Josiah Warren: El primer anarquista estadounidense

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[Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition]

En una tarde de 1871 o quizá de 1872, un joven estudiante del MIT llamado Benjamin R. Tucker acudió a un conferencia en algún lugar en la zona de Boston-Cambridge, una conferencia en la que se reuniría con un hombre mucho mayor llamado Josiah Warren. Tucker tenía entonces solo 17 o 18 años y su encuentro con Warren, que tenía más de 70, fue trascendental, cambiando su vida.

Después de dedicar media docena de años a pensar en las ideas que Warren le presentó esa tarde, el joven Tucker inició un ambicioso programa de publicación, que incluía tanto libros como periódicos, que le ocupó los siguientes 30 años. Durante esos años, a través de sus publicaciones, consiguió crear y luego liderar lo que he descrito a menudo en Mises.org como el primer movimiento libertario original estadounidense.

Josiah Warren no vivió para ver nada de esto. Murió en 1874, no mucho después de su trascendental reunión con el joven Benjamin Tucker. Tenía 76 años en el momento de su muerte, que tuvo lugar en Princeton, Massachusetts, un pequeño pueblo 20 o 30 kilómetros al norte de Worcester, unos 80 o 90 kilómetros al oeste de Boston en línea recta.

Tucker, en ese momento, solo tenía 19 años. Pero las teorías con las que creó en primer movimiento libertario en torno a las décadas de 1880 y 1890 eran, esencialmente, las teorías que escuchó por primera vez enunciadas cuando fue alumno en el MIT a principios de la década de 1870: las teorías que escuchó por primera vez de los labios de Josiah Warren. Tucker trabajó esas ideas extensamente durante las tres décadas de su carrera como editor, las expandió, desarrolló sus implicaciones y encontró maneras de popularizarlas. Pero seguían siendo, esencialmente las ideas de Warren.

Josiah Warren nació en Boston en 1798. Mostró muy pronto un visible talento natural para la música y trabajó profesionalmente en bandas locales en su adolescencia. Con 20 años se casó y decidió, como cuenta su biógrafo, William Bailie,

irse de su tierra natal para mejorar su fortuna en el Oeste. En aquellos tiempos, la ciudad de Cincinnati estaba al borde de la civilización, con algo enormemente desconocido más allá y cuando Warren llegó a ella decidió establecerse allí y seguir su vocación como director de orquesta y maestro de música. Su talento pronto le hizo ganar una honorable reputación profesional que se extendió más allá de la ciudad, pero tenía otros intereses.

Eso es, como mínimo, un eufemismo. Además de su entusiasmo por la música, que duró toda su vida, Warren fue un mecánico inveterado. Pocas veces veía una máquina o dispositivo o sistema que no pensara que podía mejorar de alguna manera. Y bastante a menudo tenía razón. Aun así, Bailie indica que Warren “dedicó su tiempo libre a la mecánica” durante unos cinco años después de su llegada a Cincinnati en 1818 antes de tener un gran éxito. Este llegó con su invención de

una lámpara de manteca que proporcionaría una luz más barata y mejor que el sebo que se vendía entonces a un alto precio. Tuvo tanto éxito este invento, que Warren patentó en 1823, que pronto dirigió una fábrica de lámparas en Cincinnati.

Entonces un día de 1825, cuando Warren tenía 27 años, Robert Owen llegó al pueblo. Owen era un industrial y reformista social británico, nacido en Gales en un entorno modesto en 1771 y ahora, en 1825, tenía más de 50 años. Era un autodidacta, pasando de aprendiz de sastre a propietario fabulosamente rico de una empresa textil internacional.

Siempre un lector entusiasta, Owen se convirtió en la década de 1790, cuando era veinteañero, a las ideas de filósofo utilitarista y reformista social inglés Jeremy Bentham. Pero con el paso de los años, se fue alejando cada vez más de las opiniones de Bentham y acercándose al comunismo. Llegó  a creer que la introducción de maquinaria que ahorraba trabajo en el lugar de empleo era la causa principal de miseria económica y que el mejor remedio para esta situación se encontraba en un modo de sociedad en los que los trabajadores se sintieran unidos y experimentaran solidaridad con sus compañeros, mientras no se recomendaba el uso de maquinaria. Y a esta forma de unir a los trabajadores se llegaba haciendo que vivieran comunalmente.

