Jonathan Gullible: Capítulo 11

0

Poder en venta

Una mujer robusta y jovial se acercó a Jonathan mientras él decidía hacia dónde ir. Sin dudar, lo agarró de la mano derecha y comenzó a sacudírsela vigorosamente.

-¿Cómo está? ¿No es un día hermoso? -dijo a la velocidad de la luz, sacudiendo su mano con el brazo carnoso-. Soy Lady Bess Tweed, su amigable vecina representante en el Consejo de Gobierno, y estaría más que agradecida de tener su contribución y su voto para mi reelección de mandato, así es, ésa es la situación más urgente de esta hermosa comunidad.

-¿De veras? -dijo Jonathan sin saber qué decir. La velocidad de su discurso y la fuerza de sus palabras le hicieron dar un paso atrás. Nunca había conocido a una persona que pudiese decir tantas palabras con un sólo respiro.

-Oh, sí -continuó Lady Tweed casi sin escuchar su respuesta-, y estoy dispuesta a pagarle bien, oh sí, estoy dispuesta a pagarle, no se puede pedir un mejor acuerdo, ¿qué le parece?

-¿Pagarme por una contribución y un voto? -preguntó Jonathan con cara de desconcierto.

-Claro que no puedo darle efectivo, eso sería ilegal, un soborno -dijo Lady Tweed, guiñándole un ojo con astucia y codeándolo en las costillas. Prosiguió-, pero puedo darle algo tan bueno como el efectivo y que vale muchas veces más que su contribución para mí. Es tan sencillo como bombear un pozo. Unos pocos billetes en mi mano ahora y usted puede esperar una mina de beneficios después. Eso haré. ¿Qué le parece?

-Sería agradable -respondió Jonathan dándose cuenta de que ella no lo estaba escuchando.

-¿Cuál es su ocupación? Porque si usted quiere, ya sabe, puedo arreglar alguna asistencia para usted como créditos o licencias o subsidios o exenciones impositivas. Si lo desea, puedo arruinar a sus competidores con leyes, regulaciones, inspecciones y cuotas para que vea que no hay mejor inversión en el mundo que en un político bien ubicado. Quizá usted desee que se construya una ruta nueva o un parque en su barrio o quizá un gran edificio o…

-¡Deténgase! -gritó Jonathan, intentando poner fin al torrente de palabras-. ¿Cómo puede darme más de lo que le doy? ¿Es tan rica y generosa?

-¿Rica, yo? ¡Santo cielo, no! -replicó Lady Tweed-. No soy rica, bueno, no lo suficiente como para admitirlo. ¿Generosa? Bueno, podría decirse que sí pero, por supuesto, no pienso pagarle con mi propio dinero. Porque, verá, estoy a cargo del tesoro público. Ya sabe, dinero recaudado mediante impuestos. Y puede estar seguro de que puedo ser muy generosa con esos fondos; con la gente indicada, claro.

Jonathan aún no comprendía a qué se refería esta mujer.

-Pero, si usted compra mi contribución y mi voto, ¿no es una especie de, bueno, lo mismo que un soborno?

La cara de Lady Tweed mostró una sonrisa arrogante: -Seré franca contigo, mi querido amigo. -Puso su brazo sobre el hombro de Jonathan y lo estrechó contra su cuerpo-. Es un soborno, pero es legal cuando el político utiliza el dinero de otra gente en lugar del suyo. De la misma forma, es ilegal que me des dinero en efectivo para favores políticos específicos, a menos que se los pueda llamar ‘contribuciones para la campaña’. Entonces está todo bien. Pero, aun así, si te sientes incómodo dándomelo directamente a mí, puedes pedirle a un amigo o a un familiar o a un socio que entregue el efectivo, porciones accionarias o buenos tratos hacia mí y los míos en tu nombre, ahora o después. -Tomó un rápido respiro-. Ahora ¿comprendes? Jonathan negó con su cabeza.

-Sigo sin ver la diferencia. Es decir, me parece que sobornar a las personas a cambio de votos o favores sigue siendo sobornar sin importar quién sea o de quién sea el dinero. El nombre no importa si el hecho es el mismo.

Lady Tweed sonrió con indulgencia hacia Jonathan y comenzó a burlarse.

