Mises, sobre el nacionalismo, el derecho de autodeterminación y el problema de la inmigración

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  1. Introducción

En la discusión actual acerca de la inmigración, se invoca frecuentemente por parte de libertarios a Ludwig von Mises como un firme defensor del libre comercio en un sentido amplio en lo que se refiere al libre movimiento de bienes, capital y mano de obra. Incluso algunos libertarios han proclamado a Mises como un defensor de las fronteras abiertas. Sin embargo, las opiniones de Mises sobre la libre emigración de mano de obra a través de las fronteras políticas existentes estaban cuidadosamente matizadas e influenciadas por consideraciones políticas basadas en su conocimiento de primera mano de los conflictos profundos y duraderos entre nacionalidades en los estados políglotas de la Europa central y del este que llevaron a la Primera Guerra Mundial y durante el posterior periodo de entreguerras. Así que Mises no evaluaba la inmigración en términos de óptimos puramente económicos, como la maximización de la productividad del trabajo humano, ni independientemente del contexto político. Por el contrario, evaluaba los efectos de la inmigración desde el punto de vista del régimen liberal clásico de propiedad privada. El propósito de este breve ensayo es exponer las opiniones de Mises sobre inmigración tal y como las desarrolló como parte integral del programa liberal clásico que había elaborado.

  1. Nacionalismo liberal

Para Mises,[1] el liberalismo aparece y se expresa por primera vez en el siglo XIX como un movimiento político en forma de «nacionalismo pacífico». Sus dos principios fundamentales eran la libertad, o más concretamente «el derecho de autodeterminación de los pueblos», y la unidad nacional o «principio de nacionalidad». Los dos principios estaban indisolublemente ligados. El objetivo primordial de los movimientos nacionalistas liberales (italiano, polaco, griego, alemán, serbio, etc.) era la liberación de sus pueblos del gobierno despótico de reyes y príncipes. Según Mises,[2] la revolución liberal contra el despotismo adoptaba necesariamente un carácter nacionalista por dos razones. Primero, muchos de los déspotas regios eran extranjeros, por ejemplo, los Habsburgo austriacos y los borbones franceses que gobernaban a los italianos y el rey prusiano y el zar ruso que subyugaban a los polacos. Segundo, y más importante, el realismo político dictaba «la necesidad de establecer una alianza de los oprimidos frente a la alianza de los opresores para lograr la libertad de todos, pero también la necesidad de mantenerse unidos para encontrar en la unidad la fortaleza para preservar la libertad».[3] Esta alianza de los oprimidos se basaba en la unidad nacional basada en lenguajes, culturas y modos de pensar y actuar comunes.

Aunque forjado en guerras de liberación, el nacionalismo liberal era para Mises[4] al tiempo pacífico y cosmopolita. Los distintos movimientos de liberación nacional no solo se veían unos a otros como hermanos en su lucha común contra el despotismo regio, sino que aceptaban los principios del liberalismo económico, «que proclama la solidaridad de intereses entre todos los pueblos». Mises[5] destaca la compatibilidad de nacionalismo, cosmopolitismo y paz:

El principio de nacionalidad solo incluye el rechazo de todo señorío: reclama autodeterminación, autonomía. Sin embargo, luego expande su contenido: No solo la libertad sino también la unidad son palabras clave. Pero el deseo de unidad nacional también es sobre todo completamente pacífico. (…) el nacionalismo no se enfrenta al cosmopolitismo, pues la nación unificada no quiere la discordia con los pueblos vecinos, sino la paz y la amistad.[6]

Como liberal clásico, Mises[7] tiene cuidado en especificar que el derecho de autodeterminación no es un derecho colectivo sino un derecho individual: «No es el derecho autodeterminación de una unidad nacional delimitada, sino más bien el derecho de los habitantes de cualquier territorio a decidir sobre el estado al cual desean pertenecer». Mises[8] deja muy claro que la autodeterminación es un derecho individual qué debería concederse a «toda persona individual (…) si fuera posible de alguna manera». También debería señalarse a este respecto que Mises raramente habla del «derecho de secesión», tal vez debido a su connotación histórica de derecho de un gobierno de una unidad política subordinada a independizarse de otra unidad superior.

Aunque defienda la autodeterminación como un derecho individual, Mises[9] argumenta que la nación es un ser fundamental y relativamente permanente independiente del estado (o estados) transitorio(s) que pueda(n) gobernar en un momento dado. Así que se refiere a la nación como «una entidad orgánica [que] no puede aumentarse ni reducirse por cambios en los estados». Consecuentemente, Mises[10] califica a los «compatriotas» de un hombre como «aquellos de sus conciudadanos con los que comparte una tierra y un idioma comunes y con los cuales forma a menudo también una comunidad étnica y espiritual». En el mismo sentido, Mises[11] cita al autor alemán J. Grimm, que se refiere al «derecho natural (…) a que ni ríos ni montañas constituyan las líneas de frontera de los pueblos y de que para un pueblo que ha cruzado montañas y ríos, solo su propio lenguaje puede establecer la frontera». El principio de nacionalidad implica por tanto que las naciones-estado liberales puedan comprender un pueblo monoglota que habite regiones, provincias e incluso pueblos geográficamente no contiguos.[12] Mises[13] sostiene que el nacionalismo es por tanto un resultado natural y en completa armonía con los derechos individuales: «La formación de estados [liberales democráticos] que comprenden a todos los miembros del grupo nacional fue el resultado del ejercicio del derecho de autodeterminación, no su propósito».[14] Mises[15] desarrollaba así este importante punto:

El liberalismo no dice: Todo grupo lingüístico debería formar un estado y solo uno y cada hombre que pertenezca a ese grupo debería, si es posible, pertenecer a ese estado. Tampoco dice: Ningún estado debería incluir gente de varios grupos lingüísticos. El liberalismo postula la autodeterminación. El que los hombres en el ejercicio de este derecho permitan que les guíen consideraciones lingüísticas es para el liberalismo sencillamente un hecho, no un principio ni una ley moral.

Debería señalarse aquí que, entre muchos libertarios modernos que ven a los individuos como seres atomistas sin afinidades emocionales ni relaciones espirituales con determinados congéneres, Mises afirma la realidad de la nación como «una entidad orgánica». Para Mises, la nación comprende seres humanos que perciben y actúan entre si de una manera que les distingue de otros grupos de personas basándose en el significado e importancia que atribuyen sus compatriotas a factores objetivos como un lenguaje, unas tradiciones, unos ancestros y otras cosas. Ser miembro de una nación, igual que de una familia, implica actos concretos de volición basados en percepciones y preferencias objetivas con respecto a un complejo de circunstancias históricas objetivas.

Según Murray Rothbard,[16] que comparte la opinión de Mises de la realidad de la nación independiente del aparato del estado:

Los libertarios contemporáneos a menudo suponen erróneamente que los individuos están ligados entre sí solo por el nexo del intercambio del mercado. Olvidan que todos nacen necesariamente en una familia, un idioma y una cultura. Toda persona nace en una de las diversas comunidades que se solapan, normalmente incluyendo un grupo étnico, con valores, culturas, creencias religiosas y tradiciones concretos. (…) La «nación» no puede definirse con precisión: es una constelación compleja y variada de distintas formas de comunidades, idiomas, grupos étnicos o religiones. (…) La cuestión de la nacionalidad se hace más compleja por la interrelación de la realidad objetivamente existente y las percepciones subjetivas.

  1. El colonialismo como negación del derecho de autodeterminación

Al contrario que muchos liberales de finales del siglo XIX y principios del XX, Mises era decididamente anticolonialista. Como liberal radical, reconocía la universalidad del derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad para todos los pueblos y razas. Escribió acusaciones poderosas y cáusticas contra el sometimiento y el maltrato europeo a los pueblos africanos y asiáticos y reclamó un desmantelamiento rápido y completo de los regímenes coloniales. Merece la pena citar a Mises[17] por extenso:

La idea básica de la política colonial fue aprovechar la superioridad militar de la raza blanca sobre los miembros de otras razas. Los europeos, equipados con todas las armas y tecnologías proporcionadas que su civilización puso a su disposición, se las arreglaron para someter a pueblos más débiles, robar sus propiedades y esclavizarlos. Se ha intentado edulcorar y disfrazar los motivos reales de la política colonial tras la máscara el deseo inocente de hacer que los salvajes compartan las bondades de la civilización europea. (…) ¿Puede haber una prueba más atroz de la esterilidad de la civilización europea que su incapacidad de difundirse de un modo que no sea con hierro y fuego?

