Los problemas históricos de la política de Ayn Rand

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[Parte 2 del ensayo “La señora Lógica y la ley: Una crítica de la visión del gobierno de Ayn Rand” de Nicholas Dykes].

[Una nota sobre la semántica: uso ‘fuerza’ para referirme a la violencia iniciada o la amenaza de la misma. Por ‘Estado’ me refiero a una institución permanente, por ‘gobierno’ a su personal actual; pero tiendo a usar los términos indistintamente para referirme a cualquier grupo de personas que se atribuye la autoridad exclusiva para hacer y aplicar reglas de conducta en un área geográfica determinada. ‘Monopolio’ se refiere a actividades vueltas exclusivas por medio de la fuerza iniciada por el Estado]. (De la introducción del autor).

Las fallas lógicas apenas agotan los problemas con la política de Rand. Otro error atroz es su incapacidad para considerar hechos históricos relevantes. Es desafortunado que cuando comenzó a pensar sobre la política no se hizo la misma pregunta profunda que se hizo sobre la ética: “¿Necesita el hombre valores… y por qué?” [VOS 13]; es decir, ¿necesita el hombre un Estado y por qué? En cambio, se propuso defender una “nueva concepción del Estado”.1 Asumiendo la primacía del Estado desde el mismísimo principio, pasó por alto una de las preguntas más importantes de la filosofía política: ¿de dónde vino el Estado?

A. Los orígenes del gobierno

Aristóteles dijo que “el hecho es el punto de partida”2 y el hecho histórico más significativo sobre los Estados tiene que ver con sus orígenes. Actualmente hay unos 200 o 300 Estados en el mundo, todos con jurisdicción exclusiva sobre un área específica. Tienen muchas diferencias, pero una cosa que todos tienen en común fue señalada sucintamente por Herbert Spencer: “El gobierno es engendrado de la agresión y por la agresión”.3 Todos los Estados fueron originalmente establecidos por la fuerza.

En su detallado relato de los orígenes del Estado, Franz Oppenheimer escribió: “El Estado… es una institución social forzada por un grupo victorioso de hombres sobre un grupo derrotado … [para] ningún otro propósito que la explotación económica de los vencidos por los vencedores. Ningún Estado primitivo conocido en la historia se originó de otra manera”.4

El juicio de Oppenheimer fue confirmado más tarde por el casi contemporáneo de Rand, Albert Jay Nock: “El testimonio positivo de la historia es que el Estado tuvo invariablemente su origen en la conquista y la confiscación”.5

Una vez en el poder, los gobiernos o Estados han procurado legitimar su autoridad apelando a concepciones grandilocuentes como el derecho divino, la voluntad general, el espíritu de los tiempos o el destino manifiesto; y han perpetuado su dominio por medios como el poder militar, las diversas formas de elección y, en particular, creando dependientes.

En todos los casos, la jurisdicción exclusiva del Estado es y ha sido impuesta.6 No se permite la competencia en las áreas centrales que el grupo original se arrogó a sí mismo —como mínimo en hacer la guerra y cobrar impuestos— o en áreas posteriores de participación como la producción de leyes, la aplicación de la ley y el dinero; siendo eliminada por la fuerza o la amenaza de la misma cualquier competencia.

Los orígenes de los Estados eran bien conocidos por los revolucionarios estadounidenses tan admirados por Rand. Tom Paine, por ejemplo, describió ilustremente la creación del Estado británico: “Un bastardo francés que desembarca con una banda armada, y se establece a sí mismo rey de Inglaterra contra el consentimiento de los nativos, es claramente un muy miserable sinvergüenza original”.7

Sin embargo, el conocimiento histórico no inhibió a los revolucionarios de seguir el precedente establecido por Guillermo el Conquistador. Ya hemos visto que solamente una minoría muy pequeña y políticamente activa estuvo involucrada en el establecimiento de los Estados Unidos. Más importante, tal vez, es el hecho de que a los ciudadanos de las Trece Colonias nunca se les ofreció elegir entre un gobierno central o ninguno, sino solo entre el gobierno inglés o el estadounidense.8 De hecho, el consentimiento de los ciudadanos apenas importó. Como Josiah Tucker se quejó amargamente en ese momento: “¿admitió, o admite alguno de sus Congresos, generales o provinciales, esa máxima fundamental del Sr. Locke, de que cada hombre tiene un derecho inalienable a no obedecer otras leyes, excepto las de su propia creación? No; no; lejos de eso, puesto que se utilizan terribles multas y confiscaciones, encarcelamientos e incluso la muerte, como los únicos medios efectivos para obtener esa unanimidad de opinión de la que tanto se jactan estos nuevos republicanos de moda y tan poco entrenados”.9

