[Extraído de “On Resisting Evil”, publicado originalmente en septiembre de 1993]
En los movimientos conservador y libertario ha habido dos formas principales de rendición, de abandono de la causa.
La forma más común y más evidente es una con la que estamos demasiado familiarizados: venderse. El joven libertario o conservador llega a Washington, a algún think-tank o al Congreso o como auxiliar administrativo, dispuesto y ansioso por dar la batalla, a reprimir al Estado al servicio de su querida causa radical. Y entonces pasa algo: a veces gradualmente, a veces con sorprendente rapidez. Se va a los cócteles, se encuentra que el enemigo parece muy agradable, se empieza a enredarte en las cosas marginales de la Beltway y enseguida la máxima importancia será algún voto de un comité trivial o algún mísero pequeño recorte fiscal o enmienda y se acaba abandonando del todo la batalla por un contrato confortable o un puesto enmoquetado del gobierno. Y al ir continuando este proceso de venta, se descubre que su mayor fuente irritación no es el enemigo estatista, sino los perturbadores fuera del campo, que estarán siempre ladrando sobre los principios e incluso atacándote por vender la causa. Y entonces tú y el enemigo tenéis rostros indistinguibles.
Estamos demasiado familiarizados con esta ruta de la venta y es fácil y adecuado indignarse ante esta traición moral hacia una causa que es justa, hacia la batalla contra el mal y hacia tus hasta entonces queridos camaradas. Pero hay otra forma de abandono que no es tan evidente y es más insidiosa (y no me refiero sencillamente a una pérdida de energía o interés). En esta forma, que ha sido común en el movimiento libertario, pero también prevalece en algunos sectores del conservadurismo, el militante decide que la causa no tiene futuro y renuncia decidiendo abandonar el mundo corrupto y podrido y se retira de alguna manera a una comunidad pura y noble propia. Para los randianos, es la “quebrada de Galt”, de la novela de Rand, La rebelión de Atlas. Otros libertarios siguen buscando formar una comunidad underground, para “capturar” algún pequeño pueblo en el Oeste, “esconderse” en el bosque o incluso crear un nuevo país libertario en una isla, en las colinas o en cualquier otro lugar. Los conservadores tienen sus propias formas de retirada. En todo caso, aparece la idea de abandonar el mundo malvado y formar alguna diminuta comunidad alternativa en algún lugar apartado. Hace mucho, califiqué a esta visión como “retirismo”. Podríais llamar a esta estrategia “neo-amish”, salvo que los amish son granjeros productivos y estos grupos, me temo, nunca han llegado hasta esa etapa.
La justificación para el retirismo siempre viene arropada en términos de Moral Superior y pseudopsicológicos. Por ejemplo, estos “puristas” afirman que ellos, al contrario que nosotros, los ignorantes luchadores, están “viviendo la libertad”, que están destacando “lo positivo” en lugar de centrarse en los “negativo”, que están “viviendo la libertad” y viviendo una “vida libertaria pura”, mientras que nosotros, almas sórdidas, seguimos viviendo en el corrupto y contaminado mundo real. Durante años he estado replicando a estos grupos de retiristas que, después de todo, el mundo real es bueno, que los libertarios podemos estar en contra del Estado, pero que no estamos categóricamente contra la sociedad ni nos oponemos al mundo real, por muy contaminado que pueda estar. Proponemos continuar la lucha para salvar los valores y los principios y la gente que apreciamos, aunque el campo de batalla pueda embarrarse. Yo también citaría al gran libertario Randolph Bourne, que proclamaba que somos patriotas estadounidenses, no en el sentido de seguidores patrióticos del estado, sino del país, la nación, de nuestras gloriosas tradiciones y cultura, que están bajo un ataque extremo.
Nuestra postura debería ser, en las famosas palabras de Dos Passos, aunque las dijera como marxista, “de acuerdo, somos dos naciones”. Estados Unidos tal y como hoy existe son dos naciones: una es su nación, la nación del enemigo corrupto, de su Washington DC, su sistema escolar publico que lava cerebros, sus burocracias, sus medios de comunicación y la otra es nuestra nación, mucho mayor, la mayoría, la nación mucho más noble que representa los Estados Unidos más antiguos y más verdaderos. Somos la nación que va a ganar, que va a hacer que vuelva Estados Unidos, sin que importe cuánto tiempo haga falta. Realmente es un pecado grave abandonar a esa nación y a ese Estados Unidos sin alcanzar la victoria.
