Respuesta católica libertaria a los católicos tradicionalistas

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Sí se puede ser católico romano y libertario. Ambas cosas son oficialmente compatibles desde que el Concilio Vaticano II decreta la Dignitatis humanae (1965) admitiendo los principios de las libertades civiles, y con la Centesimus annus (1991) admitiendo la libertad económica. La libertad civil y la libertad económica son componentes del libertarismo.

En Dignitatis humanae (2) los Padres Conciliares definen la libertad en términos iguales o al menos muy cercanos al principio de no agresión de la ética libertaria. Si bien no decimos con esto que el documento conciliar sea un manifiesto libertario ni que la Iglesia oficialmente haya llegado a admitir todas las consecuencias lógicas de su propio concepto de libertad, sí podemos decir que la idea de libertad del Concilio Vaticano II es un buen punto de coincidencia.

Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil.

Mientras que Juan Pablo II en Centesimus annus (42), pese a todas las divagaciones previas en el documento por desconocimiento de una sólida teoría económica y jurídica de la libertad de mercado y su terminología (aplicamos aquí el principio de caridad dado que el papa en cuestión no era especialista en estos temas), finalmente se responde así mismo sobre el capitalismo de libre mercado con una respuesta digna de la filosofía moral libertaria, que plantea una ley moral de igual libertad para todos los individuos, donde la libertad de mercado es una expresión de la ética de la libertad, emana de esta, no se debe separar de esta, puesto que para el libertario, la libertad es una sola, civil y económica:

Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.

Breve explicación del ‘tradicionalismo’ o cogobierno político de la Iglesia

Este mensaje es una respuesta breve a los constantes intentos de desprestigio a los católicos libertarios por parte de los llamados «católicos tradicionalistas», los llamaremos así en tanto católicos seguidores del tradicionalismo en política, por lo que también podríamos llamarlos «tradicionalistas católicos». Con estos nombres agruparemos aquí a todos los grupos político-religiosos reaccionarios e integristas que rechazan la separación de la Iglesia y el Estado de las reformas laicistas de los siglos XIX y XX y en contraste abogan por restaurar lo que ellos llaman gobierno o monarquía ‘tradicional’ —de ahí el nombre ‘tradicionalismo’, filosofía política que reclama el catolicismo como religión oficial y única del Estado, no como mero gesto simbólico, sino para entregarle a la Iglesia católica la función política de colegisladora del Estado y la dirección de una policía político-religiosa del pensamiento o Inquisición—, quienes se reclaman herederos legítimos del catolicismo con sede en Roma pero paradójicamente rechazan tácita o expresamente el Concilio Vaticano II que expulsó el tradicionalismo/integrismo de la enseñanza oficial de la Iglesia en 1965. En resumen, los tradicionalistas católicos son grupos cada vez más marginales que pretenden reestablecer un monopolio religioso o un cogobierno político de la Iglesia que acabe con el laicismo y la libertad de la fe.

Existen distintas variantes, unas más centradas en política (tradicionalismo o reaccionarismo católico, la que nos interesa tratar aquí) y otras más en liturgia (lo que aquí llamaremos tridentinismo para evitar confusiones dado que ellos suelen ser llamados «católicos tradicionalistas», aunque no nos referiremos a este grupo en este texto), pero de un modo u otro pese a que no son necesariamente lo mismo por definición, en la práctica no es raro observar más de una vez que se solapen las mismas personas tradicionalistas de política reaccionaria con tridentinistas litúrgicos, o que al menos unan fuerzas en sus minúsculos clubes o redes sociales contra su odiado Concilio Vaticano II.

Quizás alguno los conozca en redes sociales por su eslogan contrario a la enseñanza presente de la Iglesia, «el liberalismo es pecado», donde la expresión «liberalismo» significa particularmente laicismo o libertad religiosa para que cada persona pueda profesar una fe de acuerdo a la propia consciencia. Si te preguntabas qué se esconde detrás de esa frase, es algo tan tiránico y anticristiano como eso. La fe (algo tan individual), a los católicos tradicionalistas, no les importa tanto como que la religión (su interpretación cismática, no oficial, y no enmendada del catolicismo) sea obligatoria y monopólica.