Robert Owen está cerca del principio de una larga lista de empresarios que creyeron que su habilidad en el comercio les habilitaba en la tarea de buscar una manera de arreglar lo que estaba mal en las relaciones sociales en general. Sabía exactamente cómo debía hacerse todo lo relacionado con la comunidad ideal, hasta la densidad de población. Creía, como resume el artículo de Wikipedia en inglés sobre Owen, que

deberían establecerse comunidades de unas mil doscientas personas en porciones de terreno de 1.000 a 1.500 acres (…), todas viviendo en un gran edificio en forma cuadrada, con cocina pública y comedor comunal. Cada familia debería tener su propio apartamento privado y todo el cuidado de los niños hasta los tres años, después de los cuales deberían estar al cuidado de la comunidad; sus padres podrían verlos en las comidas y los demás momentos apropiados.

Toda la propiedad en estas comunidades debería ser propiedad comunal, creía Owen. El trabajo y el consumo deberían estar basados en el precepto “de cada uno de acuerdo con su capacidad, a cada uno de acuerdo con sus necesidades” (aunque esta expresión exacta no se había acuñado todavía).

Owen sufragó el coste de iniciar una comunidad así en Escocia y luego realizó un viaje de conferencias por América en que esperaba despertar el entusiasmo por una comunidad utópica similar que había decidido fundar en New Harmony, Indiana en el extremo sudoeste del estado, prácticamente en Kentucky, prácticamente al sur de Illinois. Y, como he indicado, cuando su viaje de conferencias le llevó a Cincinnati, se dirigió a una audiencia que incluía a un joven músico y mecánico llamado Josiah Warren.

Warren estaba fuertemente impresionado por Owen. Hasta entonces, no parece haber tenido nunca la idea de que su pasión por la mecánica podía extenderse a un lienzo tan amplio como la sociedad humana. Pero, después de todo, si podía mejorar una máquina, un dispositivo, un sistema, ¿por qué no tratar de mejorar la sociedad? Primero decidió que debía dar un juicio justo a las ideas de Robert Owen. Indudablemente sonaban persuasivas. Así que en 1825, con 27 años, Josiah Warren, el exitoso inventor y explotador comercial de una lámpara popular, vendió su fábrica después de solo dos años de funcionamiento, empacó a su joven familia y ocupó su lugar como uno de los aproximadamente 900 owenitas que habían decidido convertirse en parte de la población fundadora de New Harmony, Indiana.

La comunidad utópica fracasó bastante rápidamente. De hecho, de acuerdo con James J. Martin, en su clásica obra Men Against the State,

el fracaso de su principal objetivo fue admitido menos de un año y medio después de que se hubieran tomado las primeras medidas de confianza hacia la organización central. Se han señalado numerosas razones para esto: la ausencia de Owen en momentos críticos, preocupaciones por la apariencia de la organización y pequeños conflictos. Tal vez fue más importante el hecho de que mucha de la parte tangible y material de la aventura representaba algo sobre lo que la masa de la comunidad no sentía ningún apego, al ser la contribución del líder y no el producto del trabajo del grupo.

Esta última observación de Martin está muy relacionada con las propias ideas de Warren acerca de por qué New Harmony resultó un desastre. Como escribe Martin: “Warren llegó a una rápida e incisiva deducción de la causa de la debacle que le puso de inmediato en un campo muy alejado de aquel en el que se reunirían los owenitas leales partir de entonces. Sentía que el plan de propiedad común de la colonia de New Harmony” garantizaba prácticamente

la sumisión del individuo dentro de los confines de la comunidad. Las consecuencias de dicho proceder, decía Warren, eran inevitables. No solo la iniciativa del individuo se veía reprimida por el fracaso en proporcionar un lugar dentro de la estructura para los derechos e intereses personales más allá de la esfera de los asuntos religiosos, sino que la eliminación de los derechos de propiedad individual ocasionaban una disipación casi total de la responsabilidad por la ocurrencia de incapacidad individual, fracaso y defectos de otros tipos.

