Libertarios cristianos

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“Todo me está permitido, pero no todo es provechoso.
Todo está permitido, pero no todo es constructivo”
1 de Corintios 10:23

Uno de los debates más interesantes y, quizás, más apasionados que podrá encontrarse entre libertarios gira en torno a si puede coexistir el cristianismo con el individualismo que sostiene el libertarismo.

Muchos sostienen que tal coexistencia entre el cristianismo y libertarismo no es posible debido al sistema de valores morales que implica vivir conforme lo que se encuentra establecido por Dios en la Biblia. Es en este punto donde hay que realizarse preguntas concretas para poder descubrir si es verdad que tal coexistencia no es posible desde el punto de vista libertario, también considero necesario aclarar que el siguiente escrito no pretende entrar al debate sobre la existencia o no de Dios, tema que estoy seguro podré abordar más adelante con la atención que se merece.

Uno de los valores centrales que defiende el libertario es aquel que tiene que ver con la libertad individual que tiene todo ser humano, la cual no está sujeta a ninguna condición como sexo, raza, etnia, preferencia sexual etc… de ahí se deduce lógicamente que nadie debe imponer a nadie su visión de cómo deben ser las cosas, mucho menos hacerlo desde el aparato de coacción estatal. La pregunta evidente es ¿es el cristianismo una imposición? Para responderla es necesario hacer un breve análisis sobre lo que establece el cristianismo, de modo que es necesario consultar lo que su principal fuente, la Biblia, dice al respecto.

Uno de los primeros detalles que resalta cuando se consultan los cuatro evangelios, es que la decisión acerca de llevar o no la vida cristiana es libre. El caso del llamado de los 12 discípulos está claro que cualquiera de ellos podía negarse a seguir a Cristo, tal como puede encontrarse en los relatos de cómo fueron llamados, mismos que se pueden encontrar en los evangelios de Mateo en el capítulo 4 y en el capítulo 9 versículo 9, Marcos capítulo 1, versículos 1 al 16 y luego en el capítulo 2, versículo 13; en Lucas capítulo 5 del versículo 1 hasta el 10, capítulo 5: 27 y luego la lista final de los 12 escogidos en el capítulo 6, versículo 12. Jesús solo pidió que le siguieran y ellos voluntariamente dijeron responder el llamado, pero entonces podría surgir la pregunta ¿cómo podemos estar seguros que su decisión fue voluntaria y que podían optar no seguirle?

La respuesta se encuentra en el evangelio de Juan, en el que se describe que muchas personas al ver los milagros y escuchar las enseñanzas que realizaba decidieron seguirle como discípulos, terminan por abandonarle luego de una enseñanza controversial en Capernaúm (Juan 6:60-66) de manera que sólo quedaron doce. Así mismo, Marcos documenta la historia de un joven rico cuya intención era hacerse con la vida eterna de la que hablaba Jesús, sin embargo, cuando se entera de que debe renunciar a sus posesiones y seguirle como discípulo, decide rechazar el llamado (Marcos 10:17-22). Podrá argumentarse que Cristo le hacía una petición con un precio muy alto para el joven, pero no hay que perder de vista que siempre tuvo la elección de hacer, o no, lo que se le pedía.

Después de dar un breve recorrido por los evangelios, queda bastante claro que la decisión de llevar una vida cristiana es completamente voluntaria y no necesita de ninguna clase de imposición, pues cuando las personas ven en nosotros los resultados pueden llegar a sentir deseo por seguir lo que nosotros seguimos, tal como les sucedió a los apóstoles, por tanto ¿es el cristianismo una doctrina de fe que deba imponerse a los demás? De ninguna manera.

La siguiente objeción es sin duda la que más debate suele causar: la cuestión moral. Para muchos libertarios, es un impedimento para que el individuo pueda ejercer completamente su libertad, pues la moral restringe ciertos comportamientos que se considera deben ejercerse de forma libre, tales como la drogadicción, la sexualidad, el aborto, entre otros. Esto sugiere que existe cierta confusión, pues las normas morales que demanda el cristianismo se aceptan de manera voluntaria, pero además, tienen detrás de sí una razón que hasta quienes no son creyentes estarían de acuerdo en aceptar: el cuidado de la integridad del cuerpo, pues la práctica de algunos o la falta de moderación de otros son causa de da daños o muerte del individuo o de quienes lo rodean y para el cristianismo la integridad del individuo es sagrada. Este valor atribuido al individuo es consistente con la premisa fundamental del libertarismo, que también le atribuye un valor central.

