Artículo número 13 de una serie de artículos que el profesor Miguel Anxo Bastos Boubeta publicó bajo el título de Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo para el Instituto Juan de Mariana de España.
Uno de los debates más sustanciales que se pueden abrir en el ámbito de la teoría del anarcocapitalismo es el de la estrategia a seguir para poder alcanzar en el futuro un modelo de sociedad, si es que este concepto tiene sentido en nuestro ámbito de discusión. Quisiera descartar ya desde un principio que tal escenario provenga de una forma y otra de algún tipo de revolución violenta, golpe de Estado o del uso del terror. Aparte de que el anarcocapitalismo es una idea pacífica que aspira a una sociedad pacífica de intercambios libres, entiendo que nada bueno podría resultar de tal comienzo y lo único que conseguiríamos es sembrar las semillas de un estatismo de nuevo cuño. La transición a una sociedad autogobernada, que diría Benegas Lynch, no resultará de ningún tipo de conquista del Estado, aunque sea para disolverlo, sino de la extinción del mismo, como apuntaba el joven Karl Marx.
En las sociedades actuales se dan tendencias evolutivas, en la economía, la política o en el ámbito ideológico que bien aprovechadas y convenientemente informadas por principios anarcocapitalistas podrían conducir en determinados lugares a escenarios posestatales. Estas tendencias provienen de las propias dinámicas del mercado y de las nuevas formas de gestión de la violencia. Procederé a esbozarlas en este y ulteriores artículos, pero, repito, sin ideas que las orienten estas tendencias serán aprovechadas por empresarios de la violencia de nuevo cuño para instaurar nuevas formas de dominación. La difusión de ideas debe ser siempre el primer paso, y de conseguirse su difusión al menos entre minorías intelectualmente activas las tendencias evolutivas potencialmente libertarias podrán ser convenientemente aprovechadas en esta dirección.
La primera de estas tendencias tiene que pasar necesariamente por un cambio en la forma en que las ideas y conocimientos en general se difunden antes incluso que el cambio en las propias ideas. Los saberes, en general, y la ciencia, en particular, han sido siempre anárquicos. La propia dinámica de la evolución científica ha operado siempre en anarquía y de forma autoorganizada. Las grandes vacas sagradas de la ciencia, de las humanidades o de las artes han asistido siempre con impotencia al hecho de que cualquiera puede desafiar su influencia con la única arma de contar con mejores argumentos. Las murallas de la academia, si bien protegen temporalmente de los embates de nuevas teorías, no pueden impedir al final que estas sean suplantadas por otras originadas incluso fuera del marco académico. La propia ciencia, aun contando con mecanismos de exclusión bastante eficaces (como el llamado método científico o la revisión por pares), no puede tampoco impedir el desafío de ideas nuevas que suplanten incluso la propia definición de ciencia (Kuhn abordó muy bien el tema en sus estudios sobre revoluciones científicas).
El mundo del conocimiento no sólo es anárquico, sino que cuenta con un enorme poder disolvente de las estructuras de poder actualmente existentes, de ahí que estas siempre hayan intentado no controlar las ciencias, algo de por sí imposible, sino la enseñanza y difusión de las mismas, algo que sí les ha resultado históricamente más factible. Los sistemas educativos y universitarios estatales han buscado siempre por diversos mecanismos, desde la imposición a la subvención, establecer conocimientos oficiales dotados de cierto marchamo de respetabilidad, frente a los conocimientos no oficiales; y también relegando al olvido ideas y autores excluidos del sistema educativo oficial en casi cualquier ámbito de conocimiento. Por ejemplo, en el ámbito en el que me muevo que es el de la ciencia política, un porcentaje muy elevado de personas adquiere posturas ideológicas elaboradas sobre el Estado, la democracia o las elecciones a través del sistema escolar y nunca cuestionan estos conocimientos adquiridos. Es normal, la mayoría de la gente se dedica a la jardinería, la construcción, la enfermería, la química o al trabajo en fábricas y supermercados y sus conocimientos se centrarán, como es normal, en estos ámbitos. Salvo que alguien se especialice en el ámbito de la política nunca discutirá críticamente lo aprendido, y aún especializándose, lo que aprenderá salvo excepciones será lo establecido en los currículo oficiales reflejados en planes de estudio aprobados por los respectivos ministerios. Adquirir conocimientos profundos sobre política, economía, historia, ciencias naturales… estaba reservado a pequeños grupos de expertos y sus conclusiones de ser críticas nunca saldrán más allá de ese pequeño grupo. Obras sumamente críticas, como las teorías sobre el origen del Estado de Robert Carneiro o Charles Tilly, a pesar de contar con una excelente reputación dentro de la academia, rara vez son conocidas fuera de ella. A esto colaboraba la propia dificultad de adquirir conocimientos fuera del ámbito de la enseñanza oficial. Acceder a publicaciones especializadas, a profesores expertos o incluso a otras personas interesadas en los mismos temas, era costoso y difícil y casi reservado a los que podían acceder a la enseñanza monopolizada o casi monopolizada por los Estados.