Ningún capítulo en la historia está tan inundado de sangre como la historia del colonialismo. El derramamiento de sangre fue inútil y sin sentido. Territorios florecientes quedaron arruinados, pueblos enteros destruidos y exterminados. Nada de esto puede atenuarse o justificarse de ninguna manera. El dominio de los europeos en África y en partes importantes de Asia es absoluto. Contrasta enormemente con todos los principios del liberalismo y la democracia y no cabe ninguna duda de que deberíamos luchar por su abolición. (…) Los conquistadores europeos (…) solo han llevado armas e instrumentos de destrucción de todo tipo, han enviado a sus individuos peores y más violentos como funcionarios u oficiales, implantando un dominio militar que nada tiene que envidiar, en cuanto a métodos sanguinarios y despiadados, al sistema despótico de los bolcheviques. A los europeos no les puede sorprender que el mal ejemplo que han dado en las colonias dé ahora también malos frutos. En todo caso, no tendrían derecho a quejarse farisaicamente del bajo nivel de la moral pública entre los nativos. Tampoco los justificaría para sostener afirmar que los nativos aún no estarían listos para la libertad, que todavía necesitan al menos varios años más de educación bajo el látigo de los gobernantes extranjeros antes de ser capaces de valerse por sí mismos.

En aquellas zonas en las que los pueblos nativos eran suficientemente fuertes como para crear una resistencia armada al despotismo colonial, Mises[18] aprobaba esta con entusiasmo y alababa esos movimientos de liberación nacional: «En Abisinia, en México, en el Cáucaso, en Persia, en China, por todas partes vemos a los agresores imperialistas en retirada o al menos ya con grandes dificultades». Para eliminar completamente el colonialismo, Mises proponía la creación de un protectorado temporal bajo la tutela de la Sociedad de Naciones. Pero dejaba claro que esa disposición tenía que «verse solo como una etapa de transición» y que el objetivo final debía ser «la completa liberación de las colonias del gobierno despótico bajo el que viven». Mises[19] basaba su reclamación del reconocimiento del derecho de autodeterminación y del respeto por el principio de nacionalidad entre los pueblos colonizados sobre la base firme de los derechos individuales:

Nadie tiene derecho a entrometerse en los asuntos de otros en su propio interés y nadie, cuando tiene a la vista sus propios intereses, tendría que pretender que está actuando altruistamente solo en interés de otros.

  1. La quiebra del nacionalismo liberal: La regla de la mayoría y los conflictos de nacionalidad

Esto nos lleva a la idea clave de Mises del irreconciliable «conflicto de nacionalidades» alimentado por la regla de la mayoría, incluso bajo constituciones democráticas liberales. Como observador de los estados políglotas anteriores y posteriores a la Gran Guerra de Europa central y oriental, Mises[20] advertía que «las luchas nacionales solo pueden producirse en el territorio de la libertad». Así que a medida que la Austria anterior a la guerra se aproximaba a la libertad «crecía la violencia de la lucha entre nacionalidades». Con el colapso del antiguo régimen realista, estas luchas se «llevaron a cabo con más intensidad en los nuevos estados, donde las mayorías gobernantes se enfrentaban a las minorías nacionales sin la mediación un estado autoritario, que suavizaba muchas hostilidades». Mises atribuye ese resultado contraintuitivo al hecho de que el principio de nacionalidad no era respetado de la creación de los nuevos estados.[21] Lo que señala Mises se ilustra en los modernos conflictos étnicos que aparecieron tras el colapso del comunismo y la división de la Unión Soviética y Yugoslavia.[22]

Mises[23] sostiene que dos o más «naciones» no pueden coexistir pacíficamente bajo un gobierno democrático unitario. Las minorías nacionales en una democracia son «completamente impotentes políticamente» porque no tienen ninguna posibilidad de influir pacíficamente en el grupo lingüístico mayoritario. Este último representa «un círculo cultural que está cerrado» a las nacionalidades minoritarias cuyas ideas políticas se «piensan, hablan y escriben en un idioma que no entienden». Incluso cuando prevalece la representación proporcional, la minoría nacional «sigue estando excluida de la colaboración en la vida política». Según Mises,[24] como la minoría no tiene ninguna perspectiva de alcanzar alguna vez el poder, la actividad de sus representantes «permanece limitada desde el principio a un criticismo inútil (…) que (…) no puede llevar a ningún objetivo político». Así, concluye Mises,[25] incluso si el miembro de la nación minoritaria, «de acuerdo con la letra de la ley es un ciudadano con todos los derechos (…) en realidad políticamente no tiene derechos, es un ciudadano de segunda clase, un paria».

En un trabajo inédito posterior que hablaba de la reconstrucción de Europa Oriental tras la Segunda Guerra Mundial, Mises[26] exponía el asunto aún como más vigor: «Ser un miembro de esa minoría lingüística significa estar fuera de la ley. (…) Solo había y hay autonomía y democracia para los miembros de las mayorías lingüísticas gobernantes». Así que no sorprende que Mises[27] retratara a las minorías lingüísticas como «portadoras de una permanente inquietud (…) y odio».

Mises[28] califica así la regla de la mayoría como una forma de colonialismo desde el punto de vista de la nación minoritaria en un territorio políglota: «significa algo bastante diferente aquí que en territorios nacionalmente uniformes; aquí, para una parte de la gente, no es un gobierno popular sino un gobierno extranjero». Por tanto, el nacionalismo liberal pacífico se ve inevitablemente reprimido en territorios políglotas gobernados por un estado unitario porque, argumenta Mises,[29] «la democracia parece opresión a la minoría. Cuando la única alternativa disponible es suprimir o ser suprimido, es fácil decidirse por lo primero». Por tanto, para Mises,[30] democracia significa lo mismo para la minoría que «sometimiento al gobierno de otros» y esto «resulta verdad en todas partes y, hasta ahora, en todo momento». Mises rechaza el contraejemplo «habitualmente citado» de Suiza como irrelevante, porque el autogobierno local no se vio perturbado por «migraciones internas» entre las distintas nacionalidades. Si una migración importante hubiera creado una presencia de minorías nacionales sustanciales en algunos de los cantones, «la paz nacional de Suiza ya habría desaparecido hace mucho tiempo».

Con respecto a regiones habitadas por nacionalidades diferentes, Mises[31] concluye, por tanto: «el derecho de autodeterminación funciona solo a favor de aquellos que constituyen la mayoría». Por ejemplo, esto es especialmente cierto en estados intervencionistas en los que la educación es obligatoria y los «pueblos que hablan distintos idiomas viven juntos codo con codo y entremezclados en una confusión políglota». Bajo estas condiciones, la escolarización formal es una fuente de «coacción espiritual» y «un medio para oprimir las nacionalidades». La misma elección del idioma de instrucción puede «alienar a los niños de la nacionalidad a la que pertenece sus padres» y «a lo largo de los años, determinar la nacionalidad de toda un área». La escuela se convierte así en fuente de un conflicto nacional irreconciliable y en «una pieza política de la máxima importancia». Con respecto al debate sobre la educación obligatoria, Mises[32] destaca que la única solución eficaz es despolitizar la escolarización aboliendo tanto las leyes de educación obligatoria como la intromisión política en las escuelas, dejando la educación de los niños «completamente a los padres, privatizando asociaciones e instituciones».