El ‘tradicionalismo’ (ahora) es pecado

Antes que nada, los «tradicionalistas», antes de querer dar lecciones de muy católicos, de muy obedientes a la Iglesia, de muy santos, o verdaderos, resuelvan su principal problema: la legitimidad. Para la Iglesia católica son oficialmente cismáticos o están con un pie en el cisma. Un católico romano fiel a enseñanzas católicas romanas no puede seguir el «tradicionalismo» católico, puesto que este rechaza la reforma oficial de la Iglesia de 1965, el Concilio Vaticano II. Las ideas tradicionalistas (al menos como hemos definido aquí el término para referirnos a los integristas modernos) son manifestaciones religioso-políticas que ya no son admitidas por la Iglesia.
 
La Iglesia católica hace las paces (¡con documentos oficiales!, formulados por verdaderos teólogos) con el liberalismo político en 1965, y en 1991, más específicamente, con el liberalismo económico. Los tradicionalistas deberían ser más claros en decirle a la gente que no representan al catolicismo romano oficial, sino a tendencias cismáticas y no oficiales.

¿Con qué autoridad unos cismáticos o cuasi-cismáticos pueden exigirle al resto de la población que obedezca a la Iglesia como autoridad política (que eso es lo que los tradicionalistas buscan) si ni ellos pueden obedecerla como autoridad espiritual?

No se puede ser tradicionalista (antilaicista) y afirmar que el ‘liberalismo’ es pecado (‘liberalismo’ es el nombre con que los documentos de la Iglesia católica identificaban al laicismo) y a la vez decir que se admiten los documentos papales donde el ‘liberalismo’ (el laicismo) es la nueva política oficial de la Iglesia. Antes de 1965 podrá haber sido lo que fuese, pero hoy el tradicionalismo es pecado. Negar que la Iglesia puede modificar sus doctrinas (en especial las que no atañen a asuntos espirituales) es no creer que la Iglesia está inspirada por el Espíritu Santo —que también se manifiesta en la consciencia de cada creyente, en tanto la Iglesia no es sólo el clero católico, sino la comunión de los santos, es decir, la unión espiritual de todos los cristianos— y no entender en absoluto lo que significa la Tradición, que los ‘tradicionalistas’ equivocadamente creen que es reverenciar las formas y orientación política que tomó la Iglesia en un determinado momento. Los fariseos tradicionalistas tienen un pie en la herejía malinterpretando qué es la Tradición mientras malgastan su vida buscando herejes y herejías (algunas de ellas imaginarias).

Dei Verbum (8), también del Concilio Vaticano II, explica los cambios en la Tradición, refutando la forma en que los tradicionalistas interpretan como vigentes encíclicas previas y contradictorias al espíritu de este Concilio que transformó profundamente la Iglesia:

Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.

Otro asunto muy común cuando se trata este tema es la tergiversación del argumento católico libertario. Las encíclicas mencionadas muestran la apertura al liberalismo civil en 1965 y al económico en 1991; por ello, desde el primer párrafo usamos el verbo admitir y no usamos el verbo promover.

La tergiversación de mala fe que suelen hacer los católicos tradicionalistas o reaccionarios contra los católicos libertarios es que cuando se indica que los documentos pontificios admiten liberalismo civil y económico ellos mienten usando una falsa acusación (no hay otro modo en que pueda explicarse la insistencia en un argumento tan malo) diciendo que el católico libertario «afirma falsamente que son documentos promocionales» de su doctrina política.

Por supuesto que no son documentos promocionales del libertarismo, como no lo son de ninguna tendencia política, y mucho menos de las ideas en materia civil y económica de cogobierno político de la Iglesia que forman parte de las ideas políticas del tradicionalismo reaccionario, que comparten muchos de los católicos tradicionalistas. En particular, la encíclica de 1965 es absolutamente incompatible con el credo político reaccionario de cogobierno político de la Iglesia, y es notoria su inspiración liberal en materia civil. Así mismo, la encíclica de 1991, admitiendo el liberalismo económico o capitalismo de libre empresa, ciertamente no lo promociona —aunque es notorio el reconocimiento de su superioridad para resolver problemas sociales— como tampoco promociona modelos de gestión económica deprimentes como el distributismo o algún feudalismo agrícola del gusto de las ensoñaciones en materia económica de algunos sectores católicos tradicionalistas o reaccionarios que conducirían a las sociedades a ser más pobres.

