Durante el último año, Turquía ha sido noticia de forma casi constante, ya que los titulares preocupantes sobre su economía y su situación política siguen acumulándose. En una crisis monetaria que se intensificó el verano pasado, la lira turca ha caído casi un 40%, amenazando a la economía turca en su conjunto. En enero, la inflación superó el 20%, y el alza de los precios de los alimentos tuvo un impacto especialmente grave en la población. Al mismo tiempo, el desempleo alcanzó el 14,7%, su nivel más alto en una década, y una cifra que sólo se espera que aumente aún más, ya que se prevé que la economía turca se contraiga en un 2% en 2019. Desde el punto de vista político, la intensa fricción del país con los EE.UU., así como su conmoción interna, también han sido motivo de preocupación y han empañado sus perspectivas en el futuro.
Un auge artificial y un declive muy real
Después de que las disputadas y reñidas elecciones locales de finales de marzo asestaran duros golpes al régimen de Erdogan, pronto se consolidaron las perspectivas de una mayor inestabilidad. Erdogan, que ya lleva 18 años en el poder, está presionando para que se repitan las elecciones a la alcaldía de Estambul, tras la estrecha derrota de su partido. Es precisamente este momento, de un punto de inflexión política combinado con una recesión, el que hace que la situación en Turquía sea aún más precaria.
Durante las últimas dos décadas, la economía del país ha sido fundamental para la expansión y consolidación del poder del presidente de Turquía. Sin embargo, la adopción de políticas monetarias populistas y el crecimiento artificial impulsado por la deuda se ha vuelto cada vez más insostenible, como suele ser el caso. Como las grietas son ahora evidentes en la economía del país, el apoyo también está en mínimos críticos para el partido gobernante. En medio de una recesión, con más fricciones políticas en el horizonte y una posible repetición en Estambul, los inversores están justificadamente preocupados de que los objetivos políticos eclipsen la urgente necesidad de resolver los problemas económicos del país. Las duras medidas necesarias para detener la espiral de muerte de la lira y controlar la tóxica bomba de relojería de la deuda, es poco probable que ganen los argumentos electorales.
Después de todo, el presidente turco es conocido por su interferencia en la economía y en el sector privado, mientras que el propio banco central ha perdido credibilidad, ya que su independencia ha sido objeto de dudas generalizadas. Justo antes de estas últimas elecciones, por ejemplo, utilizó sus reservas para apuntalar la lira, y los datos pertinentes publicados revelan que sus reservas de divisas disminuyeron en más de 2.000 millones de dólares en la semana anterior a la votación. Según la agencia de calificación Moody’s, las reservas brutas y netas se encontraban «ya en niveles muy bajos».
Además de sacudir la confianza de los inversores y fomentar las sospechas sobre la politización del banco central, la medida tampoco apoyó a la moneda, ya que la lira ha seguido cayendo en picado bajo la presión de la gran preocupación por la disminución de las reservas del país. El debilitamiento de la moneda y la credibilidad de Erdogan se ven presionados por la tendencia de dolarización cada vez más dominante en el país. Cada vez más ciudadanos turcos recurren al dólar y al euro para proteger su poder adquisitivo, e incluso para utilizarlos en sus transacciones cotidianas. Según informes recientes del Financial Times, los depósitos en moneda extranjera de los residentes aumentaron en 2.100 millones de dólares en la última semana de marzo, lo que eleva el total a 167.000 millones de dólares.
Sin embargo, el gobierno turco ha sido persistente al ignorar las señales de peligro. En cambio, el régimen de Erdogan sigue concentrado en los aspectos políticos de la crisis actual, culpando de todos los problemas a las conspiraciones extranjeras e insistiendo en políticas que sólo servirían para tapar las debilidades fundamentales de la economía. A pesar de sus esfuerzos por controlar la inflación y sacar a la economía de la recesión, los fundamentos siguen siendo nefastos y el sentimiento de los inversores sigue siendo muy bajo. Un nuevo programa de reformas presentado a mediados de abril tampoco logró convencer a los participantes del mercado de que las perspectivas mejoran, y una encuesta de J.P. Morgan mostró que más del 80% de los inversores no confiaban en la capacidad del gobierno para reactivar la economía. El plan simplemente incluía una inyección de 5.000 millones de dólares a los bancos estatales en dificultades, sin referencias a recortes en el gasto ni a ningún otro paso fiscal realista que ayudara concretamente a frenar el creciente problema de la deuda.
Efectos secundarios
El problema de la deuda de Turquía, junto con la caída de la lira, es posiblemente el factor de riesgo más importante para la economía de la nación. Para empeorar las cosas, lejos de suponer una amenaza sólo para la propia Turquía, también tiene el potencial de infligir un daño significativo en otros lugares, empezando por las economías clave de la zona euro.