La educación obligatoria en sólo un ejemplo extremo de cómo el intervencionismo exacerba el inevitable conflicto entre las distintas nacionalidades que viven juntas bajo la jurisdicción un solo estado. En una situación así, argumenta Mises[33]: «Toda interferencia por parte del gobierno en la vida económica puede convertirse en un medio de persecución de los miembros de nacionalidades que hablan un idioma distinto del del grupo gobernante». Sin embargo, tal vez la idea más importante de Mises sea que incluso bajo un sistema de laissez faire, en el que el gobierno se limite rigurosamente a «proteger y preservar vida, libertad, propiedad y salud del ciudadano individual», la arena política seguiría degenerando en un campo de batalla entre diversas nacionalidades residiendo dentro de su jurisdicción geográfica. Incluso las actividades rutinarias de la policía y el sistema judicial en este régimen liberal ideal «pueden convertirse en peligrosas en áreas en las que no puede encontrarse ninguna base para discriminar entre un grupo y otro en la realización de actividades oficiales».[34] Esto es especialmente cierto en estados en los que «diferencias de religión, nacionalidad o similares han dividido a la población en grupos separados por un estrecho tan profundo que excluye cualquier impulso de justicia o humanidad y no deja espacio más que para el odio». Mises[35] da el ejemplo de un juez «que actúa conscientemente, o todavía más a menudo inconscientemente, de una manera sesgada» porque cree que «está desempeñando una tarea superior cuando hace uso de los poderes y prerrogativas de su cargo al servicio de su propio grupo».

El miembro de una minoría nacional no sólo está sometido a un sesgo arraigado y rutinario en la esfera política: es incapaz de entender el pensamiento y la ideología que da forma a los asuntos políticos. Su visión social y política del mundo, así como sus actitudes culturales y religiosas reflejan ideas formuladas y explicadas en la literatura nacional de lo que es en la práctica un idioma extranjero y estas ideas divergen, posiblemente de forma radical, de aquellas del grupo lingüístico mayoritario. Según Mises,[36] aunque las ideas políticas y culturales se transmitan y compartan entre todas las naciones «toda nación desarrolla corrientes de ideas a su manera especial y las asimila de forma distinta. En todos los pueblos encuentran otro carácter nacional y otra constelación de condiciones». Mises da el ejemplo de cómo el ideal político del socialismo difería entre Alemania y Francia y entre estas dos y Rusia.

El resultado de esta «nacionalización» y diferenciación naturales incluso de ideas y tendencias intelectuales similares es que el miembro de la nación minoritaria se enfrenta a una barrera lingüística e intelectual que le impide participar integralmente en la discusión política que da forma a las leyes bajo las que vive. Mises[37] explica:

Bajo la forma de un derecho estatutario, el resultado de las discusiones políticas [de la mayoría] adquiere una importancia directa para el ciudadano que habla una lengua foránea, ya que debe obedecer estas leyes, aunque tenga la sensación de estar excluido de una participación activa en la formación de la voluntad de la autoridad legislativa o al menos de que no se le permite participar en ella en la misma medida que los ciudadanos cuya lengua nativa es la de la mayoría gobernante. Y cuando comparece ante un magistrado o cualquier funcionario administrativo como demandante o solicitante, se halla en presencia de hombres cuyas ideas políticas le son ajenas, porque se han formado bajo distintas influencias ideológicas. (…) A cada paso, al miembro de la minoría nacional se le hace sentir que vive entre extraños y que es un ciudadano de segunda clase, aunque la letra de la ley lo niegue.

El resultado de la impotencia política de la minoría nacional en una democracia mayoritaria es que esta se percibe a sí misma como un pueblo conquistado y colonizado. Pues como señala Mises[38]: «La situación de tener que pertenecer a un estado al que uno no quiere pertenecer no es menos onerosa si es el resultado de unas elecciones que si alguien debe soportarla como consecuencia de una conquista militar». En la década de 1920, Mises ya había identificado el fenómeno de lo que hoy se llama equivocadamente «racismo institucional» (porque el problema no se encuentra en todas las instituciones, sino solo en las instituciones políticas), pero se describe mejor como «sometimiento democrático». En la década de 1960, Malcolm X[39] daba una emotiva expresión al deseo de autodeterminación por parte de las nacionalidades africanas minoritarias en EEUU, impuesta mediante un estado intervencionista controlado por pueblos de extracción europea:

Este nuevo tipo de hombre negro no quiere la integración: quiere la independencia. No segregación, independencia. Para él, la segregación (…) significa lo que es obligado a los inferiores por los superiores. (…) En la comunidad blanca, el hombre blanco controla la economía, su propia economía, su propia política, su propio todo. Esa es su comunidad. Pero al mismo tiempo, aunque el negro vive en una comunidad independiente, es una comunidad segregada. Lo que significa que está regulada desde fuera por gente de fuera. El hombre blanco tiene todos sus negocios en la comunidad negra. Dirige la política de la comunidad negra. Controla todas las organizaciones cívicas en la comunidad negra. Esta es una comunidad segregada. (…) No queremos segregación. Queremos independencia. Independencia es tener lo tuyo. Controlas tu propia economía; controlas tu propia política; controlas tu propia sociedad; controlas tu propio todo. Tienes lo tuyo y controlas lo tuyo; tenemos lo nuestro y controlamos lo nuestro.

Malcolm X[40] explicó posteriormente el concepto de independencia en términos más cercanos al concepto liberal de autodeterminación nacional:

Es mejor hablar de independencia que de separación. La palabra separación está mal usada. Las trece colonias se separaron de Inglaterra, pero lo llamaron Declaración de Independencia: no lo llamaron Declaración de Separación, lo llamaron Declaración de Independencia. Cuando eres independiente de alguien, puedes separarte de él. Si no puedes separarte de ellos, eso significa que no eres independiente de ellos.

  1. Las constituciones liberales y las políticas de laissez faire no bastan

Al analizar las causas y soluciones de los conflictos de nacionalidad, Mises[41] acuñó los términos nacionalismo «militante» o «agresivo», que comparaba con el nacionalismo «liberal» o «pacífico». Así que para Mises la alternativa nunca estuvo entre el nacionalismo y un blando «globalismo» atomista: la alternativa real estaba entre el nacionalismo cosmopolita que adoptaba derechos individuales universales y el libre comercio o el nacionalismo militante que trataba de someter y oprimir otras naciones. Como se ha señalado antes, atribuía el auge del nacionalismo antiliberal al fracaso en la aplicación coherente del derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad y en su máximo grado posible a la formación de nuevas entidades políticas tras el derrocamiento del despotismo regio por guerra o revolución. La consecuencia fue que pueblos diferenciados por idioma, ciencia, religión, etc. se agruparon artificial e involuntariamente mediante lazos políticos arbitrarios. El resultado inevitable de estos estados nación mezclados[42] políglotas fue la supresión de las nacionalidades minoritarias por parte de las mayoritarias, una dura lucha por el control del aparato estatal y la creación de una desconfianza y un odio mutuos y profundamente asentados. Este estado de cosas ha culminado a menudo con violencia física impuesta por el estado, incluyendo la expropiación y expulsión e incluso el asesinato de poblaciones minoritarias.

Mises argumenta que todo esto podría haberse evitado si se hubiera aplicado el programa liberal completo, que incluye, además de una política económica de laissez faire interior y de libre comercio internacional de bienes, el derecho crucial de autodeterminación y el principio de nacionalidad al que da lugar. Mises[43] no escatima palabras al describir los problemas de las minorías en un sistema intervencionista y antiliberal:

Si el gobierno de estos territorios [habitados por miembros de diversas nacionalidades] no sigue postulados completamente liberales, no puede considerarse ni siquiera una aproximación a la igualdad de derechos en el trato a los miembros de los diversos grupos nacionales. Solo puede haber gobernantes y gobernados. La única alternativa es si uno es martillo o yunque.

Sin embargo, Mises va más allá y argumenta que ni siquiera acabar con el intervencionismo resolvería el conflicto de las nacionalidades. Es casi el único entre los liberales clásicos de su época y los libertarios modernos que reconoce claramente que el capitalismo de laissez faire y el libre comercio son necesarios pero no suficientes para asegurar la paz entre distintos grupos de individuos obligados a vivir bajo un sistema político unificado que voluntaria y naturalmente se autoidentifique como distintos pueblos o naciones a partir del idioma, las costumbres y tradiciones compartidas, la religión, la herencia étnica o cualquier otro factor objetivo que sea subjetivamente significativo para ellos. Como indica Mises[44]:

Todas estas desventajas [experimentadas por las minorías] se sienten como muy opresivas incluso en un estado con una constitución liberal en el que la actividad el gobierno se restringe a la protección de la vida y la propiedad los ciudadanos. Pero se hacen casi intolerables en un estado intervencionista o socialista.