Una vez firme en su posición, el gobierno de los Estados Unidos se ajustó después a la práctica de todos los Estados al hacer cumplir su jurisdicción exclusiva. Cualquier amenaza a su monopolio sobre el poder ha sido aplastada rápida y despiadadamente; ya sea durante la rebelión de Shays o la guerra civil, en Wounded Knee o Waco. (Los habitantes nativos de América, cuyo estilo de vida libre representaba una amenaza especialmente grave para el Estado estadounidense, fueron tratados de la forma más despiadada, expulsados de sus tierras por el ejército de los Estados Unidos y, cuando era posible, masacrados. La deliberada política de genocidio del gobierno de los Estados Unidos contra los nativos americanos está bien documentada).10

No es posible negar estos dos hechos: 1) existe en todos los países una condición social en la cual la fuerza fue iniciada en algún momento del pasado contra el resto de la sociedad por el grupo que creó el Estado; y 2) la fuerza ha sido usada invariablemente desde entonces para perpetuar la jurisdicción exclusiva del Estado. Por lo tanto, el orden mundial actual contradice rotundamente la afirmación de Ayn Rand de que “La condición previa de una sociedad civilizada es la prohibición de la fuerza física en las relaciones sociales” [VOS 108].

La importancia de todo esto, como ha señalado George H. Smith, es que los orígenes coercitivos del gobierno “bloquean el método más popular para justificar el Estado del presente: la teoría del consentimiento. Si el Estado se originó en la conquista y la usurpación, está claro que sus ciudadanos, aquellos que son explotados por los que controlan la maquinaria política del Estado, no dieron y no darían el consentimiento para ser así explotados”.11

Ya hemos visto que, por razones puramente lógicas, la teoría del consentimiento tiene un valor muy limitado. Si Rand se hubiera tomado el tiempo para considerar los hechos históricos, seguramente se habría dado cuenta de que el ‘consentimiento’ no es en absoluto un argumento para el gobierno.

B. ¿Guerra de pandillas?

Rand sostuvo, con Hobbes,12 que la ausencia de un monopolio gubernamental sobre la fuerza precipitaría la guerra de pandillas: “una sociedad sin un gobierno organizado estaría a merced del primer criminal que viniera y que la precipitaría al caos de la guerra de pandillas” [VOS 112]. Sin embargo, el registro histórico y etnográfico, gran parte de ello publicado antes o durante la vida intelectual de Rand, desmiente enfáticamente esta suposición.

Si bien una sola instancia negativa es suficiente para invalidar una proposición afirmativa universal, hay literalmente miles de ejemplos de sociedades en todo el mundo —desde habitantes primitivos de los bosques hasta mineros en el Viejo Oeste— de los cuales todos reconocían los derechos individuales y elaboraron métodos para protegerlos, y para resolver disputas, sin recurrir a la guerra de pandillas o al gobierno monopolista.

Lo que estas sociedades tenían en común era el derecho consuetudinario: códigos voluntarios, generalmente no escritos, que evolucionaron con el tiempo a través de la prueba y el error, pero que eran obedecidos de manera voluntaria y casi universal, a menudo durante siglos, porque eran prácticos, y porque obedecerlos estaba en el interés propio de todos los individuos. Veamos brevemente algunos ejemplos.

Herbert Spencer nos contó, por ejemplo, acerca de los “completamente incivilizados Wood Veddahs” en la isla de Ceilán, que estaban “sin ninguna organización social”, pero que pensaban que era “perfectamente inconcebible que cualquier persona debiera tomar lo que no le pertenece, o golpear a su prójimo, o decir cualquier cosa que sea falsa”.13

En las Américas, el etnógrafo francés Pierre Clastres ha señalado la gran libertad personal y el contento de los aborígenes sin Estado que, cuando uno se despega del prejuicio europeo que los veía como primitivos, en realidad eran más saludables, más ricos y, en muchos sentidos, más sabios que quienes los conquistaron o aniquilaron. Por ejemplo, según Clastres, la mutilación que marcaba la entrada a la madurez masculina en muchas tribus se ideó deliberadamente para evitar el desarrollo de la tiranía: “Las sociedades arcaicas, sociedades de la marca, son sociedades sin Estado, sociedades contra el Estado. La marca en el cuerpo [cicatrices de mutilación], en todos los cuerpos por igual, declara: No tendrás el deseo de poder; no tendrás el deseo de sumisión…”14

