Sobre las empresas de seguridad de Nozick

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Artículo número 8 de una serie de artículos que el profesor Miguel Anxo Bastos Boubeta publicó bajo el título de Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo para el Instituto Juan de Mariana de España.

En muchas ocasiones se discute la oportunidad de disputar sobre cuestiones utópicas e irreales, algo a lo que los libertarios somos muy dados. Se nos acusa (muchas veces con razón) de descuidar el mundo real y dedicarnos a teorizar sobre presupuestos fantásticos sobre sociedades futuras e ideales. Pero lo cierto es que todos los sistemas ideológicos fueron pensados y discutidos antes de llevarse a cabo, y muchas ideas que parecían irreales en su momento fueron en algún momento puestas en práctica. De ahí que sea necesario discutir, bien como ejercicio intelectual que nos ayude a clarificar posturas, bien como algo que nos resulte útil para percibir deficiencias en el funcionamiento de las instituciones presentes y prever imaginarios futuros.

Uno de estos debates se centra en lo que podría ocurrir en una sociedad anarcocapitalista en la que las distintas funciones de seguridad y defensa sean prestadas total o parcialmente por empresas privadas. El filósofo libertario Robert Nozick, padre teórico del minarquismo modermo (si bien tal concepto se debe a la ironía del anarcocapitalista Roy Childs) planteó en su libro Anarquía, estado y utopía la posibilidad de que una de esas agencias se transformase en una suerte de agencia dominante que acabaría por subyugar a las demás agencias de protección privadas y, al final, se transformase en una suerte de Estado a través del monopolio de la violencia. Es una objeción interesante y bien fundamentada que me gustaría discutir aquí. Aunque parezca un debate irreal tiene antecedentes en las viejas disputas de la Edad Media y el Renacimiento sobre la conveniencia o no de descansar en tropas mercenarias para la protección de los diversos reinos y señoríos que poblaban la Europa de entonces, dado que uno de los temores que les acechaban es que tales mercenarios acabasen por suplantar a sus “legítimos”[1] gobernantes. Cierto es que en alguna ocasión se pudo dar tal fenómeno, pero un repaso a alguna historia de los condotieros, como la de Trease[2], nos muestra primero que fue mucho más frecuente que los gobernantes engañasen a los condotieros y no quisiesen pagarles por sus servicios una vez realizado el servicio, incluso en ocasiones envenenándolos o asesinándolos (conocían mejor las técnicas del poder y el engaño que el condotiero, que no era más que un esforzado guerrero), que al contrario. El caso del mítico Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es un buen ejemplo próximo a nosotros de mercenario (luchó a favor de cristianos y musulmanes en la España medieval) engañado por un rey pérfido. Una vez eliminados sus jefes, las tropas acostumbraban a desbandarse igual que ocurre en muchas empresas cuando carecen de jefes capaces. Trease dice que, en general, el comportamiento de los mercenarios era angelical al lado de los papas, reyes o señores que los contrataban. La historia de los condotieros también nos muestra que existían muchas formas de controlar la conducta de los mercenarios, algo en lo que fueron maestros los venecianos, que los contrataron decenas de veces y nunca se vieron dominados por ellos. Rehenes, prendas, arras o la contratación de varias compañías a la vez para contrapesarse eran algunas de sus técnicas. También buscaban emparentarlos con algunas de las familias de la ciudad para buscar su lealtad. El hecho es que en este tipo de tratos casi siempre corría más peligro el mercenario que el gobernante. Y entiendo que lo mismo ocurriría en el caso que Nozick propone. Veamos por qué.

