La acción colectiva en ausencia de Estado

0

Artículo número 5 de una serie de artículos que el profesor Miguel Anxo Bastos Boubeta publicó bajo el título de Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo para el Instituto Juan de Mariana de España.

Uno de los principales reproches que se le puede realizar al anarquismo es el problema de la acción colectiva, sobre todo cuando esta se refiere a la defensa. La construcción de faros, carreteras, calles y vías de comunicación no es un argumento muy usado por los críticos del anarcocapitalismo debido a la existencia de numerosos y abundantes ejemplos históricos del suministro de todos y cada uno de estos bienes en el pasado. La simple lectura de novelas del siglo XIX como las de la genial Elizabeth Gaskell nos muestra cómo los protagonistas construyen carreteras de la misma forma que se invertía en una renta perpetua. El capital era invertido en la construcción de esas infraestructuras y los peajes se usaban para pagar los intereses. Coase documentó la construcción de faros privados y David Beito la de todo tipo de instituciones de caridad, incluidos hospitales, hospicios y manicomios, a partir de fundaciones y aportaciones benéficas. El debate en todos estos casos sería sobre la idoneidad de la prestación privada, pero no el de su imposibilidad.

El argumento de imposibilidad parece reservarse para el caso de la defensa colectiva. Se parte siempre de un colectivo ya previamente definido (normalmente a partir de un Estado existente, lo cual ya declina la balanza a favor del lado del crítico) y se afirma que tal colectivo en ausencia de un Estado quedaría indefenso por falta de la suficiente coordinación colectiva para plantar cara al invasor, normalmente, aunque no siempre, otro Estado de las características del nuestro. Lo que pretendo establecer en este texto es que aun en ausencia de Estado existen numerosas formas en las que un pueblo acéfalo puede establecer el suficiente grado de acción colectiva como para defenderse con posibilidades de éxito razonables (reconociendo que la sociedad anárquica no tiene por qué defenderse siempre con éxito, como tampoco la posesión de unas fuerzas armadas estatales garantiza en todo momento el éxito en la defensa: existen innumerables ejemplos de Estados derrotados por otros Estados o por agresores de otro tipo como piratas, nómadas, hordas, etc.).

Los Estados modernos desde su constitución como tales a mediados del  siglo XVII (la fecha es arbitraria pero la paz de Westfalia en 1648 es el momento en el que se institucionaliza la moderna idea de soberanía) han expropiado lentamente a la ciudadanía su capacidad autónoma de defensa, lo que con el tiempo ha dejado a esta monopolizada y centralizada por los detentadores del poder político. La principal consecuencia es que la mayoría de la población civil carece de armas y entrenamiento para defenderse por su cuenta y quedaría indefensa en manos de un agresor (como disgresión histórica y para referirnos a realidades próximas en el espacio, el historiador Bryan Ward-Perkins, en su libro sobre La caída de Roma, narra cómo en los tiempos de la invasiones bárbaras del siglo V, solo pueblos como los bretones o los vascos pudieron resistir con éxito las acometidas porque no habían sido expropiados de sus medios de defensa por el poder romano).

¿Cómo puede entonces un grupo de personas o una sociedad plantar cara a un agresor en ausencia de poder político centralizado? Hay varias formas, todas ellas probadas históricamente, de cómo en anarquía se pueden dar fenómenos de acción colectiva para esos menesteres.

La primera, los vínculos familiares y comunitarios. La lealtad a la familia aun a día de hoy es algo no expropiado por completo por los Estados. Históricamente, la lealtad a la familia, al clan (familia extensa) o a la tribu ha significado la principal fuente de coordinación social en ausencia de poder político centralizado. Funciona normalmente por criterios de autoridad (no de poder) o por costumbres y tradiciones. Los clanes han operado durante mucho tiempo como la institución básica de defensa del grupo, y en algunos países siguen siéndolo. La rebelión triunfante de los macabeos (novelada espléndidamente por Howard Fast en Mis gloriosos hermanos) se inició como la revuelta de un grupo de hermanos contra la dominación del imperio seleúcida, al que fueron capaces de contener y arruinar con su fiera guerra de resistencia. Fue una revuelta iniciada en anarquía (no contaban con ningún Estado que los coordinase) que derivó en una victoria exitosa. Y los clanes pastunes de Afganistán nunca llegaron a ser derrotados por completo por ningún imperio colonial.

En anarquía, las religiones pueden servir también de elemento coordinador de la defensa en ausencia de Estado. Pueblos sometidos como los polacos o los irlandeses encontraron en la religión un factor de coordinación que les permitió soportar e incluso doblegar a sus opresores, imperios como el ruso o el británico (la religión es también una forma de cohesión social que no precisa de Estado para funcionar). Nada impide tampoco que tribus o clanes se confederen para la guerra, como lo muestran las confederaciones indias en su lucha contra el Estado agresor norteamericano.

