Jonathan Gullible: Capítulo 13

0

Viviendas caóticas

Las calles se tornaron más tranquilas a medida que Jonathan se alejaba del lugar. Hileras de casas bordeaban las calles. El viento aumentó su fuerza y Jonathan ajustó su desgastado chaleco alrededor de su cuello mientras pasaba por otra hilera de casas. De pronto, notó a un grupo de personas mal vestidas reunidas frente a tres edificios altos rotulados A, B y C.

El Edificio A estaba vacío y en una condición espantosa: el revoque destruido, las ventanas rotas, y los vidrios que seguían enteros estaban cubiertos de hollín. Al lado había gente agrupada en las escaleras de ingreso al Edificio B. Jonathan escuchó voces fuertes que venían del interior y los sonidos de una intensa actividad en los tres pisos. La ropa limpia colgaba descuidadamente de palos que se destacaban en todas las ventanas y balcones. Estaba repleto de inquilinos.

Más allá estaba el Edificio C. Estaba reluciente, inmaculadamente conservado y, al igual que el Edificio A, vacío. Sus limpias ventanas brillaban con los rayos del sol que se ponía en el horizonte; las paredes de yeso eran lisas y pulcras.

De pronto, Jonathan sintió que le golpeaban el hombro. Se dio vuelta para ver a una adolescente. Tenía un largo cabello marrón y una voz muy agradable. La ropa le quedaba mal, pero Jonathan pensó que era muy linda. Parecía segura de sí misma e inteligente, aunque un poco desgarbada.

-¿Sabes de algún departamento para alquilar? -preguntó.

-Lo siento -dijo Jonathan-, no soy de por aquí. ¿Por qué no te fijas en aquellos edificios vacíos?

-No tiene sentido -respondió ella con suavidad.

-¿Por qué? -inquirió Jonathan-. Parecen estar vacíos.

-Sí, lo están. Mi familia solía vivir allí en el Edificio A. Luego aprobaron el control de renta.

-¿Qué es el control de renta? -preguntó Jonathan.

-Es una ley que impide que los propietarios aumenten los alquileres.

-¿Por qué? -se interesó Jonathan.

-Oh, es una larga y estúpida historia -dijo ella-. Hace tiempo cuando la Máquina de los Sueños vino a nuestro vecindario, mi padre y otros discutieron sobre por qué los propietarios aumentaban las rentas. Cierto, los costos se elevaban y había mas gente alquilando, pero mi padre dijo que no teníamos por qué pagar alquileres más altos. Así que él y otros arrendatarios, o debería decir ex arrendatarios, le exigieron al Consejo de Gobierno que prohibiera el aumento de los alquileres. El Consejo lo hizo y contrató a un puñado de inspectores y jueces para poner la ley en vigor.

-¿Quedaron satisfechos los inquilinos?

-Claro, al principio. Mi padre estaba seguro respecto del costo de un techo sobre nuestras cabezas. Pero entonces los propietarios dejaron de construir nuevos departamentos y dejaron de arreglar los viejos.

-¿Qué sucedió?

-Los costos continuaron aumentando –fontaneros, guardias de seguridad, administradores, materiales, impuestos, y demás– pero los propietarios no podían aumentar los alquileres para cubrir todo eso. Entonces se preguntaron: “¿Para qué construir y arreglar, sencillamente para perder dinero?”

-¿También aumentaron los impuestos? -preguntó Jonathan.

-Claro… para pagarle a los inspectores, a los jueces, y a los Lores. Los presupuestos y el personal tenían que aumentar -dijo la joven-. El Consejo aprobó el control de renta, pero ¡nunca consideraron el control del impuesto! Bueno, pronto los propietarios fueron odiados.

-¿Antes no los odiaban?

-No, antes las cosas eran diferentes. Antes del control de renta los propietarios tenían que ser amables para lograr que nos mudásemos y nos quedásemos con ellos. Había montones de departamentos para elegir y los propietarios actuaban amigablemente y hacían que todo fuera atractivo. Si en esa época se corría la voz acerca de un mal propietario, la gente lo evitaba. Los propietarios amables tenían el premio de inquilinos perdurables mientras que los malos propietarios estaban llenos de vacantes.

-¿Qué cambió?

-Tras el control de renta todos se volvieron realmente desagradables -dijo con cara de desesperación-. Se sentó en la vereda para rascar a Mices detrás de la oreja. Mices rodó sobre su lomo y comenzó a ronronear. Estaba en el paraíso. Y también Jonathan. Le costaba pensar, hablar, y mantener sus ojos alejados de ella.