Para Mises,[45] lo mejor que puede decirse de un gobierno cuyas funciones están estrictamente limitadas a la protección de la persona y la propiedad y a la aplicación de los contratos es que no «agrava artificialmente la fricción que debe aparecer de esta vida conjunta de grupos diferentes».

Mises defiende el programa liberal completo (los principios de laissez faire y autodeterminación) frente a quienes atribuyen vacuamente los «antagonismos violentos» entre naciones que habitan una sola jurisdicción política a una «antipatía innata» entre distintos pueblos. Por el contrario, Mises[46] argumenta que, a pesar de los odios que puedan existir naturalmente entre diversos grupos de personas la misma nacionalidad, estos son capaces de convivir pacíficamente cuando se encuentran bajo la jurisdicción del mismo estado, mientras que las distintas nacionalidades que se agrupan por la fuerza bajo disposiciones políticas comunes están en conflicto constante:

Los bávaros odian a los prusianos y los prusianos a los bávaros. No menos feroz es el odio que existe entre grupos individuales tanto dentro de Francia como de Polonia. Aun así, alemanes, polacos y franceses consiguen vivir pacíficamente dentro de sus propios países. Lo que da a la antipatía del polaco hacia el alemán y del alemán hacia el polaco una importancia política especial es la aspiración de cada uno de estos dos pueblos a apropiarse del control político de las áreas fronterizas en las que alemanes y polacos viven unos junto a otros, y usarla para oprimir a los miembros de la otra nacionalidad. Lo que ha hecho que el odio entre naciones se haya convertido en un fuego que consume todo es el hecho de que la gente quiere usar las escuelas para que los niños olviden el idioma de sus padres y hacer uso de tribunales y oficinas administrativas, las medidas políticas económicas y la expropiación directa para perseguir a quienes hablan un idioma extranjero.

Así que la causa subyacente de los conflictos nacionales no son las antipatías naturales entre los pueblos (que pueden existir o no), sino la negación política del derecho de autodeterminación. En este sentido, Mises lanza una advertencia terrible y a posteriori presciente: «Mientras no se aplique completamente el programa liberal en los territorios de nacionalidad mixta, el odio entre los miembros de naciones diferentes debe hacerse cada vez más feroz y debe continuar iniciando nuevas guerras y rebeliones». Esto es indudablemente cierto en el mundo actual, particularmente en Asia y África, donde los europeos imperialistas y colonialistas agruparon distintas «naciones» (tribus, cacicazgos, grupos lingüísticos, etnicidades, religiones) en uniones políticas profundamente disfuncionales. La mayoría de las 37 guerras que se estaban produciendo en 2015 en estos continentes eran guerras «intraestatales» o civiles y de estas la mayoría estaban «alimentadas tanto por animosidades étnicas o religiosas como por fervor ideológico».[47] En su raíz se encuentran los intentos de los grupos minoritarios de resistir o acabar con la opresión de la mayoría, ya sea apropiándose del aparato estatal existente, independizándose del estado o creando un estado completamente nuevo, por ejemplo, el Estado Islámico.

  1. La inmigración como problema político

Esto nos lleva a la polémica cuestión de la inmigración. Mises[48] rechaza de plano los argumentos puramente económicos contra la libre inmigración como engañosos. Señala que, desde el punto de vista global, la migración aumenta la productividad del trabajo humano, la oferta de bienes y los niveles de vida, porque facilita la reasignación de mano de obra (y capital) desde regiones con condiciones naturales menos ventajosas de producción a aquellas con condiciones naturales más ventajosas. Los efectos de las barreras a la migración laboral causan por tanto una mala asignación de la mano de obra y una mala distribución geográfica, con un exceso relativo de oferta en algunas áreas y un defecto en otras. Los efectos de las barreras a la migración son por tanto exactamente los mismos que los efectos de los aranceles y otras barreras al comercio internacional de bienes: la reducción de la eficiencia productiva y la renta real, porque en algunas regiones se explotan oportunidades de producción comparativamente desfavorables mientras que en otras permanecen sin utilizar oportunidades comparativamente favorables.

Aunque Mises argumenta que el libre movimiento de bienes, capital y mano de obra tiende a maximizar la productividad del trabajo y la producción total de bienes y servicios, no considera a este el objetivo último del liberalismo. Como argumenta Mises[49] en relación con otra cosa, es un error creer «que la esencia de los programas liberales no era la propiedad privada sino la “libre competencia” [es decir, libre del “poder económico” de las grandes empresas]». Lo mismo es también aplicable cuando se evalúa la conveniencia de la migración laboral: el patrón de bienestar para Mises y los liberales clásicos no son los objetivos «economicistas» de la Escuela de Chicago de la eficiencia en la producción o la máxima productividad laboral medida en términos pecuniarios, sino la garantía de un régimen de propiedad privada completa. Pues es el funcionamiento del mercado no intervenido basado en la propiedad privada el que mejor satisface las preferencias del consumidor por bienes intercambiables y no intercambiables, que es el objetivo final de toda actividad económica.[50]

En su brillante pero olvidado análisis del mercado laboral en su tratado económico, La acción humana, Mises[51] señala que ni siquiera la migración completamente sin trabas de mano de obra a través de fronteras políticas lleva a la máxima productividad laboral y a una distribución del trabajo que iguale los salarios laborales para el mismo tipo y calidad de servicios laborales a través de la economía global. ¿La razón?

El trabajador y el consumidor son la misma persona. (…) Los hombres no puede separar sus decisiones con respecto a la utilización de su fuerza laboral de aquellas que afectan al disfrute de sus ganancias.

Herencia, idioma, educación, religión, mentalidad, lazos familiares y entorno social están ligados al trabajador de tal manera que no elige el lugar y el sector de su trabajo sólo con respecto al nivel salarial.

Por tanto, al explicar la emigración laboral Mises cambia el enfoque de la abstracción analítica del «trabajador» buscando los salarios más altos de acuerdo con sus preferencias de ocio al actor humano real que muestra preferencias en todo un rango de objetivos que incluyen bienes no intercambiables como proximidad, cercanía y asociación con miembros de la misma familia, filiación religiosa, etnicidad o grupo idiomático. Consecuentemente, Mises[52] reconoce explícitamente que una vez se eliminan los supuestos pasados de moda que subyacen en la doctrina librecambista propuesta por Ricardo y los economistas clásicos y se considera la movilidad internacional de capital y mano de obra así como de bienes, la defensa del libre comercio, aunque siga siendo válida «desde el punto de vista puramente económico (…) presenta un punto de partida bastante distinto para probar las razones extraeconómicas a favor y en contra del sistema proteccionista». Así que Mises toma el análisis de la emigración más allá del ámbito de las consideraciones estrictamente económicas y lo pone en contacto con la realidad política concreta del estado-nación mezclado democrático y su característica supresión y violación de los derechos de propiedad de las minorías nacionales por parte de la nación mayoritaria.

Este análisis lleva Mises a considerar la «inmigración» masiva, es decir, la migración laboral a través de fronteras estatales, incluso cuando se produce por razones puramente económicas, como algo que plantea un problema inherente. Mises[53] sostiene que la creación de estados-nación mezclados resultante de la inmigración de trabajadores de una nacionalidad extranjera «da lugar de nuevo a todos esos conflictos que se desarrollan generalmente en territorios políglotas» y «a conflictos particularmente característicos entre pueblos». Mises[54] sí reconoce que puede haber una asimilación cultural y política pacífica «si los inmigrantes no llegan todos a la vez sino poco a poco, de tal manera que el proceso de asimilación de los primeros inmigrantes ya esté completado, o al menos esté en camino de estarlo, cuando lleguen los nuevos». Cita el ejemplo de la inmigración china a Estados Unidos en el siglo XIX, que se produjo de una manera que hizo posible la asimilación. Sin embargo, Mises[55] señala que «tal vez» los chinos habrían «logrado el dominio en su nuevo hogar (…) en los estados occidentales de la Unión si la legislación no hubiera restringido en su momento su inmigración». Pero esto es estrictamente una observación objetiva y Mises no saca ninguna implicación política de ella.

