Jonathan Gullible: Capítulo 14

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Sumatoria de penas

Jonathan apenas si podía sentir sus pies sobre los adoquines. Comenzó a prestarle más atención a las calles y a los edificios para poder encontrar su camino de regreso. Vio a un policía, no mucho mayor que él, sentado en un banco leyendo el diario. Jonathan se sintió animado al ver el distinguido uniforme negro y el arma brillante de este joven. El policía estaba tan concentrado en su diario que Jonathan leyó por encima de su hombro. Los principales títulos decían: “LORES APRUEBAN LA PENA DE MUERTE CONTRA PELUQUEROS ILEGALES”.

-¿Pena de muerte contra los peluqueros? -exclamó Jonathan sorprendido.

El oficial levantó su mirada hacia Jonathan.

-Discúlpeme -dijo Jonathan-, no quise molestarlo, pero no pude evitar ver el titular. ¿Es un error de imprenta esa pena?

-Bueno, veamos -El hombre comenzó a citar de la página-: “El Consejo de Gobierno acaba de autorizar la pena de muerte contra cualquiera que sea hallado cortando el cabello sin licencia.” Emm, no hay error de imprenta. ¿Qué hay de raro en esto?

-¿No es demasiado severo para un delito menor? -preguntó cuidadosamente Jonathan.

-Difícilmente -respondió el policía-. La pena de muerte es la amenaza última que subyace a todas las leyes sin importar cuán menor sea el delito.

Los ojos de Jonathan se abrieron aun más. -¿Claro que no ejecutarían a alguien por cortar el pelo sin licencia?

-Por supuesto que sí -dijo el oficial, dando golpes firmes a su arma-. Aunque muy pocas veces llegamos a eso.

-¿Por qué?

-Bueno, cada crimen es un crimen en escala. Eso significa que las penas se van sumando cuanto mayor sea la resistencia. Por ejemplo, si alguien desea cortar el cabello sin licencia, entonces se le labra una multa en su contra. Si se niega a pagar al multa o continúa cortando el pelo, entonces este peluquero ilegal es arrestado y puesto tras las rejas. Y -agregó el hombre en un tono parco- si se resiste al arresto, entonces este individuo criminal queda sujeto a penas que escalan hasta proporciones severas. -Su rostro se oscureció con un gesto-. Hasta puede ser fusilado. Cuanto mayor es la resistencia, mayor es la fuerza utilizada en su contra.

Esta austera charla deprimió a Jonathan. -¿Entonces la amenaza última de cada ley es realmente la muerte? -Aún con esperanzas, se animó-: seguramente las autoridades reservan la pena de muerte sólo para los casos de actos más brutales, ¡actos violentos como homicidio y robo!

-No -dijo el policía-, la ley regula toda la vida personal y comercial. Cientos de gremios defienden a sus miembros con licencias como éstas. Los carpinteros, los doctores, los plomeros, los contadores, los albañiles y los abogados; quien se te ocurra, todos odian a los intrusos.

-¿Cómo los protegen las licencias? -preguntó Jonathan.

-El número de licencias está restringido y el ritual de membresía del gremio es cuidadosamente controlado. Esto elimina la competencia injusta de los intrusos con novedosas ideas raras, demasiado entusiasmo, demoledora eficiencia, o precios asesinos. Competidores tan inescrupulosos amenazan las tradiciones de nuestras más preciadas profesiones.

Jonathan aún no comprendía. -¿Las licencias protegen a los clientes?

-Ah, claro, ves, eso es lo que dice en el artículo -dijo el policía, mirando nuevamente la noticia-. Las licencias dan monopolios a los gremios para que puedan proteger a los clientes de las decisiones imprudentes y de demasiadas opciones. Aquí mismo dice que los miembros de un gremio son casi seguramente buenos, con lo cual elegir dentro del gremio no es necesario.

-Golpeándose orgullosamente el pecho, el policía agregó:- y yo hago cumplir los monopolios.

-¿Son buenos los monopolios? -sondeó Jonathan.

El oficial bajó el periódico nuevamente. -No lo sé, realmente. Sólo cumplo órdenes. A veces hago cumplir monopolios y de vez en cuando me dicen que los rompa.

-¿Qué es lo correcto, entonces?

El policía se encogió de hombros. -No me compete descifrarlo. El Consejo de Gobierno sabe quién coopera y quién no. El Consejo simplemente me dice hacia dónde apuntar el arma.

Al ver que Jonathan se quedaba visiblemente impresionado por su comentario, el policía intentó darle confianza: -No te preocupes. Rara vez aplicamos la pena de muerte. A nadie le gusta hablar al respecto. Y pocos se animan a resistirse porque somos diligentes para enseñar obediencia al Consejo.

-¿Alguna vez ha utilizado su arma? -preguntó Jonathan, ojeando la pistola nervioso.

-¿Contra un criminal? -dijo el oficial. Con un movimiento ensayado, sacó el revolver fácilmente de su cartuchera de cuero y acarició su caño de frío metal-. Sólo una vez. -Abrió la recámara, miró hacia el tambor, lo cerró y la admiró-. Parte de la mejor tecnología de la isla. El Consejo no ahorra ningún esfuerzo en darnos lo mejor para nuestra noble misión. Sí, este arma y yo hemos jurado proteger la vida, la libertad y la propiedad de todos en la isla. Podría decirse que nos cuidamos mutuamente, también.

-¿La utilizó? -preguntó Jonathan.

-Es curioso que preguntes -dijo frunciendo el entrecejo-. Todo un año de servicio y nunca he tenido la oportunidad de utilizarla hasta esta mañana. Una mujer se volvió loca y comenzó a amenazar a una cuadrilla de demolición. Dijo algo acerca de que le devolvamos “su” casa. ¡Ja! Qué noción más egoísta.

El corazón de Jonathan salteó un latido. ¿Sería la mujer que él había conocido? El policía siguió: -Me llamaron para que intentara dialogar con la mujer para que se entregara. El papeleo estaba en orden… la casa estaba condenada para dar lugar al Parque Popular Lady Tweed.

Jonathan casi no podía hablar:

-¿Qué sucedió?

-Intenté razonar con ella. Le dije que probablemente podría salir con una leve sentencia si me acompañaba pacíficamente. Pero cuando me amenazó y me dijo que me fuera de su propiedad, bueno, era un claro caso de resistencia al arresto. ¡Imagínate el descaro de esa mujer!

-Sí -suspiró Jonathan-. Qué descaro.

Pasó un momento en silencio. El policía leyó para sí mientras Jonathan se quedó parado pensativamente, jugando con una piedra con el pie. Entonces preguntó: -¿Podría uno comprar un arma como la suya?

Pasando la hoja del diario el oficial respondió: -De ninguna manera. Alguien podría salir lastimado.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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