Culto a la Carga

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Je sais moi de sorciers qui invoquent les jets
Dans la jungle de Nouvelle-Guinée.
Ils scrutent le zénith convoitent les guinées
Que leur rapporterait le pillage du fret.

Yo sé de hechiceros que invocan a los aviones
En la jungla de Nueva-Guinea
Ellos escrutan el cenit codiciando los guineas
Que les traerá el pillaje del frete.

Serge Gainsburg – Culto a la Carga.

En la jungla, hasta hace bien poco impenetrable, de Nueva Guinea y en las islas esparcidas por la Micronesia y la Melanesia, los nativos desarrollaron una religión a la cual los antropólogos han bautizado como Culto a la Carga. Este culto empezó durante el siglo XIX cuando los misioneros llegaron a la región. Confrontados con los objetos traídos de la civilización Occidental, y sin lograr entender cómo estos pudieron ser fabricados, los nativos se dedicaron a rituales mágicos para intentar obtener de los dioses los mismos favores. La práctica se volvió particularmente notoria tras la Segunda Guerra Mundial. Durante el conflicto, japoneses y norteamericanos utilizaron muchas de estas islas remotas como bases militares donde los aviones aterrizaban y repostaban. Grandes aviones de carga proveían estas bases de los materiales y alimentos necesarios para el mantenimiento de las operaciones militares. Desde entonces se han descubierto algunos casos de pistas desbravadas en la jungla donde los nativos construyeron, normalmente en madera, primitivas torres de control e, incluso, radios, auriculares y toda la parafernalia que estamos acostumbrados a ver en los aeropuertos. Para aumentar el realismo de la recreación, su comportamiento imitaba los gestos que habían visto hacer a los trabajadores aeroportuarios. La finalidad era atraer los grandes aviones que veían flotar en el cielo inmenso, invitándolos a aterrizar y entregar su carga, como habían visto suceder antes.1

Por muy retrasados que estos pueblos nos puedan parecer, ellos no actuaban de manera distinta a los demás seres humanos. De hecho, utilizaban la herramienta más importante que el hombre posee para sobrevivir e, incluso, prosperar – la Razón Humana. El Culto a la Carga es resultado de una facultad de la Razón – la determinación de relaciones de causa-efecto. Carl Menger empieza sus Principios de Economía Política con la frase: “Todas las cosas se hallan sujetas a la ley de causa y efecto”.2 Esta es, a todos efectos, la frase inaugural del pensamiento de la Escuela Austriaca. La facultad de inferir relaciones de causa-efecto, más que una característica de los seres humanos, es una condición sine qua non para que el hombre pueda actuar sobre su entorno. Ludwig von Mises, en su tratado sobre la acción humana dijo:

El hombre actúa porque es capaz de descubrir relaciones causales que provocan cambios y mutaciones en el universo […]. Sin causalidad ni regularidad fenomenológica no cabría ni el raciocinio ni la acción humana. Tal mundo sería un caos, en el cual vanamente el individuo se esforzaría por hallar orientación y guía. El ser humano incluso es incapaz de representarse semejante desorden universal.

En la Inglaterra de mediados del siglo XVII, hubo un movimiento que propuso una aplicación más severa de las leyes contra la usura. Durante la Edad Media, los escolásticos discutieron el pecado de la usura dando lugar a preceptos morales, unos reduciendo otros ampliando el concepto de usura. La transformación de estos preceptos morales en legislación económica sólo necesitó del resurgimiento de gobiernos dispuestos a regular la esfera moral de los individuos, algo que, desgraciadamente, ha sido más la constante que la excepción en la Historia. Tradicionalmente, las leyes sobre la usura no permitían cobrar un interés superior al 10%.3