De este modo, mantener más o menos controlada la difusión de las ideas, si bien requiere un gran esfuerzo previo en conformar a la población a este sistema, produce grandes rendimientos en legitimidad a los poderes estatales. De ahí que cualquier cambio en la forma en que se transmiten valores o ideas pueda ser potencialmente letal para los gobiernos actualmente existentes si este cambio se da en un entorno de elevada conciencia de ideas libertarias. Puede ser potencialmente fatal, pues como apuntamos en trabajos anteriores y nos recuerda un artículo de hace un par de años de Caleb Miles y Edward Stringham (en la compilación de Liberty Guinevare Nell, Austrian Theory and Economic Organization), la creencia en el Estado y en sus poderes y sus virtudes le es fundamental a este no sólo para conservar su capacidad actual, sino incluso para poder persistir en su actual forma. Y esa creencia se transmite principalmente a través de sistemas educativos (los medios de comunicación de masas influyen también, pero los que en ellos escriben han sido educados antes en estos valores) casi monopolizados por los Estados. Si estos se debilitan, el Estado no desaparece, pero pierde mucha capacidad de imponer su voluntad.
No obstante, estas tendencias están ya cada vez más presentes en nuestras vidas. El Estado a duras penas va a poder mantener su posición de casi monopolio en el ámbito educativo con la aparición de aplicaciones educativas de internet cada vez más sofisticadas, a coste cero. Universidades virtuales como Coursera o la Academia Khan están revolucionando el mercado universitario y por un módico precio ya comienzan a certificar sus estudios para quien lo desee o precise. En el ámbito de la educación primaria y secundaria proliferan todo tipo de aulas virtuales y tutoriales de las más diversas materias, con correcciones virtuales de ejercicios online. Bibliotecas virtuales de libros y de materiales audiovisuales permiten tener millones de libros de cualquier materia con sólo disponer de un teléfono móvil o de un pequeño computador. Así, cualquier persona incluso con pocos recursos puede acceder muy fácilmente a la inmensa mayoría del conocimiento y a los últimos descubrimientos científicos. Las tecnologías de la información también facilitan el contacto y la coordinación de miles de personas que antes operaban en solitario y sin capacidad alguna de acción cultural consciente. Y estamos sólo en los comienzos.
La tecnología puede perfectamente quebrar el predominio estatal en el ámbito de la ciencia y la cultura de una forma que pocos habrán predicho hace pocos años. Los institutos libertarios de todo el mundo parecen haberlo comprendido bien y las ideas que defendemos están disfrutando de un auge sin precedentes. Ahora se trata de aprovechar esta tendencia para difundir ideas distintas y poder erosionar la base legitimadora de los Estados contemporáneos. Estos pueden, claro está, intentar limitar su difusión, pero no pueden hacerlo sin minar al mismo tiempo la tecnología que los sustenta, lo que llevaría a aquellos que lo intenten a quedar inevitablemente rezagados y a minar la propia base económica sobre la que descansan. No se puede atacar internet parcialmente (hay mil maneras de burlar la censura) y atacarlo totalmente los derrumbaría económicamente a medio plazo.
Pero no son los libertarios los únicos en darse cuenta de esta tendencia. En el ámbito de la izquierda han empezado a surgir tendencias “aceleracionistas” que buscan aprovechar las nuevas tecnologías, en este caso con vistas a superar el sistema capitalista. Autores como Jeremy Rifkin y su La sociedad del coste marginal cero, Paul Mason y su Postcapitalismo o Toni Negri y Paolo Virno con sus teorías sobre el Éxodo han planteado un futuro tecnológico en el que las “multitudes” gracias al bajo coste del conocimiento puedan escapar del sistema capitalista. A la derecha, el británico Nick Land, uno de los filósofos de cabecera de la moderna Alt-Right, con su Dark Enlightment o Peter Diamandis y su Abundancia desarrollan también doctrinas de la aceleración según las cuales sería preciso aumentar la velocidad del desarrollo tecnológico eliminando las trabas que lo impiden para poder alcanzar rápidamente, en este caso, la singularidad. La combinación de seres humanos con las apropiadas tecnologías también permitiría escapar de las actuales formas de dominación política en un futuro posestatista.
A la inversa, la revolución tecnológica también podría contribuir a un mayor control por parte de los Estados, como ya apuntó hace algunos años James Bovard en su genial Terrorismo y tiranía. Las nuevas tecnologías permiten un mayor control de las personas y a los dispositivos que usamos, pues, si bien nos facilitan una mejor coordinación, dejan rastro y los gobernantes pueden saber cuáles son exactamente nuestras lecturas, conocer todas nuestras relaciones e incluso el contenido de nuestras conversaciones. A través del big data podrían intentar predecir nuestros movimientos e incluso saber al detalle nuestros viajes o incluso el contenido de nuestras compras. Tales tecnologías podrían incluso dificultar nuestros movimientos sin necesidad de grandes inversiones (basta con incluirnos en listas negras y ya nos sería muy difícil abandonar el país o impedir abrir cuentas bancarias). El Estado podría también aprovechar a su favor esta tendencia.
Por último, podría ser que estas tendencias tecnológicas tuviesen un impacto casi irrelevante sobre las conciencias, sobre todo porque la mayoría de la población no usa sus artefactos tecnológicos y su inmenso potencial de conocimiento precisamente para descargar textos de economía austriaca o teoría política libertaria. Si bien estos permiten difundir las ideas entre los ya interesados en ellas, pudiera ser que su mensaje no llegue a la población sin una estrategia deliberada y consciente de hacerlo. Las ideas libertarias y anarcocapitalistas no se impondrán por la mera fuerza de la tecnología, sino por la acción decidida y consciente de estudiarlas y propagarlas, eso sí, aprovechando las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías. La imprenta en su momento también pudo contribuir a esta tarea, pero la oportunidad fue desaprovechada. La ocasión de quebrar el dominio estatal en el conocimiento formal y la cultura está una vez más en nuestras manos y quizá centrándonos en la lucha por desestatizar el conocimiento y la ciencia podríamos dar un paso crucial en la evolución hacia una sociedad libre.
El artículo original se encuentra aquí.