Gracias a Dios por el capitalismo

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¿No le ha pasado nunca que ha ido al supermercado por comida y ha comprado algo de lo que no se dio cuenta que tenía grandes cantidades en casa? Luego, cuando acaba llegando a casa con los alimentos, se da cuenta de que tiene más de eso de lo que podría comer antes de que se estropee.

Acabo de hacerlo. He comprado cuatro barras de pan en el mercado sin darme cuenta de que ya tenía dos en casa. Aunque me encanta el pan, pongo en duda mi capacidad de consumir seis barras antes de que se estropeen. Por desgracia, esto no es algo raro. Me suele pasar con mucha comida, incluyendo leche y fruta. Algunas semanas tengo que tirar litros de leche cortada que simplemente olvidé que tenía.

La rama materna de mi familia no siempre vivió cómodamente. Mis abuelos vivieron la Segunda república española (1931-1939), la Guerra Civil (1936-1939) y la dictadura de Francisco Franco. Eran tiempos de una pobreza inmensa y extendida. Esto fue especialmente cierto en la era de la posguerra, después de un millón de muertos y la desolación de buena parte del sector productivo de España.

Entre finales del 1939 y mediados de la década de 1950, España se vio restringida a una autarquía política y económica en una de las últimas dictaduras fascistas europeas, sin amistad ni con la Unión Soviética ni con las democracias occidentales. Durante esos tiempos, poca gente podía ni siquiera imaginar cómo sería una abundancia de pan. Tirar el pan se hubiera considerado un pecado.

La pobreza es una realidad existente. Hay cientos de miles de familias que ya se han elevado a un estilo de vida más confortable financieramente. Hay miles de personas en todo el mundo deseando vivir con los ingresos familiares estadounidenses medios, donde el pan es sólo una parte de los ingresos diarios en lugar del objetivo principal del día.

Existe una gran disparidad entre el nivel medio de vida de algunos países y el de otros. Aunque es cierto que el concepto de “nivel de vida” es subjetivo, está claro, sin embargo, que algunas sociedades son más pobres que otras. Pocos haitianos no preferirían vivir ahora mismo en Estados Unidos.

La dicotomía entre ricos y pobres se ha convertido en un asunto popular. Ha habido miles de libros, al menos cientos de conferencias mundiales y multitud de programas de caridad, todos dedicados a acabar con la pobreza en el mundo. Ha habido una gran movilización humana en los últimos años para intentar eliminar la dicotomía antes señalada. Por desgracia, la mayoría de los implicados han apuntado injustamente al capitalismo como fuente de todo el sufrimiento.

Hay muchos que ven realmente al capitalismo como un juego de suma cero en el que los occidentales se llevan injustamente cosas del Tercer Mundo. Mientras unos se hacen más ricos, lo hacen necesariamente a costa que quienes viven en países más pobres. También creen que la postura de Occidente de “liberalizar” muchas naciones del Tercer Mundo reduciendo barreras comerciales y el tamaño de los gobiernos ha restado importancia al concepto del estado de bienestar y ha desestabilizado las economías locales. En lugar de gobiernos pequeños, hay muchos que creen que los países extranjeros deberían desarrollar estados del bienestar a escala de los de Europa Occidental y América. Esas creencias se basan en suposiciones dudosas.

El capitalismo, en lugar de ser la fuente de la pobreza, es un proceso por el que los individuos acumulan riqueza. Los que busquen mejorar las condiciones de vida de la gente del Tercer Mundo deberían abrazar el capitalismo como método para lograr este objetivo. De hecho, sólo gracias al mercado y al intercambio voluntario algunos disfrutamos de la capacidad de desperdiciar pan mientras nos preocupamos de quienes no pueden hacerlo.

¿Qué pasa con el Primer Mundo que permite a sus ciudadanos esos lujos? Incluso los que ganan el salario mínimo pueden afirmar tener un estilo de vida más lujoso que las clases relativamente medias del Tercer Mundo. ¿Es la existencia de un extenso estado del bienestar? ¿O es simplemente buena suerte? En realidad, ninguna de ambas cosas.

Un trabajador fabril moderno se asombraría de las ganancias de un propietario de una fábrica hace sólo doscientos años. Basándose en la riqueza real y el poder de compra, pocos en el Primer Mundo preferirían el nivel de vida de un rey europeo en la Edad Media a sus ingresos y niveles de vida actuales. ¿Podríamos imaginarnos una vida sin computadoras, televisión o teléfonos móviles?

Igualmente, la mayoría de la gente estadounidense que vivía en las tres primeras décadas del siglo XX no podía permitirse el lujo de un automóvil. Hoy hay relativamente pocas familias que no puedan permitirse un coche. Aunque en la década de 1940 la televisión empezaba a entrar entre los electrodomésticos estadounidenses medios, hoy bromeamos sobre qué tipo de televisión ofrece mejor imagen.

No hay otro medio de aumentar la riqueza que acumular e invertir capital. La riqueza occidental es resultado de siglos de acumulación de capital. Es la consecuencia de cientos de años dedicados a la inversión, el desarrollo y la producción. Sólo por esta razón un ciudadano del Primer Mundo puede adquirir fácilmente un televisor, un automóvil o cualquier otro lujo, mientras que los que viven en el Tercer Mundo no pueden hacerlo.