En Europa y Oriente Medio, Rose Wilder Lane nos ha recordado (aunque ella sí exagere un poco) que mientras los europeos soportaban la ‘Años oscuros’, una gran civilización morisca se extendía en una brillante media luna alrededor del Mediterráneo; en gran parte anárquica —no hubía provisión estatal de justicia o vigilancia— pero educada, científica, limpia, saludable, libre y próspera durante casi un milenio.15 Fueron los moros o sarracenos, quienes introdujeron a Aristóteles en la Europa moderna, y también la astronomía, la medicina moderna, la geografía y otras ciencias.

David Friedman nos ha mostrado a los islandeses amantes de la libertad y —a pesar de las sagas— generalmente pacíficos, que vivieron en su aislada isla en completa anarquía durante siglos hasta ser avasallados por el Estado noruego.16

Murray Rothbard llamó nuestra atención hacia la Irlanda medieval, “una sociedad altamente compleja… la más avanzada, más académica y más civilizada de toda Europa occidental”, donde no había “rastro de justicia administrada por el Estado” y donde el derecho consuetudinario dominó durante 1000 años, hasta que fue destruido por el Estado inglés.17

Acercándose a nuestros propios tiempos, Bruce Benson ha informado sobre estudios recientes del ‘Salvaje Oeste’ estadounidense que muestran que su supuesta ‘impunidad’ antes de la llegada del gobierno era de hecho lo contrario: “algunas nociones muy apreciadas sobre la violencia, la impunidad y la justicia en el Viejo Oeste… no son más que mitos”.18 La mayoría de los pobladores del Oeste estaban demasiado ocupados tratando de sobrevivir o hacerse ricos para estar luchando entre ellos.

Lo que el ‘Salvaje Oeste’ proporcionó con más frecuencia fueron ejemplos de la generación espontánea del derecho consuetudinario: universalmente aceptado, eficiente, barato, y usualmente mucho más justo que la ley estatal que eventualmente lo reemplazó. Lejos de ser desordenados, los colonos, rancheros y mineros del Oeste cumplían la ley como cualquier otro pueblo en la historia: “Las puertas no estaban llaveadas”.19 Aquí nuevamente, el meollo del asunto era el simple interés propio. En las incisivas palabras de Eric Hoffer: “Aquellos que tienen algo por lo que vale la pena luchar, no quieren pelear”.20

El Dr. Benson también señaló marcadas semejanzas entre el derecho consuetudinario de sociedades primitivas y el de la temprana Europa medieval. Se refiere, por ejemplo, a los Kapauku de Nueva Guinea, que fueron descritos por un antropólogo en la década de 1950. Como todas las sociedades ‘primitivas’, los Kapauku no tenían gobierno, pero disfrutaban de una cultura floreciente basada en los derechos individuales. La protección era proporcionada por grupos de parentesco, y el arbitraje por jueces en competencia llamados tonowi.21 La similitud entre el derecho consuetudinario y sin Estado de los Kapauku y el de la Inglaterra anglosajona es sorprendente.22

También se puede aprender mucho de los pueblos iroqueses del norte, algunos de cuyos descendientes vivían a las puertas de Rand en el estado de Nueva York. Los seneca, los mohawk y sus confederados, y los hurones en Ontario, habían existido como sociedades cohesionadas sin gobierno durante siglos antes de la llegada de los europeos. Su secreto era una verdadera libertad que implicaba igualdad y consentimiento genuinos. Entre los hurones, “no se puede esperar que ningún hombre esté sujeto a una decisión a la que no haya dado voluntariamente su consentimiento”.23 Entre los iroqueses en general, “La implementación de las decisiones de… los consejos requería asegurar el consentimiento de todos los involucrados, ya que ningún iroquiano tenía el derecho a comprometer a otro a curso de acción en contra de su voluntad”. Lejos de una guerra de todos contra todos, la sociedad iroquesa se caracterizó por “un respeto por la dignidad individual y un sentido de autosuficiencia, lo que resultó en que las personas rara vez se pelearan abiertamente entre sí”. También estuvo marcada por “la cortesía y hospitalidad hacia los habitantes de la aldea y extraños” y por “la amabilidad y el respeto que mostraban hacia los niños”.24

