El pabellón de los interes expeciales
En el tiempo en que Jonathan estuvo en las escaleras de la biblioteca observando a la muchedumbre que se encontraba en la plaza del pueblo, el cielo se fue oscureciendo. Para su satisfacción, la plaza tomó vida con la puesta del sol. Más y más gente se acercó alrededor de una magnífica carpa detrás de la biblioteca. Su nostalgia se desvaneció en la excitación del momento.
Atónito por las luces, las atracciones y los sonidos, Jonathan merodeó en torno a la espectacular carpa. Un cartel colorido decía: “FERIA DEL CAPITOLIO: EL PABELLÓN DE LOS INTERESES ESPCIALES”.
Una mujer vestida a rayas blancas y rojas surgió de la multitud y gritó a todos:
-Oigan, Oigan. Vengan al Pabellón de los Intereses Especiales a buscar la emoción de sus vidas. -Vio a Jonathan, cuyos ojos se abrieron ampliamente por la sorpresa, y lo tomó del brazo-. Todos son ganadores, jovencito.
-¿Cuánto cuesta? -preguntó Jonathan.
-¡Entra con 10 kayns y sal con un fabuloso premio! -respondió. La mujer gesticuló ampliamente hacia la muchedumbre-: Oigan, oigan, ¡el Pabellón de los Intereses Especiales los hará ricos!
Sin querer gastar su dinero en frivolidades, Jonathan pensó que primero vería qué sucedía. Esperó hasta que la mujer estuvo demasiado ocupada con los demás y luego se arrastró por detrás de la carpa y levantó la punta de la lona para intentar mirar hacia adentro. Vio a los acomodadores guiando a los espectadores a sus sillas que estaban dispuestas en un gran círculo. Había diez personas paradas o arrodilladas detrás de las sillas, expectantes. Las luces se atenuaron, sonó un tambor, y trompetas ocultas sonaron fuertemente. Un brillante reflector iluminó a un hombre elegante vestido con un brilloso traje negro y con un sombrero alto de seda. Se inclinó hacia el círculo de diez personas.
-Buenas noches -dijo el hombre-, ¡soy el Maestro del Círculo! Esta noche, ustedes afortunados, serán los ganadores en nuestro extraordinario juego. Todos ganarán. Todos se irán más felices que cuando ingresaron. Por favor, tomen asiento. Con eso, y un delicado floreo de su mano, el Maestro del Círculo fue hacia cada persona del grupo y recaudó un kayn de cada participante. Nadie dudó.
Luego el Maestro del Círculo sonrió abiertamente y anunció: -Ahora verán cómo son recompensados. Y repentinamente dejó caer cinco kayns en la falda de un participante. El afortunado gritó con regocijo y saltó de alegría.
-No serás el único ganador -declaró el Maestro del Círculo. Y así fue. Diez veces fue alrededor del grupo, recolectando un kayn por persona cada vez. Luego de cada vuelta, dejaba caer cinco kayns en la falda de uno de los participantes, que respondía con regocijo.
Cuando concluyeron los gritos y los participantes se habían retirado, Jonathan corrió nuevamente hacia el frente de la carpa para ver si todos estaban realmente satisfechos. La mujer a rayas blancas y rojas estaba sosteniendo el telón de salida. Ella detuvo a uno de los participantes y le preguntó:
-¿Te divertiste?
-¡Sí, claro! -dijo el hombre, sonriendo abiertamente-. ¡Estuvo espectacular!
-No puedo esperar para contárselo a mis amigos -dijo otro-. Puede que vuelva más tarde.
Entonces otro participante exaltado agregó: -Sí, oh, sí. ¡Todos ganaron un premio de cinco kayns!
Jonathan, pensativo, observó al grupo mientras se dispersaba. La mujer a rayas se dirigió al Maestro del Círculo que se despedía de la gente agitando la mano, y comentó en voz baja: -Sí, estamos muy felices. Ganamos cincuenta kayns ¡y todos estos estúpidos están felices al respecto! Creo que el año que viene deberíamos pedirle al Consejo de Gobierno que apruebe una ley que obligue a todos a jugar.
En ese momento un flaquísimo acomodador se acercó a Jonathan por detrás y lo agarró del cuello de la camisa.
-Quédate ahí, rufián. Te vi espiando por atrás. Pensaste que podías disfrutar gratis del espectáculo, ¿verdad?
-Lo siento -dijo Jonathan, retorciéndose para salirse del agarre del hombre-. No me di cuenta de que había que pagar para mirar. Y esa linda mujer lo hacía parecer tan interesante y no tengo dinero de sobra, así que…
Volviéndose hacia Jonathan y el acomodador, la mujer frunció el ceño:
-¿Sin dinero? -entonces, inesperadamente, su cara se transformó en una alegre sonrisa-. Déjalo, es sólo un buen chico. Así que te gustó el espectáculo, ¿verdad?
-Oh, ¡sí, señora! -dijo Jonathan asintiendo pronunciadamente.
-Bueno, ¿te gustaría ganar algo de dinero fácil? Haces eso -su voz se hizo amenazante- o te entrego al guardia de la feria.
-Oh… genial -dijo Jonathan, inseguro-. ¿Qué desea que haga?
-Es verdaderamente sencillo -exultaba dulzura nuevamente-. Simplemente camina alrededor de la feria esta noche, entregando estos volantes, y dile a todos cuánto se divertirán en nuestro Pabellón. Aquí tienes un kayn y ganarás otro por cada participante que venga con uno de estos volantes. Ahora ve, no me decepciones.
Jonathan se colgó la bolsa de volantes sobre su hombro, y la mujer sacudió su dedo diciendo:
-Una cosa más. Al final del espectáculo de hoy, entregaré un informe de tus ganancias. Lo primero que debes hacer mañana es entregar la mitad de tu pago al ayuntamiento para abonar el impuesto.
-¿Impuesto? -repitió Jonathan-. ¿Para qué?
-Los Lores exigen una parte de nuestros salarios.
Jonathan agregó con esperanzas: -Creo que trabajaría más duro si supiera que no van a reportar mis ganancias. Quizá el doble de duro.
-Los gobernantes están bien enterados de que la gente intenta ocultar sus ganancias, así que tienen espías por todas partes, vigilándonos de cerca. Podría significar un gran problema para nosotros, hasta podrían clausurarnos -dijo la mujer-. Así que no te quejes. Todos debemos pagar por nuestros pecados.
-¿Pecados? -repitió Jonathan.
-Oh, sí. Los impuestos castigan a los pecadores. El impuesto al tabaco castiga el fumar, el impuesto al alcohol castiga el beber, el impuesto al interés castiga el ahorro, el impuesto a las rentas castiga el trabajo. El ideal del Consejo -la mujer se rió entre dientes apoyándose contra la caja registradora- es ser sano, sobrio, dependiente, y holgazán. Si tuviésemos suerte, les ganaríamos en todo. Ahora, ¡a trabajar, niño!
Traducido del inglés por Hernán Alberro.