Jonathan Gullible: Capítulo 18

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Tío Samta

El pueblo se volvió más tranquilo gradualmente. La mujer a rayas le pagó a Jonathan más de cincuenta kayns por los participantes que respondieron a sus volantes. Estaba tan contenta de hallar a alguien que se tomara el trabajo con tanta seriedad que le pidió que regresara a la noche siguiente para volver a trabajar. Jonathan aceptó regresar al otro día si podía, luego se fue de la feria en busca de alguna cama cómoda donde pasar la noche. No tenía idea de qué hacer, así que simplemente caminó sin ningún objetivo por el pueblo. Mientras estaba parado bajo la tenue luz de una lámpara de la calle, un anciano en ropa de dormir se asomó por el pórtico de su casa. Se inclinó y espió por encima de los techos de la fila de casas que bordeaban la calle.

Con curiosidad, Jonathan se acercó y le preguntó: -¿Qué es lo que está mirando?

-El techo de esa casa -murmuró el anciano, señalando hacia la oscuridad-. ¿Ves a ese gordo vestido de rojo, blanco y azul? Su botín se hace cada vez más grande con cada casa que visita.

Jonathan miró en la dirección que señalaba el hombre. Un vago contorno oscuro corría sobre el techo de una de las casas: -Uy, sí, ¡lo veo!

¿Por qué no da la alarma y advierte a quienes viven allí?

-Oh, nunca haría eso -el hombre se encogió de hombros-. El Tío Samta tiene un carácter perverso y se encarga severamente de quienes se ponen en su camino.

-¿Lo conoce? -protestó Jonathan-. Pero…

-¡Shhh! No tan alto -dijo el anciano cruzando sus labios con el dedo índice-. El Tío Samta les hace visitas extra a quienes hacen demasiado ruido. La mayoría de la gente se hace la dormida durante esta horrible noche aunque es casi imposible ignorar la invasión a la privacidad.

Intentando hablar suavemente, Jonathan se acercó más a la oreja del hombre: -No entiendo. ¿Por qué todos cierran los ojos mientras los roban?

-La gente se mantiene en silencio durante esta particular noche de abril -le explicó el hombre-. Si no podrían arruinar la emoción que tienen en Noche Buena cuando el Tío Samta regresa a rociar con juguetes y adornos todas las casas.

-Ah -dijo Jonathan, con una mirada de alivio-. Entonces el Tío Samta ¿devuelve todo?

-¡Para nada! Pero a la gente le gusta pensar que es así. Intento mantenerme despierto para saber qué se lleva y qué devuelve. Se podría decir que es una suerte de pasatiempo para mí. Según mis cálculos, el Tío Samta se queda con la mayor parte para él y sus duendes o para algunos propietarios favorecidos en el pueblo. Pero -dijo el anciano, golpeando su palma contra una barandilla en muestra de frustración-, el Tío Samta es lo suficientemente cuidadoso como para darle un poquito a todos para mantenerlos felices. Eso hace que todos se queden durmiendo cuando regrese el siguiente abril a llevarse lo que quiera.

-No lo entiendo -dijo Jonathan-. ¿Por qué las personas no se quedan despiertas, denuncian el robo, y se quedan con sus pertenencias? Así podrían comprar los adornos que quisieran y dárselos a quien desearan.

El anciano se río entre dientes y negó con la cabeza ante la falta de comprensión de Jonathan: -El Tío Samta en realidad es la fantasía de la infancia de todos. En realidad, los padres siempre le han enseñado a sus hijos que los juguetes y adornos del Tío Samta aparecían mágicamente del cielo y sin ningún costo para nadie. -Al ver la escuálida apariencia de Jonathan, el anciano dijo-: Parece que has tenido un día difícil. Entra y ponte al abrigo, jovencito. ¿Necesitas un lugar donde pasar la noche?

Jonathan agradeció el ofrecimiento del anciano y lo siguió hacia adentro. Tras ser presentado a la canosa esposa del hombre, ésta gustosamente le trajo una tasa de chocolate caliente y un plato de galletas recién horneadas. Luego de la última miga, Jonathan se estiró en un diván que la pareja le había arreglado con algunas sábanas y una almohada. El anciano encendió una pipa larga y se recostó en los almohadones de su silla mecedora.

La casa no era grande, ni amoblada con opulencia, y definitivamente no era nueva. Pero era el refugio más pacífico imaginable. Una pequeña fogata en el hogar iluminaba y calentaba la habitación forrada en madera. Y sobre el hogar había dos marcos, uno con un retrato familiar y otro con un árbol genealógico. Sobre el sencillo suelo de madera había una alfombra ovalada bastante desgastada. Instalándose con comodidad, Jonathan preguntó: -¿Cómo comenzó esta tradición?

-Solíamos tener un feriado llamado “Navidad”, una hermosa época del año. Era una fiesta religiosa caracterizada por entregar regalos y buenos deseos. Bueno, todos la disfrutaban tanto, que el Consejo de Gobierno decidió que era demasiado importante como para dejarla librada a la desenfrenada espontaneidad y el festejo caótico. Se hicieron cargo para que se pudiera llevar a cabo “correctamente”. -El tono de su voz tenía un delicado velo de desaprobación-. Primero, había que sacar los simbolismos religiosos inapropiados. Los Lores cambiaron oficialmente el nombre de la fiesta por “Samidad”. Y el popular y místico personaje encargado de distribuir los regalos recibió el nombre de “Tío Samta”, con el recaudador de impuestos utilizando su vestimenta.

El anciano hizo una pausa para dar dos profundas pitadas y golpear al tabaco hacia abajo. Prosiguió:
-Los formularios de impuestos por Samidad ahora hay que presentarlos por triplicado ante la Oficina de Buena Voluntad. La Oficina de Buena Voluntad determina la generosidad requerida a cada contribuyente en base a una fórmula establecida por los Lores. Acabas de ser testigo de la recaudación anual. Luego viene la Oficina de Malos y Buenos. Con la ayuda de contadores morales, hay que completar los formularios para explicar en detalle el buen y mal comportamiento de todos durante el año. La Oficina de Malos y Buenos tiene un ejército de empleados e investigadores que examinan la validez de quienes piden recibir regalos en diciembre. Finalmente, la Comisión del Buen Gusto estandariza los tamaños, colores y estilos de las opciones de regalos permitidas, emitiendo contratos no vinculantes con fabricantes preseleccionados con la afiliación política correcta. Todos, sin discriminación, reciben exactamente los mismos ornamentos producidos por el gobierno para utilizar en la decoración de sus hogares. En vísperas de Samidad, se llama a la milicia para que cante las canciones festivas apropiadas.

A esta altura, el agotado joven aventurero se había quedado dormido. Se podía oír el maullido de un gato del otro lado de la ventana. Al tiempo que el anciano cubría los hombros de Jonathan con la sábana, su esposa murmuró: ¡Feliz Samidad!

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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