Es un argumento similar al que expuso Ludwig von Mises en su artículo de agosto de 1963, “The Economic Role of Savings and Capital Goods”:

No hay otro método de hacer que aumenten los salarios que invertir más capital por trabajador. Más inversión de capital significa dar al trabajador herramientas más eficientes. Con la ayuda de mejores herramientas y máquinas, aumenta  la cantidad de los productos y su calidad mejora. Como consecuencia el empresario estará en posición de obtener de los consumidores más por lo que el empleado ha producido en una hora de trabajo, es capaz (y, por la competencia con otros empresarios, está forzado a) pagar un precio mayor por el trabajo del hombre.

No sólo un empleado más productivo disfruta de mayores salarios, sino que como se producen más bienes, se hacen más baratos en términos reales. Los salarios reales se refieren al poder de compra de los salarios nominales de los empleados o, en el caso más simple, el tipo de salario monetario divido por el nivel de precios. El nivel de precios, a su vez, se averigua dividiendo la demanda agregada de bienes de consumo por la oferta agregada de estos mismos bienes.

Imaginemos un solo bien de consumo, el aparato A, con una oferta de X y una demanda de Y (en términos monetarios). Para simplificar, el precio del aparato A pude averiguarse dividiendo Y por X (Y/X). Por ejemplo, digamos que la oferta del aparato A es 100 (X=100) y hay 1.000$ (Y=1.000$) para comprar esos 100 aparatos. Se deduce que el precio por el aparato A es de 1.000$ dividido por 100, o 10$.

Ahora el fabricante del aparato A ve una oportunidad de invertir en maquinaria que doblaría la producción del aparato A. Pide prestado capital acumulado, prometiendo devolver lo prestado además de un interés en un momento concreto del futuro y lo invierte en esta nueva maquinaria para sus trabajadores. La producción del aparato A se dobla, lo que significa que matemáticamente la oferta del producto ahora se representaría como 2X. Utilizando las cifras originales anteriores, esto significa que el nuevo precio por aparato A es 1.000$ dividido por 200 (2 x 100), o 5$.

Podemos ver ahora la relación entre la producción de un bien y el precio. Es verdad que no todas las inversiones significan aumentar la producción, pero a largo plazo podemos ver sin duda los efectos de una tendencia productiva. Todos los bienes en el mercado en competencia tienden a seguir esta tendencia, porque interesa a todos los empresarios aumentar la productividad. Las caídas en el precio de bienes concretos llevan con el tiempo a disminuciones en el nivel de precios general. En resumen, la acumulación de capital y la inversión llevan a una mayor productividad, que a su vez lleva a un aumento en los salarios reales mediante una disminución en el nivel de precios.

George Reisman hace exactamente esta observación en Capitalism:

Ahora, a la vista de una demanda no modificada de bienes de consumo, el doblar la oferta de bienes de consumo tiene el efecto de dividir por la mitad los precios de éstos y por tanto doblar el poder de compra de los niveles salariales monetarios no modificados.

Más adelante, Reisman escribe:

Un momento de reflexión nos muestra que la productividad del trabajo es con mucho el determinante más importante de los salarios reales, pues no tiene límite fijo. Puede aumentarse hasta cualquier nivel que sea capaz la mente humana de mejorar el equipo de capital por medio del cual se produce el trabajo.

Fue exactamente este proceso el que permitió un aumento gradual de los ingresos reales desde el nacimiento de los Estados Unidos hasta el día de hoy. También este proceso ha hecho a alguna gente mucho más rica que los ciudadanos de los países en los que nunca despegó este proceso de acumulación de capital, inversión y producción. Es exactamente este proceso el que los gobiernos del Tercer Mundo deben respetar si quieren que sus ciudadanos logren alguna vez un nivel de vida a la par con el del Primer Mundo.

Ese proceso no puede ser adoptado por un gobierno, pues no es una construcción artificial. La acumulación de capital, el intercambio y la inversión ocurren naturalmente. Aunque estas acciones muy a menudo se agrupan bajo el título de “capitalismo”, es importante advertir que el capitalismo no es sino los mecanismos de una sociedad voluntaria y una red de acciones humanas individuales. Así que, lejos de ser algo que un gobierno pueda adoptar, es un concepto que el gobierno debe respetar. Es algo innato en todas las sociedades, y así los gobiernos sólo pueden convertirse en cargas para esta red de acciones humanas que ocurren naturalmente.

La próxima vez que tire un litro de leche cortada por el desagüe o tire una barra de pan duro, recuerde que el capitalismo fue el que le permitió hacerlo. Igualmente, la próxima vez que se pregunte por qué desgracia alguna gente del mundo vive en condiciones horribles mientras que usted disfruta de lo que ellos no podrían siquiera comprender, recuerde que fue el capitalismo el que le permitió advertir la dicotomía. A pesar de la espuria reputación del capitalismo como precursor de pobreza, puedo decir justificadamente “Gracias a Dios por el capitalismo”.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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