Aclaraciones

Nota 1: Con esto no decimos que sólo el católico es el verdadero libertario o que sólo el libertario es verdadero católico. Solamente decimos que no hay ningún problema con ser ambas cosas.

Nota 2: Ser católico y libertario no significa ser conservador, cuidado con esa confusión. El conservador es un estatista que quiere usar la ley para imponer sus creencias, el libertario es antiestatista. Un católico libertario deja los asuntos de fe a la consciencia, no a la ley civil. Un católico libertario es un genuino laicista (distinción entre fe personal y ley civil, separación entre Iglesia y Estado) y entiende el laicismo como la verdadera comprensión de la ética política cristiana.

Nota 3: En este texto nos referimos como católicos a los católicos romanos, sin embargo, sabemos que tanto las iglesias ortodoxas/orientales como las iglesias anglicanas/episcopales, y algunas iglesias luteranas son también católicas. Simplificamos por motivos de comunicación.

Nota 4: Las encíclicas, al usar términos políticos o de economía, pueden hacerlo en un sentido amplio, difuso y no de forma específica y precisa como lo harían textos especializados en sus respectivas materias de conocimiento. Las encíclicas no son tratados especializados en filosofía política ni jurídica, ni en teoría económica ni política económica, sino que son obras de orientación espiritual para el católico.

Nota 5: Para los católicos que quieran conocer por cuenta propia más sobre la tradición intelectual del catolicismo liberal, les damos los siguientes nombres ilustres: Tocqueville, Acton, el padre Hecker, el cardenal Newman, Montalembert, Lacordaire.

Para más información sobre la tradición del catolicismo liberal ver también:

  • https://institutoacton.org/quienes-somos/mision/
  • https://centrocovarrubias.org/cdc/quienes-somos/

Conclusión

Ahora lo saben amigos católicos, no están limitados a elegir entre el catolicismo cuasi-comunista de la «teología de la liberación» y el catolicismo cuasi-fascista (a escondidas) o estatista clerical del «tradicionalismo católico». Tienen la opción del catolicismo libertario (proveniente de la tradición del catolicismo liberal que fue la semilla filosófica —o una de las semillas— de la transformación oficial de la Iglesia en 1965), que debe ser más promovido entre el clero y los teólogos para que eduquen a los fieles. Continúen el espíritu de renovación del Concilio Vaticano II y encaminen a la Iglesia hacia más reformas basadas la ética de la libertad.

 
Comentarios papales a este post:
 
«Sin embargo, mientras tanto, incluso la edad moderna había evolucionado. La gente se daba cuenta de que la Revolución americana había ofrecido un modelo de Estado moderno diverso del que fomentaban las tendencias radicales surgidas en la segunda fase de la Revolución francesa. Las ciencias naturales comenzaban a reflexionar, cada vez más claramente, sobre su propio límite, impuesto por su mismo método que, aunque realizaba cosas grandiosas, no era capaz de comprender la totalidad de la realidad.
 
Así, ambas partes [Iglesia y Modernidad] comenzaron a abrirse progresivamente la una a la otra. En el período entre las dos guerras mundiales, y más aún después de la segunda guerra mundial, hombres de Estado católicos habían demostrado que puede existir un Estado moderno laico, que no es neutro con respecto a los valores, sino que vive tomando de las grandes fuentes éticas abiertas por el cristianismo.»

«El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad

—Benedicto XVI.
 

Referencias

Dignitatis humanae

https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651207_dignitatis-humanae_sp.html

Dei Verbum

https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html

Centesimus annus

https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_01051991_centesimus-annus.html

A la Curia romana con motivo de las felicitaciones navideñas. 40 años de los decretos del Concilio Vaticano II

https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2005/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia.html