En defensa de la libertad: el pensamiento político de Frank S. Meyer

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Frank Meyer fue un autor libertario de mediados del siglo XX hoy casi desconocido en nuestro entorno. El objetivo de este artículo no es otro que la descripción de su vida y sus principales aportaciones teóricas que pasan por el desarrollo del concepto de fusionismo y por una crítica razonada del estatismo y del utilitarismo, así como de los métodos totalitarios del comunismo.

1. Introducción: Un guerrero de la National Review

Se cumplen ahora 35 años de la muerte de Frank Strauss Meyer, uno de los artífices ideológicos de la revolución conservadora que culminó con la elección de Ronald Reagan en 1980.[1] En los años de la postguerra, la derecha norteamericana estaba desnortada, sin programa, carecía de respetabilidad intelectual[2] y sus pocos partidarios eran sometidos a despiadados ataques.[3] Un grupo de hombres encabezado por William F. Buckley fundaron una revista, National Review, la cual rápidamente se convirtió en una referencia para el incipiente movimiento conservador (Hardt, 2005) realizando una impagable labor de cohesión y suministradora de munición intelectual para las guerras políticas de los siguientes treinta años. Entre los más destacados miembros del plantel de la revista se encontraba un antiguo comunista, reconvertido a conservador llamado Frank Meyer, quien por desgracia es prácticamente desconocido en España,[4] al cual le debemos la propuesta más acabada de síntesis teórica de las dos principales tendencias que conforman a la derecha norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, el tradicionalismo y el libertarismo.

Frank Meyer nació en New Jersey en 1909[5] y murió en Woodstock, cerca de Nueva York en 1972. Perteneciente a una acomodada familia judía disfrutó de una esmerada educación en universidades de élite en Estados Unidos (Princeton), e Inglaterra (Oxford y London School of Economics). Es precisamente en Oxford donde Meyer, tras coquetear con la teología y la filosofía católicas,[6] decide abrazar el marxismo e integrarse en el partido comunista británico. Su destacada militancia en el partido comunista, primero en el británico y luego en el norteamericano, de la que se separaría después de su servicio en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, fue un factor crucial en su vida[7] y obra posterior, que se organizó en torno al combate de sus ideas y estrategias. Tras abandonar el comunismo, influido por la obra de Hayek y Weaver,[8] se convierte poco a poco al conservadurismo y entra en contacto con autores conservadores como Ralph de Toledano y William Buckley, quien lo invita a formar parte de su proyecto editorial de crear una publicación conservadora de referencia, la National Review. Como miembro del consejo de redacción de esta revista, responsable de la crítica de libros, permanecerá el resto de su vida hasta su muerte en 1972, convirtiéndose en uno de sus principales referentes. En esta revista, Meyer fue parte activa en todas las guerras culturales en que esta participó, desde la campaña de Goldwater en 1964 a los conflictos sobre derechos civiles de la década de los 60. La obra política de Meyer[9] es relativamente escasa, aunque no por ello poco influyente, al consistir principalmente en dos libros, In Defense of Freedom (Meyer, 1996), en el que se expone detalladamente su visión sobre el conservadurismo, y The Moulding of the Communists, en el que se denuncian las técnicas de control de la personalidad que se aplican en los partidos comunistas. Se trata, esta última, de una compilación de ensayos sobre las distintas visiones del conservadurismo de los 60’s (Meyer, 1964b), de los que dos provienen de su pluma, una compilación de sus mejores artículos publicados en la National Review (Meyer, 1969), y varios artículos sueltos publicados en revistas conservadoras como Modern Age, The Freeman o The American Mercury. A pesar de su relativamente escasa obra académica en el ámbito de la filosofía política[10] su incidencia fue grande como columnista político, llegando a ser uno de los primeros en vislumbrar y defender, aún en los años 60’s, la posible candidatura de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos. Murió ocho años antes de que su profecía se hiciese realidad.

