Argentina es un país conocido por su constante inestabilidad político-económica y sus crisis recurrentes. Desde el retorno de la democracia en 1983, la sociedad argentina ha sufrido dos brotes hiperinflacionarios (1989 y 1990), una crisis astronómica en 2001 y un impago de la deuda externa ese mismo año. En los años siguientes, hasta hoy, el país también ha experimentado una devaluación catastrófica de la moneda nacional, una contracción del tipo de cambio, un aumento desequilibrado de la deuda pública y toda una serie de acontecimientos que han causado innumerables efectos indeseables en la calidad de vida de sus ciudadanos.
Sin embargo, los problemas económicos no comenzaron en la década de los ochenta. En esa época, la Argentina ya tenía una larga historia de numerosas crisis que se desarrollaron a lo largo del siglo XX. Estos acontecimientos desviaron al país del prometedor potencial económico que tenía a finales del siglo XIX, y poco a poco hicieron irreconocible ese pasado exitoso.
Las razones que explican esta caída no son pocas ni sencillas, aunque en las últimas décadas el país parece haber entrado en un desempeño cíclico que se explica, entre otros factores, por la aceptación sostenida de ideas económicas equivocadas.
Según el economista Esteban Domecq, el ciclo al que ha estado sometida la economía argentina en los últimos años consiste en lo siguiente: la demanda de programas sociales, después de una mala situación económica, aumenta; luego, se promueve la acción de corto plazo del Estado (es decir, el aumento en exceso del gasto público), lo que se traduce en indisciplina fiscal (déficit). Este déficit se financia con la emisión de moneda y/o el aumento de la deuda nacional (indisciplina monetaria y financiera), lo que conduce a la devaluación, la inflación y, en el peor de los casos, al incumplimiento… En consecuencia, llegan las crisis económicas que aumentan el desempleo y la pobreza. Finalmente, estos dos últimos factores aumentan la demanda de programas sociales, y el ciclo comienza de nuevo.
En este círculo vicioso, el factor clave es el déficit fiscal, ya que es el detonante de la quiebra posterior. El déficit fiscal, ese viejo amigo de la economía argentina, no puede existir sin políticas estatales desequilibradas y de corto plazo. En otras palabras, un gobierno que gasta más allá de sus posibilidades deja de lado las consecuencias negativas que esto podría tener a largo plazo. En cambio, los responsables políticos se centran en el ahora para cumplir los objetivos políticos. Lógicamente, es la implementación de estas políticas lo que es responsable del desencadenamiento posterior del ciclo descrito anteriormente.
El ascenso del peronismo
Muchas de estas ideas comenzaron a popularizarse con el ascenso del peronismo a mediados del siglo pasado, un acontecimiento que ha marcado un antes y un después significativo en la política nacional. Aún hoy, los principios peronistas siguen predominando en la opinión pública y sus ideas siguen siendo invocadas: la intervención del Estado en la economía, el desprecio por el libre comercio, el proteccionismo, el nacionalismo, la «justicia social», los altos impuestos y la creación de un Estado gigantesco que abarca todos los aspectos de la vida individual. En la mentalidad general, se considera que estas políticas son los pilares que deben prevalecer para lograr la prosperidad.
El auge de estas ideas —y el gran número de seguidores que las apoyan— se explica por las mismas razones a las que se atribuye el auge del populismo en todo el mundo. Los principales son: un líder carismático con una imagen poderosa; un discurso creado con cautela con el fin de establecer una identidad colectiva común entre las masas populares; la creación de un enemigo común culpable de todos los males. Una vez en el gobierno, los partidarios de la idea apoyan la creación de una red de clientela de ciudadanos dependientes de la limosna del poder estatal, un grupo que asegura al líder los votos en las elecciones venideras.
Además, la aplicación de los principios enumerados anteriormente fue replicada, «a su manera», por casi todos los gobiernos desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad. A lo largo de todo este tiempo, las administraciones «no peronistas» no se han alejado mucho de las ideas intervencionistas y han contribuido a su aplicación sostenida. Esto, como era de esperar, tuvo consecuencias nefastas para la economía y condujo a diferentes crisis. Al mismo tiempo, los recurrentes gobiernos dictatoriales del siglo XX, que profundizaron estos desastres y aumentaron la inestabilidad política y social, se suman al escenario histórico-político.
Estos dos factores (la aceptación sostenida de principios engañosos y erróneos a lo largo del tiempo y la inestabilidad política) fertilizan el terreno para el surgimiento de un desempeño cíclico que parece interminable.
Por otro lado, la sociedad argentina (a pesar de sus buenas intenciones) también es cómplice en parte de todos estos desafortunados acontecimientos. El predominio de las administraciones intervencionistas en la Casa Rosada en las últimas décadas fue dado por el voto de confianza de los ciudadanos hacia ideas nefastas que, con el paso del tiempo, aumentaron la recurrencia de las crisis generadas.
En resumen, Argentina se ha alejado del liberalismo y ha incursionado en la implementación de ideas completamente opuestas. Aunque las intenciones de los argentinos han sido buenas, han elegido el lado equivocado. Y a menos que cambien drásticamente sus acciones, se encontrarán cada vez más lejos del bienestar que tanto anhelan.