Un recorrido por la economía de la oferta

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Los historiadores del pensamiento económico afines al establishment -los de la variedad Smith-Marx-Marshall- tienen una gran tendencia a terminar sus sagas con un capítulo dedicado al último Gran Hombre, el último salvador y el culminador final de la ciencia económica. La última elección consensuada fue, por supuesto, John Maynard Keynes, pero su Teoría General está desfasada en medio siglo y los economistas han intentado durante los últimos años sustituirlo por un nuevo candidato.

Por un momento, Jospeh Schumpeter estuvo bien posicionado, pero tenía el problema de que su obra había sido escrita con anterioridad a la Teoría General. Milton Friedman y el monetarismo duraron un poco más, pero a su vez tenían dos grandes defectos: a) la falta de algo que se asemejara a un trabajo grande e integrador; y b) el hecho de que el monetarismo y la Escuela de Chicago es solamente un barniz sobre teorías que habían sido elaboradas antes de la era keynesiana por Irving Fisher y Frank Knight y sus colegas de la Universidad de Chicago.

¿No había nada nuevo sobre lo que escribir después de Keynes?

Desde mediados de los 70, una nueva escuela de pensamiento ha conseguido, al menos, aparecer como una nueva marca. Y dado que economistas, como el Tribunal Supremo, buscan obtener los réditos electorales, “la economía de la oferta” se ha convertido en algo digno de atención.

La economía de la oferta ha encontrado dificultades para imponerse entre los estudiantes contemporáneos de economía al faltarte algo similar a un gran Tratado, o incluso un líder carismático; aparte de existir escasa unanimidad entre sus defensores. Sin embargo, ha sido capaz de beneficarse astutamente de los conversos bien colocados en los medios de comunicación para tener un fácil y rápido acceso a los políticos y think tanks. Así, ya ha empezado a dejar su imprenta en los últimos capítulos de los libros de historia del pensamiento económico.

Un tema central en la economía de la oferta es que un drástico recorte de impuestos en los tipos marginales del impuesto sobre la renta incrementa los incentivos para trabajar y ahorrar, y de esta manera se incrementa, a su vez, la inversión y la producción. En este sentido, muy poca gente podría sentirse ofendida por la medida. Pero hay otros problemas en esta cuestión que no se consideran. Para los amigos de la famosa Curva de Laffer, los recortes de impuestos se utilizan como panacea para los déficits; drásticos recortes incrementarían la recaudación y lograrían el equilibrio presupuestario.

Sin embargo no hay demasiada evidencia acerca de esta realidad, más bien lo contrario parece ser cierto. Es cierto que si los impuestos sobre la renta fueran del 98% una reducción al 90% probablemente daría lugar a un incremento de la recaudación; pero a los niveles en que nos encontramos, no hay garantía alguna acerca de su verosimilitud. De hecho, históricamente, los incrementos de impuestos han ido acompañados de incrementos en la recaudación y vice versa.

Pero hay un problema aún más profundo con la economía de la oferta que las exageradas alabanzas a la Curva de Laffer(1). Es común a todos los economistas de la oferta una mayúscula despreocupación acerca del tamaño total del gasto público y, por tanto, de los déficits. Los economistas de la oferta no se preocupan por el hecho de que el riguroso gasto público detraiga recursos que hubieran ido al sector privado hacia el sector público.

Ellos sólo se preocupan por los impuestos. Es más, esta actitud hacia los déficits se acerca a la de los viejos keynesianos “nos debemos a nosotros mismos”. Pero que eso: los economistas de la oferta quieren mantener los hipertrofiados niveles actuales de gasto federal. Tal y como señalan reconocidos populistas, su argumento básico es que la gente quiere el nivel actual de gasto y ello no se le debería negar.

Incluso más curiosa que la actitud de los economistas de la oferta hacia el gasto público es su punto de vista monetario. Por un lado, señalan que están a favor del dinero fuerte y de terminar con la inflación volviendo al patrón oro. Por otro lado, han atacado al presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, no por no ser excesivamente inflacionista, sino por imponer una política monetaria demasiado contractiva, y por tanto, por mutilar el crecimiento económico.

