El héroe de Hitler

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[Extraído de “In the Shadow of Dr. Lueger”, Independent Review, 2013.]

Érase una vez, antes de que Hitler, Stalin, FDR, Juan Perón e incluso antes de que Mussolini y Lenin entraran en la escena mundial, que vivía un hombre llamado el Dr. Karl Lueger (1844-1910), que era protector del hombre común, defensor de la justicia mundial y alcalde de Viena de 1897 a 1910. No era simplemente solo un alcalde, Lueger era una figura simbólica, un prototipo del político populista del siglo XX que luchaba apasionadamente por la “gente pequeña” y era un maestro en las artes de hacer propaganda, cortejar al nacionalismo y promover el bienestar público. Antes de venir a Viena en septiembre de 2011 (nada menos que para una conferencia sobre identidad europea), yo no sabía nada de este personaje con múltiples facetas.

Por cierto que mi conocimiento del famoso alcalde se produjo por casualidad. A pesar un apretado programa de conferencias, decidí aprovechar mi estancia en Viena para visitar el famoso Café Prückel, el mismísimo café en que a Ludwig von Mises (1881-1973), uno de los pocos representantes de la libertad económica al principios del siglo XX, le gustaba reunirse con sus amigos y socios para discutir, mientras tomaban café, sobre economía y política, macerando lo que luego se conocería como la Escuela Austriaca de economía.

Como sabe todo viajero culto y amante del café, Viena es famosa precisamente por sus cafés. De hecho se dice que fue a través de Viena como penetró en Europa la tradición de beber café en locales especiales, procedente del Imperio Otomano en el siglo XVII, para posteriormente extenderse al resto de Europa. En particular, lo que te sorprende agradablemente en estas cafeterías vienesas (las venas de la vida cultural y política de la ciudad en la era moderna) es una abundancia de periódicos disponibles en diversos idiomas europeos para su uso gratuito por los clientes. Me pregunto si esta tradición ancestral también se originó en el pueblo otomano.

Sabía que el café que estaba buscando estaba situado en algún lugar de la Plaza Dr. Karl Lueger. Cuando salí inicialmente del metro y tarde como una hora en cruzar la plaza y buscar el lugar, no pensé mucho en el monumento que domina la zona: una impresionante estatua representando al Dr. Lueger rodeado por trabajadores y tenderos vieneses. Finalmente encontré el Prückel en la esquina de la plaza con Ringstrasse, el famoso bulevar histórico de Viena. Resultó que el café (que está escondido a la sombra de la escultura dedicada al gran alcalde) tenía una dirección distinta en mi guía.

Rendí homenaje a Mises y su círculo quedándome un rato en el café, sorbiendo un café excesivamente caro e imaginándome cómo él y sus colegas se reunían aquí para hablar de libertad individual y libre empresa, productos raros al principio del siglo XX, la era de auge del colectivismo militante y el gran estado. Estaba oscureciendo y pronto me encontré fuera del café, mirando la estatua del Dr. Lueger. Un joven turista japonés estaba dando vueltas al monumento, tomando fotografía del alcalde desde distintos ángulos. Finalmente, puso a su sonriente amiga delante de la escultura y tomó una foto más. Después de quedarme allí un momento viendo esta escena, con mi fuerte acento eslavo le pregunté “¿Sabe quién es este hombre?” El joven visitante me miró, miró a la estatua, sacudió la cabeza y respondió: “Yo no conocer este hombre”. Por curiosidad, le hice otra pregunta: “¿Por qué estás haciendo fotografías en ese caso?” El joven turista volvió a mirar la estatua del Dr. Lueger y me dijo con completa seguridad: “Porque este hombre parece impresionante”.

Tenía razón. El monumento, completado por el artista Josef Mullner en 1926, impresiona de verdad. Lueger está representado de pie en lo alto del mismo, agarrando las solapas de su chaqueta como listo para la acción. El rostro del severo alcalde mira orgullosamente al brillante futuro y toda su figura se alza por encima de dos no menos magníficas figuras de trabajadores, uno sosteniendo una pala y otro un mazo. Los torsos desnudos de los trabajadores están repletos de músculos. En la parte inferior, figuras más pequeñas de trabajadores y campesinos (también mostrando torsos con musculaturas similares) aparecen realizando sus faenas. En la parte de atrás del monumento hay más: un grupos de ciudadanos vieneses (trabajadores y tenderos) dando la bienvenida a su querido mayor con entusiasmo y agradecimiento. El primer hombre inclina ligeramente la espalda y da la mano al alcalde, como agradeciéndole al político su atención.

Mientras estudiaba el monumento, advertí que había algo estremecedoramente familiar respecto de toda la composición escultórica. En algún momento de mi vida, en otras ciudades y pueblos mucho más al este había visto las mismas figuras musculadas de trabajadores talladas en piedra y mármol rodeando a otra figura paternal, una que en 1917 empezó un gran experimento colectivista de ingeniería del bien público dando poder los pobres a costa de los ricos. Por cierto que a este hombre, más conocido por nosotros por su apodo “Lenin”, también le gustaba frecuentar los cafés de Viena en la década de 1910, como hacía León Trotsky, otro revolucionario marxista y mano derecho de Lenin que llevó a cabo la famosa Revolución Bolchevique de 1917 (Morton).

Durante los mismos años, alguien en los barrios marginales de Viena, un joven lector voraz nacido en la familia Schicklgruber trataba de ganarse la vida vendiendo postales que pintaba él mismo. Un hombre irritado que no consiguió ser admitido en la escuela de arte local, acusaba a otros de sus desgracias. El joven naturalmente alababa a Lueger, al que le gustaba decir que los verdaderos enemigos de la gente común de Viena eran los ricos, así como los recién llegados de distinto tipo. Con pasión y “admiración por este hombre inusual” (Hitler, p. 121), el joven digería las palabras sabias del alcalde de Viena y veía con fascinación cómo este político jugaba con los sentimiento populares (Hamann, pp. 274-276). Este joven, Adolf Hitler, desarrollaría luego las lecciones tácticas y estratégicas que aprendió del Dr. Lueger en la infame doctrina del nacionalsocialismo: un experimento de corta duración de ingeniería de buena vida y prosperidad para una nación y grupo étnico a costa de otras naciones y grupos étnicos.

[El artículo continúa aquí]


Publicado el 17 de julio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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