Incluso los misioneros jesuitas, que estaban horrorizados por varios aspectos de la vida de los hurones, tales como su ‘licencia’ sexual, reconocieron libremente la capacidad cooperativa y la tranquilidad de las comunidades hurones, en las que miles de personas vivían estrechamente juntas en condiciones de considerable incomodidad. Jean Brebeuf SJ, por ejemplo, escribiendo en la década de 1640, comentó extensamente sobre “el amor y la unidad” que existía entre los hurones y “su amabilidad entres sí” incluso en momentos de gran estrés.25 Cien años después, Pierre Charlevoix SJ confirmó la “armonía” que caracterizaba la vida doméstica y comunitaria de las numerosas tribus internas que visitó.26

Es cierto que los iroqueses estaban en constante guerra intertribal, pero esta se libraba por venganza, prestigio y para obtener víctimas para el sacrificio, no para la conquista. Sus guerras fueron, por lo tanto, muy diferentes a las guerras europeas, que eran iniciadas para ganar territorio y para la explotación de los pueblos sometidos.

Los orígenes de la mayoría de los conflictos iroqueses eran antiguas enemistades de sangre, pero la inutilidad de estos se había vuelto bien reconocida. Los objetivos principales de los consejos de la confederación de Huron eran “evitar que las disputas entre miembros de diferentes tribus [de Huron] rompieran… la unidad” y “mantener relaciones amistosas con las tribus con las que comerciaba Huron”. Los hurones tenían muy en cuenta que “ninguna organización tribal y ninguna confederación podría sobrevivir si las disputas de sangre internas no se controlaran. Una de las funciones básicas de la confederación era eliminar tales enemistades … de hecho, en medio de Huron, se las consideraba un crimen más censurable que el asesinato mismo”.27

La evidencia anterior muestra que simplemente no es cierto afirmar que en ausencia de un Estado, el conflicto interno estalla de inmediato. Lo que los registros históricos y antropológicos realmente revelan —anticipando los estudios informáticos de Robert Axelrod— es que cuando se permite a las personas sus propios instrumentos lo que emerge no es una guerra hobbesiana de todos contra todos, sino la cooperación.28

C. Ley objetiva

El aspecto más crucial del caso para el gobierno monopolista, según lo presentado por Ayn Rand, es la afirmación o implicación de que la ley objetiva no es posible sin el mismo. Dado que cualquier persona gobernada por la ley debe desear que su amo sea justo, imparcial y no arbitrario —es decir, objetivo—, es evidente que la afirmación de que la ley objetiva solo puede ser creada por un gobierno monopolista tendrá un gran peso.

Sin embargo, la afirmación es falsa. Acabamos de ver pruebas convincentes de que la ley objetiva puede surgir, y lo hace, sin gobierno. Así como surge el ‘orden espontáneo’ en la vida económica, el derecho espontáneo o ‘consuetudinario’ surge en la vida social.

Pero no hay nada subjetivo sobre el derecho consuetudinario. Es tan objetivo como los productos de las legislaturas. Otro ejemplo convincente citado por Bruce Benson es la ley mercante del comercio medieval. Esta surgió espontáneamente para facilitar el comercio cuando Europa emergía de los ‘Años oscuros’ y todavía forma la base del derecho comercial moderno.

La Lex mercatoria era privada, generada por los propios comerciantes, pero era universal, siendo reconocida en toda Europa y más allá. Era extremadamente eficiente y económica para administrar, y tenía sus propios tribunales con sus propios procedimientos rápidos e informales. Los fallos se seguían sin cuestionar porque los jueces eran comerciantes en sí, que sabían íntimamente de qué discutían el demandante y el acusado. Además, era de interés de los tribunales y de todos los demás que los juicios fueran razonables y justos.

Un acusado, por supuesto, era libre de ignorar una decisión desfavorable, el tribunal no tenía poder para aplicarla. Pero proscribirse a sí mismo de esta manera era ponerse fuera del negocio, ya que nadie comerciaba con comerciantes que no respetaban la propia ley de los comerciantes. El cumplimiento se lograba así sin coerción, quizás la lección más vital que la ley mercante tiene para enseñar.

