El coronavirus y el Estado

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[Artículo publicado originalmente el 17 marzo de 2020].

Lo que se está poniendo al descubierto en forma inocultable en el mundo entero mediante la incursión y expansión de un virus llamado Covid-19, es la acción desastrosa del destartalado Estado para cuidar la salud de la gente —función de la cual se apropió— para supuestamente defender al individuo en casos como este de la agresión viral que al parecer tiene cierta letalidad. Para ser más exacto, según la ciencia que lo estudia es del 2,5%, lo cual es muy baja comparada con otras enfermedades plenamente vigentes. Pero al ignorarse todas sus características o patología y en concomitancia con la inexistencia aún de una vacuna, fue capaz de generar histeria, miedo, pánico y hasta sicosis colectiva, amén del desastre económico que dejará a su paso y que será de imprevisibles consecuencias.

Pero un libertario siempre ha sabido perfectamente que la única cosa que el Estado sabe hacer es destruir y matar, entre ellos al individuo, cercenar las libertades y los emprendimientos mediante su acción. Por algo se sabe con estudios serios que el Estado mediante las innumerables guerras generadas ha causado más muertes que cualquier otro evento, y eso sin mencionar el tremendo costo de oportunidades que ha tenido para la humanidad su mera existencia. Alguien calculó y señaló que de no haber habido Estado, la humanidad hubiera progresado mil años más como mínimo en todos los órdenes del saber y el progreso científico.

El Estado totalitario chino fue incapaz de evitar la aparición del Covid-19, tampoco pudo evitar, una vez dada la información, su propagación, salida e incursión por todas partes del mundo de consuno, incluso con la acción de otros Estados no totalitarios pero Estados al fin, cuyos países ahora como Paraguay son víctimas también de aquel virus que apareció a miles de kilómetros de distancia. Eso por supuesto es algo muy lógico porque ningún Estado puede hacerse de todas las informaciones disponibles por más que así lo digan sus mentores, y menos aún de las no disponibles que son mucho más importantes, que van apareciendo mediante el transcurso del tiempo. Ese es el pecado capital del Estado: creerse capaz de tener toda la información a fin de intentar dar un contenido coordinador a su mandato coactivo, pero eso no es cierto porque sencillamente eso no es posible como cualquiera puede darse cuenta. Eso es lo que una y otra vez ha producido el fracaso de toda acción estatal, sea grande o pequeña.

Otro de los peores daños que ha hecho el Estado al individuo es haber condicionado su conducta a un sistema fallido, incompatible con la misma naturaleza humana. Esto se expresa en el hecho detestable de la pérdida de la autonomía del individuo para darse a sí mismo reglas igualmente compatibles con otras personas a fin de la cooperación social libre y voluntaria. ¿Qué es lo que hace el Estado con la cooperación social y voluntaria? Pues la destruye, desaparece simplemente, y a partir de ahí el ser humano ya no es autónomo ni responsable y deja de ser libre. Espera todo del Estado porque eso es lo que le dicen día y noche los políticos que manejan el Estado. Le dice que se hará cargo de su salud, de su educación, de su entretenimiento, de su seguridad, de la justicia, etc., ¡pero todo es falso! No puede hacerse cargo absolutamente de nada, pero el ser humano ha sido engañado porque existe mucha propensión en él para caer en la creencia o trampa de que otros van a solucionar sus problemas y la escasez.

En esto del Covid-19 se ve eso en forma contundente. El individuo le mira en forma suplicante al Estado en búsqueda de una respuesta, de una solución y reacción, es capaz de entregarle más libertades incluso, más producto de su trabajo y bienes, con tal de conseguir alivio; pero de ninguna manera se mira a sí mismo, en su propia cabeza o capacidad para hallar alguna salida, y menos aún se da cuenta que con eso se pone más la soga al cuello. Ese es el fin del individuo; ese también es el fin del Estado porque sencillamente el Estado no puede ofrecer nada que no salga de la mano del individuo en sí mismo, pero en su arrogancia avanza sobre la vida, las libertades y bienes de las personas como si fuera un burro en una cacharrería, va destruyendo todo.

La teoría política ha cometido en su momento el gran error de haber justificado que es posible un Estado democrático o republicano —da igual en este caso— y que mediante el sufragio serán electos los “mejores” hombres para manejar las cosas que el mismo Estado llama públicas, como la apropiación de la salud pública, a fin de hacer posible la felicidad. ¡Gran error! En 200 años de historia y vigencia de ese modelo lo que se ha visto es que de tanto confiar que la elección de los mejores mediante comicios solo ha llevado a la humanidad directamente hacia su destrucción, pues ha despojado al ser humano de su esencia, que es la autonomía, la responsabilidad personal y la libertad en general. Pero claro está, para quienes manejan el Estado, o sea los políticos, eso no cuenta, pues ellos están muy a gusto y confortables en su posición. La creencia de que los comicios democráticos elegirán a los mejores para gobernar ha destruido al ser humano y la cooperación social, por ello es que persistir en lo mismo es otro error. Conste que este dato nocivo ya lo había visto uno de los padres de la división de poderes —cosa imposible desde luego— como Montesquieu, quien en pleno siglo XVIII señaló su desconfianza sobre los comicios democráticos diciendo que el sorteo en la elección de los gobernantes estaba en la esencia de la democracia. O sea que el sorteo era mejor si se va a persistir en la democracia. ¿Por qué dijo eso el barón de Montesquieu y que luego fue largamente pensado por otros grandes teóricos como von Hayek y Benegas Lynch (h), por ejemplo? Pues muy simple. A sabiendas que mediante el sorteo cualquiera puede resultar electo —hasta el carnicero de la esquina—, entonces el ser humano no iba a darle carta blanca mediante una Constitución o algo parecido a ningún gobernante ni facultades que puedan suplantar su autonomía, su libertad y su responsabilidad, es decir, se iba a reservar esa cualidad esencial que define al ser humano que es la libertad. Pero por desgracia en la humanidad triunfó la idea absurda y predomina la creencia más absurda aún de que debe existir el Estado y los políticos y una cosa llamada Constitución que le da carta blanca para hacer lo que se le da la gana con la vida, la integridad física, la libertad y el deseo de felicidad de todos los demás. He ahí el fracaso del Estado y que nunca podrá ser remediado mientras siga existiendo Estado y sus políticos o sus ingenieros sociales. El Covid-19 y otros virus chapotean alegremente en la cloaca estatal cebando vidas de seres humanos.


El artículo original se encuentra aquí.

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