2. El fusionismo político de Frank Meyer

Los pocos conocedores actuales de la obra de Meyer usan siempre el concepto de fusionismo, término que él rechazaba, para caracterizar su pensamiento político. El fusionismo (Pasour, 2006; Bottum, 2004; Gottfried, 1987) puede ser definido como el intento de superar las diferencias filosóficas entre las distintas corrientes del pensamiento conservador,[11] en especial las que existen entre los conservadores tradicionalistas y los libertarios.[12] Simplificando un poco, podemos decir que los primeros fundamentan sobre una base religiosa y moral la búsqueda de la virtud, fin último para ellos de la vida social.[13] El Estado, que no es idolatrado por estos autores pero tampoco rechazado, debe jugar un papel activo en la promoción de esta virtud (English, 1956). El tradicionalista otorga también un importante papel a la familia, la comunidad y a los cuerpos intermedios de la sociedad civil como elementos establecedores de la moral social, al tiempo que defiende las virtudes tradicionales de jerarquía, autoridad y honor (Harrigan, 1992). Aceptan y defienden la propiedad privada pero desconfían del capitalismo y de la sociedad de mercado porque pueden tener un efecto disolvente sobre tradiciones y comunidades. Defienden, pues, normativamente un modelo social de base religiosa judeocristiana, que el Estado y los entes intermedios se encargarán de implementar.[14]

Los eternos rivales de los tradicionalistas son los libertarios, denominación que en América designa a lo que en Europa se denomina liberalismo clásico o liberalismo manchesteriano. Su rasgo esencial consiste en que no hacen diferencia entre libertad económica y política y, por tanto, enfatizan en su programa el liberalismo económico y la crítica al intervencionismo económico del Estado.[15] Son feroces críticos del Estado, aunque en diferente grado, oscilando entre las propuestas de un Estado reducido y el anarquismo individualista, y de sus concreciones como el militarismo o el Estado de bienestar, al que ven como el gran caballo de Troya del estatismo en la vida social. Filosóficamente son racionalistas y su principal valor no es la virtud sino la libertad y no tienen en gran estima a la tradición ni defienden un sentido fuerte, en el sentido de coercitivo, de la comunidad, aunque la prefieren al Estado.

Por su parte el fusionismo, o centrismo como lo define Stanton Evans (Stanton Evans, 1960, 1971), autor simpático a la idea, pretende no sintetizar, pues no es posible transaccionar principios, sino tomar los elementos comunes de ambas tradiciones para elaborar un programa común partiendo de los principios que ambas tradiciones comparten. Este fue durante toda su vida el propósito de Meyer, quien concretó estos principios comunes en (Meyer, 1964a, 1996):

  1. La creencia en la existencia de un orden moral objetivo, esto es, la existencia de estándares inmutables por los cuales juzgar la conducta humana. Los valores sobre los que se funda la izquierda para juzgar valores son contingentes y carentes de valor. Ni la democracia, que usa como criterio de valor las preferencias de la mitad más uno de los electores, ni el progreso, que santifica la dirección que la marcha de los asuntos ha tomado históricamente, pueden servir como bases estables para establecer unos pilares sólidos de la vida en sociedad.
  2. La idea de que la persona humana debe ser el centro necesario del pensamiento político y social. Meyer rechaza la primacía de entes colectivos como el pueblo, las minorías o las naciones, carentes de existencia real fuera de las personas y que es propia del lenguaje de las izquierdas. En su crítica se incluyen las comunidades como entes orgánicos coercitivos, no como fuente de relaciones sociales interpenetradas y libres.
  3. El disgusto por el uso del poder arbitrario del Estado para imponer valores morales sobre los seres humanos. Hay consenso entre los conservadores, si bien hay diferencias de grado entre ellos, en que el excesivo poder del Estado es peligroso y debe ser limitado y sujeto a contrapesos.
  4. La crítica a la planificación de la vida humana y a la idea de que los individuos son unidades sin rostro que pueden ser dirigidas y ordenadas de acuerdo con los designios del planificador social. Meyer destaca aquí la importancia del sistema de libre empresa como principio fundamental para garantizar la libertad de las personas de desarrollar sus propios planes vitales.
  5. La devoción a los principios conformadores de la sociedad occidental y sus instituciones políticas, parlamentos, elecciones libres y constitucionalismo frente al mesianismo comunista. El anticomunismo es si cabe uno de los principales nexos de unión de los conservadores norteamericanos, y como veremos más adelante una de las ideas recurrentes de Frank Meyer.