El éxito de la ley mercante se debió a su objetividad. Era sencilla, clara, limitada a lo esencial, y su raison d’être era un requisito práctico del comercio. Surgió porque los comerciantes necesitaban un arbitraje independiente, y continuó porque realizaba ese servicio de manera eficiente. Sin embargo, fue creada y mantenida voluntariamente —sin ninguna participación del gobierno— y funcionó eficazmente durante siglos sin costar un centavo en impuestos. Aunque más tarde fue sumergida en la mayoría de los países por el creciente poder del Estado, la ley mercante sobrevive hoy en los principios subyacentes de la ley (no estatal) que guía el comercio internacional.

La historia de la ley mercante derriba la noción de que la ley creada por el Estado es un prerrequisito para el libre mercado. Antes de 1600 más o menos, el derecho comercial y contractual era completamente privado, e inmensamente más barato y más eficiente por eso. En palabras de Bruce Benson, la generación espontánea de la ley mercante «destroza el mito de que el gobierno debe definir y hacer cumplir ‘las reglas del juego’».29 Igualmente, la existencia bien documentada de sociedades de derecho consuetudinario en todo el mundo —en las que la generación de leyes, el mantenimiento del orden y la justicia se llevaban a cabo de manera efectiva sin gobierno— destroza el mito de que solo los monopolios estatales pueden generar leyes objetivas.

Podría objetarse que estoy apoyándome en trabajos publicados después de la muerte de Rand y, por lo tanto, estoy siendo completamente injusto. Eso sólo sería cierto si el libro de Bruce Benson fuera la única fuente de dicho material, lo cual no es el caso. Spencer, Spooner, Oppenheimer, Nock, Lane y otros críticos del Estado escribieron mucho antes de que Rand elaborara su ensayo sobre el gobierno. (El Hombre contra el Estado de Spencer fue en realidad ‘lectura recomendada’ en el Instituto Nathaniel Branden, que promovió las ideas de Rand, con su aprobación, hasta 1968). De manera similar, estudiantes del derecho consuetudinario como Friedman, Rothbard y Tannehills, y antropólogos tales como Clastres y Trigger, todos publicaron sus ideas mucho antes del retiro de Rand de la vida intelectual activa. Ella podría haber estado, y debía haber estado, mejor informada.

Además, Rand estudió historia en San Petersburgo, y seguramente debe haber sabido de la Liga Hanseática medieval, que dominaba el comercio en el Báltico, y cuyo comercio estaba regido por la ley mercantil privada. También debe haber estudiado la transición en Europa del derecho consuetudinario al autoritario que ocurrió a partir del siglo X en adelante. La era medieval siempre ha sido importante en el plan de estudios de la historia y lo habría sido especialmente en Rusia bajo los soviéticos, puesto que el auge y la caída del feudalismo fueron parte integral de la tesis marxista.

Para concluir esta sección, también se debe afirmar que el registro histórico difícilmente respalda la afirmación de que el gobierno monopolista produce leyes objetivas. Así uno piense en las restricciones de John Locke sobre los abogados del siglo XVII; o en la falsa doctrina del siglo XVIII de la soberanía del parlamento; o el grito desesperado de “La ley es un asno” del siglo XIX inmortalizado por Dickens en Bleak House; o las laberínticas 6,000 páginas del ‘Código IRS’ del siglo XX (la ley tributaria de los Estados Unidos); o uno de los blancos favoritos de Rand, las manifiestamente injustas y contradictorias leyes antimonopolio de los Estados Unidos: la historia más bien parece mostrar que la ley estatal, si no la mayor parte, es y siempre ha sido lo contrario a objetiva.

La justicia proporcionada por el Estado tampoco es mejor. Uno podría citar mil ejemplos de perversidad judicial. Pero solamente uno tendrá que ser suficiente aquí. En el caso Woodward vs. Massachusetts de 1997, el juez Hiller Zobel citó con aprobación a John Adams en el sentido de que la ley es “inflexible, inexorable y sorda”, y luego informó al mundo: “la evidencia es evidencia si el jurado cree en ella; lo que ellos eligen no creer no es evidencia”.30 No me he topado con una mejor ilustración de la subjetividad total arraigada en un sistema legal creado por el Estado.

