Por su propio bien, como por el bien de la civilización que aman, los conservadores pueden y deberían rechazar la legitimidad del Estado, sobre la base de que es destructivo de lo verdadero, lo bueno, y lo bello.
Dos filosofías raramente vistas como opuestas como sí son vistas el conservadurismo y el anarquismo. La continental, la variante El Trono y el Altar del conservadurismo obviamente trata el anarquismo como anatema, pero incluso la variante angloamericana, como una filosofía política, raramente tiene cosas lindas para decir sobre su alborotado primo. Por ejemplo, Russell Kirk, el fundador del conservadurismo estadounidense luego de la Segunda Guerra Mundial, dijo esto sobre la anarquía:
“Cuando cada persona clama ser un poder en sí mismo, entonces la sociedad cae en la anarquía. La anarquía nunca dura mucho, siendo intolerable para todos, y contrario al ineludible hecho de que algunas personas son más fuertes y más inteligentes que sus vecinos, para la anarquía allí triunfa la tiranía o la oligarquía, en las cuales el poder es monopolizado por unos pocos”.
Aquí vemos una definición largamente compartida de la anarquía: ninguna ley gobernando el comportamiento humano, ninguna institución limitando la avaricia del hombre. Es obvio por qué un conservador en la tradición de Kirk —la cual es realmente la tradición de Burk, Tocqueville, Acton y Hayek— no podría abrazar tal esquema de organización social.
¿Pero es esto realmente la anarquía? Muchos han usado la misma palabra para decir distintas cosas, y hubo durante finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX una considerable contingencia de anarquistas que no sostuvieron ninguna ley sobre el hombre excepto su propia voluntad. Además de todo, estaban frecuentemente muy predispuestos a usar la violencia en pos de su visión. Pero existen otras maneras de entender la anarquía, maneras que son mucho más amenas a un conservadurismo tradicionalista basado en la prudencia y la moderación. Esta es la razón por la que otros pensadores conservadores y literatos tuvieron una más positiva opinión de la anarquía. Por ejemplo, J.R.R. Tolkien, en una carta para su hijo, escribió refiriéndose a su filosofía política: “Mis opiniones políticas se inclinan más y más hacia la Anarquía (en sentido filosófico, la abolición del control, nada que ver con hombres bigotudos con bombas) o a la «inconstitucional» Monarquía”.
¡Qué extraña combinación! ¡Anarquía y monarquía inconstitucional! ¡La guerra de todos contra todos, o el Leviatán desencadenado! Esta es una interesante yuxtaposición, merecedora de una serie de ensayos por sí misma. Aquí, restrinjo mi atención a desentrañar la primera parte de la afirmación de Tolkien ¿Exactamente qué clase de anarquía no es compatible con, pero favorable a, el conservadurismo?
Yo soy economista político, por lo que no es sorprendente que recurriría a la literatura académica1 sobre la economía política de la anarquía en ofrecer mi respuesta. La anarquía en este sentido es la filosofía de la ilegitimidad del Estado. Además, el “Estado” asume una definición muy específica: El cuerpo político que reclama el monopolio sobre el uso de la violencia para adjudicar disputas, frecuentemente emparejado con el monopolio en la creación y el cumplimiento de reglas sociales. En otras palabras, la anarquía está en oposición a la soberanía poswestfaliana. No está en oposición a la ley y el orden; se opone a cualquiera teniendo el control exclusivo sobre su producción. No se opone a la propiedad; se opone al uso del poder estatal para decidir las apropiadas distribuciones de la propiedad. No se opone a la religión institucionalizada; se opone al uso del poder estatal para decidir las formas aceptables de culto religioso.
¿Por qué exactamente debería un conservador pensar seriamente en apoyar tal posición? Primero debo admitir y asumir un juego rápido y ligero con la terminología antes en mi ensayo. El conservadurismo, en clave Kirk, no es tanto una filosofía política como sí es un grupo de normas y principios relacionados que tienen que ver con la naturaleza humana, la naturaleza de la sociedad, y la naturaleza de la política. En palabras de Kirk: “La actitud que llamamos conservadurismo está sustentada por un cuerpo de sentimientos antes que por un sistema de dogmas ideológicos. Es casi cierto que un conservador puede ser definido como una persona que piensa de sí misma tal cosa. El movimiento conservador o cuerpo de opinión puede acomodar a una considerable diversidad de perspectivas sobre un buen número de temas, no hay un Test Act o los Treinta y nueve artículos del credo conservador”. Aplicado a la política y la sociedad civil, el conservadurismo mira favorablemente a las instituciones y prácticas de lo probado y verdadero, y por eso es escéptico de la innovación radical y el cambio abrupto en los asuntos sociales, especialmente en aquellas cosas que hacen posible la cooperación social. Universidades, cuerpos religiosos, organizaciones fraternales, y otros órganos de la sociedad civil no son solamente vistas favorablemente, sino como esenciales para el florecimiento individual y social. Cualquier fuerza que se oponga a estas instituciones intermediarias debe ser vista con extremo escepticismo.
