Seguridad es libertad: Por qué no podemos sacrificar una por la otra

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Seguridad significa estar libre de peligro, amenaza o daño. Es un estado que nunca se alcanza completamente, y que convertiría nuestras vidas en estériles si se alcanzara. Hellen Keller alertó:

La seguridad es sobre todo una superstición. No existe en la naturaleza, ni los niños y hombres en su conjunto la experimentan. Evitar el peligro no es más seguro a largo plazo que la exposición directa.

Sin embargo, nos esforzamos por conseguir cierto grado de seguridad, y cada uno de nosotros buscamos protección de los riesgos que nos preocupan. Recurrir al Estado en búsqueda de seguridad, sin embargo, conlleva a la pérdida de libertad. Es de todos conocida la advertencia de Benjamin Franklin, “aquellos que renunciarían a una libertad esencial, para conseguir un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad”. Roderick T. Long apunta que el “equilibrio” comúnmente buscado es una trampa: “no puedes renunciar a la libertad por seguridad porque son exactamente la misma cosa”.

El Estado es el proveedor de seguridad más peligroso porque arrebata la libertad a cambio de sus promesas. Puesto que el Estado se impone a través de la violencia y la amenaza de violencia, y actúa como un monopolio, es además el peor proveedor de cualquier servicio, incluyendo la seguridad. Cuando el Estado promete seguridad, entrega inseguridad.

Los liberales clásicos —y la mayoría de sus descendientes modernos, los libertarios— apoyan un gobierno limitado. Imaginan al Estado protegiendo la vida, la libertad y la propiedad, asegurando la seguridad nacional e interna. La fe está errada.

Primero, consideremos la seguridad nacional con el ejemplo dramático de los Estados Unidos. Como Christopher A. Preble del Instituto Cato discurre, instando a una política de autocontrol, el país tiene “ventajas únicas”. Estas incluyen “amplios océanos al este y oeste, vecinos amistosos al norte y al sur, carencia de enemigos poderosos a nivel global, y la riqueza para adaptarse a los peligros a medida que aparecen”. Estas circunstancias implican que el gobierno de los EE.UU. podría proveer cualquier defensa necesaria a un costo mínimo.

En lugar de ello, el gobierno ha creado un imperio y una economía de guerra permanente. Mantiene bases militares alrededor del mundo, subvenciona la defensa de naciones ricas, ayuda y protege a dictadores, mantiene alianzas que no aportan ningún beneficio al pueblo de los Estados Unidos y entabla guerras innecesarias continuamente. La misión no es realmente la defensa, sino la expansión del poder y el crecimiento del complejo militar-industrial.

El resultado es el debilitamiento de la seguridad a través del malgasto de recursos, la creación de enemigos y el aumento del riesgo de guerra. Además, como Robert Higgs ha estudiado ampliamente, la guerra se hace a expensas de la libertad.

Existe una alternativa de mirar al Estado en búsqueda de la defensa. Esta es confiar en el mercado.

Segundo, consideremos la seguridad interna. La policía del gobierno, como agentes armados del Estado, con demasiada frecuencia son abusivos, salvajes y corruptos. Solo hay que leer las historias de horror en la web del Proyecto Nacional de Denuncia de Mala Praxis en la Policía, realizado por el Instituto Cato, y las columnas de Radley Balko.

El Estado además genera crimen, especialmente a partir de la prohibición de las drogas. La guerra contra las drogas le ha servido a políticos, burócratas, al ejército, la policía y la industria de las prisiones, mientras le da al Estado la excusa para robar más libertad.

La policía gubernamental es una amenaza para la seguridad, y se hace más peligrosa a medida que se militariza. Además no aporta seguridad, ya que ellos mismos violan sus propias leyes y se asocian con el crimen organizado. Muchos lugares del mundo sufren la plaga del crimen —a pesar de la presencia policial— incluyendo partes de Estados Unidos y Canadá y gran parte de América Latina.

Como Edward Stringham argumenta, el gobierno debería mantenerse alejado de la policía:

Donde sea que observemos al gobierno, este no ayuda, es burocrático, no sirve a sus clientes, y diría que esto aplica especialmente en el área de la policía. Precisamente porque la policía es tan importante, creo que deberíamos abandonar la idea de que necesitamos que el gobierno la provea.

El Estado no se contenta con limitar su rol a la defensa y la seguridad. Además pretende abordar otros tipos de “seguridad”, con resultados predecibles.

En el campo de la jubilación, el programa de Seguridad Social de los EE.UU., por ejemplo, priva a los participantes de la remuneración de las inversiones disponibles en el mercado. Como esquema Ponzi, el programa se volverá aun peor, y los trabajadores más jóvenes “serán forzados a pagar más para conseguir menos”.

Los gobiernos a menudo desarrollan políticas para la “seguridad energética.” En los Estados Unidos, esta toma la forma de promoción de la independencia energética, un concepto falaz pero ampliamente aceptado. Algunos países, animados por las Naciones Unidas, promueven también la “seguridad alimentaria.” La intervención en los mercados de comida y energía crean trastornos, no seguridad. Lo que hace falta es simplemente libertad económica, especialmente comercio libre.

El gobierno promete seguridad, pero entrega inseguridad. Seguridad significa libertad.


Traducido del inglés por Víctor Marín Vayá. El artículo orginal se encuentra aquí.