Los problemas de consistencia de la política de Ayn Rand

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[Parte 3 del ensayo “La señora Lógica y la ley: Una crítica de la visión del gobierno de Ayn Rand” de Nicholas Dykes].

[Una nota sobre la semántica: uso ‘fuerza’ para referirme a la violencia iniciada o la amenaza de la misma. Por ‘Estado’ me refiero a una institución permanente, por ‘gobierno’ a su personal actual; pero tiendo a usar los términos indistintamente para referirme a cualquier grupo de personas que se atribuye la autoridad exclusiva para hacer y aplicar reglas de conducta en un área geográfica determinada. ‘Monopolio’ se refiere a actividades vueltas exclusivas por medio de la fuerza iniciada por el Estado]. (De la introducción del autor).

Una de las principales afirmaciones de Rand sobre su filosofía, y una de las facetas por las que es más admirada, es la consistencia lógica. El objetivismo comienza con sólidos fundamentos metafísicos en la realidad y prosigue con una lógica impresionante a través de una epistemología de la razón y una ética del interés propio racional hasta llegar a una conclusión en el capitalismo de laissez faire. Desafortunadamente, esta estructura lógica no se extiende al pensamiento político de Rand: existen serias inconsistencias entre su política y el resto de su filosofía.

A. La visión malévola de la humanidad

Rand abogó por una ética del interés propio racional y defendió la naturaleza esencialmente benevolente del universo. Su suposición hobbesiana de que la guerra de pandillas se desataría en ausencia de un monopolio estatal sobre la fuerza difícilmente inspira confianza en estos puntos de vista.

Rand mantuvo consecuentemente que “no hay conflictos de intereses entre hombres de buena voluntad”. El registro histórico muestra que ella tenía razón. Donde sea y cuando sea que se haya dejado libres a las personas, estas han tendido a ser o volverse benevolentes y razonables el uno con el otro, no violentos.1 Una guerra de todos contra todos, por otro lado, supone la completa irracionalidad de la población. Alternativamente, el gobierno de un hombre fuerte2 supone una completa falta de virtudes tales como la independencia y el coraje entre aquellos gobernados, así como la falta del reconocimiento y la aceptación de los derechos individuales por  el tirano o por los súbditos. No podría haber lugar para el ‘Hombre objetivista’ en ninguna de estas sociedades.

El ideal objetivista es el de hombres y mujeres devotos a la razón, el propósito y la autoestima; a la racionalidad, la productividad y el orgullo; a la honestidad, la independencia, la integridad y la justicia. Pero personas de este tipo han sido encontradas en todas las comunidades a lo largo de la historia. Aparte de ser históricamente inexacto, es una grave injusticia sostener que sin un Estado central coercitivo habrían estado instantáneamente sobre las gargantas de los demás.

Las buenas personas viven en paz y reconocen los derechos de los demás porque esa es la manera racional y práctica de vivir. Son buenas porque eligen serlo, no porque alguien más los mantenga en orden. En la sociedad moderna, el 99% de las personas no roba ni asesina. Pero no se abstienen de tales actos por miedo al Estado. Se abstienen porque desean vivir vidas morales. Si bien saben que el castigo y el ostracismo seguirían si cometieran crímenes violentos, ese no es su incentivo. Prefieren la honestidad y la integridad a tomar aquello que no es suyo. La convicción humana es mucho más poderosa que cualquier Estado.

El hecho es que el universo es en realidad benevolente, y aquellos que no son coaccionados responden generalmente del mismo modo. Una suposición del caos resultante en ausencia del gobierno es completamente contraria a una visión benevolente de la humanidad. También implica la vanidad de cualquier esperanza de que el objetivismo pueda prevalecer. Lo más notable de todo, tal vez, es que la suposición choca horriblemente con la propia representación de Rand de una sociedad ideal —Galt’s Gulch en Atlas Shrugged— que era un remanso sin gobierno ni disputas.