De vuelta a la Inglaterra de mediados del siglo XVII, dos Culpeper, padre e hijo, fueron los principales instigadores de leyes que redujesen el interés a partir del cual un préstamo se pudiera considerar usura. Más allá de la argumentación moral,4 el argumento económico era el de que Holanda se encontraba en mejor situación económica porque el tipo de interés era ahí más bajo. Por mucho que sus adversarios políticos les contestaran, y si bien los bajos tipos de interés en Holanda eran la consecuencia y no la causa de mayor abundancia de capital, el tipo de interés máximo aplicable por ley bajó paulatinamente de 10% a 6%. Sólo cuando los defensores de ampliar el concepto de usura intentaron bajarlos al 4% fue la oposición capaz de impedirlo por la mano de John Locke que vino a ser reconocido como uno de los padres del Liberalismo.5 Sin embargo, esta reducción del tipo de interés no se logró recurriendo a políticas monetarias expansionistas del banco central. Habría de esperar más de medio siglo para que eso sucediera. Todo lo que se hizo fue decretar un límite a partir del cual estaba prohibido prestar. El mercado negro aseguró que el crédito por encima de ese nivel no desapareciese pero más personas pasaron a estar fuera de la ley al decidir prestar dinero (con toda la inseguridad jurídica que eso conlleva). Las empresas más sólidamente instaladas, como la East India Company, que tenían acceso a crédito más barato (menores spreads se diría hoy), serian las únicas en poder acceder al mercado legal de crédito, funcionando la medida como una barrera a la competencia.

Los inflacionistas entraron en escena a principios del siglo XVIII. En 1705, John Law desarrolló una teoría monetaria que demandaba la creación de un banco central que emitiera papel-moneda sin convertibilidad. La justificación económica era la de que el aumento de moneda en circulación no provocaría una subida de precios porque a la vez aumentaría el empleo y, por ende, la producción – un verdadero Keynesiano. Curiosamente, los argumentos de Law también se basaron en una interpretación errónea del caso holandés, la envidia de las naciones durante todo el siglo XVII. Los británicos prudentemente rechazaron el ofrecimiento de Law pero, por desgracia, tuvieron aceptación en Francia y Law terminó siendo el principal responsable de la “Burbuja del Misisipi”. Law creó el Banque Générale Privée que emitía notas garantizadas por el monarca francés. Esto empezó una burbuja inmobiliaria en el precio de los terrenos en la colonia que rápidamente se trasladó a la Bolsa de Paris. Duró de 1717 a 1720. Las dos burbujas explotaron abruptamente cuando los titulares de las notas de crédito exigieran redimirlas en especie. Fue por este entonces que el término “millonario” fue acuñado.6

Pero si gentes culturalmente remotas en la época actual y gentes culturalmente cercanas en una época anterior confundieron causa y efecto con resultados desastrosos ¿porqué no podrían hacerlo gentes culturalmente cercanas en la época actual? El ejemplo inglés de bajar tipos de interés para inducir a la prosperidad no nos suena tan extraño, ha sido la política monetaria que la gran mayoría de los gobiernos de Occidente han elegido seguir, por lo menos en los últimos 30 años. La FED tiene como doble objetivo controlar la inflación y promocionar el crecimiento económico. Inflación medida en la subida de precios ya que la inflación entendida como el fenómeno monetario que resulta del aumento de la oferta de la moneda7 es provocado por la mismísima FED y por el efecto multiplicador de la reserva fraccionaria del sistema bancario. El BCE, a la buena usanza del Bundesbank, solamente se propone controlar la inflación. En la práctica, la actuación de las dos instituciones ha sido prácticamente idéntica.

No obstante, ninguno de los dos ha querido o podido ver que la política de tipos de interés artificialmente bajos, a pesar de un impacto casi nulo en los índices generales de precios calculados por los institutos de estadística, provocan niveles intolerables de inflación monetaria que se ha traducido en un aumento, con pocos precedentes históricos, en inflación del precio de los activos – en particular habitación y activos financieros. Como si se trataran de caníbales reductores de cabezas en la Nueva Guinea, la gran mayoría de economistas han querido creer que la bajada de tipos de interés provoca un crecimiento económico plasmado en la subida del precio de los activos cuando en realidad esa subida no se debía a un aumento de la riqueza. Al contrario, la bajada de tipos de interés creó la ilusión de que había más riqueza disponible para consumir cuando, en realidad, el aumento del consumo era permitido por la disminución del ahorro a la vez que los precios de los activos (que se supone son la mejor estimación actual de la riqueza futura) permitían mantener la ilusión de que ese nivel de consumo era sostenible a la larga.

