La contradicción anarcocomunista

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A lo largo de la historia del anarquismo moderno, que comienza en el siglo XIX, se ha  identificado al anarquismo con tendencias puramente colectivistas e izquierdistas, que abogan por la abolición de la propiedad privada. Esta identificación acerca de qué es el anarquismo es, a mi pesar, la más extendida entre la gente de a pie.

Sin embargo, históricamente, desde aproximadamente el mismo período de tiempo, o incluso de forma anterior, se desarrolló también el anarquismo individualista, el cual no gozó de tanta fama como su homólogo colectivista. Principalmente en los Estados Unidos se desarrolló el pensamiento anarcoindividualista, de la mano de pensadores como Lysander Spooner[1], Benjamin Tucker o Henry David Thoreau. No desarrollaron una filosofía política anarquista completa, por lo general se limitaron a demostrar la ilegitimidad del Estado y la autonomía del individuo frente al poder político.

En Europa, se desarrolló en menor medida este pensamiento individualista radical en gente como Max Stirner o en liberales franceses como Gustave de Molinari, primer anarcocapitalista,[2] o cuasi-anarquistas como Frédéric Bastiat. En el siglo XX, Murray Rothbard recuperaría el pensamiento de diversos anarcoindividualistas para formar su propia filosofía política: el anarquismo de propiedad privada o anarcocapitalismo.[3] Esta teoría sería un cruce del anarquismo individualista del siglo XIX con las ideas económicas liberales de la escuela austriaca de economía.

La contraposición entre anarquistas colectivistas e individualistas a la hora del debate suele acabar en una discusión acerca de cuál surgió primero. Este debate, además de improductivo, implica una perspectiva errónea por parte de ambas posturas. Independientemente de a qué postura perteneciera el primer o los primeros pensadores anarquistas, el debate acerca de si una postura autodenominada anarquista lo es realmente debe centrarse en los postulados filosóficos de tal teoría política, no en quién acuñó el término primero. Sería perfectamente posible que aquel que acuñase el término fuera en realidad inconsistente con lo que este significa.

Por lo tanto, en el siguiente artículo he decidido tratar de demostrar la contradicción que supone hablar de anarquismo y comunismo en una misma teoría filosófica, con independencia de consideraciones históricas. La idea de anarcocomunismo es contradictoria con la esencia del anarquismo, siendo un oxímoron, tal como hablar de una imposición voluntaria. El oxímoron anarcocomunista implica una contradicción entre el significado de las dos palabras que lo componen, siendo estas contrapuestas.

Más allá de lo que haya sido considerado históricamente como anarquismo, si la lógica demostrase que, pese a recibir tal nombre, los anarcocomunistas (o cualquier otro autodenominado anarquista)  no son anarquistas, no lo serían. Eso es lo que trataré de demostrar a continuación.

La idea de comunismo es imposible, como demostraremos, con la idea de la inexistencia de autoridad política. No puede haber comunismo y ausencia de poder político a la vez, pues para la existencia del comunismo, el poder político es una presuposición, ya que es este el que debe aplicar y mantener el sistema comunista. El comunismo es una forma de coacción, que no puede existir sin un aparato que la imponga.

Definiendo el poder político

Definimos poder político como aquel poder que lleva a cabo una redistribución general forzosa y sistemática contra un grupo definido de personas. La redistribución general forzosa es inherente a toda forma de poder político, ya que está en su misma esencia. Todo sistema que pueda describirse en el cual exista la autoridad política existirá también un nivel de redistribución y agresión.[4]

La naturaleza del poder político será siempre agresiva en tanto que no debe su existencia a una relación contractual, sino que esta autoridad debe ser impuesta (independientemente de que fuera una minoría o una mayoría la que legitimase el poder político). Para sostener su fuerza, el poder político debe llevar a cabo un expolio fiscal contra aquellos que se ven incluidos dentro del marco en que este opera, con el fin de, al menos, sostener su poder.[5] Normalmente este expolio fiscal tiene como fin supremo por parte de aquellos que lo conforman poder vivir de las rentas que extraen agresivamente de sus subyugados, pero no tendría por qué ser necesariamente así, no es esencial en lo que al poder político se refiere (aunque más que habitual). Incluso si existiera un gobierno en el cual los gobernantes obraran con toda buena voluntad, y sin ningún ánimo de lucro, el poder político seguiría siendo un yugo fiscal agresivo contra sus ciudadanos, y por tanto ilegítimo.