Por otra parte, el fusionismo como tal no es una idea exclusiva de Meyer, aunque este fuese su principal impulsor. Otros autores norteamericanos como John Chamberlain (Chamberlain, 1996), Stanton Evans, Richard Weaver (Weaver, 1948) o John East (East, 1986)[16] simpatizan también con la idea en términos semejantes a los de Meyer. Sin embargo, el otro gran pensador fusionista, Wilhelm Röpke, no es norteamericano sino europeo. Röpke, como Meyer, también elaboró (Röpke, 1947, 1950) un programa de síntesis entre conservadores y libertarios, denominado tercera vía (Molina Cano, 2001; Boarman, 2000)[17] enfatizando en la defensa de la comunidad tradicional y en un capitalismo de rostro humano, pero capitalista en definitiva. Reclamaba, y esto es una buena prueba de su libertarismo económico, un Estado lo suficientemente fuerte como para resistir las presiones intervencionistas de los grupos de interés, esto es un Estado lo suficientemente fuerte como para garantizar el verdadero libre mercado, no el corporativismo.

Sin embargo, todo el éxito que Meyer tuvo como activista político en el sentido de que sus ideas se incorporasen a los programas políticos conservadores (el programa de Goldwater en 1964 o el de Ronald Reagan recogen muchos de sus planteamientos) no lo tuvo en el ámbito académico. Meyer recibió feroces críticas tanto desde el tradicionalismo como desde ámbitos libertarios, que tuvo que afrontar casi en solitario,[18] como se puede ver en la compilación de Carey (Carey, 1998). Autores como Russell Kirk, Brent Bozell o el Padre Parry (Parry, 1961) critican su idea de que la virtud no puede ser impuesta coercitivamente desde el Estado,[19] defendiendo la idea de un Estado impulsor de la moral, la tradición y la virtud. Desde ámbitos libertarios autores como Rothbard (Rothbard, 2000), Hamowy (1964) o más recientemente O’Neil (O`Neil, 2000) le critican su visión excesivamente conservadora, interrogándole acerca de cuál es su criterio para determinar lo que debe o no ser conservado y negando, por tanto, la posibilidad de cualquier tipo de fusión entre las dos corrientes conservadoras. Meyer, sin embargo, respondió a todos estos ataques defendiendo su idea de compaginar libertad y virtud, con su repetida idea de libertad dentro de la virtud, que compagina una visión filosóficamente normativa de lo que debe ser la virtud con la libertad del individuo para alcanzarla, pues de un acto que no es libre no se puede predicar que es virtuoso.

3. Las ideas libertarias de Frank S. Meyer.

En realidad y a pesar de sus proclamas centristas y fusionistas, Meyer es un pensador libertario,[20] un libertario “tullido” o “cojo” si se quiere (Rothbard, 1981), pero inclinado casi siempre hacia el ala libertaria más que hacia la tradicionalista, como se puede comprobar al analizar sus opiniones a respecto de temas de política pública y de regulación estatal, expuestas casi todas ellas en los ensayos (que citaremos en el texto por su título) recogidos en su extenso libro (Meyer, 1969) The Conservative Mainstream.

En primer lugar, la postura de Meyer acerca del Estado es claramente la de un libertario minarquista, a lo Nozick o Mises, yendo incluso más allá que Hayek, pues no reconoce al Estado ni la función de realizar obras públicas ni la de asistencia social, pero sin llegar al completo anarquismo a lo Rothbard o Hoppe. En su ensayo “Why Freedom” Meyer expone de forma sucinta su posición sobre el Estado, para él una institución necesaria en la medida en que mantiene la libertad y resuelve conflictos, estableciendo que las funciones legítimas del mismo son tres y sólo tres, defensa, mantenimiento del orden interno y administración de justicia, requiriendo el ejercicio de cualquier otra función a una peligrosa concentración de poder. Aún para el ejercicio de estas mínimas funciones, recomienda Meyer una estricta división de poderes tanto a nivel horizontal como vertical, como se expone en su ensayo “The separation of powers”,[21] entre los distintos poderes territoriales. Todas las demás funciones susceptibles de apropiación estatal pueden ser llevadas a cabo por los individuos a través de asociaciones y acuerdos libres entre ellos, no siendo, por tanto, necesario el concurso del Estado para su realización.

