La democracia con “d” minúscula

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“En la democracia política, sólo los votos al candidato mayoritario o al plan mayoritario son efectivos a la hora de conformar el curso de los acontecimientos. Los votos emitidos por la minoría no influyen directamente en las políticas. Pero, en el mercado, ningún voto se emite en vano. Cada penique gastado tiene el poder de afectar a los procesos de producción… La decisión de un consumidor tiene efecto cada vez que la manifiesta a través de su disposición a gastar una determinada cantidad de dinero.”
(Ludwig von Mises, La Acción Humana)

Existe mucha confusión en esta nación sobre el término “democracia”. La palabra procede del griego, y en su origen significa “gobierno de la gente” o, posiblemente, “gobierno por la gente”. Sin embargo, cuando dicha palabra no se escribe con mayúscula, su cualidad funcional real se relaciona más con el mercado que con las actividades políticas. Cuando se escribe con mayúscula, como ocurre normalmente en este país, el concepto cambia.

En una Democracia, las mayorías toman decisiones que resultan vinculantes para todos los demás. Cuando el concepto democrático se emplea en el mercado, cada individuo toma decisiones que sólo le vinculan a él y a las personas directamente implicadas en el intercambio. El proceso democrático (con “d” minúscula) no supone el control de unos sobre otros; supone el control de cada cual por cada cual.

Veamos cómo funciona

En el mercado, vas a una tienda y compras una lata de judías. Nadie te obliga a hacerlo, salvo la decisión que tú mismo has tomado. Por razones que sólo tú conoces, has decidido comprar una lata de judías de la empresa X, cuyo nombre figura en la etiqueta.
No sabes si dentro de la lata habrá judías. No puedes verlas. Pero, en parte por la etiqueta y en parte por tu experiencia, confías en la empresa e intercambias tu dinero por la lata. Éste es un voto emitido en el mercado. Es tu voto por la empresa a la que compras.

Esto es vinculante para ti. Debes pagar por las judías el precio establecido. No tienes obligación de comprarlas. Pero, si lo haces, debes pagarlas. Puedes pagarlas más adelante si el tendero te abre un crédito. Si lo hace, es porque confía en ti. Piensa, bien por su experiencia general o por su larga trayectoria interpretando etiquetas que, al final, le pagarás. Podría equivocarse alguna vez. Pero no se equivocará muchas veces.

Puede que te equivoques tú. La lata podría contener canicas, sopa o puré de patata. Pero tampoco te equivocarás muchas veces. Si compras una lata de la empresa X y no contiene lo que dice que contiene, serás muy reacio a comprar a esa empresa otra vez.

Pero veamos lo que ocurre como resultado de tu votación en el mercado. Tu voto es tabulado por el tendero, bien al final del día o tras algunos días de comercialización. Cuando haga dicha tabulación, descubrirá que algunas personas (como tú) han votado por la marca X. Lo sabrá porque tendrá que volver a hacer un pedido de dicha marca.

También verá que otros han votado por la marca Y. Y otros han votado por las marcas Z, ZXY, XX, YYYY. Hará de nuevo pedidos de dichas marcas por la cantidad precisa que estime necesaria para satisfacer a sus clientes en el futuro.

¿Qué pasa con las empresas que fabrican esas judías? Los votos se emiten en un número diferente para cada marca en cada ocasión. Las distintas marcas son estimuladas con cada voto recibido. Dicho estímulo les lleva a continuar con el proceso que hizo que te gustaran a ti o a otras personas.
Supongamos que la marca X, aquella a la que tú votaste, fuera la más popular. Supongamos que esta marca consigue cien votos y que cada una de las otras marcas obtiene menos de cien votos. Si tuviéramos una Democracia (con mayúscula) en el mercado, esto significaría que se emitiría un pedido que, de hecho, diría: “Ya sólo hace falta producir la marca X. Los votantes han dejado claro que las judías de la marca X son las mejores. Por tanto, por la presente, queda suspendida la producción del resto de marcas”.

Pero no tenemos una Democracia con mayúscula en el mercado. Tenemos una democracia con minúscula. Por tanto, incluso aunque la marca X demostrase ser la más popular, otras fueron lo suficientemente populares como para animarse hasta cierto punto. Así, todas las marcas que recibieron suficientes votos favorables continúan fabricando su producto. Tu acción al comprar la marca X no nos compele al resto a comprar dicha marca. Personalmente, supongamos que nos gusta la marca YYYY. No podemos evitar que tú compres la marca X. Y tú no puedes impedir que nosotros compremos la marca YYYY.