Primero, una sociedad sin Estado, de llegar, llegará en el futuro, esto es, después de una evolución social partiendo desde el momento actual. Los motivos que nos puedan llevar a tal solución pueden ser variados, pero desde luego no se puede obviar el hecho de que en tal sociedad un porcentaje no despreciable de la población estará familiarizado con las teorías anarcocapitalistas (si no no se podría explicar que tal sociedad se hubiese desarrollado). Estas personas detectarían rápidamente cuando una agencia de seguridad de estas características se estuviese transformando en un protoestado y muy probablemente actuaría en consecuencia. El conocimiento de la historia serviría para alertar, y no nos ocurriría como a los primitivos pueblos sin historia que se vieron dominados por Estados sin saber bien lo que les aguardaba, como acertadamente apuntó el historiador del Estado primitivo Henri Claessen[3]. A diferencia de lo que le ocurrió a nuestros ancestros, nosotros podemos prevenir eficazmente el desarrollo de instituciones coercitivas de este tipo. La posible aparición de empresas predadoras se daría en poblaciones letradas con un grupo significativo de personas conscientes y bien conectadas entre sí, no en sociedades carentes de historia escrita e incapaces de comunicarse a gran escala. Presumiblemente, estas poblaciones no delegarían toda su seguridad en estas agencias, sino que conservarían armas de autodefensa para precaverse de tal eventualidad, en la línea de lo previsto en la segunda enmienda de la constitución de los Estados Unidos de América, que propugna la libertad de poseer armas con la finalidad de poder defenderse si es preciso de los abusos de poder por parte del Estado.

En segundo lugar, tales empresas carecerían de legitimidad para imponerse sobre la población dominada. Si bien es cierto que el fundamento de cualquier poder político es el uso o la amenaza creíble de uso de la fuerza física sobre los gobernados, no lo es menos que buena parte de la capacidad de actuación de los Estados se debe a su capacidad de convencer a la población de la legitimidad de su dominio. Sin legitimidad la gente se resistiría a pagar tributos y a obedecer las órdenes de los gobernantes haciendo más complicado e inseguro el ejercicio del poder. Una empresa de estas características encontraría difícil a corto plazo contar con la aquiescencia de la población y se encontraría con mucha más resistencia que un Estado. No imagino una misa de coronación de un directivo de Executive Outcomes, ni una jura de la bandera de Securitis, ni a una multitud de jóvenes jurando entregar su vida por el bien de Prosegun… ni creo que los directivos de estas compañías lo quisiesen. Solo pretenden hacer sus negocios en paz sin pretender nada más que prestar un servicio de calidad. Es cierto que una empresa de este tipo podría ejercer poder, pero sería un poder considerado unánimemente como ilegítimo y muy probablemente sería resistido. Podría contraargumentarse con el ejemplo de la pervivencia en el tiempo de mafias o maras y su apariencia de contar con ciertos elementos de legitimidad, pero considero que no es un buen ejemplo debido a que las mafias curiosamente han surgido siempre en sociedades con Estado. Nacen al calor del Estado, financiándose con el mercadeo de bienes o servicios que los Estados prohíben (drogas, alcohol, juego, armas, prostitución…) y beneficiándose del sobreprecio que la prohibición les ocasiona. Realizan, por tanto, negocios subvencionados por el Estado y en algunos países mafias y Estados están tan entremezclados que podríamos decir que son la misma cosa. Unos protegen los negocios legales y otros los ilegales. También llevan a cabo funciones de protección o extorsión en lugares donde el Estado convencional no tiene la suficiente fuerza como para imponerse, pero sí la suficiente para desanimar negocios legales de protección[4]. En cualquier caso, y al revés de lo que se piensa, las mafias sin el Estado serían bien poca cosa, pues verían muy dificultada su financiación al no contar con negocios rentables a los que dedicarse y, con ello, se vería mermada su capacidad de reclutar mafiosos o adquirir armamento. En una sociedad sin Estado, organizaciones de este estilo, si bien pudieran existir, difícilmente contarían con los recursos para imponerse, y más con una población civil dispuesta a defenderse y dotada de medios de defensa eficaces.