Ella siguió: -Los costos continuaron aumentando pero los alquileres no. Entonces los propietarios cortaron las reparaciones. Cuando los edificios se tornaban incómodos o peligrosos los inquilinos se enojaban y se quejaban ante los inspectores. Los inspectores labraban multas contra los propietarios a menos que los sobornaran. Un propietario decente, dueño del Edificio A de allí, no pudo afrontar las pérdidas así que simplemente abandonó el edificio.

-¿Abandonó su propio edificio? -resaltó Jonathan.

-Sí. Eso pasó mucho -suspiró ella-. Imagínate dejar algo que te llevó una vida construir. Bueno, el número de departamentos disminuyó y el número de inquilinos aumentó. Con la escasez de departamentos, la gente no tuvo más opción que apretujarse en donde fuera. El desagradable propietario del Edificio B nunca más tuvo una vacante. El hecho es que hay tanta gente en su lista de espera que acepta pagos bajo la mesa para hacer que los solicitantes avancen en la lista. Se beneficia como un bandolero.

-¿Y qué hay del Edificio B? -dijo Jonathan, queriendo ser de ayuda.- ¿Puedes encontrar lugar allí?

-La lista de espera es atroz y nadie se anima a irse. Cuando Dame Whitmore falleció deberías haber visto la pelea aquí afuera: todos gritando y rasguñándose unos a otros por un lugar en la fila. Lady Tweed finalmente recibió el departamento, aunque nadie recuerda haberla visto en la fila aquel día. Mi familia una vez intentó compartir un departamento en el Edificio B, pero los inspectores dijeron que compartir estaba en contra del reglamento edilicio.

-¿Qué es un reglamento edilicio? -preguntó Jonathan.

La joven estaba obviamente cansada de las preguntas, pero intentó darle a Jonathan una respuesta justa:

-Los Lores deciden el estilo de vida apropiado para todos y lo escriben en una ley, en un código. Ya sabes, cosas como el número indicado de bañaderas y de retretes, el número correcto de familias, y la debida cantidad de espacio. -Con aire de sarcasmo agregó-: Así que terminamos en la calle donde nadie cumple el código y no hay ni bañadera, ni retrete, ni privacidad, aunque sí demasiado espacio.

Jonathan se deprimió pensando acerca de su predicamento. Entonces recordó el tercer edificio: flamante y vacío. Era la solución obvia a sus problemas. -¿Por qué no te mudas al Edificio C de allí, al lado del que está todo ocupado?

Se rió con amargura. -Eso sería una violación a las reglas de zonificación.

-¿Reglas de zonificación? -repitió él. Recostándose en la vereda donde estaba sentado, Jonathan negó con incredulidad.

-Son reglas acerca de la ubicación. La zonificación funciona de la siguiente manera: -indicó ella utilizando un palo para trazar un mapa en la tierra- el Consejo dibuja líneas en un mapa del pueblo. Se permite que la gente duerma de un lado de la línea por la noche, pero deben trabajar del otro lado durante el día. El Edificio B está del lado de dormir y el Edificio C está del lado del trabajo. Generalmente los edificios de trabajo están ubicados del otro lado de los edificios para dormir para que todos tengan que viajar bastante todas las mañanas y las noches. Dicen que las distancias largas son buenas para el ejercicio físico y las ventas de carruajes.

Jonathan se quedó mirando fijo, desconcertado. Un atosigado edificio estaba en medio de dos edificios vacíos y la calle estaba llena de indigentes. Qué lío, pensó. -¿Qué vas a hacer? -preguntó en actitud comprensiva.

-Vamos día por día. Mi papá quiere que vaya con él a una gran fiesta que está organizando Lady Tweed mañana para los sin techo. Prometió muchos juegos y un almuerzo gratis.

-¡Qué generosa es! -destacó Jonathan con suspicacia-. Quizá te permita vivir en su casa hasta que encuentres una para ti.

-Papá de hecho tuvo el coraje de pedírselo una vez, especialmente desde que Tweed se hizo responsable del control de rentas. Lady Tweed le respondió a mi padre: “¡Pero eso sería caridad! ¡La caridad es despreciativa!”. Le explicó a mi papá que es mucho más respetable pedirle a los contribuyentes que le dieran una vivienda. Le dijo que sea paciente y que ella arreglaría todo en el Consejo.

Entonces la joven sonrió a Jonathan y luego le preguntó: -Ah, me dicen Randi. ¿Quieres venir mañana al almuerzo gratis de Tweed?

Jonathan se sonrojó. Por primera vez le gustaba esta isla. -Mi nombre es Jonathan. Claro, me encantaría.

Ella se puso de pie de un salto, y sonriendo dijo: -Entonces, Jonathan, nos veremos aquí mañana a la misma hora. Y trae a tu gato.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.