Jonathan Gullible: Capítulo 12

0

Oportunidad perdida

-Es la mejor oradora que hayamos elegido en la historia.

Jonathan se dio la vuelta para ver a un hombre de mediana edad tirado en un umbral, apoyado sobre el codo. Su amplio sombrero corto estaba ladeado hacia atrás y su traje oscuro de tres piezas se veía sucio y olía aun peor. Los parches en las rodillas de su pantalón comenzaban a raerse. En su cara había crecido una salteada sombra gris que indicaba que habían pasado unos días desde que se había afeitado. En una mano todavía colgaba una botella vacía como un hueso que ahora servía más que nada para sostenerlo contra la pared.

-Tweed es lo mejor que he visto -continuó soñoliento-. Realmente sabe agitar a una multitud.

Jonathan se acercó más para oír, pero no estaba seguro de si quería entusiasmar a este desamparado. Claramente, este vagabundo caballero no necesitaba que lo incentivaran para repetir una historia que probablemente había contado una docena de veces a sí mismo.

-Tras su bullicioso discurso, la multitud estaba violentamente enojada -dijo negando con su cabeza-. Luego un niño, el pequeño Ricco Junior, lanzó una piedra a la ventana de allí. Cuando los vidrios estallaron, la horda quedó en silencio. Sí, ni un ruido al principio. Sabían que estaba mal destruir cosas, pero era excitante.

El vagabundo percibió que este joven realmente lo estaba escuchando. Prosiguió: -Entonces Tweed (estaba justo en medio de ellos) dijo que Ricco había hecho un gran servicio a la comunidad. Dijo que todos le debían una deuda de gratitud. Incluso dijo que el dueño de la fábrica ahora tendría que comprar ventanas nuevas al vidriero. Todos en la muchedumbre estaban muy atentos; precisamente en busca de una excusa para arrojar más piedras. Tweed les dice: “Claro, ¡adelante! Con cada piedra y cada ventana rota, el vidriero tendrá un nuevo pedido, un nuevo empleo para un obrero, y una nueva demanda de herramientas. Entonces cada obrero tendrá más kayns para gastar en zapatos para sus hijos. Habrá más empleos de zapatero y los zapateros tendrán más para gastar en cuero y en costuras y así”.

El hombre se inclinó y tosió fuertemente como un animal enfermo. Retomando su postura, respiró hondo y balanceó su peso. Luego el gato, Mices, apareció y se restregó contra el brazo del vagabundo, fastidiándolo para que lo acariciara. El vagabundo se rió para sí y prosiguió: -Levantaron a Ricco sobre sus hombros. Vitorearon al orgulloso niño y siguieron su ejemplo. A la mañana siguiente no había una sola ventana entera en toda la manzana. Habrían ido al resto del pueblo de no haber sido porque querían ahorrar sus fuerzas para la próxima estampida. -El hombre respiró profundo, intentando sostener su respiración-. Tweed los convenció de que la guerra contra Nie sería aun mejor. Eso sí que los exaltó.

A medida que hablaba, el vagabundo iba perdiendo fuerzas; apenas pudo terminar la oración antes de desmayarse. Con cada palabra su agotada cabeza se caía hacia atrás y luego se balanceaba hacia adelante nuevamente. Mantuvo sus ojos abiertos con una última dosis de fuerza, profiriendo con lentitud: -No ven lo que podría haber hecho, hip…, de no haber tenido que reparar todo ese daño… en mi fábrica.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

Print Friendly, PDF & Email