La diferencia surge entre los enfoques con los que la libertad del individuo puede definirse. Por un lado, se encuentra aquel que parte desde el punto de vista en el que la libertad plena del individuo es también la capacidad de no depender de los placeres terrenales, es decir, la capacidad de moderarse y poder poner límites, atributo en la que el cristianismo pone mucho énfasis. El otro enfoque proviene del ateísmo, donde la libertad del individuo es la capacidad de poder hacer todo cuanto desee, con la única limitante de no interferir o afectar a terceros, esta última es una de las premisas fundamentales del objetivismo propuesto por Ayn Rand, y que es el punto de partida filosófico que muchos libertarios tienen para justificar la libertad individual. Este último, es permisivo con toda clase de actos inmorales que sin duda pueden dañar la integridad de la persona o de terceros, el eje central del acalorado debate se encuentra en este punto.

Los objetivistas no pueden aceptar ninguna limitante que no sea el daño a terceros, a tal grado que da la impresión que lo único que importa es la satisfacción que el individuo pueda obtener, por lo que ya queda claro porqué la moral es un impedimento al pleno ejercicio de la libertad. A esto se le suma la idea de que el egoísmo puede ser considerado como un comportamiento virtuoso y no como un vicio.

Según la Real Academia de la Lengua Española el egoísmo se define como: “Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.” Nuevamente aparece el problema de la moderación, pues por definición existe un problema de falta de mesura en el amor propio y por tanto en la atención del propio interés, de ahí que todo sistema moral que proponga atención por los demás o la renuncia de ciertos comportamientos quede completamente fuera de este marco filosófico.

Por el contrario, los cristianos afirmamos que deben existir normas morales (no leyes) en la sociedad que moderen las acciones de las personas y pueda existir una sana coexistencia, nunca negamos la posibilidad de que el individuo busque su propio interés, de hecho, estamos convencidos de que esta búsqueda es beneficiosa para la sociedad en su conjunto, pues nos permite cooperar de maneras que no esperamos, en ese sentido estamos de acuerdo con Adam Smith cuando realiza la siguiente afirmación: “No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses.” Aquí encontramos que es natural que las personas busquen superarse para poder obtener una condición de vida mejor, y en esa búsqueda comenzarán a servir a los demás a través del mercado. Esto no sucederá nunca en una persona egoísta, pues no buscará mejorar su condición sirviendo a los demás, sino a costa de los demás y en últimas cuentas este podría ser el resultado del objetivismo.

De hecho, es el egoísmo a través de la envidia lo que puede llegar a conducir a la necesidad de un Estado a través del cual pueda ser satisfecho, tal como sucede en la actualidad en donde el Estado es el medio ideal para que unos puedan vivir a costa de otros a través de regulaciones y los consecuentes impuestos. Por el contrario, la sana preocupación por los demás vuelve innecesaria la intervención del poder político al hacerse cargo de las desfavorecidos.

A menudo, los libertarios objetivistas caen en el error de suponer que un cristiano libertario tiene por objetivo promover desde el Estado su sistema moral a modo de imponerlo a los demás. Sin embargo, desde el punto de vista del cristianismo estamos seguros de que ni las leyes, ni la coacción estatal son capaces de resolver los problemas que llevan al individuo a cometer actos inmorales, desde esta perspectiva, es irrelevante para nosotros si las drogas o el alcohol o la prostitución están reguladas o son libres pues el problema se encuentra fuera de lo material y obedece más bien a una necesidad espiritual.

Finalmente, la conclusión a la que puede llegarse es que realmente no hay ninguna contradicción entre el cristianismo y el libertarismo, de hecho, resulta que son compatibles debido a los valores que promueve la fe cristiana, pues si se ama y respeta al prójimo esto nos debe de llevar a la consecuencia de respetar su vida, su libertad y su propiedad. Ningún libertario de respeto debería estar en desacuerdo con la afirmación anterior, por lo que podemos llamarnos libertarios cristianos sin ninguna culpa y sin ningún reproche.

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