A primera vista, la situación en Turquía podría parecerse a muchos de los escenarios anteriores de una nación fuertemente endeudada con una moneda que cae en picado, que desciende a una recesión severa y finalmente es rescatada, como Grecia. Sin embargo, hay una diferencia clave que hace que el problema de la deuda de Turquía sea mucho más complicado y potencialmente peligroso. A diferencia de Grecia, Italia u otras economías seriamente endeudadas, el principal riesgo en este caso no es sólo el endeudamiento del gobierno. En cambio, es la deuda corporativa insostenible y cada vez menos financiable lo que convierte a Turquía en una bomba de relojería y hace que la opción de rescate del FMI sea problemática.
La deuda privada con el PIB se sitúa en un asombroso 170%, mientras que, en general, más de la mitad de los préstamos están denominados en moneda extranjera. Por lo tanto, el colapso de la lira ha hecho que sea extremadamente difícil para las empresas pagar o incluso pagar su deuda, mientras que el riesgo de impago ha aumentado. Alrededor de 179.000 millones de dólares de deuda externa vencerán hasta julio de 2019, lo que representa casi una cuarta parte de la producción económica anual del país, según las estimaciones de JPMorgan. La mayor parte de esa suma, 146.000 millones de dólares, es adeudada por el sector privado y los bancos en particular.
Por muy grave que pueda parecer la situación actual de la deuda para las empresas y las perspectivas económicas de Turquía, es importante tener en cuenta también las consecuencias para sus obligacionistas, sobre todo teniendo en cuenta que los bancos europeos ocupan un lugar destacado entre ellos. De hecho, el nivel de exposición en algunos casos es tan preocupante que, con razón, suscita la preocupación de que lo que ocurra en Turquía no se quede sólo en Turquía.
El sector bancario español es uno de los pocos del bloque europeo que hasta ahora se consideraba no problemático, especialmente en comparación con los bancos italianos o griegos. Sin embargo, la exposición de los bancos españoles a la deuda turca significa que los problemas monetarios y de deuda del vecino europeo han desafiado decisivamente estas suposiciones. El segundo mayor banco de España, BBVA, controla el 49,9% del banco turco Garanti, que ya ha registrado un aumento de la morosidad. Los bancos españoles también lideraron la oleada de préstamos a las empresas turcas en los últimos años, haciéndolas vulnerables al riesgo de impago.
Aunque los bancos españoles fueron con mucho los mayores prestamistas de Turquía, los bancos franceses, italianos y alemanes también tienen una exposición significativa a la deuda turca. Esto ya se convirtió en un problema desde el inicio de los problemas turcos el verano pasado, cuando los inversores se deshicieron de las acciones de los bancos de la Eurozona y los precios sufrieron golpes significativos. Entre los más afectados se encuentran BBVA, Unicredit y PNB Paribas. Sin embargo, un golpe al precio de las acciones no es nada comparado con el daño que una crisis monetaria sostenida y el creciente riesgo de impago pueden infligir al ya vulnerable sector bancario europeo.
Lecciones clave
En general, los problemas de Turquía son otro recordatorio importante y oportuno de la fragilidad del actual sistema monetario y del sector bancario, así como de las debilidades sistémicas y de la inevitable insostenibilidad de una economía de planificación centralizada y del dinero fiduciario.
Después de todo, el valor de la lira, como el de cualquier otra moneda fiduciaria, depende de la confianza que la gente deposite en su emisor. Una vez que se pierde o incluso se sacude, ninguna medida o fuerza aplicada por los planificadores centrales puede estabilizarlo. Lo hemos visto en los últimos meses en Turquía, con el gobierno intentando una amplia variedad de enfoques para controlar la caída de la divisa, sin ningún resultado. Esto demostró claramente la naturaleza endeble e inconstante de todo el sistema.
Con el colapso de la moneda turca, la demanda de oro se duplicó con creces en el país, mientras que el oro cotizado en liras alcanzó máximos históricos, como es de esperar en tiempos de crisis. Los llamamientos públicos de Erdogan para que los ciudadanos vendieran el «oro bajo sus almohadas» y compraran liras para ayudar a defender al país de los «ataques económicos» desde el exterior fueron claramente ignorados. Los consumidores acudieron en masa al metal precioso en respuesta al deterioro de la moneda fiduciaria y las importaciones de oro a Turquía se multiplicaron por ocho en diciembre pasado, mientras que el propio banco central turco también aumentó drásticamente sus reservas oficiales en los últimos dos años.
A medida que el país se une a la larga lista de naciones que llegaron a lamentar el intervencionismo temerario y la manipulación monetaria agresiva, también envía un fuerte mensaje a los inversores que son lo suficientemente sabios como para prestarle atención.
El artículo original se encuentra aquí.