Para agravar la situación, la distorsión provocada por los bajos tipos de interés permitió que proyectos de baja rentabilidad a muy largo plazo, fuesen aprobados e iniciados. En un mercado libre, una situación en que los tipos de interés son altos indica que existe poco ahorro disponible o, lo que viene a ser lo mismo, poca capacidad disponible para dedicar recursos a proyectos que sólo pueden ser rentables a muy largo plazo.8 Esto porque la generalidad de los ahorradores estima necesitar sus ahorros para otros fines antes de que ese proyecto empiece a dar retorno. Un ejemplo básico: en una economía de subsistencia, donde las personas difícilmente tienen para comer, es imposible que estas se dediquen a construir pirámides porque es necesario alimentar a todos los trabajadores mientras las construyen ya que, como estos no pueden dedicarse a la caza o a la agricultura durante ese tiempo, la comida se acabaría mucho antes de que se terminara la construcción. Cuando admiramos las Pirámides en Egipto podemos estar seguros de que se edificaron porque Egipto era rico y no que Egipto era rico porque las edificó, a pesar de todo lo que puedan decir al respecto los promotores de la idea de la obra pública como motor del desarrollo de una nación.

Una facultad humana que, a lo largo del tiempo, probó ser una herramienta incomparable en la paulatina consagración del Homo Sapiens como señor absoluto del planeta también puede ser responsable de situaciones de consecuencias desastrosas – el Hombre Racional puede ser el gran enemigo de sí mismo. Hemos visto como nuestro particular Culto a la Carga no difiere mucho del de los salvajes de la Micronesia. Ambos sobre-consumen y sobre-invierten en medios que, vistas las cosas, no les permitirán lograr los fines deseados con el agravante de que al menos los nativos de esos paraísos en el Pacífico no disponen de una teoría económica que les ponga en guardia contra las consecuencias de sus actos. O a lo mejor sí pero, como nosotros, decidieron ignorarla basándose exclusivamente en los datos empíricos retirados de la experiencia.9

No queriendo ni pudiendo ser exhaustivo sobre el modo como los seres humanos aprehenden la realidad es posible afirmar que existen fenómenos materiales que se repiten en el universo. La Física es la ciencia que intenta explicar la materia y el correcto funcionamiento de las fuerzas que la mueven. A pesar de que son fenómenos exteriores al ser humano (y como tal nunca nos será posible entender el fin último de su existencia) podemos, a través de una observación rigurosa, extraer conclusiones sobre la mecánica de determinado fenómeno, acumulando información al punto de, a partir de determinado momento, poder formular hipótesis sobre cuál será el comportamiento de las fuerzas y condiciones que influyen en él. Pero, a medida que nos adentramos en el campo de la Vida, la complejidad de las interrelaciones que determinan los fenómenos va en aumento hasta el punto de que, cuando el objeto de estudio es el ser humano, la complejidad se hace inabarcable para la capacidad de la mente humana. Esto le imposibilita saber con algún grado de seguridad si existe algún tipo de determinación. La Biología es una ciencia con un grado de complejidad muy superior a la Física y, a la vez, la Economía es inconmensurablemente más compleja que la Biología.10

La ilusión de que esto no es así resulta sencillamente del hecho de que mientras la Física es totalmente exterior al ser humano (exceptuando el hecho de que también el Hombre está hecho de materia) la economía es totalmente inherente al mismo. Mientras en la Física no nos es posible llegar a conocer nunca la finalidad del fenómeno estudiado, en la Economía todos y cada uno de los seres humanos tiene un conocimiento implícito de estos fines. Cuando los telediarios salen a la calle a preguntar qué piensa la gente de la situación económica todo el mundo se siente habilitado para dar una contestación (más o menos elaborada, capciosa, falaz, claramente equivocada, de sentido común, no importa. Lo importante es que casi nadie se inhibe de opinar). Si, por otro lado, los telediarios salieran a la calle a preguntar a la gente que piensa de la Ley de la Gravedad de Newton, lo más probable es que nadie contestara pero, si alguien lo hiciera, probablemente diría que la fuerza de la gravedad es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre dos cuerpos y no se abriría ningún debate sobre la cuestión.