Este expolio fiscal implica necesariamente un grado de redistribución forzosa. El simple hecho de que B establezca un impuesto contra A significa que va a haber una redistribución no pactada de A hacia B. Un ladrón L lleva a cabo una redistribución de bienes de forma puntual contra un ciudadano C. Un simple ladrón no sería una forma de autoridad política. Un poder político debe hacer esta redistribución sistemática y general.

Dado que el poder político debe obviamente buscar extender su mandato en el tiempo, la redistribución por parte de este será sistemática. El poder político busca organizar de una determinada manera la sociedad, y por tanto, lleva a cabo la redistribución de manera que se adecúe al sistema que se quiere lograr.

En conclusión, hemos advertido las características esenciales del poder político. Para que este exista, deben cumplirse los siguientes requisitos:

P1. Debe ser agresivo, en tanto que suponga coacción o amenaza contra las personas y aquello que legítimamente poseen, suponiendo por tanto una redistribución forzosa.

P2. Debe ser sistemático, en tanto que esta agresión debe ser constante a lo largo del tiempo

P3. Derivado de P1 y P2, dado que la agresión debe darse de forma sistemática, es por tanto un sistema de redistribución general, aplicado a la totalidad[6] de los subyugados por este poder.

P4. Este poder político debe tratar de organizar la sociedad de una determinada  manera mediante P3.

Definiendo el anarquismo

Definiremos anarquismo como una doctrina que defiende la supresión del poder político en defensa de la autonomía y libertad del individuo. Puede entenderse por tanto como la negación de los puntos anteriores.

Dentro del anarquismo podemos encontrar una distinción entre la teoría anarquista a priori y a posteriori.[7] La teoría anarquista a priori sostiene que cualquier poder político concebible es ilegítimo, ya que hay algo en la misma esencia de este que hace que sea ilegítimo. Por el contrario, el anarquismo a posteriori sostiene que toda forma de autoridad política formulada hasta ahora es ilegítima, pero ello no significa que no pudiera existir una forma legítima de autoridad política, ya que la misma esencia de esta no implicaría ilegitimidad en sí.

El anarcocomunismo, en principio, se postularía como una forma de anarquismo a priori ya que defendería la ilegitimidad de cualquier tipo de poder de unos sobre otros, por el hecho de ser poder. Sin embargo, ahí mismo encontraremos la contradicción anarcocomunista, que legitimará la fuerza de unos sobre otros para evitar la apropiación no violenta y contractual, así como la autonomía del hombre.

Anarcocomunismo y autoridad política

Hemos definido poder político como un sistema de redistribución general forzosa y sistemática contra un grupo definido de personas, ahora relacionaremos esta idea contra el anarcocomunismo.

El anarcocomunismo formula la expropiación y abolición de la propiedad privada como forma de organización social, siendo sustituida por una organización colectiva. Esta idea es incompatible con la defensa del anarquismo.

La pregunta que lo demuestra es, en anarquía, ¿quién me lo va a impedir? Si es realmente un sistema anarquista, ¿quién me va a impedir vivir de la forma que a mí me parezca pacíficamente, aunque esta forma sea ajena al comunismo?

Una vez se diera la revolución anarcocomunista y esta triunfara, el sistema debería establecerse. Sin embargo, sería imposible que se estableciera de manera no forzosa. La apropiación no violenta y las relaciones contractuales entre individuos deberán ser impedidas, utilizando, por tanto, la fuerza o la amenaza de fuerza. Esto deberá darse de forma igual a toda la población.