En segundo lugar, el libertarismo de Meyer se expresa en su dura crítica del utilitarismo, como doctrina que privilegia el bienestar y el interés del colectivo o de la mayoría sobre las legítimas aspiraciones el individuo. Meyer aquí hace profesión de iusnaturalismo, reclamando la existencia de derechos inalienables para las personas no subordinables a los intereses del resto o la mayoría de la colectividad. En este punto se adhiere a la tradición lockeana de derechos naturales, que fructificaría más adelante en pensadores libertarios como Murray Rothbard.

En tercer lugar, es libertaria la postura crítica que manifiesta Meyer a respecto de la educación pública norteamericana,[22] practicada además con el ejemplo, pues Meyer se negó a que sus hijos asistiesen a la escuela, para que no fuesen adoctrinados en valores estatistas, educándolos él y su mujer en su apartada casa rural.[23] Meyer era un feroz opositor a la escolarización obligatoria y los principios educativos imperantes en Norteamérica, de inspiración deweyana, por entender que eran fuente de valores estatistas y promotoras de igualitarismo absurdo, al considerar a los alumnos como seres sin rostro que pueden ser educados todos por igual. Es muy crítico también en el olvido de la enseñanza de los autores clásicos en las escuelas y su sustitución por las enseñanzas técnicas, tal y como proponían los fundadores de la escuela progresista, Dewey y Horace Mann.

Si a esto se le suma su defensa de un orden liberal fundado en la propiedad privada y el mercado libre y su postura de racional desconfianza del populismo democrático combinada con durísimas críticas a la élite corporativa de los negocios que busca controlar a su favor las políticas económicas, nos encontramos con el prototipo de libertario norteamericano contemporáneo. Sólo en un punto discrepa abiertamente de sus compañeros y es, como ahora veremos, en la cuestión del anticomunismo y de la política exterior norteamericana.

4. Conclusión: el anticomunismo de Frank Meyer

A la hora de definir el pensamiento político de Meyer podríamos dudar entre considerarlo un libertario, que como consecuencia de su antiestatismo es anticomunista, o bien como un anticomunista que encuentra en el pensamiento libertario las ideas más eficaces para combatir al comunismo. Nos inclinamos por esta última postura, dada la influencia que en su vida y pensamiento tuvo el haber pertenecido en su juventud al partido comunista y al hecho de que sus diferencias con los libertarios son precisamente sobre el modo de abordar el problema del comunismo. Su primer libro, The Moulding of the Communists (Meyer, 1961) es una feroz crítica al modo en que los partidos comunistas anulan la personalidad de sus afiliados sometiéndola a las directrices de sus dirigentes, y una denuncia de la deshumanización de estas organizaciones. Es todo un síntoma de lo dicho que fuese un libro muy alabado en círculos conservadores, y que las críticas más duras, fuera, claro está, del ámbito de la izquierda, fuesen escritas por libertarios como Rothbard (Rothbard, 1967). Lo de menos es el contenido de la crítica, centrada en que las organizaciones comunistas no fuesen las únicas en moldear el cerebro de sus miembros, dado que es algo característico de las modernas organizaciones complejas, sino el hecho de manifestar cosmovisiones distintas sobre el tema del tratamiento del problema comunista. Por ejemplo, Meyer defendió a McCarthy en su persecución de los comunistas mientras que los libertarios lo consideraban un atentado a las libertades individuales. Meyer proponía una política exterior activa contra el comunismo y defendió hasta el fin la postura belicista del gobierno norteamericano durante la guerra de Vietnam, mientras que los libertarios, herederos de la tradición aislacionista de la derecha vieja norteamericana (Bastos Boubeta, 2005; Raimondo, 1993) se opusieron ferozmente a tal guerra.[24] De hecho, el único artículo en el que se enfrenta abiertamente a los libertarios, “Libertarianism or libertinism”[25] (en el que, por cierto, entra en contradicción manifiesta con el resto de su obra, al defender valores morales imperativos impuestos desde el poder político) se centra en criticar la postura no intervencionista de los libertarios en la guerra de Vietnam, acusándolos de renunciar a la defensa de la civilización occidental amenazada por el peligro comunista. Meyer defendía una postura bélicamente activa contra el comunismo, llegando a criticar a las administraciones de Johnson y de Nixon por su cobardía en renunciar al uso, si fuese pertinente, del arma nuclear contra el totalitarismo comunista. Los libertarios, por su parte, apostaban por la coexistencia pacífica con el comunismo y por el uso de armas intelectuales y de la persuasión contra tal amenaza. Puede decirse, por consiguiente, que el ánimo de Meyer era el combate en todos los frentes contra el comunismo, sin que le importase en este aspecto entrar en contradicción con sus principios antiestatistas y libertarios.