Esto es verdadera democracia. Es el proceso en el que cada cual se gobierna a si mismo. Este proceso es siempre moral y proporciona la mejor comida, la mayor variedad y los precios más bajos para el mayor número de gente.

La mayoría se convierte en control monopolístico

Hasta ahora, hemos intentado mostrar cómo funciona la democracia (con minúscula) en el mercado. Pero el argumento que siempre surge es que esto no es lo mismo que la política. En el Gobierno, dos hombres pueden postularse para un cargo. Posiblemente ese cargo no puedan ocuparlo ambos, así que una votación mediante el sistema mayoritario selecciona al más adecuado. Él ocupará el cargo. El otro no.

¿Qué hay de malo en esto?

Lo que hay de malo es lo mismo que habría si fueras a una tienda a comprar la marca de judías X y te dijeran que, dado que a hay más gente a la que sólo le gusta la marca YYYY, esa sería la única clase de judías que podrías comprar.

También te dirían que no podrías resolver el problema por ti mismo, simplemente absteniéndote de comprar judías. Estás obligado a comprarlas. Debes comprar las de la marca YYYY y, además, tienes que comértelas. En este punto, la democracia habría pasado a ser Democracia con mayúscula. Y esto es lo que hemos hecho con el Gobierno de este país.

Supongamos que hay dos candidatos a la Presidencia. Supongamos, además, que uno de ellos, la marca YYYY, es Kennedy. Supongamos también que el otro, la marca X, es Nixon. Kennedy obtiene más votos que Nixon. Quienes votaron por Nixon se quedan sin poder elegir. Querían que Nixon dirigiera sus asuntos y tienen a Kennedy. Están frustrados. Por supuesto, quienes votaron por Kennedy están encantados. No sólo han elegido al hombre que regirá sus asuntos, también al hombre que ahora tendrá el poder para regir los asuntos de todo el mundo.

Pero siempre hay una tercera categoría de gente: aquellos que no quieren ni la marca X ni la YYYY. Puede que haya quien quiera la marca Z. Puede haber incluso quienes no quieran ninguna marca. Éstos quieren manejar sus propios asuntos por completo, sin un Nixon, un Kennedy o un ZZZZ que los gestione.

Sin embargo, por el proceso mayoritario, todos ellos, con independencia de sus deseos o convicciones personales, ahora tienen que pagar por la marca YYYY. Están compelidos a usar la marca YYYY, a pesar de que preferirían no hacerlo. De pronto, vemos lo que le ha pasado a nuestro apoyo a la Democracia: nos hemos apartado del concepto del gobierno por la gente. En su lugar, ahora tenemos el gobierno del monopolio. Todas las minorías, con independencia de sus intereses, deseos o lo que sea, están obligadas a aceptar el monopolio.

Ahora, si practicáramos la democracia con minúscula en este país, aquellos que votaron a Nixon le tendrían a él dirigiendo sus asuntos, quienes votaron a Kennedy tendrían a éste, aquellos que votaron por alguien más para gestionar sus vidas le tendrían a él. Y quienes no quisieron que nadie gobernase sus asuntos por ellos quedarían sin nadie que lo hiciera.

Esto sería moral: cada cual tendría que pagar por aquello que él mismo expresó que quería a través de su voto. Quien renunció a participar no tendría las “ventajas” que habría obtenido de haber votado. Quizá se arrepienta más adelante. Pero esto es asunto suyo. Igual que es asunto tuyo renunciar a comprar judías y pasar hambre por ello si hace falta.

Podemos prácticamente oír el grito de alarma: “Pero ¿esto significaría que tendríamos muchos Presidentes? Al menos, dos. Y ¿cómo podríamos hacer que todos coincidieran en una política dada en ese caso?”. La respuesta es que no sería posible. Pero ¿esto sería malo?

El concepto de representación es esencialmente un concepto de agencia. Alguien tiene que actuar por ti. Pero ¿cómo puede alguien actuar por ti si dicha persona está totalmente comprometida con acciones contrarias a tus propios intereses? Suponer que esa persona te representa porque otros le han elegido es suponer una mentira. Sólo puede representarte si tú le eliges y si, a partir de ahí, se ciñe a tus intereses.

Es la Democracia con mayúscula la que está acabando con nosotros. Personas opuestas a tus propios intereses obtienen poder sobre ti mediante acciones llevadas a cabo por otros. La Democracia (con mayúscula) significa el control de la mayoría sobre todos. El control de la mayoría sobre todos significa monopolio. Y el resultado es que el monopolio del poder siempre termina en manos de una minoría. Esto no es nunca moral, ni es necesario.


El artículo original se encuentra aquí.

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