En tercer lugar, en ningún lugar está escrito sobre qué tipo de espacio dominaría tal empresa de seguridad y cuál sería la escala de su dominio. Estamos acostumbrados, por culpa de los mapas que estudiamos de pequeños, a entender los territorios de poder como entes compactos cuando bien no pudiera ser así. Donde yo vivo, una empresa de seguridad protege la universidad, otra los bancos, otra las grandes superficies comerciales, etc. Es decir, en un espacio reducido podemos tener a varias agencias en competencia. Incluso yo mismo puedo contratar a varias agencias a la vez, como los venecianos, con distintas funciones o con funciones superpuestas. Por ejemplo, si tienen más de una póliza de seguros verán como algunos eventos, como asistencia en viajes pueden estar cubiertos varias veces. Lo mismo podría pasar en relación a las agencias de seguridad. Si mi vecino puede tener contratada su seguridad a una empresa y yo a otra, para que una agencia de este estilo se hiciese dominante tendría que ir poco a poco expulsando por la fuerza a las agencias rivales, pero sin contar con un espacio compacto del que partir y, sobre todo, sin contar con una referencia de cuál debe ser la frontera donde parar. Es muy difícil iniciar un proceso así sin que las demás empresas se alerten y sin que los ciudadanos se den cuenta de lo que está pasando. Creo que la mayoría de los libertarios imagina la sociedad como el resultado de la disolución de un Estado, pero con este de referente último. Esto es, imaginamos una Ancapia española como España, sin Estado pero con todos los referentes de un Estado, esto es, las agencias dominantes de Nozick acabarían oprimiendo y siendo monopolistas en el espacio español. Pero Nozick no determina cuál debe ser el espacio que ocuparía tal agencia dominante para ser considerada tal : ¿el de Andorra, el de Portugal, el de la China Popular, el mundial…?

Por último, los defensores del argumento de Nozick deberían responder a la pregunta de por qué sería peor ser dominado por una empresa que por un Estado. Nozick parece tenerlo tan claro que no lo explica, pero a mí me gustaría saber en qué sería peor. ¿Serían los impuestos más altos, por ejemplo? La profesora Margaret Levi, en su magnífico Of Rule and Revenue [5], nos explica cómo los Estados extraen impuestos hasta el máximo que pueden obtener en cada circunstancia. Una empresa supongo que haría lo mismo, pero tendría que prever amortizaciones y la capitalización de los tributos, por lo que probablemente prefiriese, si sus gerentes fuesen buenos empresarios, impuestos más bajos a corto plazo para obtener más ingresos a medio y largo plazo. ¿Forzaría a educar a nuestros hijos en sus valores ¿Determinaría cómo deben manipularse las coles de Bruselas o servirse el aceite de oliva? ¿Nos obligaría a asegurarlas en sus compañías de seguros de acuerdo con sus condiciones? No lo podemos saber a priori, pero creo que sería bueno conocerlo antes de escoger entre ambas opciones y determinar que sería preferible.

Los argumentos antes expuestos son, obviamente, de política-ficción, como lo son los de Nozick, pero dado que este autor ha elaborado propuestas tan conclusivas sobre el futuro de una sociedad ancap, entiendo que es necesario discutirlos no sólo para prever posibles contingencias futuras sino también para entender la situación del presente y comprender cómo es la naturaleza de los Estados contemporáneos.


El artículo original se encuentra aquí.


[1]Pongo legítimos entre comillas porque si estudiamos la historia de tales reinos podemos observar que en muchos casos los ocupantes del poder lo derivaban de prácticas digamos que poco ortodoxas y pacíficas, como usurpaciones, crímenes o golpes de estado.

[2]Vid., Geoffrey Trease, Los condotieros, soldados de fortuna, Orbis, Barcelona, 1985.

[4]En un reciente conflicto en México entre narcos y las autodefensas vecinales el ejército corrió raudo a desarmar a los vecinos, quienes al no querer conflictos con la justicia lo permitieron. Los narcos por supuesto siguieron armados.

[5] Puede ser también de interés: Margaret Levi “The predatory theory of rule” en Politics&Society 10(4), 1981, pp. 431-465.