Reflexionando sobre su experiencia en New Harmony algunos años después, Warren escribía que “parecía que era la ley de la diversidad propia de la naturaleza nos había conquistado (…) nuestros ‘intereses unidos’ estaban directamente en pugna con las individualidades de personas y circunstancias y el instinto de autoconservación”. Concluía que

la sociedad debe por tanto convertirse para conservar inviolada la soberanía de cada individuo [y] debe evitar toda combinación y conexión de personas e intereses y todas las demás disposiciones que no dejen a toda persona en todo momento con libertad para disponer de su persona y tiempo y propiedad de cualquier forma en que sus sentimientos o juicio puedan dictar, sin afectar a las personas o intereses de otros.

Y así fue que en mayo de 1827 un Josiah Warren más triste, más sabio, pero no del todo desanimado, sin tener aún 30 años, volvió a Cincinnati. Se las arregló para ganarse la vida como músico y profesor de música, como antes, pero ahora la reforma social estaba en sus venas y en solo unas pocas semanas se lanzó de cabeza a otro experimento utópico basado en las ideas de Robert Owen. Este era una tienda en la esquina de las calles 50 y Elm en lo que es hoy el centro de Cincinnati.

Todos los bienes ofrecidos a la venta en la tienda de Warren se ofrecían al mismo precio que había pagado el comerciante, más un pequeño recargo, en torno al 4-7%, para cubrir los costes de la tienda. “El coste es el límite del precio”, fue uno de los lemas favoritos de Warren.  Pero os preguntaréis ¿se suponía que también este magro sobreprecio del 4-7% incluía el beneficio de la tienda? No. La tienda no tuvo ningún beneficio en absoluto en sentido convencional.

Dejemos que William Bailie explique con algo más de detalle cómo funcionaba la tienda de Warren. Bailie señala  que la gente de Cincinnati y alrededores en los decadentes años de la presidencia de John Quincy Adams llamaban al establecimiento de Warren

la “Tienda del tiempo”, no porque diera crédito o vendiera a plazos, sino debido al peculiar y original método adoptado para fijar y regular la cantidad de compensación del vendedor. Esta estaba determinada por el principio del igual intercambio de trabajo, medido por el tiempo empleado e intercambiado hora por hora con otros tipos de trabajo. Un ejemplo. Un reloj cuelga en un lugar visible de la tienda. Entra un cliente a hacer sus compras. Todos los bienes están etiquetados con el precio solo en cifras, que es su precio de coste, más un porcentaje nominal para cubrir envío, empaquetado, renta, etc., normalmente unos cuatro centavos por dólar. El comprador selecciona lo que necesita, sin mucha ayuda o indicación del vendedor y paga la cantidad en dinero legal. El tiempo dedicado por el comerciante esperando por él se calcula ahora en referencia con el reloj y en pago por este servicio el cliente da su billete de trabajo, algo que sigue este formulario: “Debo a la vista a Josiah Warren treinta minutos de trabajo de carpintero – Josh Smith”. O, “Debo a la vista a Josiah Warren diez minutos de trabajo de costurera – Mary Brown”. Así que el vendedor acuerda intercambiar su tiempo por una cantidad igual del tiempo de los que le compraron bienes. No había ningún beneficio en el sentido habitual.

Hay una aproximación muy cercana a lo que vemos que ocurre en las tiendas de la novela de ciencia ficción libertaria de Eric Frank Russell, La gran explosión. La gente que llevaba estas tiendas de ficción se hacía llamar “gands” y afirmaban basar su economía en las obras de Mahatma K. Gandhi, pero todo lo que puedo decir es que puedes haberme engañado. No puedo sino preguntarme sí Eric Frank Russell leyó un relato de la vida e ideas de Josiah Warren antes de escribir La gran explosión.

En todo caso, la “Tienda del tiempo” de Warren fue un éxito en el sentido de que, durante más de dos años, pagó sus facturas y las de la familia de Warren y, después de haber cerrado sus puertas, su propietario, según Bailie, “ se encontró financieramente en la misma situación que al principio”. Decidió cerrar la “Tienda del tiempo” a pesar del hecho de que estaba prosperando, porque quería dedicar su propio tiempo y sus demás recursos al establecimiento de una comunidad utópica, algo como New Harmony, pero basado en el principio de la soberanía individual en lugar de en “de cada uno de acuerdo con su capacidad, a cada uno de acuerdo con sus necesidades”.