Podemos ver en la breve revisión anterior que el problema fundamental con el derecho consuetudinario no es la falta de objetividad, sino la falta de objetividad de quienes lo menosprecian o lo ignoran. Criados en la tradición de que ‘la ley es hecha por el gobierno’, y envueltos de la cuna a la tumba en la ley fiduciaria hecha por el Estado, los partidarios del gobierno monopolista asumen que la ley objetiva solo puede ser hecha por el gobierno. Como dijo Nock: “Parece haber una curiosa dificultad para ejercitar el pensamiento reflexivo sobre la verdadera naturaleza de una institución en la que uno y sus antepasados nacieron”.31

Pero en el punto de hecho histórico, el gobierno es un recién llegado. La mayoría de las leyes de cualquier beneficio real en uso hoy en día son meramente formalizaciones o extensiones lógicas de costumbres o leyes consuetudinarias que existieron mucho antes de las legislaturas que promulgaron las versiones fiduciarias modernas.

El derecho fue inventado antes del gobierno. El Estado simplemente ha expropiado el derecho, y solamente ha logrado gradualmente crear el monopolio de la legislación y la aplicación de la ley que ahora se atribuye como su descubrimiento y derecho de nacimiento.

D. El sombrío cuento del monopolio del Estado

Todo lo cual nos lleva de vuelta al problema con el que comenzamos, el estatus de monopolio que Rand y sus otros partidarios afirman que el gobierno ‘limitado’ debe tener.

Muchas mentes buenas han dedicado grandes esfuerzos a detallar los efectos devastadores de los monopolios gubernamentales. Rand era consciente de esto y apoyó con entusiasmo el trabajo de pensadores como Frederick Bastiat, Ludwig von Mises, Henry Hazlitt y otros. Pero cuando uno ve los estragos que han causado los monopolios del gobierno en la esfera económica, ¿no es excesivamente optimista esperar que sean eficientes en cualquier esfera?

Cuando uno luego examina los ámbitos sobre los cuales Rand afirmó que el gobierno debía tener control exclusivo —legislación, tribunales, policía y defensa—, la letanía de los desastres hace que uno se pregunte qué fe la inspiró. Tomando solamente los Estados Unidos, uno podría llenar bibliotecas con los nombres de personas, lugares, eventos y leyes simbólicas de derechos aplastados, aventuras militares, genocidios, despilfarro, asesinatos, crueldad, estupidez, falsedad, injusticia, o lo que Thomas Sowell ha denominado “delirio apasionado”,32 todo perpetrado por agentes del gobierno que operan bajo una licencia exclusiva: Fallen Timbers, Sand Creek, Little Bighorn, Jim Crow, Comstock, Filipinas, el servicio selectivo, la ley seca, Sacco y Vanzetti, Purple Codes y Pearl Harbor, el USS Indianapolis, Yalta, Hiroshima, la seguridad social, Julius y Ethel Rosenberg, Bay of Pigs, Vietnam, Watergate, Rodney King, Whitewater, Donald Scott, Ruby Ridge, y esos interminables acrónimos inconstitucionales: BATF, DEA, EPA, FDA, HEW, HUD …

Rose Wilder Lane señaló el núcleo del problema: “Al ser absoluto y mantenido por la fuerza policial, un monopolio gubernamental no necesita complacer a sus clientes”.33 Y, por supuesto, esto se aplica ya sea el monopolio una red ferroviaria, un sistema de control de tráfico aéreo, una oficina de correos, una moneda, una legislatura, un servicio de policía, un sistema judicial o cualquier burocracia designada para llevar a cabo una tarea estatal.

Spencer, escribiendo 100 años antes de Lane, describió el resultado de la exención del Estado de la regla comercial normal: que el cliente es el rey. Caracterizó en su día el funcionamiento de los funcionarios estatales en la esfera social como “lento, estúpido, extravagante, inadaptado, corrupto y obstructivo”, y en el ámbito de la ley como “traicionero, cruel y a ser rechazado ansiosamente”.34 ¿Quién puede señalar hoy una burocracia estatal o un sistema legal estatal —en cualquier parte del mundo— donde las cosas son diferentes?

En uno de los usos más adecuados de las estadísticas, Spencer también señaló que cuatro quintas partes de todas las leyes británicas aprobadas entre 1236 y 1872 tuvieron que ser más tarde derogadas por inviables.35 Impuestas por personas reclamando tener el derecho exclusivo de dirigir la vida británica. Todas las leyes resultaron ser burradas.