Las lealtades ideológicas o de conciencia social pueden servir también para resistir con eficacia a un agresor. Las llamadas guerras serviles en el imperio romano fueron revueltas comenzadas en anarquía por grupos de esclavos hartos de ser explotados por sus amos aliados con el gobierno romano (las más famosas fueron la revuelta de Espartaco o las revueltas en las minas de plata de Laurión). La conciencia común de su condición servil sirvió como aglutinante de acción colectiva para enfrentarse a un poder opresor (en el caso de Espartaco, el Estado tuvo que recurrir a un ejército privado para sofocar la revuelta). Lo mismo acontece con resistencias de corte ideológico establecidas en torno a organizaciones ideológicas como partidos o sindicatos extraestatales. Compartir determinados valores políticos puede servir para unir a personas y coordinarlas. Puede darse con cualquier tipo de ideología, comunista o conservadora, y en varios casos ha tenido éxito. Un buen ejemplo podría ser el de las milicias que consiguieron la independencia de Estados Unidos. La lucha comenzó como revuelta fiscal y tras un desempeño exitoso consiguió derrotar al imperio inglés. Si se observa su génesis, se puede constatar que la victoria se debió al arrojo de un grupo de hombres que aun careciendo de una estructura estatal supo coordinarse y enfrentarse satisfactoriamente a un enemigo organizado de forma estatal.

Lealtades étnicas, nacionales o culturales han servido también para organizarse contra el invasor. La resistencia francesa en la II Guerra Mundial o las partidas guerrilleras españolas o rusas contra Napoleón podrían ser ejemplos significativos. Si bien no derrotaron ellas solas al enemigo, sí que le obligaron a distraer tropas de otros sitios y contribuyeron a su derrota final. El inicio de estas partidas se dio en muchos casos en ausencia de un Estado, que había sido derrotado por o pasó a colaborar con el Estado enemigo. Muchos fenómenos terroristas modernos tipo Al Qaeda, el Estado Islámico o el Irgun israelí, que logró finalizar con el mandato británico en Palestina, tienen también origen en anarquía. Algunas de estas bandas son verdaderas proezas en cuanto a organización, y sus innovaciones están revolucionando la forma de hacer la guerra, pues van muy por delante de los Estados que las combaten. El historiador militar Martin Van Creveld, en su libro The Rise and decline of the state, apunta la idea de que al ser la guerra la que conforma al Estado, los cambios en la forma de hacerla conseguirán que los Estados se conviertan en inútiles para la defensa. De la misma forma que las armas de los Estados modernos acabaron con los castillos y los señores feudales, las nuevas formas de violencia extraestatal convertirán en una reliquia al Estado-nación contemporáneo.

Por último, el dinero puede servir de coordinador de ejércitos que luchen contra agresores organizados de forma centralizada. El pago de mercenarios para defender un territorio o el soborno de enemigos ha sido usado muchas veces con éxito. Los revoltosos holandeses (carecían de estructuras estatales reconocidas y operaban de forma descentralizada en varias provincias en situación de casi anarquía) resistieron al muy poderoso y rico imperio español del siglo XVII con la ayuda de mercenarios contratados a tal fin. Las taifas hispanas (según Pierre Guichard o Rudolf Rocker, formas políticas muy próximas a la anarquía) usaron a mercenarios como el Cid Campeador para su defensa, bien contratándolos para la guerra, bien sobornándolos para que no les combatiesen. Ya que nos hemos puesto literarios en este texto, recomiendo la excelente novela de Franz Baerreferida sobre la época de las taifas, El puente de Alcántara, para ilustrarnos. El dinero es una excelente fuente de coordinación, como se ve en el caso de las empresas capitalistas, que son anarquías coordinas por dinero y por la posibilidad de expulsión del que no coopere (y que para fines productivos son muy superiores a la coordinación por la fuerza estatal). También, por tanto, el dinero puede ser de mucha utilidad para coordinar la defensa de un territorio y un grupo de personas. El temor a la pérdida de riquezas era el principal incentivo que tenían los comerciantes de las ciudades de la Hansa para acudir en socorro de las ciudades hermanas, lo que realizaron varias veces con éxito.

Se podrá objetar razonablemente a esta enumeración que muchas de estas organizaciones de defensa anárquica derivaron después en Estados o que contaron con la colaboración de Estados en su desempeño. Es cierto en bastantes casos. Pero muchos vieron la oportunidad de usar la violencia como negocio y la aprovecharon. También es normal que cualquier grupo de personas en situación de conflicto recurra a cualquier medio a su alcance para derrotar al enemigo. Pero no es menos cierto que muchos de ellos no tuvieron tal ayuda. En sus inicios todas esas organizaciones nacieron en anarquía como un grupo de personas que veía la necesidad, real o ficticia, de combatir a un agresor supuestamente mejor estructurado, y lo hicieron muy frecuentemente con éxito. Y es que la mejor forma de organización es siempre la basada en la libre y pacífica coordinación de las personas. Todos estos colectivos nacieron de personas que decidieron iniciar de forma espontánea grupos de defensa, en ausencia de un Estado que les pudiese defender o, más aún, contra un Estado que los quería aniquilar. Son a su manera empresarios de la violencia, pero, al igual que la actividad empresarial lucrativa, nacen de la cooperación de personas con un interés común.


El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email