A pesar de esto, Meyer tuvo mucho más predicamento en círculos libertarios, con quien tuvo siempre relaciones personales cordiales y donde fue siempre respetado, que en círculos conservadores, donde se encontraba más incómodo y de donde le llegaban las críticas más duras.[26] De hecho, es en su territorio donde más es echado en falta, donde es reivindicado hoy día[27] y donde edificó su hogar.


El artículo original se encuentra aquí.


Notas

[1] Para una visión general de los orígenes intelectuales del reaganismo son interesantes los trabajos de Hoeveler (Hoeveler, 1990, 1998) y de Bradford (Bradford, 1982).

[2] Una magnífica descripción del ambiente intelectual y de la organización de la derecha norteamericana en esos años puede encontrarse en la monumental obra de George Nash, La rebelión conservadora en Estados Unidos (Nash, 1987).

[3] Un buen ejemplo de dichas críticas puede encontrarse en el artículo de Chapman (Chapman, 1960) en el cual se pueden encontrar todas las críticas (autoritarismo, personalidad desviada, etc.) que se le hacían a los conservadores de la época. Un libro autoconsiderado conservador como el de Rossiter (Rossiter, 1982) no ahorra críticas a estos conservadores reclamando una mayor moderación de los mismos y una aproximación al consenso liberal de la época. El apelativo de ultraconservador o radical aplicado a estos autores es lugar común en el libro.

[4] Sólo existe traducción al español de un pequeño, hoy irrelevante, ensayo sobre la orientación de la política exterior norteamericana en un volumen colectivo.

[5] La principal referencia para el conocimiento de la vida de Frank Meyer es la magnífica biografía escrita por Kevin Smant, titulada Principles and Heresies (Smant, 2002) en honor del nombre de la columna que Meyer escribía con regularidad en la National Review.

[6] Al final de su vida se acercaría de nuevo al catolicismo convirtiéndose poco antes de morir. Meyer fue agnóstico durante buena parte de su vida, aunque poco a poco fue acercándose al cristianismo. Su principal discrepancia con la Iglesia Católica era la postura de la Iglesia sobre el suicidio. Trágicamente, su esposa Elsie Bown, también una antigua comunista reconvertida al conservadurismo y al catolicismo se suicidó algunos años después de la muerte de Frank (Wills, 1979: 38-48).

[7] Meyer, según nos cuenta Smant (Smant, 2002), alteró sus hábitos de vida por temor a represalias de sus antiguos camaradas hasta el punto de alterar sus hábitos de sueño, durmiendo de día y trabajando de noche. Incluso llegó a teorizar medio en broma sobre las virtudes de vivir de noche. En esto coincidía con su amigo y oponente Murray Rothbard quien también prefería vivir de noche.

[8] Reconoció siempre como sus principales influencias intelectuales los libros de Hayek, en especial Camino de Servidumbre, y del pensador conservador Richard Weaver, destacadamente Ideas Have Consequences. A este último autor llegó a dedicarle un ensayo (Meyer, 1970).

[9] Además de sus libros políticos publicó al fin de su vida una recopilación de las principales baladas heroicas anglosajonas.

[10] A él no le gustaba nada el concepto de ciencia política, que asociaba a los tan denostados por él behavioristas, sino que prefería hablar de teoría o filosofía política. En la sección de filosofía política, estaba asociado a la American Political Science Association.

[11] Un estudio de las distintas tradiciones conservadoras norteamericanas puede encontrarse en Lora, 1971.

[12] Un magnífico relato del debate entre tradicionalistas y libertarios se halla en la monumental historia del conservadurismo norteamericano de George Nash (Nash, 1987). Hay mucha información también en la historia del conservadurismo norteamericano de Leoni (Leoni, 1973), aunque es un libro no muy profundo teóricamente. George Carey recopiló los principales textos de este debate en su Freedom and Virtue (Carey, 1998). Son interesantes así mismo los trabajos de síntesis de Rothbard (Rothbard, 1964) y Kuehnelt-Leddihn (Kuehnelt-Leddihn, 1955) y, por supuesto, la compilación sobre el tema de Meyer (Meyer, 1964).