En el anarcocomunismo, si un ciudadano X decide apropiarse de forma no violenta de una tierra sin dueño, deberá haber un órgano que impida esta apropiación. Si Z decide vender su mano de obra y hacer un trabajo para Y, deberá haber algún aparato que se encargue de que esto no suceda. Sin autoridad política sería imposible mantener la sociedad anarcocomunista, ya que de ser realmente anarquista, sus habitantes podrían mantener relaciones contractuales y llevar a cabo apropiaciones de tierras sin dueño sin que ningún órgano de poder lo prohibiera, y no sería entonces comunista. Si esta sociedad fuera anarquista, no podría ser comunista, ya que la gente podría simplemente abstenerse de vivir de la forma propuesta por los comunistas sin ningún tipo de represalia (mientras el estilo de vida que tomasen fuera pacífico y no agresivo).

El anarcocomunismo presupone una redistribución general forzosa, tal y como habíamos definido anteriormente, y una vez en anarquía, deberán impedir las formas de vida ajenas a su sistema, expropiando a los legítimos propietarios sistemáticamente, de forma que no pueda existir apropiación y por tanto propiedad privada y así mantener su sistema, propiciando así la creación de un nuevo poder político.

El anarcocomunista argumentará que el anarcocomunismo no necesita un poder político porque surge de la espontaneidad, es el fruto de la revolución. Sin embargo, si existe realmente anarquía, uno simplemente podría abstenerse de vivir de tal manera siempre y cuando no incurriera en agresiones contra otras personas.

Por tanto, para que el comunismo exista es necesaria la imposición de tal sistema, pero ello es contradictorio con la esencia del anarquismo, que con su negación de la legitimidad del poder político en favor de la libertad en su sentido más radical niega la legitimidad de la imposición de una forma de organización política determinada[8].

El anarcocomunismo es, por tanto, imposible sin un poder que imponga el comunismo:

P1. El anarquismo rechaza la agresión sistemática contra los individuos pacíficos.

P2. En anarquía, vivir de forma ajena al comunismo mediante relaciones contractuales no agresivas y apropiación de tierra sin dueño no constituye ninguna forma de agresión.

P3. El anarcocomunismo defiende la agresión sistemática contra individuos que llevan (o quieran llevar) vidas ajenas al comunismo mediante apropiación original y relaciones contractuales no agresivas.

Conclusión

En conclusión, tras lo expuesto, el argumento se puede establecer mediante las siguientes premisas:

P1. El anarquismo se basa en el rechazo al poder político

P2. La redistribución general forzosa sólo puede llevarse a cabo mediante la existencia de un poder político

P3. Los anarcocomunistas defienden la redistribución general forzosa

Conclusión: Los anarcocomunistas no son anarquistas ya que defienden la existencia de un poder político.

Estas premisas han sido justificadas a lo largo del artículo, y dado que la consecución lógica es correcta, la conclusión será verdadera.

El resultado general que podemos sacar de esto es que cualquier sistema que abogue por una agresión contra individuos que quieran llevar formas de vida pacíficas y por tanto no agresivas no puede ser anarquista, ya que necesitará de la existencia de un poder que impida esta forma de vida pacífica (esto es, un poder político, cuando hemos definido el anarquismo como la negación de este).

El anarcocomunismo no podrá ser anarquista, ya que en las mismas presuposiciones de lo que el anarcocomunismo significa, se halla una negación de aquello esencial del anarquismo. La defensa del poder político se encuentra así implícita en los postulados anarcocomunistas.

Poder político y comunismo irán siempre de la mano, es inconcebible formular el segundo sin el primero. La lógica demuestra que a pesar de hacerse llamar como tal, los anarcocomunistas no pueden ser, desde un punto de vista lógico, anarquistas. Sus postulados no son consistentes con la negación de la legitimidad de la autoridad política y por tanto su denominación como “anarquista”, independientemente de consideraciones históricas o populares, no es consistente filosóficamente con lo que realmente “anarquismo” significa, esto es, la idea de comunismo es incompatible con la negación de la legitimidad del poder político, ya que el aceptar la legitimación de este se haya en las presuposiciones de lo que el comunismo es.