El gran atemorizante que el Estado sostiene sobre nosotros es après moi le déluge’: que estamos condenados sin él. Históricamente, esto es un puro y simple disparate: la ley y el orden surgieron espontáneamente en todas partes, sin la participación del Estado.

Es lamentable que Rand no haya reconocido esta verdad. Al despreciar el anarquismo, alentó a la gente a creer en la propaganda del Estado. Ella más bien debería haber sido la primera en reconocer la abrumadora evidencia histórica y contemporánea de que no es la libertad la que corrompe, sino el poder.

B. Los conflictos con la ética objetivista

La ética objetivista es una moralidad basada en normas.3 Define principios o normas que actúan como guías para el juicio individual.

Las leyes hechas por los gobiernos, en contraste, son ejemplos claros o análogos a sistemas de ética basados en reglas —como el cristianismo, el kantismo o el utilitarismo— que el objetivismo rechaza.

Las leyes del Estado son reglas hechas por algunos hombres que exigen la obediencia de otros. Una ley es un comando respaldado por la voluntad de usar la fuerza. “El comando es el gruñido de la coerción que espera en una emboscada”, como Spencer lo expresó tan concisamente.4 La ley hecha por el Estado apela no a la razón, sino al miedo.

Una norma, por otro lado, se deriva por la reflexión de los hechos de la realidad, y se reafirma generación tras generación porque se ajusta a la experiencia común y al sentido común de la humanidad.

Una norma está disponible para cualquier persona en cualquier momento y se emplea voluntaria e individualmente. Su atractivo es razonar, su aceptación proviene de la persuasión. Las normas racionales libremente aceptadas son las características de la civilización. Son la antítesis de la ley hecha por el Estado.

Que las leyes puedan basarse en normas racionales no ofrece ninguna salida aquí. Si las personas son libres por derecho, el empleo de normas civilizadas depende de cada persona individual. Nunca puede ser el derecho de un grupo de personas juzgar por el resto y, a partir de entonces, hacer cumplir sus juicios “por ley”.

No es solo en el sentido general de propugnar normas en lugar de reglas que el objetivismo entra en conflicto con un monopolio gubernamental sobre la ley. Ya hemos visto que un monopolio coercitivo entra en conflicto con los derechos individuales. Tal monopolio también entra en conflicto con virtudes objetivistas particulares como la independencia y la justicia. Uno no puede defender racionalmente el juicio independiente como una virtud, y luego sostener que en áreas vitales de la vida humana la gente común no es apta para juzgar. Del mismo modo, uno no puede exaltar la virtud de la justicia —tratar a las personas según el mérito— mientras se niega a todos el derecho a ejercer justicia en el área donde más importa, la autodefensa. Al principio del intercambio de Rand tampoco le va bien bajo un gobierno limitado. ¿Cómo ocurre “un intercambio libre, voluntario, no forzado y no coercitivo”5 frente a un monopolio coercitivo sobre la ley de contratos?

C. Razón, persuasión y fuerza

Establecer y mantener un gobierno monopolista es una utilización de la fuerza para resolver los problemas humanos: un monopolio sobre la elaboración de la ley y su aplicación es coercitivo. En palabras de George Washington: “El gobierno no es razón, el gobierno no es persuasión, el gobierno es fuerza…”.6

Sin embargo, el objetivismo defiende la razón como el valor más alto del hombre. La razón abjura del uso de la fuerza. El método de la razón es la persuasión. Por lo tanto, emplear la fuerza es abandonar la razón.

Nos enfrentamos así a otra contradicción. Pero sabemos que las contradicciones no pueden existir. La elección es clara: abandonar el gobierno monopolista o abandonar la razón.

Las consecuencias de admitir la fuerza en los asuntos humanos son catastróficas. Una vez que cedes el principio, una vez que permites la coerción en un área, no puedes negarla en otras. No hay como pararla. La caja de Pandora se abre, el gato está fuera de la bolsa. Y ese ha sido el cuento a lo largo de la historia. Cada vez que un Estado coercitivo ha tomado control de una sociedad, o cuando se le ha otorgado (por defecto o explícitamente) el derecho de usar la fuerza o monopolizar en cualquier área de la vida, se ha abierto paso gradualmente a, o ha tomado el control de, todas las otras.