Evidentemente había una gran esperanza de que el sistema de controles y equilibrios integrado en las diversas constituciones estadounidenses resolvería el problema del monopolio en el gobierno. Por desgracia, fracasó. The Enterprise of Law de Bruce Benson cita innumerables ejemplos de corrupción, ineficiencia y anquilosamiento de mejoras en cada rama y nivel de gobierno en los Estados Unidos, ya sea municipal, del condado, estatal o federal. Los problemas han estado allí desde antes de 1776 y persisten a pesar de los grandes esfuerzos de los reformadores para erradicarlos. Los periódicos y la propia experiencia en Gran Bretaña y Europa cuentan la misma historia todos los días en este lado del Atlántico.

La corrupción y la ineficiencia siempre han existido en el gobierno. Siempre lo harán. El gobierno es la fuerza. De este modo, el servicio del gobierno tiende a atraer a los de baja autoestima (buscadores de poder), así como a los menos escrupulosos y menos capaces. A partir de entonces, el ejercicio del poder injustificado, la falta de competencia, la ausencia de responsabilidad financiera personal y la naturaleza estrecha de miras e interesada de la vida burocrática, tienden a corroer la fibra moral de los incluso más honestos funcionarios.

Para los ciudadanos que han tenido monopolios legales o económicos impuestos sobre ellos, el poder del gobierno lo decide usualmente por sí mismo en la retención o concesión de permisos. Obviamente, aquellos que necesitan eludir estos obstáculos, o que buscan explotarlos, recurrirán a lo que sea necesario para hacerlo con éxito. La corrupción es el resultado inevitable. Y dado que está prohibido competir con el gobierno, la ineficiencia es el firme compañero de la corrupción en el crimen.

El historial uniformemente horrible de los monopolios estatales es demasiado conocido como para requerir una mayor elaboración. No hace falta más que llamar la atención sobre el como una de las objeciones más serias al ‘gobierno limitado’. Siempre que los proveedores de cualquier servicio no tengan que complacer a sus clientes, siempre que mantengan un monopolio, la corrupción y la ineficiencia florecerán, tan persistente, fuerte y perennemente como las malezas más feas.

Los defensores del gobierno monopolista limitado tienen una gran tradición de debate filosófico, escrituras heroicas y venerados Padres Fundadores sobre los que apoyarse. Pero ninguna cantidad de ondeo de banderas puede erradicar el hecho histórico de que el único producto de los monopolios del gobierno, ya sea en el comercio o en la justicia, ha sido “la demora de la ley” y “la insolencia del cargo”. Los monopolios estatales siempre han frenado el progreso humano, y siempre lo harán, como balas de cañón encadenadas a las piernas de los esclavos.

La solución es obvia: exponer a la competencia todos los servicios que ahora brinda el gobierno.36 De este modo los argumentos para continuar con el ‘monopolio del uso de la fuerza’ del Estado deben ser verdaderamente muy poderosos. He demostrado que los proporcionados por Ayn Rand son insuficientes. Si existen mejores, espero que alguien los señale.


Traducido del inglés por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.


Notas

1      The Journals of Ayn Rand, David Harriman, Ed., Dutton, Nueva York, 1997, p. 73.

2      Nicomachean Ethics, Bk 1, capítulo 4, 1095b 6.

3      Herbert Spencer, The Man Versus The State, Penguin, Harmondsworth, Middlesex, 1969, p. 112.

4      Franz Oppenheimer, The State, Fox and Wilkes, San Francisco, 1997, p. 9.

5      Albert Jay Nock, Our Enemy the State, Caxton, Caldwell, Idaho, 1950, p. 44.

6      Cfr. Rand: “Un gobierno es una institución que tiene el poder exclusivo de hacer cumplir ciertas reglas de conducta social en un área geográfica determinada” [VOS 107].

7      Tom Paine, Common Sense, Penguin, Harmondsworth, Middlesex, 1976, p. 78.

8      Debo este punto a George H. Smith, “Introduction”, Oppenheimer, op cit, p. xvii.

9                                                                                            Ibíd.

10    Dee Brown, Bury My Heart at Wounded Klee, Barrie and Jenkins, London, 1971, passim.

11    George H. Smith, “Introduction”, in Oppenheimer, op cit, pp. xx-xxi.

12    “Por este medio es manifiesto, que durante el tiempo que los hombres viven sin un poder común para mantenerlos a todos asombrados, están ellos en esa condición llamada guerra; y una guerra como la de cada hombre, contra cada hombre … En tal condición no hay lugar para la industria … no hay cultura de la tierra … no hay artes; no hay letras; no hay sociedad; y lo que es lo peor de todo, el miedo continuo y el peligro de la muerte violenta; y la vida del hombre, solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Thomas Hobbes, Leviathan, editado por Michael Oakeshott, Blackwell, Oxford, 1946, p. 82.