De hecho, Mises[56] expone los argumentos económicos para restringir la inmigración planteados por los sindicatos proteccionistas en países con salarios relativamente altos como Estados Unidos y Australia como evidentemente interesados y dañinos para los intereses económicos de sus conciudadanos, así como contrarios a las enseñanzas de una buena teoría económica. Pero Mises[57] adopta un tono más mesurado cuando considera el argumento extraeconómico a favor de la restricción de la inmigración al que recurren hipócritamente los proteccionistas como último recurso. Según este último argumento, en ausencia de barreras de inmigración, «hordas de inmigrantes» de nacionalidades europeas y asiáticas que no hablan inglés «inundarían Australia y Estados Unidos». Como estos inmigrantes llegarían rápidamente y en gran número, afirma el argumento, no podrían ser asimilados y los anglosajones en los países de recepción se encontrarían en minoría y su «dominio exclusivo (…) se destruiría».

Al evaluar este argumento, Mises[58] destaca los problemas políticos que aparecerían en un estado-nación mezclado creado de la noche a la mañana por la inmigración masiva:

Estos temores tal vez sean exagerados con respecto a Estados Unidos. Con respecto a Australia, indudablemente no lo son. (…) Si Australia se abriera a la inmigración, puede suponerse con gran probabilidad que su población estaría compuesta en pocos años por japoneses, chinos y malayos. (…) Toda la nación [no solo los trabajadores] es unánime, sin embargo, al temer la inundación de extranjeros. Los habitantes actuales de esas tierras favorecidas [EEUU y Australia] temen que algún día podrían verse reducidos a una minoría en su propio país y que tendrían que sufrir todos los horrores de la persecución nacional a la que, por ejemplo, están expuestos hoy [1927] los alemanes en Checoslovaquia, Italia y Polonia.

Aunque Mises no adopta una postura explícita sobre si es deseable una política que dificulte los flujos masivos de inmigración inducidos por oportunidades económicas, reconoce que «estos temores» de la nacionalidad que habita el país que los recibe «están justificados», especialmente en un mundo de estados intervencionistas.[59] Mises,[60] que durante muchos años observó de cerca el indignante maltrato a las minorías nacionales en la Europa central y oriental, expresa gráficamente la base del miedo de la nación mayoritaria a verse transformada en una minoría nacional:

Mientras se concedan al estado los enormes poderes que tiene hoy y que la opinión pública considera que son su derecho, la idea de tener que vivir en un estado cuyo gobierno esté en manos de los miembros de una nacionalidad extranjera es evidentemente aterradora. Es espantoso vivir en un estado en el que a cada paso uno se ve expuesto a persecución (disfrazada como justicia) por parte de una mayoría gobernante. Es terrible verse minusvalorado incluso como niño en la escuela debido a la nacionalidad propia y estar en inferioridad ante cualquier autoridad judicial y administrativa por pertenecer a una minoría nacional.

Así que Mises[61] ve a la inmigración siempre y en todas partes como un «problema» para el cual «no hay solución» mientras los regímenes políticos intervencionistas sean la norma. Solo cuando el paso de fronteras estatales por miembros de una nación diferente no augure peligros políticos para la nacionalidad indígena desaparecerá el «problema de la inmigración» y será reemplazado por la migración benigna de mano de obra que crea ventajas económicas genuinas y mutuas para todas las personas y pueblos. Así que, desde la perspectiva de Mises, la solución al problema de la inmigración no es legislar algún vago derecho ad hoc para la «libertad de movimientos» entre los estados existentes con fronteras fijas. Por el contrario, es completar la revolución liberal de laissez faire y garantizar los derechos de propiedad privada promoviendo el continuo redibujo de las fronteras estatales de acuerdo con el derecho de autodeterminación y el principio de nacionalidad. Entonces (y solo entonces) puede acomodarse pacíficamente la reasignación continua y creadora de riqueza de la mano de obra en todo el mundo requerida por una economía capitalista sin precipitar un conflicto político.

  1. Conclusión

Mises era un nacionalista y cosmopolita liberal radical cuyo objetivo principal era promover políticas que facilitaran la extensión pacífica de la división social del trabajo basada en la propiedad privada para todas las personas y naciones. Reconocía la realidad de las naciones independientes y su sentido para el análisis de la política y las políticas económicas. Reconocía que las fronteras políticas que no se habían formado de acuerdo con el principio de nacionalidad eran un impedimento insuperable para la completa aplicación del concepto de libre comercio y una fuente importante de conflictos nacionales y proteccionismo, que destruían la riqueza. En particular, Mises apreciaba que la «inmigración» no era la solución al problema de la distribución espacial no económica del trabajo, sino la misma causa del problema. El problema de la inmigración solo se resolvería con la consumación de la revolución liberal clásica con el reconocimiento universal el derecho autodeterminación. Entonces el problema (y el mismo fenómeno) de la inmigración desaparecería, ya que las fronteras de los estados se moverían con la migración de pueblos y naciones.

Epílogo: ¿Cambió Mises de opinión?

Mises expresó su programa liberal radical de autodeterminación y nacionalismo pacífico en dos libros escritos durante el periodo de entreguerras: Nación, estado y economía[62] y Liberalismo,[63] originalmente publicados en alemán en 1919 y 1927, respectivamente. Sin embargo, posteriormente, durante los tristes días de la Segunda Guerra Mundial, Mises[64] escribió varias obras en las que abandonaba toda esperanza de que el programa liberal fuera a proporcionar alguna vez una solución viable para el problema de las minorías nacionales en Europa Oriental. Dadas las tendencias intelectuales del nacionalismo económico y el intervencionismo que se había apoderado de los líderes políticos y los intelectuales públicos en todas las naciones, Mises[65] pasó a creer «que el principio de nacionalidad, tal y como se desarrolló en la Europa occidental, es sencillamente inaplicable en la Europa oriental, donde los grupos lingüísticos están inevitablemente entremezclados». En lugar del principio de la nacionalidad como guía para la organización política, Mises[66] proponía una Unión Democrática Oriental (UDO), un estado democrático altamente centralizado y supranancional para gobernar todas las nacionalidades residentes en la zona «entre las fronteras orientales de Alemania, Suiza e Italia y las fronteras occidentales de Rusia (…) desde las orillas del Báltico hasta las de los mares Negro, Adriático y Egeo».

Mises[67] era notablemente franco acerca de la naturaleza de la UDO: implicaría «una supresión total de la soberanía local» con «todo el territorio de Europa Oriental (…) organizado como una unidad política bajo un gobierno estrictamente unitario» con el «objetivo principal (…) de eliminar el problema de las minorías nacionales». En el territorio de la UDO, el mayor grupo lingüístico serían los polacos, comprendiendo el 20% de la población. Por tanto, no habría ninguna mayoría nacional que se impusiera sobre nacionalidades minoritarias. Bajo estas condiciones político-democráticas, Mises[68] creía que la constitución de la UDO sería capaz de garantizar eficazmente a todos los ciudadanos un igual trato bajo la ley y el derecho a la libertad de movimientos y elección de profesión dentro de la unión.