La lógica es irresistible. Abandone la razón, introduzca la premisa de que es permisible iniciar la fuerza a veces, y la fuerza eventualmente se usará en todo momento. Deje que un Estado coercitivo ponga un pie en la puerta y gradualmente se apodera de toda la casa.

El ejemplo clásico es América del Norte. Cuando los europeos llegaron por primera vez a lo que ahora es Estados Unidos, no había ningún Estado. Hoy en día, no hay un solo aspecto de la vida estadounidense que permanezca intacto por la intrusión estatal.7

La cadena lógica más clara posible conduce directamente desde la conquista normanda —y la posterior supresión del derecho consuetudinario anglosajón8 por parte del Estado normando— a las cadenas concretas que hoy coartan a los estadounidenses: los actos dictatoriales que ahora se están cometiendo, en nombre de la justicia, por las incontables e incontables agencias del Estado de los Estados Unidos.

Ayn Rand fue una gran admiradora de la Constitución de los Estados Unidos. Durante muchos años yo también: fue el intento más noble de la historia de enjaular y encadenar a la bestia de la fuerza. Pero la bestia rompió sus grilletes casi de inmediato y con poca dificultad. Asistida e instigada por la moralidad del altruismo, la bestia ha procedido a devorar desde entonces, a un ritmo cada vez mayor, tanto la constitución diseñada tan cuidadosamente para restringirla como los derechos individuales que ese documento santificado pero indefenso tenía la intención de proteger.

La premisa de que el monopolio coercitivo, es decir, la fuerza, es justificable en cualquier parte de la vida, conduce inexorablemente a un Estado total, incluso cuando el propósito del monopolio es proteger los derechos individuales. La historia y la lógica demuestran sin lugar a dudas que el gobierno no puede ser limitado. Cualquier poder estatal limitado eventualmente se vuelve ilimitado.

En suma, el objetivismo, abogando por la razón; una ética basada en normas; virtudes como la independencia y la justicia; los derechos individuales inalienables; y el capitalismo de laissez faire, no puede apoyar consistentemente un monopolio estatal sobre el uso de la fuerza.


Traducido del inglés por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.


Notas

1      El crecimiento del conocimiento humano da como resultado una tendencia hacia la paz y la cooperación. El resurgimiento del Estado desde el Renacimiento —en esencia una repetición del Imperio Romano— ha reprimido, y está reprimiendo, esta tendencia.

2      Un adorno añadido por Leonard Peikoff; véase Objectivism, op cit, p. 373.

3      Estoy en deuda con George H. Smith por aclarar este punto. Véase “Objectivism as a Religion”, en su libro Atheism, Ayn Rand, and Other Heresies, Prometheus Books, Buffalo, NY, 1991, p. 213ff. El Dr. Merrill contradijo esto, pero su muerte prematura me impidió discutirlo con él. Véase su “Objectivist Ethics: A Biological Critique”, Objectivity, Chicago, Illinois, Vol 2, #5, p. 70.

4      Social Statics, op cit, p. 162.

5      Ayn Rand, “The Objectivist Ethics”, citado en David Kelley, Unrugged Individualism, Institute for Objectivist Studies, Poughkeepsie, NY, 1996, p. 25.

7      Citado en “Interview with John Stossel”, Full Context, enero de 1998, p. 4.

8      Exactamente lo mismo puede decirse de Canadá, la mayoría de América Central y del Sur, África y otras grandes áreas del mundo. En palabras del historiador ruso Vasilii Klyuchevski, “El Estado se hincha; la gente se reduce”. Citado por James J. Martin, “Introduction”, Spooner, No Treason, op cit, p. 2.

9      Brillantemente resumido en Benson, op cit, p. 43ff. Los fuertes construidos por el Ejército de los Estados Unidos en tierras de los nativos americanos son exactamente análogos a los castillos construidos por Guillermo el Conquistador y su “banda armada”.

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