[13] Una excelente introducción teórica a la filosofía y valores de los conservadores tradicionalistas puede encontrarse en Harbour, 1985.

[14] Podemos destacar en el intento de sintetizar esta postura, aunque hay que tener en cuenta que dentro de la misma, al igual que ocurre con el resto, existen muchas diferencias, tres libros traducidos al castellano: el de Peter Viereck (Viereck, 1959) Conservadorismo, el de Kirk (Kirk, 1957) Un programa para conservadores y el de Robert Nisbet (Nisbet, 1986), Conservadurismo.

[15] Un ejemplo de lo dicho se encuentra en la obra del nobel austriaco residente en los Estados Unidos, Friedrich Hayek, quien en su Camino de Servidumbre (Hayek, 1978) defiende la tesis de que sin propiedad privada y libre empresa no se puede concebir una sociedad libre. Una feroz crítica al intervencionismo puede verse en la obra de Ludwig von Mises, otro austríaco residente en América, en especial en su Crítica del Intervencionismo (Mises, 2001). La postura anarquista individualista está bien reflejada en la obra de Murray Rothbard Hacia una nueva libertad (Rothbard, 2006).

[16] En este libro se estudian con detenimiento, junto con el de entre otros autores, el pensamiento de Weaver y de Meyer.

[17] El trabajo de Jerónimo Molina es espléndido y enlaza magistralmente el pensamiento de Röpke con la tradición austriaca y con el realismo político, siendo una referencia imprescindible para el estudio de este autor, poco conocido entre nosotros. Sin embargo, en nuestra opinión, confunde en ocasiones a Röpke como defensor de una tercera vía entre capitalismo y colectivismo (p. 51), cuando a nuestro entender lo es entre el liberalismo económico y el conservadurismo clásico, más comunitario y menos librecambista. Por lo demás, es un ejemplo de lo que debe ser un buen trabajo académico. Boarman se cuida, en cambio, de distinguir a Röpke de otras terceras vías como la sueca o de las propuestas por socialdemócratas reconvertidos como Anthony Giddens.

[18] Una bibliografía completa de sus polémicas puede verse en (Dennis, 1996).

[19] Véase su ensayo “Freedom, tradition, conservatism” publicado en (Meyer, 1964).

[20] Como libertario era, en el fondo, con todos los matices que se quieran, Wilhelm Röpke, el otro gran fusionista. La lectura de Röpke muestra casi siempre la misma línea argumental. Primero critica algún aspecto de la vida social desde posiciones aparentemente izquierdistas y cuando parece que va a formular alguna propuesta intervencionista para corregirla nos sorprende achacando el mal a la falta de mercado y reclamando por tanto soluciones liberales.

[21] En este ensayo Meyer, siguiendo a Wittfogel, considera a la edad media como una de las épocas más libres de la historia occidental, precisamente por su compleja división de poderes. Lo mismo afirman E. L. Jones (Jones, 1990) y Baechler (1976).

[22] Véase su ensayo “Deweyism in American Education” recogido en Meyer, 1969.

[23] Sus hijos fueron educados en la lectura de los clásicos del pensamiento occidental. Los dos pudieron acceder sin problemas, gracias a su esmeradísima educación, a universidades de élite norteamericanas.

[24] Eso sí, Meyer, como buen libertario, se opuso a recurrir a la recluta forzosa para enviar soldados al Vietnam.

[25] Recogido en Meyer, 1996, pp. 183-186.

[26] Son legendarios en el círculo de la National Review sus enfrentamientos con Russell Kira o con uno de los padres intelectuales del moderno neoconservadurismo, James Burnham, otro ex comunista devenido en conservador.

[27] Es en páginas libertarias como LewRockwell.com o Antiwar.com donde se encuentran trabajos que reivindican o discuten su obra a día de hoy. En círculos conservadores está prácticamente olvidado y los programas de la derecha actual, superado el reaganismo, no parecen tener para nada en cuenta sus ideas.


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