Sin profundizar mucho en los detalles de la propuesta de Mises, podemos hacer tres observaciones. Primera, aunque los momentos de desesperanza puedan haber hecho que Mises cambiara de idea acerca de la naturaleza de la solución, nunca dudó de su opinión sobre el problema esencial, que es la imposibilidad de una coexistencia pacífica entre nacionalidades mayoritaria y minoritarias bajo un gobierno unitario, especialmente en una democracia mayoritaria. Segundo, Mises preveía la crítica de que su plan era un intento de restaurar el antiguo Imperio Austrohúngaro a mayor escala. Reconociendo esto en parte, Mises[69] destacaba los aspectos liberales del imperio: «Esto es verdad en la medida en que la antigua Austria (…) era la única potencia entre las que gobernaban esta área que trataba a todos sus ciudadanos por igual». Aunque admitía que el sistema austriaco había fracasado, Mises argumentaba que su propuesta de la UDO incluía detalles «basados precisamente en las lecciones que nos enseña el fracaso austriaco». Finalmente, después de la Segunda Guerra Mundial, Mises dejó de escribir acerca de conflictos de nacionalidad porque el problema se había vuelto irrelevante por la incorporación por la fuerza de las naciones combatientes de Europa Oriental (con la connivencia de las potencias aliadas) a la esfera de influencia de un estado despótico rígidamente centralizado: la Unión Soviética. Mises limitó su enfoque a un análisis estrictamente realista de las barreras de inmigración como una política de nacionalismo económico que estaba pensada para aumentar los salarios de los trabajadores nacionales, especialmente los pertenecientes a sindicatos. En resumen, a pesar de su propuesta de la UDO, Mises[70] nunca expresó posteriormente ningún alejamiento de sus ideas del periodo de entreguerras acerca del origen y la naturaleza de los conflictos de nacionalidad y el insuperable problema político que planteaban para la inmigración masiva.

2.  El alegato nacionalista a favor del libre comercio, en palabras de los economistas clásicos

Los fundadores de la economía clásica, es decir, David Hume (1711-1776), Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823) y sus seguidores británicos eran fervientes defensores del principio del libre comercio entre naciones. Y más aún J.-B. Say (1767-1832), Frederic Bastiat (1801-1850) y sus discípulos continentales de la escuela liberal (a quienes por simplificar los calificaré en general como economistas clásicos, debido a su vinculación con Adam Smith). A pesar de su devoción por el libre comercio, los economistas clásicos eran nacionalistas. Consideraban al libre comercio como uno de los medios más importantes para promover la seguridad, la prosperidad y los logros culturales de sus propias naciones. En este sentido, tendían a ser lo que Ludwig von Mises describió cómo nacionalistas «pacíficos» o «liberales»,[71] que reconocían la existencia de profundas diferencias entre naciones y nacionalidades y amaban a sus propias naciones por encima de todas las demás, pero que discernían que el florecimiento económico y cultural de cada nación estaba inextricablemente ligado al florecimiento de todas las demás. Naturalmente, al reconocer esta armonía internacional de intereses, los economistas clásicos eran totalmente cosmopolitas y antibelicistas.

El cosmopolitismo y el pacifismo de los economistas clásicos han sido malinterpretados en el pasado (a menudo deliberadamente) por sus oponentes proteccionistas como una falta de afecto y preocupación por su nación y sus intereses. Esta interpretación errónea del alegato clásico a favor del libre comercio ha vuelto a ganar terreno en los escritos de algunos libertarios contemporáneos y economistas del libre mercado que han adoptado la agenda antinacionalista y globalista. Afortunadamente, eminentes historiadores del pensamiento económico han demolido previamente esta burda caricatura de la posición clásica y han aclarado la lógica de los economistas clásicos en la promoción del libre comercio. Tomemos algunos ejemplos.

Lionel Robbins fue un economista británico muy influenciado por Mises, Hayek y los fundadores de la Escuela Austriaca al principio de su carrera. También fue uno de los historiadores más destacados de la escuela clásica de economía, habiendo escrito varios artículos y libros sobre el tema. Robbins fue enfático en defender la opinión de que los economistas clásicos británicos promovían el libre comercio porque mejoraba las condiciones económicas de Gran Bretaña:

En la medida en que los [economistas clásicos] repudiaron las antiguas máximas de la guerra económica y asumieron la ventaja mutua en el intercambio internacional, es cierto que la perspectiva de los economistas clásicos parece, y de hecho lo es, más amplia y pacífica que la de sus antagonistas. Pero hay pocas evidencias de que a menudo fueran más allá de la prueba de la ventaja nacional como criterio de política, y menos aún de que estuvieran dispuestos a contemplar la disolución de los vínculos nacionales. Si examinamos el terreno sobre el que recomiendan el libre comercio, veremos que siempre es en términos de un uso más productivo de los recursos nacionales. (…) No encuentro rastro alguno en sus escritos del vago cosmopolitismo con el que a menudo se acredita a escritores continentales [como el proteccionista Friedrich List]. (…) Todo lo que sostengo es que nos equivocamos si suponemos que los economistas clásicos ingleses habrían recomendado, porque era bueno para el mundo en general, una medida que ellos pensaban que hubiera sido perjudicial para su propia comunidad. Era el consumo de la economía nacional lo que ellos consideraban el fin de la actividad económica.[72]

En una obra clásica, publicada justo después de la Segunda Guerra Mundial, Edmund Silberner estudió el pensamiento de los principales economistas del siglo XIX, incluidos los economistas liberales británicos clásicos y franceses, sobre el problema de la guerra, sus causas y su solución.[73] Silberner señalaba que los economistas clásicos, a quienes llamaba «liberales», consideraban que la guerra era «económica y socialmente dañina» y «no sólo inmoral sino estúpida», porque «es en la práctica el estado natural de los hombres que ignoran las leyes de la economía política».[74] Silberner resumía la postura clásica liberal sobre la conexión entre el libre comercio, la prosperidad, la guerra y la ciencia de la economía política de la siguiente manera:

Al favorecer el acuerdo internacional (…) [el libre comercio] contribuye no solo a la prosperidad material de las naciones, sino también al progreso intelectual y moral de la humanidad en su conjunto. De todos los sistemas económicos conocidos, es, por tanto, (…) el más favorable para cada nación, así como para la raza humana en su totalidad. (…) el establecimiento de la libertad comercial traerá consigo una de las revoluciones más profundas de la historia. El libre comercio asegurará a todos los hombres el máximo bienestar material posible, que de hecho no conocerá más límites que los recursos naturales del planeta y el trabajo creativo de los hombres. Es más, la influencia del libre comercio no se limitará al ámbito económico: la libertad de comercio internacional también aumentará considerablemente la seguridad exterior de las naciones. (…) El papel asignado por los liberales, en este sentido, a la economía política es el más importante. Esta ciencia debe ocuparse de la guerra porque la paz es un elemento esencial de la prosperidad pública. La economía política (…) es considerada por los liberales como la ciencia por excelencia de la paz. La difusión del conocimiento económico tiende así, a su juicio, a prevenir las guerras.[75]

Tras demostrar las actitudes profundamente cosmopolitas y pacíficas de los economistas clásicos, Silberner, al igual que Robbins, enfatizaba que eran ante todo nacionalistas. Así, escribía: «Aunque hostiles al militarismo, dejan claro que su actitud no se opone ni a un patriotismo ilustrado ni al principio de las nacionalidades».[76] Además, los economistas clásicos no sólo veían el libre comercio como la política más eficaz para evitar la guerra, sino también como el mejor medio para prepararse para una guerra inminente. Según Silberner, «cualesquiera que sean sus diferencias de opinión [sobre la eficacia relativa del libre comercio como elemento disuasorio de la guerra], todos dan por sentado que, si la guerra es verdaderamente inevitable, el libre comercio, al enriquecer a las naciones, las prepara mejor que el sistema de protección, que empobrece a todas ellas».[77] Por último, a pesar de su aborrecimiento de la guerra, los economistas clásicos, «con algunas excepciones», se oponían o eran «hostiles» a la entrega de la soberanía nacional a una «organización de paz supranacional».[78]

En un importante trabajo reciente, Razeen Sally ha investigado los puntos de vista sobre el orden económico internacional de los liberales clásicos, desde Hume y Smith hasta Wilhelm Röpke y otros economistas de la escuela ordoliberal alemana del siglo XX.[79] En su tratamiento de Hume y Smith, Razeen argumenta que ambos consideran que el amor discriminatorio de una persona por su nación está psicológica y moralmente justificado:

Ambos, Hume y Smith, creen firmemente que el sentimiento humano de compañerismo (o la aprobación de los demás), el famoso principio de «simpatía» de la filosofía moral del siglo XVIII, puede aplicarse dentro de una nación, pero difícilmente entre naciones. La simpatía subsume un sentimiento de patriotismo o «amor a la patria», pero no se extiende al «amor a la humanidad». (…) Tanto Hume como Smith opinan que esto es correcto y apropiado, ya que el interés público está asegurado cuando uno fija su atención en algo limitado y próximo, extendiéndose al patriotismo o al amor a la patria, en lugar de en algo vago e incierto como el amor a la humanidad.[80]

Por consiguiente, Razeen insiste en que la defensa de Hume y Smith del libre comercio se basa en su creencia de que es la política que mejor conduce a mejorar la riqueza y el bienestar de su propia nación. Sally es enfático en este punto:

… Hume y Smith se aferran a las consideraciones de la nación y el interés nacional como objetos prácticos de análisis. Este es un punto de importancia absolutamente vital. Nótese que Smith no se refiere a la riqueza del «mundo», sino que se centra en la riqueza de las naciones. En primer lugar, la interrelación de los fenómenos económicos se examina según el criterio de maximización de la riqueza nacional, no global. (…) En contradicción con los mercantilistas, sin embargo, sostiene que, bajo el libre comercio, el interés nacional se corresponde con el interés global. Sin embargo, como subproducto, este régimen beneficia al resto del mundo a través de una mejor asignación de los recursos mundiales, sin mencionar los beneficios dinámicos de la transferencia de tecnología, la emulación competitiva y un mercado cada vez más amplio que se extiende por todo el mundo. (…) Este es el contexto en el que Smith aboga por el libre comercio unilateral, en el que también creen los economistas clásicos del siglo XIX: una o varias naciones adoptan el libre comercio de forma independiente en su propio interés; otras, actuando también en su propio interés, es probable que sigan el ejemplo de naciones pioneras en el libre comercio una vez que los beneficios de dicha política se hagan evidentes. [Cursivas originales][81]

Sin embargo, no necesitamos depender sólo de la interpretación de los historiadores modernos del pensamiento sobre este asunto, ya que tenemos las palabras de los propios economistas clásicos. No hay mejor lugar para empezar que una famosa declaración de uno de los primeros economistas clásicos, David Hume. El dictado de Hume ilustra de manera conmovedora cómo, a los ojos de los economistas clásicos, el libre comercio armonizaba perfectamente el nacionalismo y el cosmopolitismo.

Por lo tanto, me atreveré a reconocer que, no sólo como hombre, sino como súbdito británico, rezo por el florecimiento del comercio de Alemania, España, Italia e incluso de la propia Francia. Estoy al menos seguro de que Gran Bretaña y todas esas naciones florecerían más si sus soberanos y sus ministros adoptaran sentimientos tan grandes y benévolos entre sí.[82]

Como señalaba Robbins,[83] Adam Smith «repudia expresamente» la postura globalista que coloca el bienestar de la propia nación en completa armonía con el de otras naciones:

Francia puede contener, tal vez, cerca de tres veces el número de habitantes que contiene Gran Bretaña. Por lo tanto, en la gran sociedad de la humanidad, la prosperidad de Francia debería parecer un objeto mucho más importante que la de Gran Bretaña. El súbdito británico, sin embargo, que por ese motivo preferiría en todas las ocasiones la prosperidad del primero a la del segundo país, no se consideraría un buen ciudadano de Gran Bretaña. No amamos a nuestro país simplemente como parte de la gran sociedad de la humanidad: lo amamos por sí mismo e independientemente de cualquier consideración de este tipo.[84]

El discípulo más cercano de Ricardo, J. R. McCulloch (1789-1864), argumentaba que el libre comercio une a todas las naciones y pueblos en interés común. McCulloch declaraba:

El comercio abarca diferentes naciones, al (…) hacer que cada pueblo dependa en gran medida de los demás (…) forma un poderoso principio de unión y reúne a la sociedad universal de las naciones por medio de lazos poderosos de interés mutuo y obligación recíproca.[85]

McCulloch no está diciendo que el libre comercio disolverá pueblos y naciones en una masa globalista homogénea o que erradicará el deseo de la mayoría de los individuos del florecimiento y la preeminencia de la nacionalidad o «pueblo» con el que se identifican. De hecho, está diciendo todo lo contrario: que el libre comercio y los beneficios mutuos que confiere a todas las naciones son los únicos medios racionales disponibles para sostener la propia nación y asegurar el deseado avance y distinción entre otras naciones. En palabras de McCulloch:

Se ha demostrado una y otra vez que nada puede ser más irracional y absurdo que el temor al progreso de otros en la riqueza y la civilización que alguna vez prevaleció; que lo que beneficia a un estado beneficia a todos y que la verdadera gloria y el interés real de cada pueblo se promoverá con más certeza tratando de superar a sus vecinos en esta carrera de la ciencia y la civilización, que participando en planes de conquista y agresión.[86]

Henri Baudrillart (1821-1892) fue un eminente economista e historiador económico liberal francés y seguidor de Bastiat. Era un feroz librecambista y antibelicista, que se oponía a los ejércitos permanentes. Sin embargo, Baudrillart sostenía que el libre comercio internacional y la división del trabajo no solo son compatibles con las diferencias entre naciones y nacionalidades, sino que incluso requieren dicha separación y diferencias. Baudrillart escribía:

Quienes no consideran en absoluto las diferencias producidas entre los hombres por el clima, la raza y las instituciones, son los mismos teóricos de las prohibiciones que quieren que cada nación sea autosuficiente y se dedique a todas las industrias al mismo tiempo. (…) Al esforzarse por mantener la división del trabajo que la Providencia misma ha establecido entre los hombres, la economía política no es obviamente hostil al espíritu de la nacionalidad: basa la alianza de los pueblos en la diferencia de caracteres y facultades y quiere que cada uno sobresalga en las condiciones que le son propias y que cada uno produzca para tener medios de intercambio. Para generalizar y ampliar el comercio, hace local la industria.[87]

Es necesario destacar la base nacionalista del alegato clásico a favor del libre comercio por dos razones. En primer lugar, los libertarios modernos y los liberales «clásicos» que están a favor de la apertura de las fronteras y son indiferentes a la disolución de las naciones históricas a menudo invocan los nombres de Hume, Smith y Bastiat en apoyo de su postura. Pero, como hemos visto, la liberalidad, el pacifismo y el cosmopolitismo de estos grandes pensadores y sus seguidores del siglo XIX es muy diferente del globalismo homogeneizador que abrazan sus epígonos modernos. En segundo lugar, sin pronunciarse sobre la controvertida cuestión de la inmigración, es importante tener en cuenta que la lógica clásica de la libre circulación de mercancías no puede extenderse simplemente para justificar la «libre circulación de trabajadores», es decir, la apertura de fronteras, especialmente si el resultado es una inmigración masiva. Como nacionalistas, los economistas clásicos difícilmente mirarían con ecuanimidad la desintegración de su nación.


[1] Nation, State, and Economy: Contributions to the Politics and History of Our Time, traducido por Leland B. Yeager (Nueva York: New York University Press, 1983), pp. 34, 36. [Publicado en España como Nación, estado y economía: Contribuciones a la política y a la historia de nuestro tiempo (Madrid: Unión Editorial, 2010)]

[2] Ibíd.

[3] Ibíd., p. 38.

[4] Ibíd., p. 35.

[5] Ibíd., p. 36-37.

[6] Mises (ibíd., p. 34) da el encantador ejemplo de los nacionalistas italianos que gritaban a los soldados imperiales austriacos: «Volved cruzando los Alpes y seremos hermanos del nuevo».

[7] Liberalism in the Classical Tradition, traducido por Ralph Raico, 3ª ed. (Irvington-on-Hudson, NY, y San Francisco: The Foundation for Economic Education y Cobden Press, 1985), p. 109. [Publicado en España como Liberalismo: La tradición clásica (Madrid: Unión Editorial, 2010)]

[8] Ibíd., pp. 109-110.

[9] Nation, State, and Economy, pp. 39-40.

[10] Liberalism, p. 106

[11] Nation, State, and Economy, p. 79, n. 45.

[12] Liberalism, p. 113.

[13] Ibíd., p. 110.