Comunas anarcocomunistas en el anarquismo de propiedad privada

La única manera de formular el comunismo dentro del anarquismo sería dentro de un sistema anarquista natural, que no impusiese formas de vida a los ciudadanos. Pero esta sociedad anarquista no negaría el derecho de otros a vivir de forma no comunista. Es más, la comuna sería en realidad defendida por el derecho de propiedad. Solo de manera acorde al derecho de propiedad podría formularse una forma de vida comunista en anarquía.

Esta comuna no sería realmente comunista, precisamente porque como he apuntado el garante de la comuna sería la propiedad privada. Otra cuestión es si realmente esta comuna tiene algún tipo de probabilidad de éxito, cosa que considero altamente improbable. Los habitantes de tal comuna deberían ampararse en el derecho de propiedad para justificar su comuna, de manera que se les garantizase la legitimidad de esta.

Es por tanto, aunque no imposible, una forma curiosa por la cual el comunismo dentro del anarquismo podría tener cabida, y la única manera de escapar a la contradicción. Por desgracia, la mayoría de anarcocomunistas no estarían de acuerdo con simplemente vivir en su comuna, y querrán imponérsela a los demás. Al fin y al cabo, los anarcocomunistas no creen en la propiedad privada, y esta sería la única capaz de salvar el anarcocomunismo de la contradicción. Los anarcocomunistas deberían renunciar a la mayor parte de sus creencias filosóficas, tales como la ilegitimidad de la propiedad privada o la universalidad del comunismo para poder salvar su sistema (lo que parece ciertamente improbable).

Así, hemos planteado la única excepción posible a la contradicción anarcocomunista, que pasaría por aceptar la legitimidad de la propiedad privada en anarquía, pero sin renunciar dentro de su propiedad a una organización interna comunista. Los anarcocomunistas que optasen por esta opción para escapar a la contradicción pasarían así a ser anarquistas de propiedad privada, que internamente se organizarán como comunistas mediante la propiedad comunal. Como dije, no es mi intención examinar la viabilidad práctica de este sistema, o que posibilidades tiene de triunfar o no, el fin de este apartado es simplemente esclarecer cuál es la única forma teórica de eludir la contradicción.


Notas

[1] Su gran obra anarquista Sin Traición fue escrita en 1867

[2] Su obra La producción privada de defensa, primer escrito propiamente defensor de la anarquía de propiedad privada, fue publicado en 1849.

[3] Nombre acuñado en primera instancia por David Friedman en su The Machinery of Freedom, 1973

[4] Entendemos agresión como un ataque o amenaza de ataque contra un individuo y aquello que legítimamente le pertenezca: su cuerpo y todo aquello de lo que se haya apropiado pacíficamente, ya sea mediante la apropiación de un recurso u objeto sin dueño, o ya sea de forma contractual, de forma que se apropie de algo mediante un contrato o pacto voluntario.

[5] Puede haber excepciones. Por ejemplo, aquellos que colaboren de alguna manera con el poder político podrían verse exentos de tener que rendir cuentas fiscales ante este, pero estos casos serían la excepción que confirma la norma.

[6] O al menos, como apunté anteriormente, a una amplia mayoría.

[7] A. John Simmons, El anarquismo filosófico, p. 7.

[8] El crítico podría argumentar que por su parte, los anarquistas de propiedad privada buscan imponer también una forma de organización determinada. Sin embargo, esto no es del todo cierto, ya que la favorabilidad hacia el derecho de propiedad como absoluto no surge de la imposición, si no de encontrarse este a priori en las presuposiciones de la argumentación, y ser por tanto una conclusión libre de juicios de valor, tal como demuestra Hans-Hermann Hoppe con su ética de la argumentación, y que yo mismo desarrollé en mi ensayo «La autopropiedad y la ética de la argumentación». El anarquismo de propiedad privada se entiende por tanto como un sistema que surge de las consecuencias lógicas de la racionalidad humana desde los presupuestos de la argumentación, y que se rige por tanto por nada más que, en palabras del propio Hoppe, un orden natural, y no imposiciones o juicios de valor de individuos.