Y, sin embargo, la Ciencia Económica moderna pretende cada vez más parecerse a la Física. El Nobel de Economía es un premio inventado por los economistas para que su profesión goce de un status similar a la de los físicos en el mundo académico. La Física tiene una capacidad de previsión de los fenómenos que estudia al que los economistas no pueden ni acercarse. De lo que estos últimos parecen no percatarse es que esto es consecuencia de estudiar fenómenos de mucha más complejidad por lo que el nunca mejor llamado “complejo” de inferioridad del que padecen es ridículo. Pero, como los salvajes del Pacífico, recurren a fórmulas mágicas y creen que imitando los métodos de la Física pueden ampliar el conocimiento de la Ciencia Económica, sin enterarse de que están retirando al ser humano del objeto de ese conocimiento. La Ciencia Económica, como conocimiento exterior e independiente del Hombre es totalmente inútil.

Para la comprensión de los fenómenos sociales, cualquier científico tiene que tener presente que la Teoría es anterior a la Historia y que, en consecuencia, los eventos pasados no pueden ser utilizados como base para formular una Teoría que explique el futuro. Esto no significa desdeñar el papel de la experiencia en la adquisición de un conocimiento que nos permita elaborar mejores teorías. Tan sólo quiere decir que no es posible tomar acontecimientos del pasado sin tener una teoría a priori sobre qué información cuantitativa y cualitativa es relevante. Por mucho empirismo que se reclame, lo cierto es que todo empirista que pretenda validar sus hipótesis debe recurrir a una teoría que le diga qué datos son relevantes. De otro modo, el economista puede elegir ignorar toda la información que su conocimiento de la naturaleza humana le proporciona y restringirse a los datos mensurables que recoge corriendo el riesgo de confundir causa y efecto al no poder determinar la dirección de la relación. La utilización de información exclusivamente empírica, de ser verdaderamente posible, resulta en la elaboración de teorías impregnadas de la falacia de tipo Post Hoc, Ergo Propter Hoc (después de eso, luego por causa de eso) que, por mucha sofisticación que aparenten, cometen el mismo error infantil de tribus que viven en islas perdidas en medio de un inmenso océano.

1 Para tener una idea más desarrollada sobre el tema: Burridge, K. – Manbu: A study of Melanesian cargo movements and their social and ideological background, Methuen, London, 1960.

2 “All things are subject to the law of cause and effect”, Carl Menger Economic Principles (1871), Mises Institute, Auburn, 2007, chapter I.

3 Martín de Azpilcueta escribió en Coímbra un manual de confesores titulado Manual de Onzenas dedicado al pecado de los que cobraban un interés del 11%.

4 Hay que tener presente que, en los primeros tiempos del Cristianismo, usura e interés eran sinónimos.

5 John Locke es considerado uno de los padres del Liberalismo Clásico y una de las grandes influencias en el Liberalismo Moderno (Libertarians). Sin embargo, sus ideas también son del agrado de la Social-Democracia Moderna (Liberals) principalmente por sus tesis en contra de la acumulación de riqueza.

6 Para más información sobre el tema: Murray Rothbard – Economic Thought Befote Adam Smith, Edgard Elgar Publishing, 1995, cap XI, Mercantilism and freedom in England from the Civil War to 1750.

7 Sin el correspondiente aumento de la demanda de moneda de acuerdo con los free bankers o por si misma según el entendimiento de Rothbard.

8 Ignoro a este efecto que existen varios mercados de tipos de interés – uno por plazo – y que los bienes de capital son heterogéneos porque no altera significativamente las conclusiones de este análisis.

9 Al tratar la cuestión de la causa-efecto estoy atribuyendo la causa de la inversión a una falacia del tipo post hoc ergo propter hoc. Hay que referir que una parte significativa de la población puede seguir este razonamiento a sabiendas, porque la situación les resulta más benéfica. Pero, para la gran mayoría de la población afectada la adherencia a estas políticas tiene que ser voluntaria, por lo que por lo general trato el tema como si fuera fruto de un error.

10 Para más información sobre el tema: Friedrich Hayek – The Sensory Order: An inquiry into the foundations of theoretical psychology (1952), University of Chicago Press, 1999.

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