13    The Man versus the State, op cit, p. 173.

14    Pierre Clastres, Society Against the State, Robert Hurley trans., Blackwell, Oxford, 1977, p. 157, cursivas en el original.

15    Discovery, op cit, p. 82ff; también señaló la anarquía hebrea.

16    David Friedman, The Machinery of Freedom, Arlingon House, New Rochelle NY, 1973, Apéndice de la 3ª Ed. R. J. Bidinotto, op cit, desprecia el anarquismo islandés por no poder resistir la invasión noruega, una crítica que implica que la ley del más fuerte. Bill Stoddard (objectivisml@cornell.edu, 18 de diciembre de 1997) argumenta que el sistema judicial medieval de Islandia era, de hecho, un monopolio y que, por lo tanto, la isla sí tenía un Estado, aunque mínimo. Esto puede pasar por alto el hecho de que los proveedores únicos surgen naturalmente bajo la libertad, el proveedor más capaz ganando la competencia en favor de los consumidores. (Por ejemplo, como ha sucedido con muchos otros estándares, la simplicidad del sistema métrico ha estado eliminando gradualmente la medida imperial británica). Hay muchas razones para creer que en una sociedad completamente libre, habría eventualmente un solo código de justicia en todo el mundo. La ley mercante ya ha mostrado el camino.

17    Murray Rothbard, For a New Liberty, Libertarian Review Foundation, Nueva York, 1978, p. 231.

18    Bruce Benson, citando al Dr. Roger McGrath, The Enterprise of Law: Justice without the State, Pacific Research Institute for Public Policy, San Francisco, 1990, p. 312.

19    Ibíd., p. 313.

20    En The True Believer (1951).

21    The Enterprise of Law, op cit, p. 15ff.

22    Ibíd., p. 21.

23    Bruce G. Trigger, The Children of Aatensic: A History of the Huron people to 1660, McGill-Queen’s University Press, Kingston, Ontario y Montreal, Quebec, 1976, 1987, p. 54.

24    Ibíd., pp. 102-4.

25    Bruce G. Trigger, The Huron: Farmers of the North, 1969, 2ª Ed., Harcourt, Montreal, 1990, p. 72.

27    Bruce G. Trigger, Natives and Newcomers: Canada’s Heroic Age Reconsidered, McGill-Queens, Kingston y Montreal, 1985, p. 24.

28    The Children of Aatensic, op cit, pp. 59-60.

29    Robert Axelrod, The Evolution of Cooperation, Penguin, Harmondsworth, Middlesex, 1990: “Finalmente, no se necesita ninguna autoridad central: la cooperación basada en la reciprocidad puede ser autopolicial” (p. 174). De hecho, es la historia del gobierno la que está repleta de guerras de pandillas; una realidad ignorada por escritores como R.J. Bidinotto, op cit, que intentan vincular el anarquismo con males creados por el Estado como la mafia, la guerra civil en Bosnia, el terrorismo de Ulster o las pandillas callejeras del casco urbano. El pronóstico del caos sin Estado es un caso claro de ‘proyección’ psicológica.

30    The Enterprise of Law, op cit, p. 30. Un influyente ensayo que argumentó este caso —aunque escrito cuando el autor era todavía un estudiante— es “The Necessity of Government” de David Kelley, The Freeman, abril 1974, pp. 243-8.

31    Citado en The Daily Telegraph, 11 de noviembre de 1997, p. 2.

32    Our Enemy the State, op cit, p. 30.

33    Thomas Sowell, Is Reality Optional?, Hoover Institution Press, Stanford, 1993, p. 72.

34    The Discovery of Freedom, op cit, p. 42.

35    En The Man versus the State, citado en Nock, op cit, pp. 53-4.

35    The Man Versus the State, op cit, p. 118.

36    El libertario estadounidense Sy Leon ha planteado el punto de una manera que ha quedado grabada en mi mente: “Algunas de las cosas que hace el gobierno son esenciales, pero no es esencial que las haga el gobierno”.

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