¿Cabe un compromiso con el socialismo?

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[Extraído de La acción humana (1949)]

La propiedad privada de los medios de producción (economía de mercado o capitalismo) y la propiedad pública de los medios de producción (socialismo o comunismo o “planificación”) pueden distinguirse nítidamente. Cada uno de estos dos sistemas de organización económica de la sociedad está abierto a una descripción y definición precisas y no ambiguas. Nunca pueden confundirse entre sí, no pueden mezclarse o combinarse, ninguna transición gradual lleva de no uno a otro, su oposición es contradictoria. Respecto de los mismos factores de producción, solo puede existir un control privado o un control público.

Si en el marco de un sistema de cooperación social solo algunos medios de producción están sujetos a propiedad pública mientras que el resto son controlados por individuos privados, esto no constituye un sistema mixto que combine socialismo y propiedad privada. El sistema sigue siendo una economía de mercado, siempre que el sector socializado no se haga completamente separado del sector no socializado y lleve a una existencia autárquica. (En este último caso hay dos sistemas coexistiendo independientemente uno junto al otro: uno capitalista y uno socialista).

Las empresas de propiedad pública, operando dentro de un sistema en el que haya empresas de propiedad privada y un mercado, y los países socializados que intercambian bienes y servicios con países no socialistas, están integrados en un sistema de economía de mercado. Están sujetos a la ley de los mercados y tienen la posibilidad de recurrir al cálculo económico.

Si uno considera la idea de poner junto a estos sistemas o entre ellos un tercer sistema de cooperación humana bajo la división del trabajo, uno siempre solo puede empezar desde la noción de la economía de mercado, nunca desde el socialismo. La noción del socialismo con su rígido monismo y centralismo que otorga el poder de elegir y actuar exclusivamente en una voluntad no permite ningún compromiso o concesión: esta estructura no es susceptible de ningún ajuste o alteración.

Pero esto es diferente en el esquema de la economía del mercado. Aquí el dualismo del mercado y del poder de coacción del gobierno sugiere varias ideas. ¿Es realmente perentorio o razonable, se pregunta la gente, que el gobierno se mantenga fuera del mercado? ¿No debería ser una tarea del gobierno interferir y corregir la operación del mercado? ¿Es necesario soportar la alternativa de capitalismo o socialismo? ¿No hay tal vez otros sistemas viables de organización social que no sean ni el comunismo ni una economía de mercado pura y no intervenida?

Así que la gente ha ideado una variedad de terceras soluciones, de sistemas que, se afirma, están tan lejos del socialismo como del capitalismo. Sus autores alegan que estos sistemas no son socialistas porque buscan preservar la propiedad privada de los medios de producción y que no son capitalistas porque eliminan las “deficiencias” de la economía de mercado.

Para un tratamiento científico de los problemas implicados, que necesariamente es neutral en relación con todos los juicios de valor y por tanto no condena ninguna de las características del capitalismo como defectuosa, perjudicial o injusta, esta recomendación emocional del intervencionismo no tiene sentido. La tarea de la economía es analizar y buscar la verdad. No pretende alabar o desaprobar ningún patrón de postulados u prejuicios preconcebidos. Con respecto al intervencionismo, solo hay una pregunta a hacer y responder: ¿Cómo funciona?

La intervención

Hay dos patrones para la consecución del socialismo.

El primer patrón (podemos llamarlo el patrón leninista o ruso) es puramente burocrático. Todas las fábricas, tiendas y granjas están formalmente nacionalizadas (verstaatlicht): son departamentos del gobierno operados por funcionarios. Toda unidad del aparato de producción tiene la misma relación con la organización central superior como la oficina de correos respecto de Correos.

El segundo patrón (podemos llamarlo el patrón de Hindenburg o alemán) nominal y aparentemente preserva la propiedad privada de los medios de producción y mantiene la apariencia de mercados, precios, salarios y tipos de interés normales. Sin embargo, ya no hay empresarios, sino solo gestores de tiendas (Betriebsführer, en la terminología de la legislación nazi).