Históricamente, no ha existido un innovador y destructor más radical de las instituciones intermediarias que el Estado. Desde los proyectos de construcción del Estado de la temprana modernidad, a los periodos absolutistas en Inglaterra y en el continente europeo, hasta las aspiraciones nacionalistas a finales del siglo XIX y los regímenes totalitarios de comienzos del siglo XX, el Estado ha sido singularmente hostil a las instituciones y costumbres primarias que constituyen una nación y son los objetos reales de su lealtad principal. Los conservadores tienen una tendencia a culpar al hambre de poder y lucro de la burguesía por este proceso, quienes supuestamente corrompieron el Estado, transformándolo de un medio para perseguir el bien común a un temerario consumidor del capital cultural en el nombre del beneficio financiero. Es cierto que las clases medias, que se remontan a la temprana modernidad, cargan con parte de la culpa por dejar suelto al Estado. Pero castigar a las clases comerciales es confundir los accidentes con la esencia. Fue el Estado y la fuerza inmensa a su disposición, que en última instancia fue responsable de la terrible nivelación social que ha ocurrido de alguna forma desde la Revolución Francesa. Fue el Estado quien intentaba, y muchas veces con éxito, borrar cualquier otra fuente de lealtad del hombre, volviéndolo un mero engranaje en la máquina social, sin valor ni dignidad excepto de las derivadas de la utilidad para el Estado. Quien tomó “la libertad de los antiguos” de Constant2 y la despojó de sus pocas gracias redentoras, creando una maquinaria de muerte y destrucción de las que el mundo nunca había visto.
La siguiente discusión apunta hacia una solución al rompecabezas. El conservadurismo, como Kirk lo entendió y como muchos conservadores tradicionalistas lo entienden hoy, abraza una sociedad de libertad ordenada, con el amor y la pasión por la justicia contrarrestada con seria contención sobre el uso del poder por parte del hombre. Estos son los fines a ser alcanzados. El anarquismo es el medio para alcanzar estos fines, opuesto como es a la más grande organización de la historia en socavar estos fines.
¿Pero cuál es la alternativa a los Estados modernos y la soberanía? ¿De dónde más podría surgir el orden social? La respuesta descansa en la característica determinante de la tradición política y legal de Occidente. Como filósofo del derecho, Harol Berman argumentó, la singularidad de los asuntos político-legales de Occidente fue el desarrollo de varias fuentes de la ley superpuestas y a menudo en competencia. Durante la Alta Edad Media, por ejemplo, en un solo territorio geográfico había órganos para adjudicar y hacer cumplir la ley del rey, la ley señorial, la eclesiástica, y la comercial, por solo nombrar algunas fuentes de autoridad legal. Mientras que cada una de estas organizaciones obviamente reclamaba diferentes jurisdicciones, ninguna era soberana, en cuanto a tener el derecho final de apelar o ejecutar. Además, desde el hecho de que los límites entre estas áreas eran con frecuencia porosas, aquellos que tuvieran disputas generalmente podían elegir la jurisdicción a la cual se someterían. Casi en cualquier otro lugar del mundo, en algún punto de la historia humana, la ley tenía dominio sobre el individuo. Solamente en Occidente las instituciones se desarrollaron, desfavorables en esencia a la soberanía, que así dio a los individuos algún grado de control sobre la ley.
Esta valiosa herencia, de la cual son frutos nuestras concepciones modernas de la libertad bajo la ley, ha sido erosionada continuamente por la soberanía del Estado desde el siglo XVI. Los conservadores por esto tienen una buena razón para oponerse al Estado moderno y retornar a las raíces de su propia tradición. El anarquismo conservador no es por tanto una contradicción, y mucho menos un sinsentido. Es el simple reconocimiento de que los valores que los conservadores aprecian no pueden ser preservados en un mundo donde cualquier organización reclama el derecho coercitivamente ejercido del comando final e incuestionable.
Abrazar la anarquía no requiere que los conservadores adopten la revolución violenta, o siquiera la desobediencia civil. Sino por el bien de sí mismos, como también por el bien de la civilización que aman, los conservadores pueden y deberían rechazar la legitimidad del Estado, por motivos de su característica destructiva de lo verdadero, lo bueno y lo hermoso. Afirmar la soberanía del Estado con la esperanza de que algún día pueda caer en manos conservadoras es un canto de sirena que debe ser resistido. Por fortuna, en una era donde nuestras instituciones políticas parecen incapaces de ofrecernos “opciones” más significativas que Hillary Clinton o Donald Trump, deslegitimar el Estado, en nombre de la libertad ordenada, es más factible que nunca.
Traducido del inglés por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.
Notas
1 Powell, Benjamin and Stringham, Edward “Public choice and the economic analysis of anarchy: a survey”. (Springer Business + Science Media, 2009).
2 Constant, Benjamin, The Liberty of Ancients Compared with that of Moderns (1819).