Warren intentó crear varias de esas comunidades durante las décadas de 1830, 1840 y 1850, la más conocida de las cuales, Modern Times, estaba ubicada en Long Island, a unos 60 kilómetros de Nueva York. Ninguna fue un éxito sin paliativos. William Bailie comenta que aunque las comunidades utópicas de Warren podría decirse que fracasaron,

debería entenderse que no fracasaron en el sentido de New Harmony, Brook Farm y numerosos otros experimentos socialistas fracasados. Los pioneros de Modern Times no tuvieron problemas sobre la propiedad o las formas de gobierno. Cada uno poseía su casa y terreno y por entendimiento muto, la autoridad política era rescindible. Nadie se sentía responsable del comportamiento de sus vecinos y solo [se resistían a] la conducta invasiva o agresiva por acción combinada. La principal causa de la falta de éxito de la villa fue la escasez de empleo que no fuera en agricultura. Hacía falta capital para empezar fábricas para producir artículos de los cuales había demanda en el mundo exterior. Los pioneros solo tenían unos pocos recursos.

Hubo un intento, informa Bailie, de un tal Edward D. Linton para “crear una fábrica de cajas de cartón que prometía atender la demanda de mano de obra que no era tan deseable para la prosperidad del lugar como esencial para su crecimiento en cifras”. Pero “esta empresa se vio interrumpida por el desastroso pánico financiero de 1857, que, solo en la ciudad de Nueva York, donde se vendía el producto de la fábrica de Mr. Linton, llevó a más de veinte mil personas a quedarse sin trabajo”. Y “antes de que los efectos de la consiguiente depresión industrial hubieran desaparecido, el país estaba en medio de un guerra civil y toda esperanza de regenerar la sociedad se había disipado en ese momento”. Por supuesto, al final, “el objetivo original de los pioneros fue perdiéndose de vista en la inevitable lucha por la existencia”.

George Woodcock, el ilustre historiador del anarquismo, que califica a Josiah Warren como “el primer anarquista estadounidense”, escribe que Modern Times “mantuvo su carácter mutualista durante al menos dos décadas, convirtiéndose finalmente (…) en un pueblo más o menos convencional con tendencias cooperativistas”.

La opinión de Woodcock sobre la importancia de Warren en la historia del pensamiento anarquista es ampliamente compartida. Peter Marshall, el eminente historiador inglés del anarquismo, le llama “el primer anarquista real estadounidense” y William O. Reichert, en su libro Partisans of Freedom: A Study in American Anarchism, describe a Warren como “arquitecto jefe del libertarismo”. Y ya hemos visto el impacto que supuso Warren durante sus últimos años sobre un joven e impresionable Benjamin R. Tucker y que resultó finalmente de eso.

William Bailie señala que “Warren durante toda su vida permaneció en la oscuridad. Evitaba cuidadosamente la publicidad y creía que sus principios serían aceptados a largo plazo por su propio valor, independientemente de su propia participación en su descubrimiento o propagación”. “Veía a los gobiernos como enemigos de todo progreso social permanente” y creía que “solo de los individuos [podían] proceder los impulsos de reforma”.

Warren creía que “las leyes escritas son en el mejor de los casos obstáculos que deben eliminarse, no por violencia, sino por un sentido de justicia y equidad lentamente evolucionado que acabe por socavar todas las formas supervivientes de autoridad”. Warren también creía en los beneficios de la diversidad, que serían un producto inevitable de cualquier sociedad verdaderamente libre. “Las diferencias”, escribía,

como las disonancias admisibles en música, son una parte valiosa de nuestra armonía. Las colisiones solo aparecen cuando los derechos de personas o propiedades son realmente invadidas. Si estos derechos están claramente definidos y aprobados por la opinión pública y se eliminan las tentaciones de intrusión, podemos entonces considerar nuestro gran problema prácticamente resuelto. Con respecto a meras diferencias de opinión en gustos, comodidad, economía, igualdad o incluso de los bueno y lo malo, lo sensato y lo insensato, todo debe dejarse a l decisión suprema de cada individuo, cuando pueda asumir el coste de sus decisiones, cosa que no puede hacer mientras sus intereses o movimientos se unan o combinan con los de otros. Es en la combinación o en la relación cercana donde se requiere el compromiso o la conformidad. Paz, armonía, descanso, seguridad, felicidad, solo se encontrarán en la individualidad.


Publicado el 25 de febrero de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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