Estos gestores de tiendas son aparentemente decisivos en la dirección de las empresas a ellos confiadas: compran y venden, contratan y despiden empleados y remuneran sus servicios, contraen deudas y pagan los intereses y las amortizaciones. Pero en todas sus actividades están obligados a obedecer incondicionalmente las órdenes emitidas por la oficina pública suprema de dirección de la producción.

Esta oficina (el Reichswirtschaftsministerium en la Alemania nazi) dice a los gestores de tiendas qué y cómo producir, a qué precios y a quién comprar, a qué precios y a quién vender. Asigna a todo trabajador a su trabajo y fija su salario. Decreta a quién y en qué términos deben los capitalistas confiar sus fondos. El intercambio del mercado es simplemente una farsa. Todos los salarios, precios y tipos de interés están fijados por el gobierno: son salarios, precios y tipos de interés solo en apariencia, de hecho, son meramente términos cuantitativos en las órdenes del gobierno que determinan el trabajo, renta, consumo y nivel de vida de cada ciudadano.

El gobierno dirige todas las actividades de producción. Los gestores de tiendas están sujetos al gobierno, no a la demanda del consumidor y a la estructura de precios del mercado. Es socialismo bajo el disfraz de la terminología del capitalismo. Se mantienen algunas etiquetas de la economía de mercado capitalista, pero significan algo completamente distinto de lo que significan en la economía de mercado.

Es necesario apuntar este hecho para evitar una confusión de socialismo e intervencionismo. El sistema de intervencionismo o de la economía de mercado intervenida es distinto del patrón alemán de socialismo por el mismo hecho de que sigue siendo una economía de mercado. La autoridad interfiere con la operación de la economía de mercado, pero no quiere eliminarla completamente. Quiere que la producción y el consumo sigan líneas distintas de las prescritas en un mercado no intervenido y quiere alcanzar su objetivo inyectando en el funcionamiento del mercado órdenes y prohibiciones para cuya aplicación está dispuesto el poder policial y su aparato de compulsión y coacción violenta.

Pero éstos son actos aislados de intervención. No es el objetivo del gobierno combinarlos en un sistema integrado que determine todos los precios, salarios y tipos de interés y así poner el control total de la producción y el consumo en manos de las autoridades.

El sistema del mercado intervenido o intervencionismo se dirige a preservar el dualismo de las distintas esferas de las actividades públicas por un lado y la libertad económica bajo el sistema de mercado por otro. Lo que lo caracteriza como tal es el hecho de que el gobierno no limita sus actividades a la preservación de la propiedad privada de los medios de producción y su protección contra invasiones violentas. El gobierno interfiere con la operación de los negocios por medio de órdenes y prohibiciones.

La intervención es un decreto emitido, directa o indirectamente, por la autoridad al cargo del aparato administrativo de coerción y coacción que obliga a los empresarios y capitalistas a emplear algunos de los factores de producción de una forma distinta de aquélla a la que habría recurrido si solo obedeciera a los dictados del mercado. Un decreto así puede ser o bien una orden de hacer algo o una orden de no hacer algo.

No hace falta que el decreto sea emitido directamente por la propia autoridad establecida y generalmente reconocida. Puede ocurrir que algunas otras agencias se arroguen el poder de emitir tales órdenes o prohibiciones y las apliquen mediante el propio aparato de coacción y opresión violenta. Si el gobierno reconocido tolera esos procedimientos o incluso los apoya mediante el empleo de su propio aparato policial, es como si hubiera actuado el propio gobierno. Si el gobierno se opone a la acción violenta de otras agencias, pero no tiene éxito en suprimirlas por medio de sus propias fuerzas armadas, aunque le gustaría hacerlo, se genera anarquía.

Es importante recordar que la interferencia del gobierno siempre significa o bien acción violenta o la amenaza de dicha acción. El gobierno en último caso recurre al empleo de gente armada, de policías, gendarmes, soldados, guardas de prisiones y verdugos. La característica esencial del gobierno es la aplicación de sus decretos golpeando, matando y encarcelando. Los que están pidiendo más interferencia del gobierno están en definitiva pidiendo más coacción y menos libertad.


El artículo original se encuentra aquí.