-Mi querido, querido amigo, tienes que ser más flexible. El nombre lo es todo. -Ahora su mano adornada de anillos estaba en la barbilla de Jonathan girándole la cara un poco hacia el costado-. ¿Cuál es tu nombre? ¿Nadie te ha dicho que tienes un lindo perfil? Podrías llegar lejos si te postularas a un cargo público y si fueras un poco más flexible en esta cuestión. Estoy segura de que podría encontrarte un lindo puesto en mi despacho luego de mi reelección. Vamos, tiene que haber algo que desees.

Jonathan se mantuvo aferrado a su cuestionario original y la presionó en busca de una explicación.

-¿Qué gana usted regalando el dinero de los contribuyentes? ¿Puede quedarse con el dinero que se le da como contribución?

-Oh, parte es útil para mis gastos y me han prometido una fortuna si me llego a jubilar, pero fundamentalmente me otorga reconocimiento o credibilidad o popularidad o amor o admiración o un lugar en la historia. Esto y mucho más para mí y ¡mis descendientes! -se rió con disimulo-. Los votos son poder y no hay nada que disfrute más que tener influencia sobre la vida, libertad, y propiedad de cada persona en esta isla. ¿Puedes imaginarte cuánta gente viene a mí –a mí– en busca de favores grandes y pequeños? Y cada pequeño impuesto y regulación es una oportunidad para que yo otorgue una exención especial. Cada problema, grande o chico, se responde dándome más influencia. Puedo regalar almuerzos gratuitos y paseos gratuitos a quien me dé la gana. Desde pequeña he soñado con semejante importancia. ¡También tú, puedes compartir la gloria de todo eso!

Jonathan se retorció con incomodidad por cómo lo tenía agarrado. Había logrado alejarse pero Lady Tweed lo tenía firmemente tomado de la mano.

-Claro -dijo Jonathan- es un muy buen negocio para usted y sus amigos, pero ¿el resto de la gente no se disgusta de que el dinero que les pertenece sea utilizado para comprar votos, favores, y poder?

-Seguramente -dijo ella, elevando su doble barbilla gorda con orgullo-. Y yo oí sus preocupaciones. Así que me convertí en líder de la reforma.

Finalmente liberando la mano de Jonathan, Lady Tweed soltó al aire su enorme puño enjoyado:

-Durante años he promulgado nuevas reglas para sacar el dinero de la política. Siempre dije que es una crisis de grandes proporciones y gané un buen número de votos con promesas de reforma. -Hizo una pausa para sonreír y continuó-. Afortunadamente para mí, siempre conoceré la forma de evadir mis propias reglas en tanto haya valiosos favores que vender.

Lady Tweed se enfocó en Jonathan nuevamente, sopesando su andrajosa apariencia con un ojo calculador.

-Nadie te paga un centavo por favores porque tú, por ahora, no tienes favores que vender. Va en proporción directa, ¿no lo ves? Pero con tu mirada inocente y el apoyo correcto de mi parte, una nueva vestimenta, zapatos, un corte de cabello estilizado, y la novia indicada, definitivamente podría triplicar para ti la votación usual de un principiante. Luego después de diez o veinte años de cuidadosa guía… bueno, ¡no hay límites para las posibilidades! Búscame en el Palacio de Gobierno y veré qué puedo hacer.

Terminada esa frase, Lady Tweed vio a un grupo de obreros que se había reunido del otro lado de la calle, mirando con desesperanza a la fábrica cerrada. Abruptamente perdió interés en Jonathan y se alejó apresurada, en busca de una nueva presa.

-Gastar el dinero de otras personas suena problemático -murmuró Jonathan.

Apenas oyendo sus palabras (los oídos de la mujer estaban agudamente afinados a cualquier discordancia en el aire) Lady Tweed se detuvo y regresó un paso, riéndose entre dientes: -¿Dijiste “problemas”? ¡Ja! En realidad es como sacarle un dulce a un bebé. Aquello que la gente no me da por deber, lo tomo prestado. Verás, cuando me haya ido seré tiernamente recordada cuando sus hijos aún sin nacer reciban la factura.

¿Cuál es tu nombre, niño?

-Jonathan Gullible, señora.

La conducta de Lady Tweed de pronto se puso dura y fría.

-Te recordaré, Jonathan Gullible. Si no estás conmigo, estás en mi contra. Premio a mis amigos y castigo a mis enemigos. No puedes mantenerte al margen, ¿comprendes? Ahí lo tienes, ésa es la situación apremiante de esta hermosa comunidad.

Con la misma velocidad su cara cambió y reflejó una amplia y brillante sonrisa, y desapareció.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

Print Friendly, PDF & Email