Por decirlo brevemente, esta clase de “populistas conservadores” empiezan a sonar como los viejos populistas desfasados que sentían devoción hacia la inflación y el dinero barato. ¿Pero como combinar eso con su defensa del patrón oro?

Al responder esta cuestión encontramos la llave al núcleo de las contradicciones de los nuevos economistas de la oferta. Al defender el “patrón oro” están promoviendo sólo la ilusión de un patrón oro sin ninguna sustancia subyacente. Los bancos no deberían devolver los depósitos en monedas de oro, y la Reserva Federal tendría el derecho a cambiar la definición de dolar-oro a su gusto, como una manera de refinar la economía. En otras palabras, lo que los economistas de la oferta quieren no las viejas monedas de oro económicamente sólidas y estables, sino el falso patrón oro de la Era Bretton Woods, que se colapsó inclinado ante la inflación y el dinero teledirigido por la Reserva Federal.

El corazón de la doctrina de los economistas de la oferta queda revelado en el exitoso manifiesto filosófico The Way the World Works de Jude Wanniski. La visión de Wanniski es que el pueblo, las masas, siempre acietan, y que así ha sido a lo largo de la historia.

En economía, señala Wanniski, las masas han querido un masivo Estado de Bienestar, drásticas reducciones de impuestos y equilibrio presupuestario. ¿Y cómo pueden conseguirse estos objetivos contradictorios? A través del truco de magia de la curva de Laffer. Y en la esfera monetaria, podríamos añadir, lo que las masas han querido ha sido inflación y dinero barato combinado con el patrón oro. Por lo tanto, impulsados por el axioma de que las masas siempre aciertan, los economistas de la oferta se han pruesto dar al público aquello que quiere, un dinero barato e inflacionario más la ilusión de estabilidad a través de un falso patrón oro.

El objetivo de los economistas de la oferta es, por tanto, dar al pueblo aquello que democráticamente quiere, y, en este caso, la mejor definición de democracia es la de H. L. Mecken: Democracia es la visión según la cual la gente sabe qué quiere, y merece obtenerlo pura y duramente.

(Texto original aquí)

(1) En The Two Faces of Ronald Reagan, Rothbard amplía su visión sobre la curva de Laffer: “La curva de Laffer, que puede ser explicada a cualquier congresista en una servilleta, asegura que si los impuestos se recortan, la productividad y la inversión se incrementará, haciendo a su vez aumentar la producción y por tanto incrementando la recaudación por impuestos. El círculo puede cuadrarse, y contrariamente a lo que decía Milton Friedman, sí parece existir algo así como un “free lunch”. Simplemente llámalo curva de Laffer y economía de la oferta. No sólo eso: una reducción de impuestos será capaz de resolver el problema de la inflación, ya que un incremento de la oferta de bienes compensará las tendencias inflacionistas.

Éste es un guiño calculado al establishment económico para enloquecerlos a todos, incluidos los keynesianos conservadores y los friedmanistas. Dado que las reducciones de impuestos sin lugar a dudas van a incrementar la productividad y la oferta, la cuestión es, ¿cuánto? Y es completamente estrambótico pensar que una reducción del 30% en los impuestos provocará un incremento del 30% en la recaudación, o que el incremento de la oferta puede contrarrestar la galopante expansión de la oferta monetaria.

Sin embargo, el auténtico argumento no pertenece al reino de la teoría económica. Arrincone a un lafferita y le admitirá alegremente que Kemp-Roth no va a incrementar los ingresos en un 30%, ¿pero a quién le importa? ¿Por qué los conservadores no pueden tener por una vez un déficit y dejar que los demócratas lo afronten? A los argumentos de que la curva de Laffer es pura demagogia y que el público recordará cuando no ha funcionado, los neopopulistas prestamente responden: Après nous le deluge. En cualquier caso, el público estará tan feliz por el recorte de impuestos que no les preocupará la verdad subyacente en la Curva de Laffer. Como dice Irving Kristol: ¿Y qué pasaría si los conservadores tradicionales tiene razón y el recorte de impuestos Kemp-Roth, sin las correspondientes reducciones en gasto, nos deja con un problema fiscal? Los neoconservadores están dispuestos a dejar esos problemas para que los demócratas los confronten en el interregno. Quieren modelar el futuro y dejar que sus oponentes lo arreglen después. En el largo plazo, todos muertos.”