo 22 de 1966.


El artículo original se encuentra aquí.

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