¿Pero estamos destacando “lo negativo”? En cierto modo, sí, ¿pero qué mas vamos a destacar cuando nuestros valores, nuestros principios, nuestro mismo ser están bajo el ataque de un enemigo incansable? Pero primero tenemos que darnos cuenta de que en el mismo curso de acentuar lo negativo también estamos destacando lo positivo. ¿Por qué luchamos en contra de mal, e incluso lo odiamos? Solo porque queremos el bien y nuestro énfasis en lo “negativo” solo es la otra cara de la moneda, la consecuencia lógica de nuestra devoción por lo bueno, por los valores y principios positivos que nos gustan. No hay razón por la que no podamos impulsar y extender nuestros valores positivos al mismo tiempo que luchamos contra sus enemigos. Los dos van de la mano en realidad.
Entre conservadores y algunos libertarios, estas retiradas a veces adoptan la forma de refugiarse en los bosques o en una caverna, agrupándose en medio de un almacén para un año de melocotones en conserva, armas y munición, esperando decididamente a custodiar los melocotones y la caverna frente la explosión nuclear o el ejército comunista. Nunca llegaron e incluso las latas de melocotón deben estar ya deteriorándose. La retirada fue inútil. Pero ahora, en 1993, asoma el peligro opuesto: es que los grupos retiristas se enfrenten a la terrible amenaza de verse abrasados por las intrépidas fuerzas de la Oficina del Alcohol, el Tabaco y las Armas de Fuego en su eterna búsqueda de escopetas un milímetro más cortas de lo que decreta alguna regulación o de posibles abusos a niños. El retirismo empieza a parecerse a una vía rápida hacia el desastre.
Por supuesto, en un último análisis, ninguna de estas retiradas, generalmente anunciadas con gran ostentación como una vía a la puridad, ya que no a la victoria, han equivalido a nada de valor: son sencillamente una justificación, un lugar intermedio, para un abandono total de la causa y la desaparición del escenario de la historia. Los fascinante y crucial a señalar es que ambas rutas, incluso siendo aparentemente del todo opuestas, acaban inexorablemente en el mismo lugar. Venderse significa abandonar la causa y traicionar a los camaradas, por dinero o estatus en el poder; el retirista, odiando correctamente a los que se venden, concluye que el mundo real es impuro y se retira de él; en ambos casos, ya sea en nombre del “pragmatismo” o en nombre de la “pureza”, se abandona la causa, la lucha contra el mal en el mundo real. Está claro que hay una enorme diferencia moral entre las dos formas de acción. El que se vende es moralmente malvado; por el contrario, el retirista, por decirlo suavemente, está terriblemente equivocado. No merece la pena hablar de los que se venden; los retiristas deben darse cuenta de que no es traicionar la causa luchar contra el mal, todo lo contrario, y no abandonar el mundo real.
El retirista se convierte en indiferente ante el poder y la opresión, le gusta relajarse y decirse que a quién le importa la opresión material cuando el alma interior es libre. Bueno, sí, es bueno tener libertad en el alma interior. Conozco las trivialidades acerca de cómo el pensamiento es libre y cómo el prisionero es libre en su interior. Pero llamadme si queréis un materialista de poca monta, pero creo, y pienso que todos los libertarios y conservadores creer en el fondo, que el hombre merce más que eso, que no nos contentamos con la libertad interior del prisionero en su celda, que lanzamos el viejo grito de “Libertad y Propiedad”, que reclamamos libertad en nuestro mundo externo real de espacio y dimensión. Yo pensaba que por eso era la lucha.
Digámoslo así: no debemos abandonar nuestras vidas, nuestras propiedades, nuestros Estados Unidos, el mundo real, a los bárbaros. Actuemos siguiendo el espíritu de ese magnífico himno que James Russell Lowell puso a una bonita melodía galesa:
Una vez para todo hombre y nación
Llega el momento de decidir, En la lucha de la verdad contra la mentira,
Por el bando bueno o malo; Alguna gran causa, el nuevo mesías de Dios,
Ofreciendo a cada uno la gracia o la desgracia, Y la elección es eterna
En medio de esa oscuridad y esa luz. Aunque prospere la causa del mal,
Solo la verdad es fuerte; Aunque su porción sea el patíbulo,
Y el trono se equivoque, Ese patíbulo señala el futuro,
Y. detrás de lo sombrío y desconocido, Se encuentra Dios en las sombras
Vigilando por encima de Sí mismo.