[14] Sin embargo, Mises (1983, p. 37) reconoce que en algunos casos aislados «en los que la libertad y el autogobierno ya prevalecen y parecen asegurados sin él», como Suiza, el derecho de autodeterminación puede no generar un estado nacionalmente unificado.

[15] Omnipotent Government: The Rise of the Total State and Total War (Spring Mills, PA: Libertarian Press [1944] 1984), p. 101. [Publicado en España como Gobierno omnipotente: En nombre del estado  (Madrid: Unión Editorial, 2002)]

[16] Murray N. Rothbard, «Nations by Consent: Decomposing the Nation-State», Journal of Libertarian Studies 11, nº 1 (Otoño de 1994): 1-3.

[17] Liberalism, pp. 125-126.

[18] Ibíd., p. 124.

[19] Ibíd., p. 127.

[20] Nation, State, and Economy, p. 46.

[21] Mises (Liberalism, pp. 87-88) se refiere especialmente a polacos, checos y magiares, que sustituyeron con un «nacionalismo agresivo» el «principio liberal de la autodeterminación» con el objetivo de «dominar a pueblos que hablaban otros idiomas». Los nacionalistas alemanes e italianos los siguieron rápidamente.

[22] Sobre los conflictos étnico-religiosos en la antigua Yugoslavia, ver Murray N. Rothbard «Hands Off the Serbs», (RRR: Rothbard-Rockwell Report, 1993): 1-5 y «Nations by Consent», pp. 1-10.

[23] Nation, State, and Economy, pp. 48-49.

[24] Ibíd., p. 51.

[25] Ibíd., p. 47.

[26] «An Eastern Democratic Union: A Proposal for the Establishment of a Durable Peace in Eastern Europe», en Selected Writings of Ludwig von Mises: The Political Economy of International Reform and Reconstruction, ed. Richard M. Ebeling (Indianápolis, IN: Liberty Fund, 2000), p. 184.

[27] Ibíd., p. 181.

[28] Nation, State, and Economy, p. 50.

[29] Ibíd., p. 56.

[30] Nation, State, and Economy, p. 50.

[31] Liberalism, p. 113.

[32] Ibíd., pp. 114-115.

[33] Ibíd., p. 116.

[34] Rothbard («Nations by Consent», pp. 5-6) dice algo similar acerca de los inevitables conflictos políticos que aparecen en una situación en la que distintas nacionalidades se encuentran agrupadas bajo la jurisdicción de un solo gobierno liberal de laissez faire: «Pero incluso bajo el estado mínimo las fronteras nacionales seguirían marcando una diferencia, a menudo grande, para los habitantes de la zona. ¿Pues en qué idioma (…) estarían las señales de la calle, los listines telefónicos, las sentencias de los tribunales o las clases de las escuelas de la zona?»

[35] Liberalism, p. 116.

[36] Nation, State, and Economy, pp. 47-48.

[37] Liberalism, pp. 119-120.

[38] Ibíd., p. 119.

[39] «Malcolm Explains the Difference between Separation and Segregation». Texto transcrito de una parte de un audio de «The Race Problem», un discurso en la Michigan State University, East Lansing (23 de enero de 1963).

[40] «An Interview by A. B. Spellman», en Malcolm X, By Any Means Necessary, 2ª ed. (Nueva York: Pathfinder: [1964] 1992), pp. 31-32.

[41] Nation, State, and Economy, p. 39.

[42] Una expresión más eufónica que «estados nación mezclados» para estas entidades políticas sería «estados multinacionales», pero dada su connotación actual, esta última podría dar lugar a equivocaciones.

[43] Liberalism, pp. 22-23.

[44] Ibíd., p. 129.

[45] Ibíd., p. 118.

[46] Ibíd., pp. 120-121.

[47] GlobalSecurity.org 2019. Visto el 27 de agosto de 2019.

[48] Liberalism, pp. 138-139; Human Action: A Treatise on Economics, Scholar’s Edition (Auburn, AL: Mises Institute, 1998), pp. 160-163, 742-749. [Publicado en España como La acción humana: Tratado de economía (Madrid: Unión Editorial, 2019)]

[49] Critique of Interventionism, traducción de Hans F. Sennholz, 2ª ed. (Irvington-on-Hudson, NY: The Foundation for Economic Education, 1996), p. 35. [Publicado en España como Crítica del intervencionismo: El mito de la tercera vía (Madrid: Unión Editorial, 2001)]

[50] Sobre la distinción crucial entre bienes «intercambiables» y «no intercambiables», ver Murray N. Rothbard, Man, Economy and State: A Treatise on Economic Principles with Power and Market: Government and the Economy, Scholar’s Edition, 2ª ed. (Auburn, AL: Mises Institute, 2009), pp. 214-218, 1323-1324) [Publicado en España como El hombre, la economía y el estado (Madrid: Unión Editorial, 2011)] y Philip Wicksteed, The Common Sense of Political Economy and Selected Papers and Reviews on Economic Theory, ed. Lionel Robbins (Nueva York: Augustus M. Kelley, 1967), pp. 132-134.

[51] Human Action, p. 622.

[52] Nation, State, and Economy, p. 64.

[53] Liberalism, p. 123; Nation, State, and Economy, p. 59.

[54] Nation, State, and Economy, p. 61 n. 33.

[55] Ibíd., p. 61.

[56] Liberalism, p. 139.

[57] Ibíd., pp. 139-140.

[58] Ibíd., pp. 140-141.

[59] Escribiendo durante la Segunda Guerra Mundial, Mises (Omnipotent Government, p. 114; «The Fundamental Principles of a Pan-European Union», en Selected Writings of Ludwig von Mises: The Political Economy of International Reform and Reconstruction, ed. Richard M. Ebeling [Indianapolis, IN: Liberty Fund, 2000], p. 47) argumentaba vigorosamente contra la admisión de inmigrantes de los estado del Eje de Alemania, Italia y Japón.

[60] Liberalism, p. 141.

[61] Ibíd., p. 142.

[62] Nation, State, and Economy.

[63] Liberalism.

[64] Omnipotent Government; «Postwar Reconstruction», en Selected Writings of Ludwig von Mises: The Political Economy of International Reform and Reconstruction, ed. Richard M. Ebeling (Indianápolis, IN: Liberty Fund, 2000); «An Eastern Democratic Union».

[65] «An Eastern Democratic Union», p. 184.

[66] Ibíd., p. 176.

[67] Ibíd., pp. 182, 183, 186-187.

[68] Ibíd., p. 187.

[69] Ibíd., p. 198.

[70] Human Action.

[71] Para la descripción y defensa de Mises del nacionalismo liberal, ver el ensayo anterior en este libro.

[72] Lionel Robbins, The Theory of Economic Policy in English Classical Political Economy (Londres: Macmillan & Co. Ltd., 1953), pp. 10-11.

[73] Edmund Silberner, The Problem of War in Nineteenth Century Economic Thought, trad. Alexander H. Krappe (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1946). [Publicado en España como La guerra en el pensamiento económico (Barcelona: Aguilar, 1955)]

[74] Ibíd., p. 280.

[75] Ibíd., pp. 281-282.

[76] Ibíd., p. 282.

[77] Ibíd.

[78] Ibíd., p. 283.

[79] Razeen Sally, Classical Liberalism and International Economic Order: Studies in Theory and Intellectual History (Nueva York: Routledge, 1998).

[80] Ibíd., pp. 56-57.

[81] Ibíd., pp. 58.

[82] David Hume, «Of the Jealousy of Trade», en David Hume, Writings on Economics, ed. Eugene Rotwein (Madison: University of Wisconsin Press, 1970), p. 82.

[83] Robbins, The Theory of Economic Policy, p. 10 n. 5.

[84] Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments (New Rochelle, NY: Arlington House, 1969), p. 337. [La teoría de los sentimientos morales (multiples ediciones)]

[85] John R. McCulloch, The Principles of Political Economy, 5ª ed. (Nueva York: Augustus M. Kelley, 1965), p. 92.

[86] Ibíd., pp. 92-93.

[87] Henri Baudrillart, citado en Silberner, The Problem of War in Nineteenth Century Economic Thought, p. 111.


Fuente

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